3. Izan.
No pude esperar, me
volví en aquel mismo momento, deseaba saber si era él.
—Buenas noches, Izan —le
contesté mientras se sorprendía de que supiese
su nombre.
Nos miramos durante unos
segundos durante los cuales sus océanos me trasmitieron el mayor de los deseos.
Sin pensármelo dos veces, agarré su cara con las dos manos, miré esos labios
tan carnosos y rosados rodeados de esa barba de tres días, me acerqué lo máximo
a su cuerpo y él me devolvió el gesto agarrándome más fuerte de la cintura y
apretándome todavía más a él. Bajé la mirada de nuevo a sus labios, y aunque la
música estaba fuerte pude oír su respiración acelerada. Ladeé un poco la cara y
entreabrí mi boca. Noté la tranquilidad de mi cabeza, pero no pude evitar el
tembleque de mis piernas. Rodee su cuello con mis brazos, y lo besé cómo si no
hubiese un mañana.
El deseo invadía mi
cuerpo y mi cerebro. En ese momento no pensé más allá de esas manos, esas
caricias, ese cuerpo que rozaba el mío. Simplemente me apetecía. Deseaba seguir
sumergida en ese deseo incontrolable eternamente.
—Me tengo que ir —le
dije sin saber muy bien por qué.
—¿Irte? ¿A dónde? —me
contestó mientras se quedaba sorprendido—. Ahora que estás aquí, no voy a dejar
que te vayas. Te llevo a casa que tengo el coche aquí cerca.
¿Me voy? ¿Me quedo?
Busqué la cara de mi amigo rogando un consejo, pero Marcos había desaparecido.
Titubeando mientras
intentaba encontrar una excusa de por qué mi cabeza pensaba diferente a mí, le
intenté decir que tenía que madrugar para pasar la mañana con mi hijo. Pero en
ese momento, volvió a cogerme de la cintura y volvió a besarme.
—¿Quieres tomar algo? —le
pregunté.
—A ti… —respondió
mientras se mordía la parte de abajo del labio.
Sin esperar a que algún
camarero me mirase volví a levantar la mano, con los dos dedos levantados,
dando a entender que eran otros dos los chupitos que tenían que traer. Esta
vez, ni sal, ni limón. Bebimos de trago el tequila lo cogí de la mano y
empujándolo, lo lleve camino a la salida.
Cuando ya salimos del
local, solté su mano, me coloqué el bolso, y me hice una coleta.
—¿Dónde dices que tienes
coche? —sonriendo con cara de picaruela.
—Eh… Por allí —señaló hacia
el final de la calle.
—¡Vamos!
Era yo la que iba por
delante, preguntándole que coche era, o que me dijese por lo menos el color.
Con esta actitud lo que pretendía era llevar yo las riendas de la noche, no
dejarle tiempo para pensar, y creía que lo estaba consiguiendo.
Una de las veces que me
volví a preguntarle por el dichoso coche me agarro bien fuerte y me empujó
hasta chocar con el que estaba ahí aparcado. Con su boca a menos de un
centímetro de la mía escuche como se abría el cierre centralizado. Sin besarme,
se apartó y me abrió la puerta del copiloto.
—Adelante, señorita —me
dijo mientras con su mano me hacía un gesto para subir al coche.
Antes de entrar, me eché
a reír, y le plante un beso fugaz. Me encantaba, y sobre todo me gustó el darme
cuenta que por primera vez en mucho tiempo, alguien me había pillado
desprevenida y no, no era yo la que controlaba la situación.
Rodeo el coche, se montó
y metió la llave. Bajó un poco la música y entonces, hizo la pregunta del
millón.
—¿Dónde vamos?
—No sé. ¿Dónde podemos
ir? —ahí sí que me había pillado.
En esos segundos de
silencio recordé que Efrén estaba durmiendo en casa de mis padres. Mi casa
estaba vacía. Pero claro, no estaba en las mejores condiciones.
—Tic, tac, tic, tac… —dijo
mientras movía su dedo índice de un lado a otro y sonreía.
Me da igual el estado de
la casa. Allí que vamos. Me dije a mi misma.
—Podemos ir a mi casa.
Pero no puedes quedarte mucho rato —le contesté.
—Tomamos algo, y me voy.
Lo prometo —mientras guiñaba el ojo derecho como sólo él sabía.
—¡Me gusta esa idea!
Arrancó el coche y me
pregunto en qué dirección iba, y yo empecé a guiarle.
En el trayecto hubo
momentos divertidos, incluso en uno de los semáforos los dos comenzamos a
bailar el mismo estribillo de la canción.
—La siguiente calle a la
izquierda y aparca donde puedas —le dije.
Bajamos del coche,
caminamos hacia mi casa y comencé a buscar las llaves.
Nada más abrir la puerta
del portal, me volvió a agarrar y volvimos a besarnos camino al ascensor. Abrí
la puerta de casa entre beso y beso y la verdad que no me dio tiempo a mucho
más.
