lunes, 1 de septiembre de 2014

Nuestra historia. Capítulo XXVII: Siguiendo al instinto.

Ya estamos de vuelta tras el merecido descanso veraniego. Con más de 18.000 visitas arrancamos la segunda temporada de Nuestra historia para encarar la recta final, deseosos de que leáis los nuevos capítulos que tenemos preparados. Cada lunes puntualmente a las 21 horas llegará uno tras otro hasta desembocar en el número 43 que será el que cierre la trama, allá por mediados de Diciembre. Si has perdido el hilo de la historia, te incorporas ahora o simplemente deseas refrescar la memoria, estamos preparando un resumen de los acontecimientos ocurridos en la primera temporada, así que estad atentos al blog y a las redes sociales porque irán apareciendo en los próximos días. Con esto queremos atender a las peticiones de varios de vosotros que lo solicitabais.
La trama nos dejó en vilo a todos con el último capítulo de Lorena Aznar (Estamos contigo) con Ramón secuestrando al pequeño Jack en Londres, intentando que Juanjo le ayudara a salir del país. Mientras en España Olga sigue cabreada con Ramón por colgarle el teléfono y fastidiarle el plan urdido por ambos para conquistar a Pedro y Ana respectivamente. Por su parte Ana llama a Mario tras recibir la citación judicial por el robo de material en el hospital y para explicarle todo lo sucedido ultimamente con Ramón: el secuestro, el robo de material médico, el por qué no había querido contarle nada a Pedro y como ella había cargado con todas las culpas sin involucrar al verdadero culpable de todo. Mario no duda en ponerse manos a la obra para tratar de ayudar a su amiga. Ramón a la fuga se cita con Juanjo tras una misteriosa llamada. Mientras Pedro, que volvía de su sesión de rehabilitación tan feliz, se encuentra con Sandra (su hermana), Rafa (inseparables ambos) y su abogado, que rompe el silencio para decirle que en un par de días comenzará su juicio por el accidente de tráfico. La cosa está muy complicada porque el fiscal y la familia van a pedir pena de cárcel por intento de homicidio involuntario y le invita a que asista al juicio para intentar mejorar su situación. Pedro se derrumba pensando en la pobre Ana, con la de problemas que ya tiene... cómo va a afrontar esto también.
Os dejo con el capítulo, con una gran emoción de ver como finaliza lo que empezamos el primer lunes de Enero. Besetes a tod@s. Nos leemos.


XXVII.     Siguiendo al instinto


Tras una frenética huida Ramón consigue llegar al almacén de su jefe y amigo. Su única obsesión era abandonar la isla lo antes posible para librar a la policía que seguramente ya estarían buscándoles y empezar una nueva vida con su hijo en España. Comenzar de nuevo, otra vez…
—¿Qué ocurre Ramón? Tu llamada me ha preocupado…
—Tranquilo “jefe” —remarcando esto último—. No pasa nada. Necesito salir por un tiempo de este maldito país. El reencuentro con Mary y conocer a mi hijo después de tanto tiempo me ha afectado bastante. Necesito un tiempo… He decidido volver unos días a España, visitar a familiares y despejar mi cabeza un poco. Pero para eso necesito dos favores…
—Lo que sea amigo —contestó un preocupado Juanjo—. ¿Qué necesitas, Ramón?
—Lo primero que me des unos días de permiso, claro.
—Hecho.
—Y después que me prepares todo lo necesario para embarcar con mi coche. Tu sabes como funciona todo ese rollo, lo has hecho miles de veces con las furgonetas para repartos a Europa.
—No te preocupes. Hago las gestiones y te aviso cuando lo tenga preparado. En un par de días estarás de nuevo en España.
Ramón torno gris su rostro e inquirió…
—Me quiero ir ya mismo. No puedo más. Mira a ver que puedes hacer, por favor.
—Vamos a la oficina y veamos que posibilidades hay, pero será complicado.
Ambos se dirigieron al despacho de Juanjo y este comenzó a hacer todas las gestiones rápidamente. Le tenía un cariño especial a Ramón, y dejó de lado su trabajo en ese momento para ayudar a su amigo. Enseguida levantó la cara de la pantalla le informó de la situación.
—Nada de ferries, imposible. Ni a España ni a Francia en unos días. Está todo completo. Puedo conseguirte si quieres un billete de avión y enviarte el coche en unos días…
—No, no… prefiero ir con mi coche. Mira a ver en tren.
Tras unas comprobaciones telemáticas Juanjo asintió con la cabeza.
—Estas de suerte amigo. El tren sale en tres horas, si sales ya llegarás a tiempo a Folkestone, tienes casi dos horas hasta allí. El Shuttle te dejará en Calais. ¿Quieres algún enlace a París?
—No, prefiero dejarlo en Calais y conducir hasta España. Hacer kilómetros en este carro me despejará y me tendrá ocupado. Por eso no quiero ir de “turista”. Necesito estar ocupado y lejos a la vez… No se si me entiendes Juanjo.
—Sí, perfectamente —aunque la explicación de su amigo había sido bastante ambigua no quería contradecirle ni pedirle más explicaciones—. Vete ya si no quieres perder el tren —Juanjo recogió de la impresora unos documentos y se los entregó a Ramón—. Toma, el billete. Mantente en contacto conmigo eh, que me dejas un poco preocupado.
—Tranquilo hombre, estaré bien, pero ahora necesito unos días para aclararme. En unos días estoy de nuevo dándole a la furgoneta —Ramón le tendió la mano a Juanjo a modo de despedida y este en un acto impulsivo lo trajo para si con fuerza y se estrecharon en un intenso abrazo. Ambos sabían que la despedida era definitiva pero ninguno se atrevió a dar o pedir más explicaciones—. ¡Sin mariconadas, eh! —dijo Ramón apartando un poco a Juanjo, y dándole unas palmaditas en la cara con ambas manos salió de la oficina a toda prisa.
Cuando hubo abandonado el almacén donde trabajaba y se encontró a una prudencial distancia, detuvo su vehículo en un recóndito lugar y abrió el maletero. Allí estaba agazapado Jack al que la luz externa hizo contraer sus pupilas y se llevó las manos al rostro.
—Muy bien campeón. ¡Lo has hecho genial! Ahora nos vamos de excursión. ¡Verás a dónde te va a llevar papi!


