¿QUÉ LE DIO A
EMILIANO?
El
levantapolvo de Emiliano Mosquera Carabali le dio un beriberi en pleno reburù,
amacizado con una sai de los Nortes. La conoció en Jerè, un pueblecito
cadencioso, que de noche y de día permanecía la misma calidez, frente a un mar generoso
que consolaba el olvido de sus pescadores. Era cuna de los extranjeros que
llegaban a disfrutar de los placeres de Jerè; desde un buen currulao a las seis
de la tarde hasta un plato de encocao de jaiba con papachina. Hasta el amor era
una dádiva de Jerè, pues Emiliano era su cuota inicial de los amores. Fue un cierre fatal en los Carnavales de Jerè que se
celebraban sagradamente cada año. Ese día por la mañana se sentía el ambiente
de gozadera; habían llegado los camiones con las tarimas del concierto. Después
llegaron los paisanos que venían bogando del otro lado del charco con un
mundinsil de agua pa’ tomà, con el boro ya buchao.
A eso de las seis de la mañana, Emiliano llego a la rampa del
muelle. Estaba atiburrado de gente y Emiliano estaba embelesado viendo esos
corozos multicolores y de diferentes formas que se cruzaban de un lado a otro
frente a sus ojos. Estaba placido y sin tiempo para dedicar unos segundos y
detallar su próxima víctima del amor. Con el bombeo de los ensayos de los
bafles y la música, se confundía los gritos de los niños corriendo por la
calle, las rompidas en la playa y las rapimotos llevando y trayendo la gentiza
que llegaba al pueblo. Ya para antes del mediodía, había llegado al muelle la Sin
Nombre repleta de turistas. Era una lancha tipo Fleeper de color gris, de esas
que no tocan el agua y llegan de puerto en puerto en un par patadas.
Ese día Emiliano se levantó muy temprano, se puso bien
embambao y se aplicó la faceta de guía turístico de los extranjeros que
llegaban al cierre de los carnavales. Tan pronto como abrió la puerta de su
casa lo bambiò un vapor de fuego tan arribetiao que su camisa de palmeras
estampadas quedó sin ramas, y sintió al sol muchos más intenso y más arrecho
que nunca. El acababa de cumplir 35 años, era biennacido, con buen aguaje,
cambambero y quebrador, ni siquiera había terminado la primaria. Era graduado
de todas las profesiones donde un buen amor lo atrapara: cocina, ingeniería,
hotelería, turismo, contador, abogado; en todas era experto, sobre todo en el
amor; se había graduado con honores de sexología y su profesión era ser un buen
amante. Hijo de Juliana Carabali, una negra matrona, partera y curandera; tan
vieja que era patrimonio del pueblo. Estaba casado con Neftalí Angulo, una
timbiquireña sambita, de esas que sostienen su cuerpo a punta de plátano y
pescado; tenían cinco hijos, y todos eran felices en su casa; aunque Neftalí
era resistente a las pechugas y oportunidades de infidelidad de Emiliano. Y él
también había sido el más feliz y corrinchero de todos hasta que se enteró que
dos semanas después estaría muerto.
Mientras se terminaba de desembarcar los botes y las lanchas,
Emiliano tuvo tiempo para refrigerarse y logró quedarse solo una hora en su casa
para descansar. Antes de acostarse se libró de su camisa deshojada, almorzó el
suculento manjar de Neftalí, luego puedo saborear la comida de tapao’ y birimbí
que le tenía preparado. Luego se tendió desnudo durante quince minutos en su
hamaca, haciendo un grande esfuerzo para soñar con el desfile de corozos que
adornaban el muelle.
Se sentía con un dominio completo de su deseo por volver al
muelle a las tres de la tarde, relajado, sosegado y fresco, con un pantalón de
mezclilla y una Jersey Bryan 24, y con los ojos entretenidos por las mujeres
que pisaban tierra firme. Esperaba su delegación de grupo y enrutarlos en la
travesía por Jerè, y que en medio del viaje pudiera sosegar las ganas de
enamorarse por milésima vez.
- ‘’Este sol está pa’ quemame’’.-comenzó rompiendo hielo con
su grupo de tour.– ‘’después del borondo por la playa, nos pegamos a los
termales del Pico; lugar pa` que deje a su muje’ tapatapa’’.
Con cierta confianza continuo con sus instrucciones de paseo.
–‘’Luego nos vacilamos por la Bocana; eso sí, cójanse duro
que el traqueteo es bravo… no me estoy lanzando a sacar a nadie’’.
