lunes, 2 de junio de 2014

Nuestra historia. Capítulo XXII. El reencuentro.

Capítulo veintidos. Tras el gran capítulo de Carlos López en el que nos muestra la perspectiva de Ramón, retomamos la acción donde la dejamos el lunes pasado: esta vez los hechos se desarrollan en Londres, con un atormentado Ramón que siete años después vuelve a esa ciudad para resolver los asuntos que dejó pendientes. Allí le espera su pasado: un hijo y una pareja a los que abandonó nada más nacer el bebé. Conocímos los motivos que llevaron a Ramón a romper con su pasado, su vuelta a España y su regreso a Inglaterra siete años después. El próximo paso, ponerse en contacto con ellos. ¿Cómo se tomará Mary su regreso? ¿Y la relación de Ana y Pedro, como se resolverá el malentendido del sobre? No os perdáis el capítulo de hoy porque alguno de estos secretos serán desvelados.
Nos leemos. Besetes a tod@s.







XXII. El reencuentro.
 



—Soy Ramón… —volvió a decir.
Al otro lado del hilo telefónico se hizo el silencio. Ramón tragó saliva intentando no desfallecer, las piernas le temblaban como a un adolescente. Después de siete años de ausencia no creía que fuese a tener muchas oportunidades.
Entretanto en la habitación 618 Ana seguía enfadada y muy cabreada. No pensaba en otra cosa que en la nueva traición de Pedro. A pesar de ello casi se arrepentía de haberle mandado el WhatsApp, pero ya no podía más. Aun así su cabeza seguía recordándole a Ramón. ¿Por qué su mente se empeñaba en recordarle a ese hombre que tanto daño le había causado?, no es posible.
Cuando ya estaba casi a punto de meterse en la cama sonaron unos golpecitos en la puerta.
—Adelante —dijo.
Al abrirse la puerta recibió una agradable sorpresa, era Mario, su vecino y amigo, quien con una sonrisa en los labios la saludo con dos besos.
—Hola Ana. ¿Cómo va todo? Espero que sean buenas noticias las que tengas que darme.
—Así es —respondió ella—, son buenas. Pero déjame decirte que me alegra tu visita, aunque no esperaba menos de ti, siempre tan atento.
—Bueno, no tienes nada que agradecer. Pero dime tus noticias, ¿todo va bien?
—Solo ha sido un pequeño susto y dentro de muy poco me darán el alta.
Mario sonrió y de nuevo le dio dos besos.
—No sabes la alegría que me das. Sabes que siempre estoy, aunque a veces no me veas, pero ahí me tienes para lo que necesites.
—Gracias —respondió ella, y siguieron charrando un buen rato de cosas más bien frívolas ya que ninguno deseaba iniciar una conversación transcendente.

En Londres en esos momentos Ramón seguía esperando una contestación que no acababa de llegar a través del teléfono, y de repente con voz entrecortada y temblorosa, Mary respondió.
—¿Ramón eres tu?
—Sí —dijo él.
—Después de tanto tiempo eres la persona a quien menos esperaba escuchar.
—Lo sé.
—¿Y qué es lo que quieres?
—Estoy en Londres…
—¿Eh?
—Así es. Estoy alojado en el Generator Hostel London y me gustaría hablar contigo.
—No creo que sea buena idea —dijo ella—. Pocas cosas tenemos de que hablar después de siete años.
—Lo suponía. Pero necesito verte, a ti y a mi hijo.
—¿Tu hijo? ¡Hasta ahora no has tenido hijo! No sé por qué tendrías que quererlo ver ahora.
—Por favor Mary, tengo muchas cosas de las que hablar y más de las que arrepentirme. No me niegues esta oportunidad.
—Mira Ramón, yo he rehecho mi vida y no creo que sea conveniente remover el pasado.
—Por favor… —volvió a suplicar.
Y tras un largo silencio al cabo de unos segundos se oyó a Mary decir.
—Está bien. Vamos a quedar en un lugar público.
—¿Qué pasa, que no te fías de mi?
—Así es —respondió—. Será mañana a las cuatro de la tarde en Hyde Park, junto al lago Serpentine, ya sabes.
—Está bien —confirmo él—. Gracias, nos vemos mañana.
Ramón algo más tranquilo entro en un bar y pidió un gin tonic. Eso le relajaría y podría descansar mejor después de un día un tanto ajetreado.

Mientras esto sucedía en Londres, en la habitación de Pedro había sonado el “toc toc” indicando un WhatsApp entrante. Este cogió el teléfono y pensó en Ana. Sonrió y creyó que sería un saludo de buenas noches. Ingenuamente abrió el mensaje y los ojos se le pusieron como platos al ver su contenido. Lo que menos podía esperar eran esas frases de Ana diciéndole que ya no aguantaba más y que habían terminado.
Respondió inmediatamente. Ya estaba acostado y necesitaba ayuda para salir de la habitación, así que esperó respuesta. Pasaron unos minutos y no la recibió. Volvió a insistir con uno, dos, tres mensajes pero seguía sin hallar respuesta. “No puede ser” pensó. “¿Cómo puede hacerme esto? Mañana tengo que hablar con ella como sea.” Así pasó un largo rato pensando hasta que sin darse cuenta el sueño le fue venciendo y se durmió, quizá en parte por los calmantes que le habían suministrado.
Mientras en la habitación 618 Ana miraba con intranquilidad los mensajes de Pedro: “no pienso contestar”, se decía para sus adentros, una vez que su vecino Mario ya se había marchado.
—No quiero saber más de ti —dijo, con un regusto muy amargo. Se acostó y siguió dándole vueltas a lo mismo durante un buen rato. Finalmente, y poco a poco, el sueño le venció y se fue quedando dormida.

Amanecía ya en Londres un día sin niebla. Por las ventanas del hotel comenzaban a filtrarse las primeras luces del alba. Ramón seguía durmiendo ya que la noche anterior la cosa se le había ido de las manos, debido en parte a la intranquilidad que sentía por su entrevista con Mary del día siguiente, así como también por la incertidumbre de pensar en como estaría su hijo. De manera que no fue solo un gin tonic lo que se tomó, sino varios, y eran las tres de la mañana cuando regreso al hotel.
De pronto se despertó, y en un primer momento no acertó a adivinar donde se encontraba. Se desperezó y al fin recordó que estaba en Londres. Miró su reloj y dio un brinco al ver que eran las doce del medio día. Tenía el tiempo justo para afeitarse y darse una ducha para estar listo. Comió en el hotel pues no tenía tiempo de buscar un restaurante y para terminar tomó un buen café bien cargado para despejarse. Salió a la calle, un soplo de aire fresco le dio en la cara. Lo agradeció pero sintió frío, se subió el cuello de la cazadora y comenzó a caminar. Tenía tiempo suficiente para acercarse a Hyden Park para su cita con Mary. Siguió caminando y casi sin darse cuenta alcanzó el lago Serpentine. ¡Qué recuerdos! Se acercó y se sentó en un banco. Mejor dicho, en “su banco”, como ellos lo llamaban. Esperó un poco y enseguida la vio aparecer. No había cambiado mucho después de siete años, pensó. Pero venía sola… ¿Qué pasaba? ¿Por qué no traía a su hijo?
Se incorporó y fue hacia ella, Mary retrocedió un poco al ver que se acercaba y solamente le dijo…
—Hola Ramón...


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