Tras el capítulo de Vanesa Gimenez en el que la acción vuelve al hospital: Ana es dada de alta en vista de su buena evolución y emplazada a una ecografía para el día siguiente que intentará averiguar el sexo del bebé. Patricia rompe su silencio y se cita con Ana para contarle que la dichosa carta se la había entregado Ramón antes de partir. Ana decide entonces arreglar las cosas con su novio, tras una tensa conversación Pedro perdona a su chica y se emplazan para mañana para ir juntos a la cuarta planta para la ecografía. Ana llega a su piso y la señora María, su vecina, pasa para interesarse por su estado.
Al día siguiente le lleva el desayuno a Pedro y juntos se dirigen a la ecografía, donde tras una breve espera comienza la exploración, en la que al parecer se escuchan dos latidos. ¿Serán gemelos? ¿Cómo continuará la relación de Ramón con Mary y su hijo? ¿Olga, alguien sabe donde está?. Os dejamos con el siguiente capítulo que trae muchas novedades...
XXV. Soy papá
—Dime que esto no es un
sueño…
—No, por suerte no es un
sueño, ¡felicidades papás!
Teresa observó cómo
había cambiado el semblante de los dos. Ana sintió un ardor en el pecho,
seguidamente… —¡Ah!—¿eso había sido una patadita? Pedro se dio cuenta de que
estaba llorando cuando sintió el sabor salado en su boca. Había ocurrido todo
tan deprisa, tantas traiciones, malentendidos y tenían tantas preguntas por
resolver… En ese momento todo aquello desapareció, dando paso a aquella
sensación tan ansiada, tan buscada… Felicidad.
Habían pasado ya cuatro
meses desde que tomó la decisión de marcharse. Cada noche se preguntaba si
había dejado España por cobarde, también pensaba en Ana y en lo que habría
ocurrido si las cosas hubiesen sido de otra manera. Su amigo Juanjo le había
dado trabajo y le había dado tiempo de conocer a su hijo Jack, un niño
maravilloso, alegre, con su pelo rubio cenizo y sus grandes ojos grises… Por
suerte, se parecía a su madre. Pero se estaba hartando, se había ganado la amistad
de su hijo y quería verlo más veces a la semana, poder ir a visitarlo a casa. Se
lo había dicho muchas veces a Mary pero ella insistía que eso no era correcto.
Cuando discutían de aquel tema y Mary le respondía con una negativa volvían
esas ganas de pegarle, de insultarle, y cuando eso ocurría se marchaba sin
decir palabra. No, esta vez no podía ser un cobarde.
Olga estaba en casa
cuando recibió un Whatsapp de Patricia:
Tenemos que hablar.
¿Qué ocurre Patri?
En cuanto termine mi turno voy a tu casa, es urgente.
No obtuvo respuesta y no
le quedó más remedio que esperar. Se sintió un poco nerviosa, empezó a dar
vueltas por casa, le sudaban las manos y miles de pensamientos rondaban por la
cabeza. ¿Lo sabrá? ¿Se lo habrá contado Ramón? No, eso es un secreto de los dos.
Decidió fumar hasta que Patricia llegase.
Tras varios minutos de
felicitaciones y emociones Teresa siguió con la ecografía, esta vez Ana y Pedro
estaban cogidos de la mano esperando saber más noticias.
—En teoría, estando de
20 semanas se podría ver el sexo del bebé, digo de los bebés… —se corrigió
Teresa con aire divertido—. Sin embargo
estos pequeños no se dejan ver todavía, habrá que esperar un poco más, por lo
demás todo es correcto y están sanos. Os llamaré para la siguiente eco.
—Gracias Teresa, vaya sí
que nos has liado la mañana con esta noticia… No esperábamos tener un bebé y
ahora… ¡vamos a tener dos! —dijo Ana con felicidad.
—Cariño, se lo tendremos
que decir a mis padres y ya sabes cómo se pondrá mi madre, a mi hermana, a
Mario, también habrá que decírselo a nuestros amig… —en ese instante Pedro
volvió a la realidad, y se dio cuenta de que con la única con la que se
hablaban era Patricia. A Ana se le cambió la cara, endureció las facciones de
su cara recordando todo, se despidieron de Teresa y salieron de aquella vieja
habitación en silencio y con paso firme.
Estaba disfrutando de la
última calada de su cigarrillo cuando sonó el timbre, dejó la colilla en el
cenicero y se levantó a abrir la puerta.
—Hola Patricia, pasa,
pasa.
—Hola Olga —su expresión
denotaba preocupación, angustia. Pasó al salón y se dejó caer en uno de los
sillones.
—¿Cómo ha ido el día?
Pareces exhausta.
—El día ha sido movido
Olga, pero no he venido a hablar de mi trabajo, he venido a decirte que he
cometido un error.
—Pero hombre no me
tengas así, suéltalo ya, ¡qué has hecho!
—Verás… Antes de irse,
Ramón me dejó una carta para ti. No es propio de mí pero pensé que sería mejor
que lo leyese antes Ana y…
—¡¿Que Ramón se ha ido?!
¡¿A dónde?! —reclamó Olga ante su sorpresa. Habían hecho planes y ahora estaba
sola en esto.
—No lo sé Olga, sólo sé
que me dejó una carta y me dijo que te la diera pero…
—¡Y la ha leído Ana!
¡Pero cómo se te ocurre hacer eso! —Olga se sorprendió gritando a Patricia y
empezó a pensar la que se le venía encima, todo se había fastidiado. Más.
—Lo que pasa es que al
dársela se me cayó en la habitación de Ana y ella pensó que la había escrito
Pedro, entonces la rompió... —se explicó nerviosa, mientras jugaba con sus
dedos. El semblante de Olga cambió y parecía estar más tranquila.
