Ya estamos de vuelta tras el merecido descanso veraniego. Con más de 18.000 visitas arrancamos la segunda temporada de Nuestra historia para encarar la recta final, deseosos de que leáis los nuevos capítulos que tenemos preparados. Cada lunes puntualmente a las 21 horas llegará uno tras otro hasta desembocar en el número 43 que será el que cierre la trama, allá por mediados de Diciembre. Si has perdido el hilo de la historia, te incorporas ahora o simplemente deseas refrescar la memoria, estamos preparando un resumen de los acontecimientos ocurridos en la primera temporada, así que estad atentos al blog y a las redes sociales porque irán apareciendo en los próximos días. Con esto queremos atender a las peticiones de varios de vosotros que lo solicitabais.
La trama nos dejó en vilo a todos con el último capítulo de Lorena Aznar (Estamos contigo) con Ramón secuestrando al pequeño Jack en Londres, intentando que Juanjo le ayudara a salir del país. Mientras en España Olga sigue cabreada con Ramón por colgarle el teléfono y fastidiarle el plan urdido por ambos para conquistar a Pedro y Ana respectivamente. Por su parte Ana llama a Mario tras recibir la citación judicial por el robo de material en el hospital y para explicarle todo lo sucedido ultimamente con Ramón: el secuestro, el robo de material médico, el por qué no había querido contarle nada a Pedro y como ella había cargado con todas las culpas sin involucrar al verdadero culpable de todo. Mario no duda en ponerse manos a la obra para tratar de ayudar a su amiga. Ramón a la fuga se cita con Juanjo tras una misteriosa llamada. Mientras Pedro, que volvía de su sesión de rehabilitación tan feliz, se encuentra con Sandra (su hermana), Rafa (inseparables ambos) y su abogado, que rompe el silencio para decirle que en un par de días comenzará su juicio por el accidente de tráfico. La cosa está muy complicada porque el fiscal y la familia van a pedir pena de cárcel por intento de homicidio involuntario y le invita a que asista al juicio para intentar mejorar su situación. Pedro se derrumba pensando en la pobre Ana, con la de problemas que ya tiene... cómo va a afrontar esto también.
Os dejo con el capítulo, con una gran emoción de ver como finaliza lo que empezamos el primer lunes de Enero. Besetes a tod@s. Nos leemos.
XXVII. Siguiendo al instinto
Tras una frenética huida
Ramón consigue llegar al almacén de su jefe y amigo. Su única obsesión era
abandonar la isla lo antes posible para librar a la policía que seguramente ya
estarían buscándoles y empezar una nueva vida con su hijo en España. Comenzar
de nuevo, otra vez…
—¿Qué ocurre Ramón? Tu
llamada me ha preocupado…
—Tranquilo “jefe”
—remarcando esto último—. No pasa nada. Necesito salir por un tiempo de este
maldito país. El reencuentro con Mary y conocer a mi hijo después de tanto
tiempo me ha afectado bastante. Necesito un tiempo… He decidido volver unos
días a España, visitar a familiares y despejar mi cabeza un poco. Pero para eso
necesito dos favores…
—Lo que sea amigo
—contestó un preocupado Juanjo—. ¿Qué necesitas, Ramón?
—Lo primero que me des
unos días de permiso, claro.
—Hecho.
—Y después que me
prepares todo lo necesario para embarcar con mi coche. Tu sabes como funciona
todo ese rollo, lo has hecho miles de veces con las furgonetas para repartos a
Europa.
—No te preocupes. Hago
las gestiones y te aviso cuando lo tenga preparado. En un par de días estarás
de nuevo en España.
Ramón torno gris su
rostro e inquirió…
—Me quiero ir ya mismo.
No puedo más. Mira a ver que puedes hacer, por favor.
—Vamos a la oficina y
veamos que posibilidades hay, pero será complicado.
Ambos se dirigieron al
despacho de Juanjo y este comenzó a hacer todas las gestiones rápidamente. Le
tenía un cariño especial a Ramón, y dejó de lado su trabajo en ese momento para
ayudar a su amigo. Enseguida levantó la cara de la pantalla le informó de la
situación.
—Nada de ferries,
imposible. Ni a España ni a Francia en unos días. Está todo completo. Puedo
conseguirte si quieres un billete de avión y enviarte el coche en unos días…
—No, no… prefiero ir con
mi coche. Mira a ver en tren.
Tras unas comprobaciones
telemáticas Juanjo asintió con la cabeza.
—Estas de suerte amigo.
El tren sale en tres horas, si sales ya llegarás a tiempo a Folkestone, tienes
casi dos horas hasta allí. El Shuttle te dejará en Calais. ¿Quieres algún
enlace a París?
