Tras el gran capítulo de la semana pasada de Alberto Bello (28. El juicio de Pedro) que continúa el trepidante inicio de temporada y se centra como su propio título indica en el juicio de Pedro, aparcado desde el principio de la trama. El capítulo comienza con Sandra y Rafa acompañando a Pedro hasta la puerta de los juzgados. Allí lo dejan con su abogado (proporcionado por el propio seguro). Su abogado estaba seguro de sacar airoso a su defendido fácilmente, pero Pedro no había sido sincero con él ya que le había ocultado que iba hablando por el móvil en el momento de la colisión. De camino a la sala del juicio Pedro recuerda que en sus tiempos universitarios tuvo un problema con la justicia, que al final quedo en nada pero que le hacía contar con antecedentes penales. En la puerta de la sala se encuentran con la mujer contra la que chocó, esta se interesa por su salud pero su hijo le impide que medien palabra.
El juicio comienza y Ángel (el abogado) pide un aplazamiento que el juez deniega. Todo parece discurrir por los cauces previstos hasta que la parte acusadora llama a declarar a un testigo que afirma haber visto a Pedro hablar por el móvil en el momento del suceso. Eso lo cambia todo. El juicio queda visto para sentencia, deberán esperar hasta que reciban el resultado, pero Pedro podría acabar en la cárcel.
¿Cómo continuará esta dramática situación? ¿Qué pasos seguirán Ana y Pedro en sus procesos judiciales? ¿Insistirá Olga en su plan para conquistar a Pedro? ¿Podrá Mario ayudar a Ana tal y como se ha comprometido? ¿Cómo finalizará la huida de Ramón secuestrando a su hijo? ¿Patricia responderá al mensaje de Ramón? ¿Sandra y Rafa continuarán con su fantástica relación? No os perdáis el capítulo de hoy.
XXIX. Todo se complica
Era sábado, y Olga no
tenía que ir al hospital, por lo que quedó con Mario para comer en su casa.
Deciden quedar a las
13.00 h, pero Olga siempre ha sido muy puntual, demasiado puntual, tan puntual
que todavía falta más de media hora y ella ya está en los alrededores de la
casa de Mario.
Para no molestar y hacer
un poco de tiempo, Olga pasea por las calles paralelas, cuando de pronto se
encuentra a Sandra, Rafa y Pedro, los cuales volvían del juicio que se había
realizado hacía unas horas, y del cual, Olga no tenía constancia.
A ninguno de los tres
les apetecía pararse a hablar con Olga, pero se habían encontrado en una
pequeña y estrecha calle, y por educación pararon.
—Hombre, el trío la la
lá. Qué, ¿a dar un paseo? ¿Dónde os habéis dejado a Ana? —dijo Olga con aires
sarcásticos y mirando a Pedro con cara de deseo.
—Buenos días a ti
también, Olga. No vamos a dar ningún paseo, venimos del juicio de Pedro —contestó
Rafa mientras Pedro le daba un disimulado pellizco en el brazo.
Rafa siempre había sido
un poco bocazas, y una vez más, había metido la pata. Pedro no quería contarle
lo del juicio a Olga, ya que quería hacer un borrón en lo que había pasado y
evitar que se metiera en su vida personal de nuevo.
—¿Juicio? ¿Qué juicio? Pensaba
que lo de la denuncia se había arreglado —contestó Olga sorprendida y algo
asustada— ¿Por qué no me habíais dicho nada?
Al final todo se ha
complicado —añadió Sandra al ver que no quedaba otra más que contárselo—. El
hijo quisquilloso de la señora ha seguido con todo este jaleo y, en resumen,
Pedro lo tiene muy jodido.
Pedro le lanza una
mirada asesina a Sandra (que estaba muy cabreada con su hermano por haberle
ocultado información importante al abogado) como queriéndole decir ‘‘cállate
ya’’, de la cual Sandra hace caso omiso y sigue dándole explicaciones a Olga de
lo sucedido.
—Resulta, que con los
antecedentes penales de mi querido hermanito, y con el detalle de que iba
hablando por teléfono cuando ocurrió el accidente, lo cual ocultó a su abogado
dificultándole su labor, Pedro podría acabar en la cárcel, y no durante poco
tiempo que digamos —prosiguió Sandra sin cortarse un pelo.
—¿Qué dices? —dijo Olga
sobresaltada— ¿Por qué has hecho eso, cariño? ¿Es que quieres que la cárcel nos
separe para siempre?
Pedro, con los ojos como
platos y una expresión más bien vomitiva, no daba crédito a lo que sus oídos
estaban escuchando y añadió:
—Mira Olga, punto uno:
no me llames cariño. Punto dos: si no te he contado nada es porque no quiero
que tengas nada que ver en mi vida. Olvídame.
—Bueno, sé que en
realidad tu enfado no tiene nada que ver conmigo, sino que estás molesto con la
situación, así que te perdono todas esas palabras feas que me acabas de decir
por esa boquita tan linda —contestó Olga con tono dulce y sensual— Ahora tengo
que irme, llego tarde a mi cita, ¡chao!
Olga se marcha contenta
y antes de doblar la esquina les lanza un beso a sus ‘‘amigos’’.
Mientras tanto, Patricia
llega a casa agotada después de su rutinaria mañana de ejercicio físico.
