XXVIII. El juicio de Pedro
Sandra y Rafa se
despidieron de Pedro en la puerta del juzgado de primera instancia justo en el
momento en que se encontró con su abogado. Irían después a la vista donde se
sentarían entre el público.
—Hola Pedro —le dijo su
abogado—. Hoy es el día.
Pedro estaba algo
nervioso. El abogado se lo había proporcionado su seguro de coche. Era un buen
abogado que le había dicho que esto era pan comido, que estas cosas pasaban
todos los días y que si no tenía antecedentes sería imposible que pudiera
ingresar en prisión. Pero Pedro no había sido totalmente sincero con su
abogado, no le había contado que estaba hablando por el móvil en el momento del
accidente. Tenía un miedo irracional a que la compañía no le cubriera las
indemnizaciones por este hecho en el caso de resultar culpable.
Entraron en el edificio
tras pasar por el arco de seguridad. Era un viejo edificio de techos altos.
Subieron en el ascensor al segundo piso. Siguieron por un pasillo hasta llegar
a un pequeño despacho.
—Esta oficina la usamos
como sala de reuniones antes de los juicios —le dijo su abogado.
—La señora de la otra
parte no tenía intención de denunciar, pero su hijo lo ha hecho. Quiere sacar
tajada —dijo Pedro.
—No será fácil de
defender. Deberás de declararte culpable y llegar a un acuerdo. No tenemos
testigos ni pruebas que avalen otra versión. Donde debemos de presentar batalla
es en el parte de lesiones que nos presenten para la indemnización y la pena
que puedan pedir para ti. Recuerda que no puedes hablar por ti mismo si no se
te dirige a ti el juez o uno de los letrados. Yo soy tu voz en el juzgado.
Vamos para la sala de vistas, ya se acerca la hora.
Salieron del despacho y
se dirigieron de nuevo al ascensor. Subieron al sexto piso y volvieron a
adentrarse en los pasillos. No era un edificio especialmente solemne, se notaba
que era un lugar de trabajo. Pudo ver alguna puerta de algún despacho abierta
en la que se amontonaban cientos de expedientes. A Pedro le recordó a su vieja
facultad.
¡Dios mío, como no se
podía haber acordado antes! Pensando en sus tiempos en la universidad recordó
que tuvo un problema con la justicia. Se había visto involucrado en unos
altercados durante una manifestación y había acabado en comisaría. La cosa
acabó en nada, pero le hacía contar con antecedentes penales. Se le heló la
sangre en las venas. Su abogado tenía muy claro que era imposible que pudiera
acabar en prisión, pero esto lo cambiaba todo. No podía acabar de ninguna de
las maneras en la cárcel, menos ahora que iba a ser padre y se estaban
arreglando las cosas con Ana. No podía imaginar a los gemelos teniendo que ir a
verlo a prisión.
Ángel —que así se
llamaba su abogado, susurró Pedro—. Acabo de recordar algo muy importante.
—Dime Pedro.
—Tengo antecedentes por
unos altercados cuando era universitario.
—Esto lo cambia todo,
Pedro. Es demasiado tarde para pensar en una estrategia. Intentaré aplazar la
vista.
Conforme se acercaban a
la sala de vistas se le hacía un nudo en el estómago. Lo que hasta ahora sólo
había sido un trámite burocrático, para que su compañía pagara más o menos
dinero, había tomado un carácter dramático para él. Su pequeño secreto podía
resultar determinante: podía acabar con sus huesos en la cárcel además de
quizás tener que hacerse cargo de unas cifras desorbitadas de dinero.
Llegaron a la puerta de
la sala.
Esperando en la puerta pudo ver a la conductora del
otro coche junto con un señor con un maletín, debía de ser su abogado. Con
ellos estaban dos hombres más.
La señora se acercó a
Pedro.
—Que tal te encuentras
hijo —le dijo.
Pudo ver que la señora
no estaba cómoda en aquella situación y que no le quería hacer ningún mal. Vio
la bondad en sus ojos.
Antes de que pudiera si
quiera responder uno de los hombres la cogió del brazo y la apartó de Pedro.
Mientras miró a Pedro
con aire despectivo dijo:
—No hables con él mamá.
Así como en la mujer
había podido ver bondad, en su hijo sólo vio codicia y maldad. Sin duda había
manipulado a su madre para intentar sacar todo el dinero posible.
Al minuto salió una secretaria
de la sala.
—Ya pueden entrar —dijo.
Era una sala pequeña.
Tenía un pequeño estrado con tres mesas, una en el centro y otras dos a los
lados. También le recordaba a un aula. En la mesa central estaban el juez y el
secretario judicial. Llevaban puestas las togas con los puños y cuello blancos,
como de encaje. Los abogados se las habían puesto también antes de entrar, pero
las de éstos no tenían el cuello ni los puños blancos, eran solo negras. Ver a
aquellos dos señores tan solemnes terminó de poner nervioso a Pedro. Al lado de
ellos estaba la secretaría que escribiría el acta del juicio. En la sala había
unas cuantas decenas de sillas para el público.