Aclararon las cosas y se
despidió rápidamente de Patricia. Sabía exactamente a dónde había ido Ramón,
después de todo, Olga también sabía guardar secretos.
Después de un largo día
de trabajo, se echó en la cama a ver la tele. Ramón había alquilado una coqueta
casa en Aubrey Walk, como no tenía muchos gastos, se lo podía permitir. Mary
había accedido a que Ramón pudiera llamar a casa y hablar con Jack. Un poco más
descansado decidió llamarlo antes de que fuera a dormir.
—Hello ? —una dulce e
inocente voz respondió.
—Hola hombrecillo, como
ha ido el día.
—¡Hola Ramón! ¡Mañana es
miércoles! —a Jack se le iluminaron los ojos en cuanto supo quién era. Que
amigo tan genial tenía mamá.
— Lo sé pequeño, te he
comprado un regalo.
—¡¿Qué es?! Dímelo —se
moría de ganas por saberlo.
—Es una sorpresa,
tranquilo, mañana lo sabrás.
—¿Una pista? Porfaaaa…
—Hasta mañana pequeño,
dulces sueños.
Una vez hubo colgado,
Ramón cogió el albornoz para ir a la ducha, pero una llamada telefónica lo
interrumpió. ¿Qué querrá Mary ahora?
—Hola Mary…
—No soy Mary, soy Olga
—respondió con indiferencia.
—¿Cómo coño has
encontrado mi número?
—Buscando. ¿Por qué
narices has tenido que irte? Teníamos planes, tú tenías que secuestrar a Ana y
conquistarla, así yo podría volver con Pedro. Eres un imbécil, lo has arruinado
todo.
—Olga, se me fue de las
manos. Ana empezó a sangrar y tuve que…
—¡Ana casi lee la carta
que me dejaste!
—¿Qué? Pero si se la
dejé a Patricia.
—Se le cayó de la bata
en la habitación donde estaba Ana, menos mal que ésta la rompió y la tiró…
—Confiaba en que
Patricia te la diera directamente a ti.
—Ana ha mentido —dijo
Olga en tono lúgubre.
—¿Cómo que ha mentido?
¿Sobre qué?
—Encontraron una pequeña
cantidad de cloroformo en su sangre y Teresa le pidió una explicación. Ana dijo
que lo había robado del hospital y está metida en un buen lío por violar las
reglas.
—Esto no puede estar
pasando… —a Ramón le invadió el sentimiento de culpa por todo el cuerpo: “Ana
estaba cubriéndome, eso significa que sigue sintiendo algo por mi”, pensó.
—Por cierto, ¿qué ponía
en la carta, Ramón?
Ramón escuchó que Olga
seguía hablando pero colgó el teléfono.
En cuanto Ana abandonó el
hospital salió de su cúpula de felicidad, había dejado a Pedro en rehabilitación
y le había prometido que se pasaría mañana a verlo. —Te quiero cariño —le había
dicho Pedro.
Una vez en casa, la
sensación de cansancio le recorrió por todo el cuerpo, los pies estaban
hinchados y puso dos almohadas en el sofá para tener las piernas en alto.
Comenzó a pensar en cómo sería su vida a partir del nacimiento de los bebés:
tendrían que vivir juntos, preparar muchos biberones, comprar mucha ropa,
pañales, el carrito de bebé doble… Un ruido le sacó de sus cavilaciones.
—¿Diga?
—¿Con la señorita Ana
Retuerto?
—Sí, con la misma.
—Le llamamos para
comunicarle que tiene una citación en el juzgado la próxima semana debido a la
falta que tuvo en el hospital, por robar material médico. Deberá ir con un
abogado, buenas tardes.
Mierda, el cloroformo.
Había encubierto al gilipollas de Ramón y ahora iba a pagar ella las
consecuencias. Joder, joder, joder qué hago… Cogió el móvil, lo tuvo claro, y
marcó ese número.
—¿Si?
—Necesito tu ayuda…
Desapareció su cordura.
Pasaron por su mente muchos pensamientos oscuros. Tenía que volver, pero antes
tenía que hacer lo que llevaba un tiempo esperando. Si, mañana lo haría.
Mary se levantó como
cada mañana a hacerle el desayuno a los dos hombres de su vida: James y Jack.
Era feliz, desde luego que lo era. No podía tener la familia más perfecta. Una
vez se despidió de James con un delicado beso en los labios, se fue a la cocina
a limpiar hasta que Jack estuviera listo para ir a la escuela.
—Mummy, estoy listo, iré
a por mi mochila.
Mary esperó, ya eran las
siete. ¿Dónde habrá dejado este niño la mochila? Seguro que se ha entretenido
con algún juguete. Siguió esperando mientras terminaba de darle brillo a la
encimera.
—Cariño ya son las siete
y cuarto, date prisa.
Al ver que no respondía
fue corriendo a la oficina, ¿se habría caído?
—Mi amor, vamos a llegar
tard…
Se le cortó la voz, se
le heló la sangre y se quedó paralizada al ver aquella escena. Ramón lo estaba
metiendo en el coche y en cuanto la vio arrancó rápidamente. Tan sólo tuvo
fuerza para gritar.
—¡¡JAAACK!!
Ramón había estado
esperando al niño sigilosamente detrás de la ventana y observó cómo se dirigía
a la oficina. Fue entonces cuando lo animó a que saliera por la ventana para
verlo. Una vez estaban en el coche cerró todas las puertas y Jack se puso
nervioso. Con el rabillo del ojo pudo observar que Mary lo había visto y
arrancó rápidamente. Lo único que le dijo a Jack fue:
—No tengas miedo cariño,
soy papá.
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