—No, prefiero dejarlo en
Calais y conducir hasta España. Hacer kilómetros en este carro me despejará y
me tendrá ocupado. Por eso no quiero ir de “turista”. Necesito estar ocupado y
lejos a la vez… No se si me entiendes Juanjo.
—Sí, perfectamente
—aunque la explicación de su amigo había sido bastante ambigua no quería
contradecirle ni pedirle más explicaciones—. Vete ya si no quieres perder el
tren —Juanjo recogió de la impresora unos documentos y se los entregó a Ramón—.
Toma, el billete. Mantente en contacto conmigo eh, que me dejas un poco
preocupado.
—Tranquilo hombre,
estaré bien, pero ahora necesito unos días para aclararme. En unos días estoy
de nuevo dándole a la furgoneta —Ramón le tendió la mano a Juanjo a modo de
despedida y este en un acto impulsivo lo trajo para si con fuerza y se
estrecharon en un intenso abrazo. Ambos sabían que la despedida era definitiva
pero ninguno se atrevió a dar o pedir más explicaciones—. ¡Sin mariconadas, eh!
—dijo Ramón apartando un poco a Juanjo, y dándole unas palmaditas en la cara
con ambas manos salió de la oficina a toda prisa.
Cuando hubo abandonado
el almacén donde trabajaba y se encontró a una prudencial distancia, detuvo su
vehículo en un recóndito lugar y abrió el maletero. Allí estaba agazapado Jack
al que la luz externa hizo contraer sus pupilas y se llevó las manos al rostro.
—Muy bien campeón. ¡Lo
has hecho genial! Ahora nos vamos de excursión. ¡Verás a dónde te va a llevar
papi!
—Hugo, ¿como estás?
—Mario comenzaba sus gestiones para intentar ayudar a Ana—. Necesito hablar
contigo.
—Solo hablar… que pena.
Todavía me empalmo cada vez que recuerdo como terminó la última vez que
quedamos para hablar.
—No te hagas ilusiones,
no van por ahí los tiros. Necesito tus servicios profesionales esta vez. Tengo
una amiga que está en apuros y tenemos que ayudarla.
—¿Te la estás tirando?
—No. Te he dicho que es
una amiga.
—Maldito bisexual, ¿y yo
que soy para ti?
Mario no entró en ese
juego, sabía perfectamente que con Hugo no se podía discutir, siempre salía
perdiendo.
—En fin… quedamos esta
tarde y te explico.
El interfono sonó
repetidamente en cortos e insistentes tonos. Era Olga. Cuando abrió la puerta
de su piso ella entró en la estancia con el habitual halo que la envuelve e
invade el recinto donde se encuentra. Traía unos vaqueros muy ajustados y un
top negro abrochado con corchetes dejando liberados los dos primeros y los dos
últimos, mostrando así su ombligo e insinuando un terrible escote. Las botas
negras de cuero con flecos combinaban perfectamente con el top y su bandolera
de piel negra. Su instinto femenino la había llevado hasta allí en busca de
algo… no sabía el qué pero tenía claro que Mario era el hombre clave para
acercarle a Ana y Pedro. Mario la miraba en silencio. Ella actuaba como si se
encontrara sola en el salón, curioseaba inocentemente las estanterías y se
entretenía con un magacín que llamó su atención de entre varios que poblaban la
mesa de centro. Mario perplejo se espatarró en el sofá a la espera de algún
tipo de respuesta de su sorprendente visita. Ella percibió su movimiento y
lentamente se acercó a él, muy despacio se fue inclinando hasta terminar
gateando sensualmente hasta llegar al sofá y muy provocativamente trepar sobre
el cuerpo de Mario hasta llegar a sus labios. Mario estaba atónito a la par que
convencido de lo que iba a pasar cuando vio quién era su inesperada visita.
Ella insistió con su lengua alrededor de los labios de Mario y él se dejó
hacer…
Pedro había llegado
hasta los juzgados acompañado de Sandra y Rafa. Su recuperación era tan buena
que esa misma mañana le habían preparado el alta para la mañana siguiente.
Mañana volvía a casa y Ana le había pedido que se instalara en su apartamento,
querían darse una oportunidad y estar juntos en los últimos meses de gestación
de los bebés. Pedro encantado había aceptado, le ilusionaba la idea de
compartir ese momento, cuidarse mutuamente y estar juntos, cerquita el uno del
otro. Ahora con la jugada maestra de Olga ella también los tendría muy cerca,
su instinto femenino no le había defraudado…
Pero hoy toda la
atención de Pedro se centraba en el juicio. Caminaba bastante bien con las
muletas, aunque hubiera preferido asistir con la silla de ruedas, su compañera
de escapadas en los últimos meses, pero su abogado le recomendó que cuanto más
pudiera valerse por si mismo mejor para quitarle importancia a la gravedad del
accidente. Estaba citado a las once de la mañana por su abogado que le pondría
al día de todos los pasos y acontecimientos que se iban a suceder. Después,
sobre el mediodía comenzaría la vista.