—Hugo, ¿como estás? —Mario comenzaba sus gestiones para intentar ayudar a Ana—. Necesito hablar contigo.
—Solo hablar… que pena. Todavía me empalmo cada vez que recuerdo como terminó la última vez que quedamos para hablar.
—No te hagas ilusiones, no van por ahí los tiros. Necesito tus servicios profesionales esta vez. Tengo una amiga que está en apuros y tenemos que ayudarla.
—¿Te la estás tirando?
—No. Te he dicho que es una amiga.
—Maldito bisexual, ¿y yo que soy para ti?
Mario no entró en ese juego, sabía perfectamente que con Hugo no se podía discutir, siempre salía perdiendo.
—En fin… quedamos esta tarde y te explico.
El interfono sonó repetidamente en cortos e insistentes tonos. Era Olga. Cuando abrió la puerta de su piso ella entró en la estancia con el habitual halo que la envuelve e invade el recinto donde se encuentra. Traía unos vaqueros muy ajustados y un top negro abrochado con corchetes dejando liberados los dos primeros y los dos últimos, mostrando así su ombligo e insinuando un terrible escote. Las botas negras de cuero con flecos combinaban perfectamente con el top y su bandolera de piel negra. Su instinto femenino la había llevado hasta allí en busca de algo… no sabía el qué pero tenía claro que Mario era el hombre clave para acercarle a Ana y Pedro. Mario la miraba en silencio. Ella actuaba como si se encontrara sola en el salón, curioseaba inocentemente las estanterías y se entretenía con un magacín que llamó su atención de entre varios que poblaban la mesa de centro. Mario perplejo se espatarró en el sofá a la espera de algún tipo de respuesta de su sorprendente visita. Ella percibió su movimiento y lentamente se acercó a él, muy despacio se fue inclinando hasta terminar gateando sensualmente hasta llegar al sofá y muy provocativamente trepar sobre el cuerpo de Mario hasta llegar a sus labios. Mario estaba atónito a la par que convencido de lo que iba a pasar cuando vio quién era su inesperada visita. Ella insistió con su lengua alrededor de los labios de Mario y él se dejó hacer…


Pedro había llegado hasta los juzgados acompañado de Sandra y Rafa. Su recuperación era tan buena que esa misma mañana le habían preparado el alta para la mañana siguiente. Mañana volvía a casa y Ana le había pedido que se instalara en su apartamento, querían darse una oportunidad y estar juntos en los últimos meses de gestación de los bebés. Pedro encantado había aceptado, le ilusionaba la idea de compartir ese momento, cuidarse mutuamente y estar juntos, cerquita el uno del otro. Ahora con la jugada maestra de Olga ella también los tendría muy cerca, su instinto femenino no le había defraudado…
Pero hoy toda la atención de Pedro se centraba en el juicio. Caminaba bastante bien con las muletas, aunque hubiera preferido asistir con la silla de ruedas, su compañera de escapadas en los últimos meses, pero su abogado le recomendó que cuanto más pudiera valerse por si mismo mejor para quitarle importancia a la gravedad del accidente. Estaba citado a las once de la mañana por su abogado que le pondría al día de todos los pasos y acontecimientos que se iban a suceder. Después, sobre el mediodía comenzaría la vista.