Me llevó hasta la pared
de enfrente mientras me besaba el cuello. Oía su respiración cada vez más cerca
y más acelerada. Le quité la camiseta, y por fin, terminé de verle esos
tatuajes que seguían del brazo a los hombros y de allí al pecho. Le agarré la
cara los las dos manos mientras echaba mis piernas por detrás de las suyas. El
deseo me invadía y a la vez me bloqueaba. Se me entrecortaba la respiración. Me
cogió del culo, y me impulso hacia arriba, de manera que quedé enganchada a él.
—Vamos a mi habitación
—le dije señalando la puerta del final del pasillo.
Ni me contestó. Echó a
andar sin bajarme de encima suya. Seguíamos disfrutando de nuestros labios y
nuestras lenguas mientras llegábamos a la cama. Cuando pasamos el marco de la
puerta, eché mano al interruptor de la luz y él acto seguido la apagó.
—Con la del pasillo hay
suficiente, ¿no? —me susurró al oído.
—Lo que gustes. Pero…
voy al servicio. Ahora vengo —ahora me había tocado a mí el guiño, y seguro que
no era igual se sexy que el suyo.
Cuando me levanté de la
cama, él se apresuró en rodearme la cintura y tirarme encima de él. En ese
momento fue cuando me senté a horcajadas y los dos sentados volvimos a
saborearnos. Me quitó el vestido, y mientras volvía a besarme el cuello, me
desabrochó el sujetador.
Los movimientos eran
suaves, lentos. La respiración se aceleraba a la par que nosotros. Y si hace un
rato nos besábamos como si no hubiera un mañana, ahora disfrutábamos de
nuestros cuerpos en cada vaivén cómo si fuese la última vez.
—Buenos días —me susurró
al oído.
Entreabrí los ojos y lo vi
allí, en mi cama.
—¿Buenos días? —dije
sorprendida.
Miré el reloj y ahora sí
que abrí los ojos. ¡Las diez de la mañana! ¡Efrén! Rápidamente salté de la cama
y cogí el teléfono, no había tiempo para explicaciones.
—Mamá. Buenos días. Me he
quedado dormida, lo siento.
—Tranquila Mónica. Hemos
llevado al chico al colegio. Y ahora ya estamos en casa. Te hemos llamado un
par de veces, pero no contestabas. Así que te hemos dejado dormir.
—Mamá lo siento, no me
ha sonado el despertador. Me visto, cojo la ropa para esta tarde y voy a tu
casa.
—No corras hija, que
aquí te esperamos.
Colgué el teléfono y le
dije a mi acompañante que tenía que irse. Me entraron los remordimientos.
Empecé a recoger su ropa y se la tiré a la cama. Él estaba estupefacto, en
calzoncillos tirado encima de mis sábanas.
—¿Desayunamos? —me dijo.
—No tengo tiempo. Tengo
que hacer unos recados y… —aquí fue cuando no sabía cómo decirlo, pero era el
momento— En un par de horas tengo que ir a buscar a Efrén al cole.
—¿Efrén? ¿Quién es?
¿Algún sobrino?
—Ehhhh… No. Es mi hijo.
¡Ah! ¿Qué no te lo había contado?
¿En qué momento pensabas
que se lo habías dicho? ¿Entre beso y beso, o entre tequila y cerveza? La cara
que se le quedó era un poema del mismísimo Bécquer, o incluso de mi adorable
Neruda.
Abrí el armario, saque
unos pantalones vaqueros, una camiseta y un conjunto de ropa interior. Me metí
al baño dispuesta a darme una ducha cuando me paré a pensar qué estaría
haciendo Izan ahí afuera. Asomé la cabeza por la puerta de la habitación y lo
vi en la misma postura de antes, pero con un marco de fotos en la mano. Era la
foto que teníamos Efrén y yo en la mesilla.
—Pues se parece mucho a
ti, tiene la misma nariz —me soltó sin mirarme a la cara.
—Sí, nos parecemos
mucho, o eso dicen —contesté mientras me apoyaba en la puerta de la habitación.
Se levantó semidesnudo,
y vino hacia mí. Puso sus manos en mis caderas y me miró a los ojos.
—Buenos días —volvió a
decirme, aunque esta vez lo acompañó con un dulce beso en la mejilla.
—Buenos días.
Salí corriendo de casa
dispuesta a coger la moto para ir a casa de mis padres.
—¡Mierda! —exclamé en el
ascensor.
Ayer, fui en moto y
volví bien acompañada, en su coche. Me toca ir andando a buscarla. Pero lo haré
después de ver a mis progenitores, que seguro que están preocupados por las tres
horas de retraso que llevo. Estoy convencida de que me toca interrogatorio.
Bip Bip.
Así
sonaban los mensajes de mi móvil. Paré en mitad de recorrido, saqué el teléfono
y abrí las conversaciones.
Me ha encantado pasar esta noche contigo. ¡Feliz día!
Esbocé una sonrisa y me
sumergí en un mundo paralelo, donde unas cosquillas en todo mi cuerpo evitaron
que viese la bici que venía directa hacia mí…
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