Terminando con sus recomendaciones finales:
- ‘’Echen en las catangas los fules para que vayan
minguiando. ¡vamos chispiando!
Emiliano era panisima de Don William Winchester, don
‘’Dabliu’’ como le decían en el pueblo. Tenía 63 años. Era de los ‘’nortes’’ y
sostuvo una relación con una negra de Jerè, la que falleció dando a luz a su
hija. La niña había heredado su color de ojos, azules y verdes como los de él;
y Cuando la niña tuvo dos años la envió con su hermana a EE. UU para que
creciera con ella, con la condición de nunca perder el contacto con su hija. Se
dedicó a la comercialización de insumos de primera necesidad en el pueblo y en
todas las festividades del año parecía papa Noel en liquidación.
Estas fiestas no eran la excepción y Emiliano buscaba a don
Dabliu para que le prestara la lancha de transporte alimentos, para llevar a la
gente al recorrido por la bocana. Pero don Dabliu estaba más ocupado y más
ansioso que nunca, porque por primera vez después de diecinueve años pudiera
ver nuevamente a su hija. Su hermana Melina Winchester se había comunicado hace
unos días con él, comentándole que había una situación complicada en los
nortes, que era el momento justo para que la niña regresara a su casa. El día
había llegado y Don Dabliu estaba en el muelle esperando que llegara su hija,
Nina Winchester Aramburo.
Emiliano alcanzo a ver de lejos a Don Dabliu. Estaba sentado
en la Estrella, un barcito de sillas de caja de cerveza. Encima de la mesa
tenía un avance de dieciocho frías y tenía la diecinueve en la mitad.
– ‘’ ¡ay seken!, es más fácil encontrar una peca a un negro
que a usted manin…tíreme una pa’ este calor Don Da’.’’ Don Dabliu lo miro con
jocosidad y saco una de la canasta.
– Hoy estoy botado negro, ¿en qué andas ahora?
- Me conseguí unas ruticas con los extranjeros, necesito el
chabo… El aquetemueido del Alfredo se quería poner de abeja conmigo. Quería
pagarme un chininin ahí. ¡Yo me le fui al agua ñañito… oya manito préstame la
Corrompida puej!
William seguía con su mente divida entre la llegada de su
hija, las 19 frías que tenía por terminar, y los favores de Emiliano.
– ‘’anda, anda y le echas gasolina que la acabe esta mañana
recogiendo plátanos’’. Le contestó medio enredado con su acento inglés y nativo
de Jerè.
- ¡Oya
manito gracias! ¡Se la debo! Ñaño yo a usted lo veo raro… ¿algo que no me haya
dicho manito?
- Negro hoy…
- ¡Don
Da’!, ¡Don Da’!... interrumpió un lanchero de la canoa rancha’ de William. ¡Don
Da’!, ¡Don Da’! ¡ya llego!
William salió disparado sin decir una palabra más a Emiliano.
El guía turístico de dudosa profesión siguió su teatro y
completó su tarea al finalizar la tarde. Aunque durante su travesía no le salía
de la cabeza la palabra “YA LLEGO”. Se preguntaba ¿llego, llego quién?
A eso de las seis de la tarde regreso Emiliano de su tour. Le
había quedado media galoneta de gasolina y pensó en llevársela a William como
en contraprestación. Llegando al granero, vio que la puerta estaba ajustada y
parecía que no había nadie. Estaba oscuro y hacia menos calor al terminar la
tarde. Logró entrar al granero y se sentía un olor a maíz y coco, sacó algunos
granos de arroz de la catanga y se los metió a la boca. Cuando siguió hasta el
fondo, el olor a maíz y a coco se había entremezclado con un olor que Emiliano
no podía distinguir. Quizás nunca lo había sentido tan cerca. En un momento se
abrió la cortina de la pieza del fondo y estaba la virgen María, (fue la
palabra que utilizó Emiliano para describir lo que estaba viendo).
A pesar de la frescura del lugar, Emiliano parecía que
hubiera nadado toda la tarde por la cantidad de sudor almacenado en su cuerpo.
Y sólo tuvo tiempo para decir:
- ¡Bendita seas entre todas las
mujeres!
Era Nina Winchester. Estaba sentada en el filo de la cama
cepillando su cabello. Al ver a Emiliano se levantó. Llevaba un vestido de
coctel de esos que parecían carísimos, y su cabello ondulado y manchado de
amarillo natural reposaba en su cintura, tenía los ojos azules y verdes, una
boca grande como la de las negras del Pico y la nariz picuda como la Roca del
Tigre. Dotada de belleza natural y en aquel momento era posible suponer que no
había otra más bella en el mundo. Emiliano se quedó sin aliento. —¡carajo
—suspiró maravillado — ¡baja y Dios ve!
