lunes, 16 de marzo de 2015

TayTodos. 8: Cambio de planes.

Hoy nos llega el octavo capítulo de "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
El capítulo anterior termina en pleno momento de confusión con Jorge aturdido por los efectos de la burundanga y Clara haciendo su aparición estelar en el despacho de Sergio en busca de lo que deseaba.
En pleno lío entre los tres, suena el móvil de Sergio. Nerea, su novia, lo llama para comentarle unos pequeños cambios en su menú nupcial y rápidamente nota que algo le sucede. Él intenta hacer ver que no pasa nada, pero Clara cada vez está más cerca, y no para de provocarle. Finalmente Sergio se deshace de su novia, pero Nerea decide ir a verlo a la oficina pese a que le ha dicho que no hacía falta.
María intercambia mensajes con Rebeca, preparando la cita de esta noche...
Clara seguía insistiendo con belicosidad en la entrepierna de un Sergio casi entregado ya a la causa, cuando Jorge despierta de su letargo, al que la droga lo había enviado, balbuceando. Sergio trata de ayudarlo cuando de repente llaman a la puerta y se oye la voz de Nerea tras ella que intenta entrar en el despacho.
Mientras Carolina entusiasmada por la cena de esta noche con su galán Jorge, rebusca en su fondo de armario algo que ponerse. Le envía un mensaje para concretar la hora de su cita...
¿Conseguirá Clara lo que busca de Sergio? ¿Qué ocurrirá con el pobre Jorge? ¿Descubrirá Nerea cuando abra la puerta lo que ocurre en el despacho de Sergio? ¿Cómo le irá a Rebeca en su cita a ciegas con Montana, el amigo de María? ¿Sabremos algo más de Carolina y Jorge? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creadora, decir que debuta en Zarracatalla Editorial. Que ha conseguido meterle un puntito más a la situación delicada del despacho de Sergio y nos ha dejado a expensas de lo que proponga el siguiente autor, con Nerea tras la puerta... En su batalla perdida con las tecnologías, tuvo que escribir el capítulo a la vieja usanza, y lidiar con los nervios que acompañan al nacimiento de cada capítulo. Que una vez más hemos conseguido nuestro objetivo, al lograr que esta artistaza nos recibiera con su mejor sonrisa al entregarnos el capítulo, fruto de que este trabajo le había apasionado y lo había disfrutado enormemente. Y digo artistaza, porque puede escribirte un capítulo, o cantarte cualquier tema, o peinarte de mil maneras, o todo a la par. Porque sabe hacer todo esto, ¡y muy bien! Es un torrente de espontaneidad, cariño y arte, tres adjetivos que definen perfectamente a nuestra autora de la semana pasada. Ella es... Ana Blasco Durán

Os dejo con el capítulo de hoy (8. Cambio de planes). Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.



8. Cambio de planes.

Carolina cogió su móvil y lo desbloqueó dejándose ver en la pantalla principal la foto tan sexy que usaba como fondo. Buscó el whatsapp de Jorge, y comenzó a escribirle a una velocidad digna de una generación con los pulgares más desarrollados. Alzó un poco la vista hasta la miniatura de foto de perfil, y se percató de que la había cambiado. Pulsó sobre su nombre y amplió la foto para poder sacar todos los detalles posibles. Comprendió que aquel señor cada vez le llamaba más la atención.
Cuando la foto se descargó, comenzó el análisis. Llevaba un traje negro y unas gafas de sol. Una de dos, o iba disfrazado de chico de Martini, o en su caso, se había metido en un negocio llamémoslo “oscuro”. Sonrió, y mucho más lejos de sospechar que estaba cerca de la realidad, decidió pensar que sólo era un traje negro. Estaba guapo, esas arruguillas en los ojos le daban ese toque maduro que tanto le llamaba la atención. El dedo pulgar pasando por sus labios, le hacía desearlo aún más si cabía. Nada, estaba decidido: de esta noche no pasaba. Retrocedió en la pantalla de su móvil y fue al grano.
“Hola chico Martini. ¿Te acuerdas que esta noche TÚ Y YO tenemos una cita?
Pasas a buscarme, o mejor quedamos directamente en el centro?”

