viernes, 19 de septiembre de 2014

Colección Uni2. Tú, yo... y él. 3. Izan.

Tercer capítulo de "Tú, yo... y él", de Merche Comín titulado "Izan". Seguiremos las peripecias y doble vida de Mónica. ¿Quién querrá entablar conversación con ella en la disco?



3.      Izan.


No pude esperar, me volví en aquel mismo momento, deseaba saber si era él.
—Buenas noches, Izan —le contesté mientras se sorprendía de que supiese  su nombre.
Nos miramos durante unos segundos durante los cuales sus océanos me trasmitieron el mayor de los deseos. Sin pensármelo dos veces, agarré su cara con las dos manos, miré esos labios tan carnosos y rosados rodeados de esa barba de tres días, me acerqué lo máximo a su cuerpo y él me devolvió el gesto agarrándome más fuerte de la cintura y apretándome todavía más a él. Bajé la mirada de nuevo a sus labios, y aunque la música estaba fuerte pude oír su respiración acelerada. Ladeé un poco la cara y entreabrí mi boca. Noté la tranquilidad de mi cabeza, pero no pude evitar el tembleque de mis piernas. Rodee su cuello con mis brazos, y lo besé cómo si no hubiese un mañana.
El deseo invadía mi cuerpo y mi cerebro. En ese momento no pensé más allá de esas manos, esas caricias, ese cuerpo que rozaba el mío. Simplemente me apetecía. Deseaba seguir sumergida en ese deseo incontrolable eternamente.
—Me tengo que ir —le dije sin saber muy bien por qué.
—¿Irte? ¿A dónde? —me contestó mientras se quedaba sorprendido—. Ahora que estás aquí, no voy a dejar que te vayas. Te llevo a casa que tengo el coche aquí cerca.
¿Me voy? ¿Me quedo? Busqué la cara de mi amigo rogando un consejo, pero Marcos había desaparecido.
Titubeando mientras intentaba encontrar una excusa de por qué mi cabeza pensaba diferente a mí, le intenté decir que tenía que madrugar para pasar la mañana con mi hijo. Pero en ese momento, volvió a cogerme de la cintura y volvió a besarme.
—¿Quieres tomar algo? —le pregunté.
—A ti… —respondió mientras se mordía la parte de abajo del labio.
Sin esperar a que algún camarero me mirase volví a levantar la mano, con los dos dedos levantados, dando a entender que eran otros dos los chupitos que tenían que traer. Esta vez, ni sal, ni limón. Bebimos de trago el tequila lo cogí de la mano y empujándolo, lo lleve camino a la salida.
Cuando ya salimos del local, solté su mano, me coloqué el bolso, y me hice una coleta.
—¿Dónde dices que tienes coche? —sonriendo con cara de picaruela.
—Eh… Por allí —señaló hacia el final de la calle.
—¡Vamos!
Era yo la que iba por delante, preguntándole que coche era, o que me dijese por lo menos el color. Con esta actitud lo que pretendía era llevar yo las riendas de la noche, no dejarle tiempo para pensar, y creía que lo estaba consiguiendo.
Una de las veces que me volví a preguntarle por el dichoso coche me agarro bien fuerte y me empujó hasta chocar con el que estaba ahí aparcado. Con su boca a menos de un centímetro de la mía escuche como se abría el cierre centralizado. Sin besarme, se apartó y me abrió la puerta del copiloto.
—Adelante, señorita —me dijo mientras con su mano me hacía un gesto para subir al coche.
Antes de entrar, me eché a reír, y le plante un beso fugaz. Me encantaba, y sobre todo me gustó el darme cuenta que por primera vez en mucho tiempo, alguien me había pillado desprevenida y no, no era yo la que controlaba la situación.
Rodeo el coche, se montó y metió la llave. Bajó un poco la música y entonces, hizo la pregunta del millón.
—¿Dónde vamos?
—No sé. ¿Dónde podemos ir? —ahí sí que me había pillado.
En esos segundos de silencio recordé que Efrén estaba durmiendo en casa de mis padres. Mi casa estaba vacía. Pero claro, no estaba en las mejores condiciones.
—Tic, tac, tic, tac… —dijo mientras movía su dedo índice de un lado a otro y sonreía.
Me da igual el estado de la casa. Allí que vamos. Me dije a mi misma.
—Podemos ir a mi casa. Pero no puedes quedarte mucho rato —le contesté.
—Tomamos algo, y me voy. Lo prometo —mientras guiñaba el ojo derecho como sólo él sabía.
—¡Me gusta esa idea!
Arrancó el coche y me pregunto en qué dirección iba, y yo empecé a guiarle.
En el trayecto hubo momentos divertidos, incluso en uno de los semáforos los dos comenzamos a bailar el mismo estribillo de la canción.
—La siguiente calle a la izquierda y aparca donde puedas —le dije.
Bajamos del coche, caminamos hacia mi casa y comencé a buscar las llaves.
Nada más abrir la puerta del portal, me volvió a agarrar y volvimos a besarnos camino al ascensor. Abrí la puerta de casa entre beso y beso y la verdad que no me dio tiempo a mucho más.
Me llevó hasta la pared de enfrente mientras me besaba el cuello. Oía su respiración cada vez más cerca y más acelerada. Le quité la camiseta, y por fin, terminé de verle esos tatuajes que seguían del brazo a los hombros y de allí al pecho. Le agarré la cara los las dos manos mientras echaba mis piernas por detrás de las suyas. El deseo me invadía y a la vez me bloqueaba. Se me entrecortaba la respiración. Me cogió del culo, y me impulso hacia arriba, de manera que quedé enganchada a él.
—Vamos a mi habitación —le dije señalando la puerta del final del pasillo.
Ni me contestó. Echó a andar sin bajarme de encima suya. Seguíamos disfrutando de nuestros labios y nuestras lenguas mientras llegábamos a la cama. Cuando pasamos el marco de la puerta, eché mano al interruptor de la luz y él acto seguido la apagó.
—Con la del pasillo hay suficiente, ¿no? —me susurró al oído.
—Lo que gustes. Pero… voy al servicio. Ahora vengo —ahora me había tocado a mí el guiño, y seguro que no era igual se sexy que el suyo.
Cuando me levanté de la cama, él se apresuró en rodearme la cintura y tirarme encima de él. En ese momento fue cuando me senté a horcajadas y los dos sentados volvimos a saborearnos. Me quitó el vestido, y mientras volvía a besarme el cuello, me desabrochó el sujetador.
Los movimientos eran suaves, lentos. La respiración se aceleraba a la par que nosotros. Y si hace un rato nos besábamos como si no hubiera un mañana, ahora disfrutábamos de nuestros cuerpos en cada vaivén cómo si fuese la última vez.