Nina se presentó a Emiliano y volvió a sentarse en su cama.
Emiliano permaneció en la puerta del cuarto, con la mano en el marco.
—y ¿Quién es el angelito, si se puede saber?
- Soy la
hija de William Winchester.
- ¡¿La
hija de Don Da’?! ayayay veeeannn pue’, le quedo bien bonita la hija al Dabliu.
Nina se sentía un poco incomoda, ante los comentarios de
Emiliano, siendo ella también deslumbrada por la apariencia del hombre.
- ¿Qué
haces aquí? Entraste sin permiso.
- Tranquila
mami que vine a devolver la lancha a Don Da’. Vi la puerta espiañada y entre.
No sabía que la señorita estaba aquí.
En esas entro William y vio a Emiliano frente al cuarto de
fondo.
- Oye
ñaño, ¿qué haces allí parado como platanero?
- Pues
viendo la almejita bajo arena que tenías guarda’. Emiliano se refería a Nina.
- No te
estrelles negro. No es lo mismo llamar al Diablo que verlo llegar. Conozco tus
andanzas y con las cachaloas que te metes y mi hija no es de esas.
Emiliano trataba de evadir lo que William decía, quizás por
miedo a que le ahuyentaran su próxima víctima de su labia. Nina tampoco sabía
que decir.
Esa noche en el Bulevar estaban encendidos los bafles de uno
en uno que no se lograba decidir qué música escuchar. Emiliano ya estaba
prendido a punta de curao, arrechón y tumbacatre. A lo lejos como vista de pez
pudo ver a Nina, seguía con el mismo vestido, pero Emiliano ya la veía sin el
puesto.
Nina estaba en medio del rebulù, y le hacía competencia al
mar, con el sudor que expulsaba. Sorpresivamente Emiliano la abordó por la
espalda. Y sin decir nada comenzaron con la amacizadera y como estaba reventado
de gente, tuvieron que quedarse en un solo lugar: sus cuerpos quedaron apretujados
y en el berembenben del abozao provocaba un roce que terminaba en restregada.
Emiliano tenía las manos muy grandes y con ellas abarcaba la pequeña cinturilla
de anguilla de Nina. Con la revoltura a su favor Emiliano comenzó a bambolear,
rozar y por último a rastrillar todo su firme cuerpo con el de Nina.
Ella nunca había sentido un calor tan sabroso y tan firme
como ese, llegando al punto de descifrar poro a poro donde salía tanta
arrechera.
Lograron salir del tumulto de gente para poder culminar su
momento de éxtasis por un cucho cerca a la playa. Llegaron al borde de la
locura cuando Nina descubrió el lado más firme de Emiliano, no se escuchaba
nada por las rompidas fuertes de las olas en la orilla. Se pudieron contemplar
un par de horas.
Emiliano se quedó dormido. A eso de las dos de la mañana
abrió sus ojos y Nina ya no estaba allí. Un apretón del cangrejo azul lo
despertó. La marea se había llevado su camisa y se sentía cansado y con la
cabeza medio tronada por los tragos. Seguía medio dormido y con sus pocas
fuerzas pudo regresar nuevamente a la gozadera. Una negra con la cara
desordenada y el cuerpo en deuda con la grasa se le fue pegando para recibir su
restregada. Emiliano se activó enseguida y en un par de minutos cayó desplomado
como un coco en medio de la revoltura. No podía respirar muy bien y la gente
armo el bororó diciendo que lo habían matado.
- ¡A Emiliano le pegaron un
tiro!, Decían.
Pero nadie entendía que arrechera le pasaba a Emiliano. Lo
levantaron entre tres lo llevaron a su casa, y llamaron a Ma Juliana. En una
hora pudo despertar y hervía más que el sol de Jeré. Tenía fiebre, no podía
respirar y al menos podía hablar. Ma juliana le dio un bebedizo de viche con
matarratón.
- ¿Emiliano qué tenés,
Emiliano qué traés,
Emiliano qué tenés,
Emiliano qué fué,
Emiliano qué tenés?
Emiliano no podía describir lo que sentía. Estaba medio
aturdido, medio sonso.
- Un bambazú que coge
Un bambazù que me mata
De una fiebre que me dio, ma Juliana
De un soponcio que me dio ma Juliana
Un bambazú ma Juliana…
Neftalí estaba con la pensadera de lo que le ocurría a su
marido, no conciliaba sueño. Ma Juliana le hacia una cosa y le hacia la otra y
nada pareciera tener solución. Y llego a la conclusión.