Evidentemente, Carolina, no tenía ni idea de donde estaba Jorge, ni porque casi veinte minutos más tarde seguía sin contestar a su mensaje. Siguió sacando ropa del armario: sacar, probar, poner morritos frente al espejo con cada prueba, soplar, quitar modelito, echar en el montón de moda que va acumulándose sobre de la cama. Aproximadamente cada cinco minutos abría la conversación con Jorge, y volvía a resoplar. No había cambios en la hora de conexión de su amigo.

*****

En la oficina de Sergio, la cosa se iba complicando. Un silencio largo después de que Nerea preguntase si podía pasar. Pero él, como buen comercial, siempre tenía una rápida respuesta para todo tipo de situaciones. Mientras se atusaba el cabello y se ponía la chaqueta, dijo bien alto:
—Si me permiten un momento, les sigo mostrando más opciones. Tengo una visita inesperada. Un minuto y vuelvo con ustedes.
Sergio tapó la boca de Clara, y con su mirada clavada en la de esa exuberante señora, le dijo casi susurrando:
—Más vale que me ayudes y me sigas la corriente si es necesario. ¡Tú veras!
Saliendo de su despacho, terminando de secarse el sudor y fingiendo una sonrisa de sorpresa agradable, saludó a Nerea dejándola más tranquila.
—Hola mi amor. Te dije que estaba ocupado, y que estaba bien. ¿Qué haces por aquí?
—Sergio, estabas muy raro, y no sabía que hoy tuvieses ninguna cita. Pasaba por aquí, y necesitaba ver que estabas bien. 
—Claro, estoy bien, pero un poco atareado. Tengo una pareja un poco extraña en el despacho, y me están volviendo loco. Vuelvo con ellos, pero te prometo que esta noche miro los cambios del menú, aunque ya sabes que confío plenamente en ti. 
Agarrándola de la cintura y empujándola disimuladamente, la llevaba hacia la puerta. Le plantó un beso y casi sin poder creerlo la convenció para que se fuese.
—Sergio, ¡Esta noche sin falta! Que parece que todas las bodas son más importantes que la nuestra -le recriminó Nerea con un tono de reproche.
—¡No digas tontadas! La nuestra será la más importante de toda mi carrera cómo organizador de bodas -contestó Sergio cerrando la puerta de la calle con el pestillo. 
Le lanzó otro beso desde la cristalera, y aparentemente tranquilo, entró a la oficina de nuevo.
—Clara… —Sergio entraba con la intención de poner los puntos sobre las íes, pero se detuvo, cuando vio a Jorge sentado en la silla y cogido de la mano de Clara, los dos de espaldas a la puerta y de frente a su sillón de trabajo. Si por casualidad hubiera entrado Nerea, hubiera colado que estaba con una pareja hablando de menús, fincas y fotógrafos.
Clara, volvió su cabeza, y vio la cara de Sergio desconcertada. 
—Sólo he obedecido tus órdenes —dijo Clara al tiempo que se levantaba de la silla, dejando caer al pobre Jorge al suelo, todavía inconsciente. Dio dos pasos hacia él mientras volvía a colocarse ese extraordinario escote y se plantó a menos de un metro con las piernas semiabiertas.
«Esta señora busca guerra...», pensó Sergio más relajado. Y creyendo que no podía complicarse más la historia, le brotaron los instintos más animales, dejando a un lado el maravilloso novio que está preparando su gran día. 
Fue él quién se lanzó. Le agarró con fuerza con un brazo sobre la espalda y con el otro entrelazó sus dedos en el pelo de esa guerrillera. En ese primer beso agresivo la fue empujando hasta que su trasero llegó a la mesa. 
—¿Quieres guerra? —le dijo Sergio al oído. Aprovechando que sus dedos estaban enmarañados en su melena, apretó el puño y tiró hacia atrás, forzando que el cuello de Clara quedara a la altura de su boca. Siguió besándola hasta entrometer su lengua en el escote. Con la misma agresividad, le dio la vuelta dejándola de espaldas. Le bajó la cremallera del vestido, y volvió a ponerla de frente. Bajó el vestido hasta dejar al aire esos pechos que se mantenían como los de una chica de “veintitantos” y se sumergió en una ola de placer. 
