sábado, 7 de marzo de 2015

Colección Cupido 2015. Amor a la americana. Cristina Urdaniz Ferrer.

Continuamos con nuestros relatos pertenecientes a Colección Cupido 2015. En esta ocasión cruzamos el Atlántico para adentrarnos en la vida de una joven española en Minnesota. Así nos describe Cristina Urdaniz Ferrer esta historia romántica, precisamente desde allí. Esta joven lucenera que afronta la segunda mitad de un curso lectivo que jamás olvidará, nos trae este relato y repite participación en el blog, ya que también colaboró en un capítulo de Nuestra historia. Otra "zarracatallera" acérrima que se ha lanzado a imaginar una historia con muchas complicidades para los que la conocemos. Os dejo con él. Espero que os guste.

Besetes a tod@s. Nos leemos.


Amor a la Americana.

Sonó el terrible pitidito agudo del despertador que atravesaba mis tímpanos cada mañana. Era viernes y el sol nos daba los “Buenos días” luciendo resplandeciente, pero la temperatura rozaba los veinte grados negativos. Sí, como estáis suponiendo, hacía un frío de cojones.
Me hubiese gustado no salir de la cama y quedarme caliente en mi casa, pero como para todo el mundo… los viernes son días de escuela.
Pegué un salto de la cama y me dispuse a ducharme con agua hirviendo para combatir el famoso frío de Minnesota. Sin perder ni un minuto de mi tiempo me acicalé para ir al colegio una mañana más, mientras vociferaba algunas canciones (es de la única forma que puedo llamar a lo que salía por mi boca). Estaba feliz y contenta, pues por fin era viernes.
Salí a la calle e intenté arrancar el coche y como cada mañana tardé un rato en conseguirlo. Tomé mi camino a la escuela haciendo una paradita en “Caribou coffee”, el sitio que tiene los mejores cafés (para mi gusto) de todo el estado de Minnesota. Reitero la palabra “paradita”, porque es lo que solía hacer: parar, comprar mi café para llevar, e irme al colegio. Pero ese viernes… ocurrió algo diferente. Paré el vehículo y esperé mi turno haciendo fila como de costumbre. Todo iba sobre ruedas hasta que terminé de pagar y me dirigí hasta mi coche. Pues bien, en este momento esa torpeza que los que bien me conocen saben que me caracteriza… floreció haciéndose notar.
Choqué contra un chico joven derramando su café (ardiendo por cierto) por mi recién estrenado abrigo. Levanté mi cabeza dispuesta a pedir perdón cuando empecé a notar unas extrañas sensaciones brotando en mi cuerpo. Sensaciones de vergüenza, embobamiento como una adolescente y por supuesto calor, mucho, mucho calor (que podía ser por el café ardiendo… o no). Comencé a ponerme del mismo color que los tomates del huerto del tío Luís, completamente roja. Me quedé hipnotizada, muda, sin saber qué hacer en ese momento, pues menudo hombre tenía delante.
Podía ver su pelo rubio que asomaba por la gorra, sus ojos marrones y como no, sus espaldas de americano 4x4. No habíamos cruzado palabra y como yo había sido la culpable de tirarle el café, me decidí a pedirle perdón. Os prometo que lo intenté con todas mis fuerzas, pero nuestras miradas volvieron a cruzarse y fue técnicamente imposible porque volví a quedar embobada como una adolescente cuando besa por primera vez a su primer novio.
El rubito rompió el silencio.
—Tranquila, no te preocupes —decía, mientras tocaba mi brazo y lanzaba una radiante sonrisa haciendo que la Tierra (planeta dónde en esos instantes yo no habitaba ni de coña) pegase un frenazo.
—Me llamo Cris —sonreí dándole la mano. Como mi acento no es muy americano que digamos, el muchacho notó que no era de allí.
—Soy Brad, encantado. ¿De dónde eres?
—Llevo viviendo aquí seis meses pero soy española. —«¡Mierda, son las nueve de la mañana y tienes veinte minutos para llegar al cole! ¡Date prisa!» Mis pensamientos acechaban, así que me despedí de él—. Lamento lo ocurrido, pero tengo que marcharme —fui más sosa que la calabaza.
—Nos veremos —contestó.
Sonreí con cara de angelito y me fui con mi abrigo, ya de un color café. Una vez en el coche intenté limpiarlo con unas toallitas y entonces pensé que me había disculpado, pero no le había comprado otro café. Me sentí mal pero no tenía tiempo, llegaba tarde a trabajar y aunque me jodiera, probablemente, no lo volvería a ver más. Todo esto me hizo reflexionar sobre salir o no salir del vehículo, puesto que no quería perderle la pista, era perfecto.
El reloj marcaba las 9.07AM y debía irme pitando, así que subí la radio a tope tratando de escuchar algo que no fuese mi mente pensando en semejante varón.
Estaba sonando “Wake me up”, subí el volumen a tope y empecé a cantar gritando como si no hubiese mañana. Unos golpes suaves rozaron mi ventanilla, giré la cara y no podía creerlo… “Oh my goodness!” Era él.
En este instante se me escapó una inocente sonrisilla mientras bajaba la ventanilla.
—Olvidé darte esto —me cogió la mano y me dio un papel doblado en el que tenía apuntado su número de teléfono y su perfil de Facebook.
Asentí con la cabeza y guiñándole un ojo le dije que nos veríamos pronto.
Me dirigí por fin al trabajo, llegué muy justa. Todos mis alumnos estaban dejando las chaquetas ya en las perchas. Como os podéis imaginar estuve embobada durante todo el día y todos mis amigos TAS (profesores asistentes) me lo notaron.