Ángel y Pedro se
sentaron en la mesa de la derecha del juez. En la mesa de enfrente estaban el
abogado y el hijo de la señora como parte acusatoria. La señora estaba sentada
abajo entre el público. A su lado estaba el otro hombre. Pedro vio que Sandra y
Rafa estaban tomando asiento. No había nadie más en la sala.
Ángel se dirigió al
tribunal y pidió que se aplazara la vista pero no fue capaz de encontrar
razones de peso para que el juez lo hiciera. Se le denegó la posibilidad.
—Tendré que improvisar…
—le susurró a Pedro.
El juez se dirigió a
Pedro:
—El acusado exponga su
versión de los hechos.
Pedro se puso en pie,
estaba empezando a sudar a pesar de que la temperatura en la sala era
agradable. Relató lo sucedido aquel día, omitiendo deliberadamente todo lo
relativo a la llamada por el teléfono móvil. Dijo que la distracción fatal se
produjo porque iba absorto en sus pensamientos. Había cometido perjurio, un
delito más pensó. Ya se veía en Soto del Real con su traje a rayas.
Cuando hubo terminado,
el juez se dirigió a la señora en calidad de testigo, y le pidió lo mismo.
Tampoco nombró nada del
teléfono móvil. Pedro respiró por un momento.
El abogado de la
acusación tomo la palabra:
—Señor Pedro López, creo que está muy claro que usted se saltó un semáforo
en rojo como usted mismo ha admitido en su exposición de los hechos y colisionó
con la madre de mi cliente. Está claro que la infracción fue cometida por
usted.
Pedro y Ángel no
tuvieron nada que objetar.
—Esta infracción provocó
un accidente en el que la madre de mi cliente sufrió graves heridas de las que
necesitó, además, un periodo de
rehabilitación. Presento al tribunal el parte de lesiones de la mujer.
Le entregó una copia a Ángel. Pido una indemnización de 200.000 euros por daños
físicos y morales. Por otro lado —prosiguió—, se pide que los hechos sean
considerados como homicidio por imprudencia en grado de tentativa. Llamo a
declarar a mi testigo, señor Antonio Martínez.
—Señor Martínez, póngase
en pie —ordenó el juez.
El abogado de la
acusación prosiguió:
—¿Es cierto que usted se
encontraba esperando para cruzar el semáforo y que este señor, ahí sentado, se
saltó el semáforo en rojo?
—Sí lo es —respondió.
—¿Vio algo extraño en la
forma de conducir del acusado?. ¿Quizá alguna infracción grave al código de
circulación?
—Sí, estaba hablando por
el móvil.
No tengo nada más que
añadir, dijo el abogado y tomo asiento.
Sandra y Rafa se sobresaltaron.
Ángel se indignó.
Ángel se levantó y tomo
la palabra. Alegó que el accidente se había producido debido a una infracción y
que eso era todo. No podía ser tomado como intento de homicidio por
imprudencia. Se le denegó esta posibilidad.
—Eso lo decidirá este
tribunal —concluyó el juez.
Sobre la indemnización
pidió revisar las pruebas periciales por otro perito. El juez le aceptó esto
último.
Ángel terminó.
El juez tomó la palabra:
—El juicio queda visto
para sentencia. Recibirán la sentencia por carta certificada. Frente a esta
sentencia cabrá recurso ante la audiencia provincial.
Ángel y Pedro se
levantaron.
—¿Cómo me has podido
ocultar lo del teléfono móvil? Tengo que conocer todo lo ocurrido con pelos y
señales, ¡no puedes mentirme! Además el tribunal te puede acusar de perjurio,
¿sabes? —dijo Ángel—. Alegaré que con los nervios del momento se te olvidó. No
será fácil, ¡me lo has complicado mucho, diantre!
Una vez se hubo calmado
continuó:
—No creo que el juez te
quiera meter en la cárcel. Con la nueva ley de circulación podría hacerlo, pero
le debes a la fortaleza de esa señora que es poco probable que ocurra. Si el
resultado hubiera acabado en muerte casi seguro que acabarías en prisión.
Tendrás pérdida de puntos, pero eso tiene una importancia menor.
Pedro se sintió
aliviado, pero el tiempo de incertidumbre hasta la espera de la sentencia se le
haría eterno. Además había que sumar que Ángel debía de presentar las nuevas
pruebas periciales para rebajar la indemnización, así como su alegación para
evitar la acusación por perjurio. La compañía si se haría cargo de la
indemnización a pesar de que estuviera hablando por el móvil, pero este hecho
podía cambiar la visión del tribunal sobre mandarlo o no a prisión.
Salieron de la sala.
Sandra y Rafa estaban esperando. Ella le dio un abrazo y un beso.
—No ha ido demasiado mal
—intentó animarlo.
—Sí, supongo —respondió.
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