Ella, como pudo, se subió la falda de tubo hasta la cadera, y se sentó en la mesa, facilitando bastante la tarea de Sergio, que metido en faena, no respondía a nada que no fuera el fuego que llevaba dentro. Se quitó la chaqueta, sacó la camisa de los pantalones, y se desabrochó el cinturón. Ella, fue abriendo la camisa, botón tras botón, y dejo el pecho de Sergio al aire. Puso su mano en la espalda y con esas uñas de gata, y nunca mejor dicho, las clavó en la piel de su presa. 
Siguieron besándose, desnudándose y disfrutando de la pasión. Estaban en el momento más álgido de su corta e intensa relación, cuando una mano ajena, brotó del suelo y se colocó en la mesa a un palmo del trasero desnudo de Clara.
Ambos miraron la mano, y Sergio, inmediatamente, entendió la señal. Todo se fue al traste. Esa mano le recordó que estaba viviendo otra realidad que no era la suya. Empujó a Clara para soltarse de sus brazos. Se subió los pantalones, y buscó su camisa, que estaba tapando todavía la cara del mensajero que le había llevado el rico desayuno. 
—Ey, macho. ¿Qué tal? Siéntate aquí —le dijo a Jorge mientras lo cogía por debajo de los hombros.
Clara, aun estupefacta por el corte que le acaba de dar su presa, baja de la mesa, bajó también su falda y comenzó a subirse el vestido. Mira a su alrededor, se calzó sus tacones de aguja, y salió de la oficina sin dar más explicaciones. Los dos hombres, en principio sólo compañeros de gimnasio, seguían de cuclillas intentando volver cada uno a su realidad.
—¿Qué me ha pasado? —dijo Jorge titubeando.
—Nada, esa mala zorra. ¡Que nos tiene pillados por los huevos! Pero, ¿Estás  bien?
—Me duele la cabeza, y mucho. Pero no logro recordar nada —el pobre Jorge se agarraba la cabeza con las dos manos.
—Te voy a traer un vaso de agua, que no me fío de lo has traído. ¡No te muevas! 
Sergio salió a la recepción e interrumpió su camino hacia la fuente de agua, cuando vio a Clara, intentando todavía salir de allí. Se dirigió hacia ella, le agarró de la muñeca y le volvió a susurrar, pero esta vez, con un tono más amenazante.
—Déjame en paz. Me vas a complicar la vida.
Ella, con su prepotencia y su orgullo herido, le contestó con el mismo tono.
—Eres duro de roer, pero cuando te des cuenta que soy lo que quieres, me desearás y serás tú el que venga a buscarme —su respuesta volvió a desconcertarle, pero no le dio tiempo a reaccionar, sus armas de comercial esta vez no habían funcionado. Y justo antes de que Clara con un golpe seco liberase su muñeca, concluyó—. ¡Nos vemos en el Gimnasio!
Cruzó la puerta, y se fue contoneando sus caderas mientras se colocaba esa larga melena. Durante unos segundos se quedó mirando cómo se alejaba. Con unos movimientos rápidos de cabeza recobró el control de la situación y recordó que se dirigía a por un vaso de agua para el pobre hombre que estaba en su despacho. Cogió el vaso de plástico, lo llenó en la fuente y fue al encuentro de Jorge, que ya estaba de pie, buscando su móvil.
Tenía varias conversaciones, pero sólo buscaba la de Carolina. Cuando leyó su mensaje, otra vez se echó las manos en la cabeza. Después de todo, esa zorra se había ido sin darle el dinero para la cita de esta noche. «Cambio de planes. La llevaré a un restaurante más modesto, en el centro de la ciudad, y así quedará pendiente otra cita.»
“Hola, he estado liado. Cómo los dos vivimos en el barrio, ¿te parece bien, que quedemos allí?