—Buenos días —me susurró al oído.
Entreabrí los ojos y lo vi allí, en mi cama.
—¿Buenos días? —dije sorprendida.
Miré el reloj y ahora sí que abrí los ojos. ¡Las diez de la mañana! ¡Efrén! Rápidamente salté de la cama y cogí el teléfono, no había tiempo para explicaciones.
—Mamá. Buenos días. Me he quedado dormida, lo siento.
—Tranquila Mónica. Hemos llevado al chico al colegio. Y ahora ya estamos en casa. Te hemos llamado un par de veces, pero no contestabas. Así que te hemos dejado dormir.
—Mamá lo siento, no me ha sonado el despertador. Me visto, cojo la ropa para esta tarde y voy a tu casa.
—No corras hija, que aquí te esperamos.
Colgué el teléfono y le dije a mi acompañante que tenía que irse. Me entraron los remordimientos. Empecé a recoger su ropa y se la tiré a la cama. Él estaba estupefacto, en calzoncillos tirado encima de mis sábanas.
—¿Desayunamos? —me dijo.
—No tengo tiempo. Tengo que hacer unos recados y… —aquí fue cuando no sabía cómo decirlo, pero era el momento— En un par de horas tengo que ir a buscar a Efrén al cole.
—¿Efrén? ¿Quién es? ¿Algún sobrino?
—Ehhhh… No. Es mi hijo. ¡Ah! ¿Qué no te lo había contado?
¿En qué momento pensabas que se lo habías dicho? ¿Entre beso y beso, o entre tequila y cerveza? La cara que se le quedó era un poema del mismísimo Bécquer, o incluso de mi adorable Neruda.
Abrí el armario, saque unos pantalones vaqueros, una camiseta y un conjunto de ropa interior. Me metí al baño dispuesta a darme una ducha cuando me paré a pensar qué estaría haciendo Izan ahí afuera. Asomé la cabeza por la puerta de la habitación y lo vi en la misma postura de antes, pero con un marco de fotos en la mano. Era la foto que teníamos Efrén y yo en la mesilla.
—Pues se parece mucho a ti, tiene la misma nariz —me soltó sin mirarme a la cara.
—Sí, nos parecemos mucho, o eso dicen —contesté mientras me apoyaba en la puerta de la habitación.
Se levantó semidesnudo, y vino hacia mí. Puso sus manos en mis caderas y me miró a los ojos.
—Buenos días —volvió a decirme, aunque esta vez lo acompañó con un dulce beso en la mejilla.
—Buenos días.
Salí corriendo de casa dispuesta a coger la moto para ir a casa de mis padres.
—¡Mierda! —exclamé en el ascensor.
Ayer, fui en moto y volví bien acompañada, en su coche. Me toca ir andando a buscarla. Pero lo haré después de ver a mis progenitores, que seguro que están preocupados por las tres horas de retraso que llevo. Estoy convencida de que me toca interrogatorio.
Bip Bip.
 Así sonaban los mensajes de mi móvil. Paré en mitad de recorrido, saqué el teléfono y abrí las conversaciones.
Me ha encantado pasar esta noche contigo. ¡Feliz día!

Esbocé una sonrisa y me sumergí en un mundo paralelo, donde unas cosquillas en todo mi cuerpo evitaron que viese la bici que venía directa hacia mí…

No hay comentarios:

Publicar un comentario