Por la noche, todos quedamos para “salir a carretear” (así era como llamaban los latinos a “salir de fiesta”). Quedamos en Downtown, concretamente en el “Pourhouse”. Ese bar que tantos ratos y tantas historias nos ha hecho compartir y en el que ya nos conocían porque cada viernes allí estábamos, al pie del cañón.
Llegué la primera con Aída y mientras bebíamos nuestra correspondiente cerveza (que no era precisamente “Ambar”) le comencé a contar la razón por la que había estado hipnotizada durante todo el día. Ella, con paso firme y sin dudar ni un segundo me animó a que le dijera dónde estábamos. Aunque siempre tengo las cosas muy claras, con estos temas normalmente necesito una palmada en la espalda que me ayude a seguir, y ella siempre me la daba. Como de costumbre me lió y le hice caso agregándolo a Facebook  y mandándole un SMS que decía:
“Estoy en Pourhouse y aunque aquí no vendan café, puedo invitarte a una cerveza por lo de esta mañana”.

Poco a poco fueron llegando todos y empezamos a carretear, dándolo todo como marcaba la tradición. Al estar de fiesta con mis amigos (que son más que amigos, son mi familia americana), no me acordaba de mi nuevo amigo Brad.
Me dispuse a ir a fumar, después de ponerme tantas capas o más que una cebolla, para no morir congelada en este frío estado americano. Salí sola, pues mis amigos son muy sanos y ninguno fuma. Me puse bajo una de las estufas que hay en la puerta y comencé a disfrutar de uno de los placeres de la semana, sí, mi merecido cigarrillo de los viernes (que es de los pocos cigarros que me fumo en U.S.A., todo hay que decirlo).
En ese momento y entre la muchedumbre, alguien se puso detrás de mí, pero yo seguía dándole unas caladas a mi pitillo mientras pensaba en mis cosas (aunque solo podía pensar en él).
De repente me sentí como en un sueño, alguien tocaba mi mano, acariciando suavemente mis fríos dedos de una forma firme y muy varonil. Para mi sorpresa no fue un sueño, y cuando me giré allí estaba mi hombre. Vestía vaqueros ajustados, botas negras, camiseta negra y blanca y una camisa vaquera. Iba perfectamente peinado, afeitado, perfumado y de él colgaba su perfecta y sexy sonrisa. Esa sonrisa que me había hecho estar hipnotizada durante todo el día, tanto, que hasta mis alumnos de Segundo Grado lo notaron.
Nos fundimos en un caluroso y largo abrazo, finalizándolo con un apasionado y deseado beso. Después, sonreímos pícaramente mientras intercambiamos miradas (de esas que hablan solas) y comenzamos a hablar mientras nos bebíamos una cerveza (ya que en este país el calimocho no se estila mucho, solo cuando yo lo preparo en las fiestas en casa). La gente nos miraba, pues notaban mucha complicidad entre ambos.
Estuvimos mucho tiempo contándonos infinidad de cosas sobre nuestras vidas, amigos y familia. También hablamos sobre sus viajes a innumerables partes del mundo y sobre mi experiencia en Minnesota.