*****

Por fin Carolina tenía respuesta de Jorge. Le pareció muy buena la idea la de quedarse por el barrio. Total, ella llevaba la idea de acabar en su casa. Así que comenzó a preparar el terreno.
“Me parece bien. Además tampoco tenemos porqué ir al centro. Prepara cena. Yo compro unas Ambar, y nos quedamos en tú casa”

Los ojos de Jorge se abrieron más si cabía. ¿En su casa? Eso sonaba muy cercano ya a una cita muy íntima. Además le venía genial no tener que sacar la Visa en un restaurante del centro, y mucho menos meterse en un berenjenal como el de hoy, para impresionarla. «¡Esto está hecho!», se dijo a si mismo. Así que le contestó sin hacerse esperar.
“A las 20h en el bar de ayer. Así me da tiempo a comprar y preparar algo decente”
“Perfecto. Llevaré las cervezas bien frías.”

Jorge, se apuró en llegar a casa, adecentar todo el piso y cambiar las sábanas. Fue a la mesita de noche, sacó una caja, y cogió el último billete de 50€ que tenía. Bajó al centro comercial y compró algo: dos filetes de carne, unas verduras para hacer a la plancha, y unas tostadas que acompañarían con patés varios y queso del bueno. Compró un buen vino y cuando iba hacia la caja, recordó que él bebía el vino cómo toda la vida, en vasos de diario. Así que dio la vuelta con el carro de la compra y compró dos copas. Eso sí, de las más baratas.
Se acercaba la hora, y tenía que dejarlo todo medio preparado. Sacó el mantel, puso la mesa, y fregó y limpió las copas nuevas hasta sacarles brillo. Con lo atareado que había estado, no se percató hasta que no pudo más, del dolor de cabeza que llevaba. Fue al baño, bajo la caja de los medicamentos, y se echó dos aspirinas a la boca. Recién acicalado, y repasando hasta los mínimos detalles de la casa, cogió el móvil, y escribió. 
“Hola de nuevo. Todo preparado. Voy bajando hacia al bar. No me des plantón, Pequeña Carolina”

Ella, cuando recibió el whatsapp, ya estaba calzándose unas preciosas botas planas que le conjuntaban perfectamente con su vestido. Había decidido ir a saco, pero no con su vestuario. Al fin y al cabo, quedaban en el barrio, y no quería que pensasen que iba buscando a un cincuentón, aunque ella sabía perfectamente, que esa noche, iba de caza.
“Bajo en cinco minutos. Nos vemos en nada”

Jorge ya estaba de camino, así que llegaría antes. Entró al bar, pidió un tercio, y se sentó en una de las mesas que había casi al fondo del garito. Miró hacia la calle, a través de las cristaleras del bar, y la vio en la acera de enfrente esperando que pasase un coche para poder cruzar. Otra vez abrió los ojos, y en voz baja, exclamó.
—¡Madre mía! ¡Qué bombón!
Ella, que se había percatado de que la estaba observando, le saludo cuando pasó por enfrente. Abrió la puerta del bar y él se levantó para recibirla.
—Hola, pequeña Carolina —dijo él todavía con la misma cara de asombro.
—Hola, caballero —le contestó mientras miraba el tercio que tenía sobre la mesa—. ¿Has empezado ya, sin mí?

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