- Mija,
a Emiliano lo embrujaron. Quien sabe Dio’ en qué tapia lo tendrán enterrao’.
¡Pero bien enterrao’! este coquimbo no mejora.
- Me lo
van a matar- replico Neftalí.
Nina en cuanto se enteró de lo que había sucedido salió
empura a buscar a Emiliano. Cuando llegó a la casa estaban todos reunidos allí
y llamo a Neftalí aparte contándole lo que había sucedido entre ellos la noche
anterior empeorando la situación. Neftalí Salió a la puerta del frente y
gritaba a todo pulmón:
- ¡Esa mujer me quito mi marido!
¡ahí viene la cachaloa,
las que quitan mario’ tengan mucho cuidado
que quieren quitarme el mío.
Tere, Carmen, maría luisa
Cuiden su mario’
Esa mujer es una fiera
Y quien le ve esa carita.
¡Esa mujer mi marido me lo quito,
¡Lo bajó de mi casa, que fue lo que le dio!
Anoche estaba durmiendo con el
Y yo muriendo de frío…
¡Que es lo que tiene ella, que no lo tenga yo!
Nina trababa de explicar lo que posiblemente le estaría
sucediendo a Emiliano, pero en medio del tropel Neftalí no la quería escuchar.
Don William no sabía si contramatar a Emiliano o dejarlo que muriera
lentamente. Se formó él toma y lleve y Emiliano no le bajaba la fiebre; Ma
Juliana ya le llevaba seis baños de sauco con menta, pero nada.
En menos de dos horas habían llegado tres personas buscando a
Ma Juliana por el mismo caso de lo que le sucedía a Emiliano. Fiebres altas y
fallas en la respiración. Para la tarde medio pueblo estaba igual. Y nada que
dejaban hablar a Nina.
¡BRUJERIA!
Era la explicación pueblecientifica de Ma Juliana a lo que
estaba sucediendo.
- ¡Ma Juliana, es que me duele la cabeza por delante y por
detrás!
- Bate, bate la hechicería, que bien que cura la brujería.
- ¡Miren aquí esta Ma Juliana
para curar a la gente!
- ¿y si se muere la muerte?
¿Qué haremos con tanta gente?
- ¡Miren aquí ha llegado el diablo, Qué le duele el corazón!
- ¡Digan que se vaya el diablo!
Ay Señor ¡Que tentación!
- ¡Miren ya llego la muerte,
para acabar con la gente!
- ¿y si se muere la muerte?
¿Qué haremos con tanta gente?
- ¡Miren la pelea entre la
muerte y el diablo!
- Miren ahí está el diablo, va a acabar con la muerte
- Digan que se vaya el diablo
que ha acabado con la muerte
- ¡hay que curarla!
- ¡No!
- ¡hay que curarla, no ven que, si se muere la muerte, ¿Qué
haremos con tanta gente?
Fue la estocada final para que Emiliano no aguantara su
enfermedad. Pasó un par de semanas cuando se dió la noticia de su
fallecimiento. Hubo un silencio absoluto por primera vez en Jerè. Fue el
momento preciso para que Nina pudiera hablar definitivamente:
- En mi
país y quizás en el mundo entero está sucediendo algo que no hemos descifrado
que es. Es una gripa que pueden llegar a ser leve, moderada o grave. Pues en el
caso de Emiliano no se pudo evitar. La trasmisión ocurre cuando una persona
enferma tose o estornuda y entra en contacto con otras personas.
Todos miraban a Nina como si estuviera hablando en chino. No
entendían de lo que ella hablaba y mucho menos comprender eso de virus y
pandemias.
Ese día se hizo la última noche. A Emiliano lo vistieron de
blanco y le colocaron el cordón en la cintura. lo acompañó los alabaos, juegos
de dominós, bingo y un sancocho a las 3 de la mañana, antes que saliera el alma
del muerto.
Por dos días no hubo bullaranga y los cumpleaños de Sofia se
habían aplazado. Después de dos días se escuchó la gente diciendo.
“EL
MUERTO AL HOYO Y EL VIVO AL BAILE”
Jazmín Montaño
Cali, Colombia
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Me ha encantado. Sabor americano en una muy rica narración, tipo de relato que corre ligero y no puede dejar de leerse hasta su final. Muy bien por Jazmín y por Zarracatalla. Felicidades! Un abrazo.
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