Ana se sentía realmente incómoda esa mañana, había vomitado ya más de media docena de veces y el ardor de estómago la estaba matando. A duras penas llegó hasta la cocina en busca de su ansiada sal de frutas para aliviar los síntomas. Una cucharadita y estaría preparada para acudir a la cita y acompañar a Pedro en tan duro trance. Abrió el armario donde solía guardarla y se encontró con el bote vacío. Otra arcada, aquello no paraba. Y ese ardor la estaba consumiendo. Para colmo patada sincronizada de los gemelos, el dolor era intenso y tuvo que sentarse en el suelo de la cocina hasta que remitió lo suficiente como para poder tomar una decisión coherente: bajar a la farmacia le suponía un enorme esfuerzo, así que optó por subir a casa de Mario que seguro que guardaba algo de sal de frutas ya que la utilizaba a menudo para paliar los efectos devastadores del alcohol en su estómago tras las continuas noches de juerga. Se cubrió con una fina bata de estar por casa y tal cual iba con su pijama de Betty Boop se dispuso a subir para ver al chico que nunca le fallaba y al que sentía como su hermano pequeño.
A duras penas subió los escalones que separaban una planta de la otra cuando a medio camino oyó una voz femenina familiar procedente del piso de Mario. ¡Era Olga! Rápidamente retrocedió hasta aguardar en el descansillo haciendo oreja…
—¡Ciao bello! Esta noche regresaré y te daré algo nuevo y salvaje que te hará estremecerte durante horas. Repón fuerzas tigre que las vas a necesitar.
—Adiós preciosa —se escuchó a Mario. Y la puerta se cerró lentamente.
Ana no sabía que hacer, dudó un instante si regresar a su piso antes de que Olga bajara o subir de todos modos. Si bajaba Olga la iba a alcanzar puesto que en su estado era todo menos rápida, así que para arriba como si acabara de llegar hasta ese punto. Olga enseguida alcanzó el rellano y desde su elevada posición observó como Ana subía haciendo ver que no había oído nada.
—Hola Anita, ¿qué mal te veo, no? ¿Te encuentras bien? —con un elevado tono de sarcasmo.
—Estoy estupenda. ¿Qué haces tú aquí?
—He despertado en la cama de tu vecinito. ¿Lo has probado alguna vez? ¡Es fuego puro!
—¡Ni se te ocurra hacerle daño a Mario también! ¿No has tenido suficiente con jodernos la vida a Pedro y a mí? ¡No quiero volver a verte por aquí!
—Pues ve acostumbrándote a verme por la zona porque a este lo tengo muy pillado… Como a tu Pedrito, ¿recuerdas? Ningún hombre se me resiste, tengo esto —y contoneándose dibujó con ambas manos un camino desde sus pechos hasta su parte más íntima a la par que se mordía la parte izquierda del labio inferior. Cuando sus manos se juntaron en tan erógena zona le guiñó un ojo y le lanzó un beso. Bajó las escaleras sin perderle la mirada y una vez que superó su posición descendió con un ritmo de quinceañera despreocupada que acabó de sacarla de sus casillas.
—¡Zorra! —susurró…


En dos días estarían en España, reinventándose por enésima vez y con la ilusión de tener una vida plena con su hijo. Eso se repetía mientras conducía atravesando Francia. De momento sin peligro aparente, circulando por carreteras secundarias y parando en pueblecitos pequeños donde fuera más difícil que esos garrulos franchutes estuvieran alerta de un varón de mediana edad de pelo moreno y perilla secuestrando a su propio hijo. Simplemente parecían un padre y su hijo regresando a España después de unas buenas vacaciones en la ciudad de la luz. Eso repetía una y otra vez hasta el punto de creerlo a pies juntillas.
Pero para que ese plan fuera perfecto necesitaba una figura femenina que empatizara con Jack y le hiciera olvidar lo antes posible a su madre por la que el chaval preguntaba a menudo. Entonces la llamó. El tono de espera sonaba incesante una y otra vez. Estaba claro que en estos momentos no podía atenderle así que reorganizó sus ideas, volvió a marcar y esperó a que saltara el buzón de voz.
—Hola cariño, sé que últimamente no he sido mi mejor versión pero la distancia me ha hecho ver quién es la mujer de mi vida. Te echo de menos y necesito verte. Si oyes este mensaje y todavía sientes algo por mí ve a la casita en el campo de tus padres donde pasamos aquel fin de semana tan especial y espérame que mañana por la tarde estaré allí contigo de nuevo. Te quiero Patricia…


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