Finalmente, decidimos cambiar de bar. Nos lanzamos a un bar de un ambiente más tranquilo, en el que se pudiese hablar sin sufrir los gritos, los agobios y los empujones de americanos borrachos.
La noche continuó de forma amistosa, tomando un tono más pícaro poco a poco. Al final, el deseo nos llamaba y como os estaréis imaginando… culminamos apasionadamente.
Para mí fue una noche estupenda, de sobresaliente. Una noche de pasión en un garito de la ciudad de Minneapolis y a la que pusimos fin de una manera muy apasionada y salvaje en una de las típicas casas de estudiantes universitarios americanos (conocidas popularmente entre las personas jóvenes y las no tan jóvenes como Fraternidades).

Tengo que reconocer que este rubito americano llamado Brad me tenía completamente cautivada… Vamos, ¡que me volvía loca! A mis veintidós y sin nada que perder, decidí lanzarme a la piscina con todo el equipo y le dije que me encantaría seguir quedando con él, y que hacía tiempo que no me reía con nadie así. Como dice la gente: “El que la sigue la consigue”. Así que eso hice. Seguimos quedando poco a poco para ir al cine, a disfrutar las “happy hours” con nuestros locos amigos, a veces quedábamos para ir al gimnasio, o me llevaba a ver partidos de la NBA, o del equipo de fútbol de su Universidad. Incluso disfrutamos de algunos conciertos juntos.
Terminamos haciendo casi todo juntos, y juntando a nuestros dos grupos de amigos para disfrutar con ellos en conjunto. Me atrevería a decir que éramos como una pareja normal, bueno… casi normal. Nosotros tuvimos que hacer las presentaciones con mi familia en la distancia, por Skype (imaginaos que caos con mi numerosa y loca familia). Viajamos a España para hacer lo nuestro formal y reunir a las dos familias. Sí, su familia se vino con nosotros y pasamos todos juntos un inmejorable mes de Agosto, hasta estuvimos en las fiestas del pueblo… menuda locura de casa.
La comunicación nos costó un poco, porque mi familia no habla mucho inglés que digamos, pero poco a poco todos empezaron a comunicarse sin ningún problema.

La cosa fue tomando color y cada vez estábamos más compenetrados. Yo quería que mi vida y la suya fuesen la misma y quería dar un paso más en nuestra relación, por supuesto el compartía este sentimiento plenamente. Así que decidimos irnos a vivir juntos a una casaza americana de ensueño, cerca de donde vivían sus padres y al lado de uno de tantos lagos de los que hay aquí.
Antes de esto, él encontró trabajo y yo terminé siendo fija en el colegio de inmersión en el que trabajaba. Todo esto facilitó mucho las cosas.
En uno de nuestros viajes, concretamente a Miami, nos comprometimos. Todavía dimos un paso más en nuestro proyecto de vida en común.

Hoy es sábado, día 25 de Julio de 2020, y estoy viajando a Duluth, ciudad que se encuentra al norte de Minnesota. Hoy estoy a punto de casarme con ese apuesto y joven varón americano que me cautivó aquel viernes durante mi café de la mañana, y que me sigue enamorando día a día.


Cristina Urdaniz Ferrer

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