sábado, 14 de marzo de 2015

Colección Cupido 2015. Quédate a mi lado. Car Lota

Continuamos con nuestros relatos pertenecientes a Colección Cupido 2015. Hoy debuta una nueva amiga que se ha enrolado a nuestra locura creativa. Desde Zaragoza nos llega Car Lota, con una historia que no os dejará indiferentes. Quién sabe si muy pronto tendremos alguna colaboración más de su parte... Os dejo con la lectura. Espero que os guste.
Besetes a tod@s. Nos leemos.


QUÉDATE A MI LADO.

-¿Y qué esperas ahora que haga? Has vuelto a hacerlo, sabes que no me gusta que tomes decisiones sin contar conmigo pero has vuelto a hacerlo.
No dejaré de preguntarte qué es lo que ahora tengo que hacer, qué esperas que yo haga, no dejaré de hacerlo hasta que me contestes. Sabes que soy insistente, que no me cansaré fácilmente de preguntar. Sabes que además soy muy paciente, sabes que puedo quedar despierta hasta el amanecer esperando que contestes si es que para entonces aún no lo has hecho; igual que aquel día, ¿te acuerdas? Seguro que te acuerdas, tú siempre te acuerdas de todo. Aquella noche te sorprendí hablando por teléfono y te incomodaste cuando me quedé mirándote. Tú respondías a un auricular húmedo por lo cerca que se encontraba de tus labios, sólo decías “Si” o “No”, parecía que no querías decir más cosas, entonces yo me senté a tu lado y te puse la mano en la rodilla, intentaste alejar de mí el teléfono pero a pesar de ello conseguí escuchar lo que me pareció una voz de mujer. Palidecí, me levanté y cabizbaja volví a la cocina, de donde no hubiera querido salir hasta que te acostaras.
Instantes después, breves momentos tal vez que a mí me parecieron minutos larguísimos, al sacar el pastel de manzanas del horno, noté sobre la manopla que tenía puesta para protegerme del calor de la bandeja, que tu mano se posaba sobre la mía. Tan sólo te miré un breve instante, traté de sonreír pero te diste cuenta de que estaba triste, me sentía el corazón palpitar tan rápido como las voces que había oído no hacía mucho salir por mi teléfono. Me ayudaste a cargar la bandeja, sin atreverme a mantenerte la mirada cerré los ojos dándome media vuelta, regalándote mi espalda, estaba a punto de romper a llorar y no quería que se cayera al suelo mi pastel de manzanas.
A mí no me gustan las manzanas, ni siquiera me gusta cocinar, pero me bastó que un día dijeras que te había encantado aquel invento que había hecho con mi madre para que yo lo repitiera una y otra vez para alagarte.
Me pediste que me diera la vuelta, no sabía realmente cómo hacerlo, no quería mirarte, más bien no quería que me miraras, no quería preguntarte nada porque no quería saber, algo me atemorizaba, de repente la atmósfera placida que era nuestra casa se había convertido en una oscura cortina de humo que nos separaba y deseé que me abrazaras, pero no lo hiciste. Deseé con toda mi alma que no me engañaras, deseé confiar en ti como siempre, y deseé estar equivocada, pero equivocada ¿en qué? ¡Si ni siquiera me atrevía a especular con nada! Y menos aún contemplar una traición.
Cenamos uno frente al otro sentados en la mesa que sólo usábamos cuando teníamos invitados, el camino de mesa que estrené para deleite de nuestros recuerdos en India se había convertido en una excusa perfecta para recordar lo mucho que siempre quise que nos trasladáramos allí a vivir. Saqué las copas de vino rosas, esas que te parecieron tan cursis cuando las compré, pero que empezaron a gustarte a base de verlas a diario durante la cena. Ahora hacía tiempo que no las usábamos, no sé por qué quise sacarlas aquel día. Tu pusiste los bajo-platos que compraste en la tiendita aquella de decoración tan cara, también eran cursis los motivos decorativos plasmados en su plata, pero a ti también te gustaron al verlos y aún te recuerdo trayéndolos sobre tus fuertes manos, bajo tu ilusionado aspecto.