Con lo primero que se
encuentra al entrar es con el fogoso saludo de su perrito Federico, un precioso
mestizo de tamaño pequeño y de color arena el cual adoptó hace un año y medio
en una protectora canina de la ciudad. Patricia
le tiene un cariño especial a Federico, ya que su compañía le ayudó a superar
el momento más complicado de su vida, el fallecimiento de su tía, quién fue un
pilar fundamental en su vida y una segunda madre para ella.
Después de unos cuantos
lametazos de Federico, Patricia se descalza y deja las zapatillas en el alfeizar
de la ventana para que se aireen un poco. Seguidamente se tumba en el sofá,
alarga el brazo hacia la mesilla que tiene al lado y presiona el botón del
contestador para escuchar los nuevos mensajes del buzón de voz.
‘‘Tiene un mensaje
nuevo. Recibido a las 17.37 h de ayer. Para escucharlo pulse 1’’.
Patricia sigue las
instrucciones del contestador esperando el típico mensaje de publicidad, cuando
de repente comienza a escuchar una voz familiar, la de Ramón.
‘‘Hola cariño, sé que
últimamente no he sido mi mejor versión pero la distancia me ha hecho ver quién
es la mujer de mi vida. Te echo de menos y necesito verte. Si oyes este mensaje
y todavía sientes algo por mí ve a la casita en el campo de tus padres donde
pasamos aquel fin de semana tan especial y espérame que mañana por la tarde
estaré allí contigo de nuevo. Te quiero Patricia…’’
Esta se levanta
sobresaltada y vuelve a poner el mensaje ya que no da crédito a lo que está
escuchando. Su corazón comienza a latir más y más rápido y una sensación de
mariposas revoloteando en el estómago se apodera de ella. Patricia no lo había
olvidado.
Pedro por fin llega a
casa después del juicio y la incómoda situación por la que acababa de pasar
hacía unos minutos con Olga.
Allí le estaba esperando
Ana, que en cuanto oyó el sonido de las llaves abriendo la puerta se apresuró
para recibirlo.
—Hola Peter. ¿Qué tal ha
ido? ¿Ha salido todo bien? —le pregunta, casi sin dejarle cruzar la puerta—
¡Dame una alegría y dime que sí!, aunque con esa mala cara que traes… ¿ocurre
algo?
—Hola Ana, la verdad es
que todo ha ido peor de lo que imaginaba —le contesta Pedro cabizbajo—. Resulta
que se me olvidó decirle a Ángel que estaba hablando por teléfono cuando choqué
con aquella señora y eso junto a mis antecedentes, hacen que tenga pie y medio
en prisión.
—No me lo puedo creer, ¿cómo
has dejado pasar por alto algo tan importante? —contesta Ana anonadada.
—No quiero discutir por
esto, ya no hay nada que hacer. Bastante culpable me siento ya.
—Tienes razón, perdona
cariño, tenemos que estar juntos en esto. No te preocupes que seguro que al
final la suerte nos sonríe.
Ana le da un fuerte
abrazo para intentar transmitirle todo el apoyo que necesita en ese duro
momento. Después, coge su mano y la pone en su vientre, lo que le hace a Pedro
olvidar todo en ese instante y le saca la primera sonrisa del día.
Mientras Pedro va al
dormitorio para cambiarse de ropa y ponerse cómodo, le dice a Ana:
—Por cierto, cuando
volvía del juicio, para colmo nos hemos cruzado con Olga, y los bocazas de Rafa
y mi hermana le han contado con pelos y señales todo lo del juicio.
—Que pareja de
insensatos, conociendo a Olga seguro que nos lo intenta poner todo más difícil,
pero tranquilo que no va a poder con nosotros —añade Ana quitándole miga al
asunto.
Cuando Pedro sale de la
habitación con la ropa de estar por casa puesta, se relaja junto a Ana en el
sofá, quien se queda dormida plácidamente apoyada en su pecho.
Después del encuentro
con Pedro, Rafa y Sandra, Olga llega al portal de Mario justo en el momento en
el que la Señora María
se dispone a entrar.
—¡Señora María! ¡Cuánto
tiempo! —exclama Olga al ver a la anciana.
—¡Hombre Olguica! ¿Qué
tal maña? Hace mucho que no vienes por aquí ¿eh? Ven anda, dame un par de
besicos.
—Sí, la verdad es que he
estado bastante liada últimamente… —responde Olga evitando dar demasiadas
explicaciones.
—Pues que alegría me da
verte. ¿Quieres pasarte a tomar café después de comer? Y te preparo esas
magdalenas que tanto os gustaban a Ana y a ti.
—Claro que sí, me
encantaría Señora María, para recordar viejos tiempos y ponernos al día que
seguro que ha habido muchos cotilleos en este bloque —le dice Olga bromeando.
—Uy hija, no lo sabes tú
bien, y eso que una va perdiendo facultades. Bueno, luego nos vemos.
Una vez que se despiden,
Olga sube hasta el piso de Mario y antes de tocar el timbre se prepara. Suelta
su coleta para lucir su morena melena, desabrocha los dos primeros botones de
su fruncida camisa blanca dejando ver parte de su provocativo sujetador y se
sube unos centímetros su corta y ajustada falda de tubo negra.
Cuando por fin está
lista, da unos golpecitos en la puerta y Mario le abre rapidísimamente para
recibirla.
—Hola…guapetón —dice
Olga apoyada en el marco de la puerta y jugueteando con su pelo—. ¿Me dejas
entrar?
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