Ana se sentía realmente
incómoda esa mañana, había vomitado ya más de media docena de veces y el ardor
de estómago la estaba matando. A duras penas llegó hasta la cocina en busca de
su ansiada sal de frutas para aliviar los síntomas. Una cucharadita y estaría
preparada para acudir a la cita y acompañar a Pedro en tan duro trance. Abrió
el armario donde solía guardarla y se encontró con el bote vacío. Otra arcada,
aquello no paraba. Y ese ardor la estaba consumiendo. Para colmo patada
sincronizada de los gemelos, el dolor era intenso y tuvo que sentarse en el
suelo de la cocina hasta que remitió lo suficiente como para poder tomar una
decisión coherente: bajar a la farmacia le suponía un enorme esfuerzo, así que
optó por subir a casa de Mario que seguro que guardaba algo de sal de frutas ya
que la utilizaba a menudo para paliar los efectos devastadores del alcohol en
su estómago tras las continuas noches de juerga. Se cubrió con una fina bata de
estar por casa y tal cual iba con su pijama de Betty Boop se dispuso a subir
para ver al chico que nunca le fallaba y al que sentía como su hermano pequeño.
A duras penas subió los
escalones que separaban una planta de la otra cuando a medio camino oyó una voz
femenina familiar procedente del piso de Mario. ¡Era Olga! Rápidamente
retrocedió hasta aguardar en el descansillo haciendo oreja…
—¡Ciao bello! Esta noche
regresaré y te daré algo nuevo y salvaje que te hará estremecerte durante
horas. Repón fuerzas tigre que las vas a necesitar.
—Adiós preciosa —se
escuchó a Mario. Y la puerta se cerró lentamente.
Ana no sabía que hacer,
dudó un instante si regresar a su piso antes de que Olga bajara o subir de
todos modos. Si bajaba Olga la iba a alcanzar puesto que en su estado era todo
menos rápida, así que para arriba como si acabara de llegar hasta ese punto.
Olga enseguida alcanzó el rellano y desde su elevada posición observó como Ana
subía haciendo ver que no había oído nada.
—Hola Anita, ¿qué mal te
veo, no? ¿Te encuentras bien? —con un elevado tono de sarcasmo.
—Estoy estupenda. ¿Qué
haces tú aquí?
—He despertado en la
cama de tu vecinito. ¿Lo has probado alguna vez? ¡Es fuego puro!
—¡Ni se te ocurra
hacerle daño a Mario también! ¿No has tenido suficiente con jodernos la vida a
Pedro y a mí? ¡No quiero volver a verte por aquí!
—Pues ve acostumbrándote
a verme por la zona porque a este lo tengo muy pillado… Como a tu Pedrito,
¿recuerdas? Ningún hombre se me resiste, tengo esto —y contoneándose dibujó con
ambas manos un camino desde sus pechos hasta su parte más íntima a la par que
se mordía la parte izquierda del labio inferior. Cuando sus manos se juntaron
en tan erógena zona le guiñó un ojo y le lanzó un beso. Bajó las escaleras sin
perderle la mirada y una vez que superó su posición descendió con un ritmo de
quinceañera despreocupada que acabó de sacarla de sus casillas.
—¡Zorra! —susurró…
En dos días estarían en
España, reinventándose por enésima vez y con la ilusión de tener una vida plena
con su hijo. Eso se repetía mientras conducía atravesando Francia. De momento
sin peligro aparente, circulando por carreteras secundarias y parando en
pueblecitos pequeños donde fuera más difícil que esos garrulos franchutes
estuvieran alerta de un varón de mediana edad de pelo moreno y perilla
secuestrando a su propio hijo. Simplemente parecían un padre y su hijo
regresando a España después de unas buenas vacaciones en la ciudad de la luz.
Eso repetía una y otra vez hasta el punto de creerlo a pies juntillas.
Pero para que ese plan
fuera perfecto necesitaba una figura femenina que empatizara con Jack y le
hiciera olvidar lo antes posible a su madre por la que el chaval preguntaba a
menudo. Entonces la llamó. El tono de espera sonaba incesante una y otra vez.
Estaba claro que en estos momentos no podía atenderle así que reorganizó sus
ideas, volvió a marcar y esperó a que saltara el buzón de voz.
—Hola cariño, sé que
últimamente no he sido mi mejor versión pero la distancia me ha hecho ver quién
es la mujer de mi vida. Te echo de menos y necesito verte. Si oyes este mensaje
y todavía sientes algo por mí ve a la casita en el campo de tus padres donde
pasamos aquel fin de semana tan especial y espérame que mañana por la tarde
estaré allí contigo de nuevo. Te quiero Patricia…
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