Qué cena tan larga, habías comprado hojaldre de puerros, sabías que me encantaba, pero no pude probarlo, te dije que me encontraba mal y te levantaste para preguntarme qué me pasaba, te hubiera contestado que de todo, te hubiera contestado que de nada; pero sabías perfectamente que era lo que me aterraba. Sentía mareos, sentía el crepitar de mi corazón, sentía que te estabas alejando de mi cuando estabas cada vez más cerca, tenía tanto miedo, tanto tanto miedo.
Me acompañaste al sofá, prometiste encargarte tú de retirar la cena, supuse que intentabas hacerme reír, quitarle tensión a lo que pudiera estar pensando, pues nunca me quejé de lo que dejabas de hacer en la casa; de no ser por ti, muchas veces no hubiéramos tenido qué comer o qué cenar; lo mismo fregabas el suelo que barrías la terraza; con respecto a todo aquello sólo me habías pedido un favor, que de entre todas las tareas compartidas, que prácticamente todas las realizabas tú, tan sólo pediste que nunca te hiciera cargar el lavavajillas, esa tarea te repugnaba.
Me acercaste mi copa de vino, cuando la sujeté la hiciste chocar con la tuya y mirándome fijamente, esperando que te devolviera la mirada, brindaste: “Por los dos, por un sinfín de vidas juntos, por una noche larga y un feliz mañana”; siempre hacías el mismo brindis, llevaba siete meses escuchándote recitar las mismas palabras, ahora me preguntaba por cuánto tiempo más, cuánto más me quedaba.
Traté de reaccionar, pero no podía, las dudas me embargaban, esperé que dijeras algo, quería que me lo contaras, estaba muy preparada para escuchar lo que fuera y si no lo estaba… intentaría estarlo. No quería pensar, no me atrevía a dudar, pero sabía perfectamente que estaba dudando. Tenía tanto miedo a perderte que aquellas voces del teléfono me lo habían recordado.
Volviste a clavar sobre mí tu mirada, esta vez suspiraste mientras decías que lo iba a lamentar pero que tenías que contarme algo, no me moví, creo que ni siquiera respiré durante un tiempo por temor a cambiar algo. Me dijiste que no querías hacerlo, pero que te estaba obligando a estropearlo todo; mi hermana quería darme una fiesta sorpresa por haber publicado mi primer libro, estabais planeando dónde hacer la fiesta finalmente, además de esto también teníais que hablar de mi regalo.
He de confesarte lo que mil veces te dije, jamás había confiado en nadie como confié en ti, te creí sin más dilación, no perdí tiempo y enseguida volví a respirar tranquila, te abracé fuertemente y ni aún entonces pude darte en mi abrazo la mitad de amor del que me estabas dando tú con el tuyo. Había estropeado la sorpresa, una vez más estaba resultando complicado que no me esperara lo que se estaba urdiendo a mi alrededor, este es mi sino desde bien pequeña, siempre tuve un olfato muy agudo para descubrir lo que se anda cociendo cerca y más cuando tiene que ver conmigo.
Esa noche cayó sobre el sofá el vino, no le dimos la mayor importancia, yo sabía que te acordarías muy bien por la mañana de llamar a la tintorería para que vinieran a recogernos el cojín. No lloré por temor a reconocer lo que había pasado, ahora que ya sabía qué estaba sucediendo, tenía que averiguar dónde sería mi fiesta.
Sé que aún recuerdas la noche que pasaste tratando de persuadir mis continuas preguntas, te pedí pistas, te hice contestar con monosílabos, jugué contigo al caliente o frío, inventé mil maneras para sonsacar algo de ti. Los dos sabíamos que todo era un juego, que yo soy así, que no quería que contestaras rápido, que quería seguir jugando. Ambos aguantamos hasta más allá del amanecer, millones de besos después de aquel primero en el sofá, por fin me dijiste rompiendo a bostezar el sitio donde se celebraría mi fiesta. Yo supe que no me engañabas, pero también sabía que cambiaríais de idea. Me conformé con eso y te dejé dormir, me abrazaste para que yo también pudiera hacerlo, desde que te había conocido si no me abrazabas no podía conciliar el sueño.
Del mismo modo que entonces, esta vez no será distinto, te preguntaré hasta que me digas algo. Insistiré e insistiré hasta que me abraces de nuevo para dormir, estoy segura que recordabas lo que te he contado porque tú siempre te acordabas de todo; en este tiempo juntos jamás se te escapó nada. Tenía en el calendario de la cocina los cumpleaños marcados, los aniversarios y las cenas y comidas a las que debíamos ir juntos; yo olvidaba siempre revisarlo, pero tú te acordabas hasta de comprar los regalos; cómo podías estar tan pendiente de todas mis cosas, de nuestras cosas. Quizás en eso yo he fallado, apenas llegaba a mimarme a mí. Creo que no te mimé demasiado, pero estoy segura que ya me lo habrás perdonado, porque tú eres así, así de bueno, así de conformado conmigo, así de cariñoso y atento, así de cordial y amigo, así de amante y casi esposo, así de muerto y de vivo.
Dime pues si no quieres pasar la noche en vela, por qué te has ido, dime por qué te has marchado sin consultarme, por qué me haces vivir para siempre sin ti mientras sueñe toda la vida contigo; dame una razón, dame un solo motivo, dime mi amor, por qué te has ido.
No quisiera parecer débil, sé que podré vivir sin ti, pero es que no quiero hacerlo. No he podido imaginar un mundo sin tu presencia desde que te conocí. No quiero seguir sola este camino, mi camino, nuestro camino.
Eres cabezota, eres terco y presumido, y eres tantas lindas cosas, que quiero seguir contigo.
Dame sólo una razón del porqué de ésta decisión, juramos hacerlo todo juntos, juramos querernos sin condición, me prometiste quedarte a mi lado siempre, me prometiste que me harías una canción, no querías irte pero te has ido, no has podido quedarte, te has ido y sin contar conmigo.
Sabes qué te hubiera contestado si me hubieras preguntado, lo sabes muy bien, por eso no lo has hecho, siempre haces lo mismo cuando sabes que lo mejor no será lo que yo quiera, lo que yo diga; sabes que mis prontos, mis impulsos, mis geniales locuras que tanto te gustaban no siempre estaban acertadas, y por eso, como lo sabes, no has contado conmigo.
Esta noche cuando me siente en nuestro sofá, ese sofá que no necesitábamos pero que tú compraste porque me viste un par de veces parar frente al escaparate de la tienda para admirarlo. Tomaré el mando a distancia, pondré el disco de ópera italiana que más te gustaba y me serviré una copa de vino esperando que vuelvas. Estaré mirando hacia la puerta para ver cómo entras porque sé que volverás, y entonces te preguntaré un millón de cosas, pero te pido que esta vez no me desveles nada, no quiero que todo acabe al alba. Derramaré el vino en el sofá, esperando que llames a la tintorería mañana por que al despertar, quiero que sigas aquí, soportando las miles de preguntas que aún me quedarán por hacerte, soportándome a mí. Y sigue como hasta entonces, sigue sin contestarme, así continuaremos abrazados hasta el otro alba, hasta el alba del día siguiente, y del siguiente. No contestes nunca, no quiero dejar de jugar, no quiero darme cuenta, que en realidad no estás.

No quiero despertarme si es que he de hacerlo sin ti, desearía morir como tú lo hiciste anoche, a tu lado. No me dejes vida mía, me lo has prometido. Sé que andarás cerca, no oigo tus pasos, pero puedo sentir el alivio de saber que sí estás aquí, a mi lado, siempre conmigo.

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