CAPITULO 1. Génesis.
Mientras dormía, a veces soñaba que en la fría
oscuridad de algún callejón de la ciudad se acercaba alguien por detrás. Sentía
como se le erizaba la piel y el corazón se aceleraba cada vez más, mientras una
mano enguantada le tocaba el hombro y presionaba sobre él. Él buscaba su arma
en el bolsillo derecho. Aquella sensación era espantosa… Sin embargo sólo
dejaba que el miedo se apoderara de él cinco segundos.
Uno…
Dos…
Tres…
Cuatro…
Cinco.
Cuando al fin decidió girarse, apuntar a quien
quiera que fuera y apretar el gatillo, se levantó de un salto de la cama.
Estaba sudando y agitado a causa de aquel sueño. Con un poco de paranoia
observó la habitación y se quedó en silencio absoluto por si alguien había
entrado en su pequeño piso. Percibió por la ventana que aún estaba oscuro, el
reloj marcaba las 5:45 y le faltaban cuarenta y cinco minutos más para empezar
su rutina. Más tranquilo, sabiendo que sólo había sido un sueño, volvió a
acostarse. Estuvo dando vueltas en la cama hasta que sonó el despertador y
durante ese tiempo pensó si no se habría vuelto paranoico debido a su trabajo y
a los horrores a los que tenía que enfrentarse cada día.
De camino a la comisaría se pilló un café bien
cargado y decidió tomárselo en la oficina ya que estaba quemando.
—Vaya mala cara tienes Javi. ¿Una noche larga? —le
había dicho la secretaria en tono de burla. Ella sabía perfectamente la vida de
todos los que trabajaban en la comisaría, y bromeaba con ellos en cuanto
entraban por la puerta. Y cómo no iba a saber que a Javier no le gustaba mucho
salir de fiesta, ya que todos sus amigos no lo trataban como uno más, sino que
lo trataban como el policía que era. Si tenían algún plan que infringía a penas
la ley, seguro que Javier no estaba invitado.
Javier le contestó con una mueca y una débil risa,
agachó la cabeza y fue directo a su despacho. ¡Que tímido era con aquella
señora! Una vez dentro de la oficina se sentó y observó la brillante y dorada
placa de su mesa en la que se podía leer: Inspector Javier López. Vaya, su
primer día como inspector, se le escapó una sonrisa… Había trabajado tanto para
ser inspector de homicidios que estar allí le parecía un sueño. Un timbre
fuerte le sacó de sus pensamientos, el teléfono estaba sonando y rápidamente lo
cogió.
—Buenos días, inspector Javier López. —¡Qué bien
había sonado eso!— Sí, sé por dónde queda, justo al lado de la entrada del
aparcamiento sur. Ajá, muy bien, en diez minutos estaré allí —se le heló la
sangre al recibir la llamada y en cuestión de segundos ya estaba dentro del
coche de camino al aparcamiento sur.
A plena luz del día Javi observó dentro del coche
que la gente estaba apelotonada a la salida del aparcamiento observando
curiosas y sacando sus propias conclusiones. La policía había acordonado la
zona por lo que no podrían contaminar las pruebas. Salió del coche directo a la
escena del crimen e informó que era el inspector. El cuerpo se encontraba a
pocos metros de la entrada del aparcamiento y estaba tumbado boca abajo. Con
ayuda de unas bolsitas de plástico herméticas fue recogiendo pruebas, sin
embargo hubo algo que llamó su atención. La cabeza de la víctima se encontraba
mirando hacia la derecha, y al lado encontró un guante negro de cuero en el
suelo. Algo dentro de él se estremeció y le recorrió todo el cuerpo… se puso un
guante de látex y cogió el guante de cuero con sumo cuidado, esperaba encontrar
alguna huella o alguna pista que le pudiera ayudar en su primera investigación.
De repente observó que debajo del guante se encontraba una carta, un as de
corazones rojos.
Aquella mujer a la que tenía que llamar mamá no
siempre era como las demás mamás. Nunca nos miraba con aquellos ojos oscuros y
profundos que ocultaban el mayor odio y rencor que podía guardar una persona, y
si lo hacía era para intimidarnos.
Hoy mamá se ha pasado el día secándose esos rizos
negros tan bonitos que tiene. Me encantaría saber a qué huele mamá pero me da
miedo acercarme a ella. Solo nos tocamos cuando tengo que cruzar la calle con
ella y me agarra la mano con fuerza, aunque no importa el dolor… la
satisfacción de poder tocar esas manos suaves y delgadas es mayor. Todos los
días durante la mañana me quedo observando sentadito y calladito a mamá cómo
hace sus tareas, a ella no le gusta que juegue ni que hable con ella. Muchas
veces me quedo dormido del aburrimiento hasta que llega papá. Papi si me
quiere. Papi me cuida, me da de comer, me ducha, me lava los dientes y duerme
conmigo. A veces creo que papi está triste y le llevo a jugar con nuestro balón
favorito, pero tenemos que irnos al parque ya que a mamá le molesta el ruido.
Esta mañana mamá está vestida con unos pantalones
ajustados y su jersey de rayas blancas y negras. Se ha puesto colorete en las
mejillas y resalta aún más sus bonitas pecas. Está sentada en el sofá un poco
nerviosa y creo que está esperando a alguien. ¿Lo sabrá papá? No creo que eso
importe mucho… intentaré no dormirme para saber quién viene a visitarnos.
¿Tenían algún significado aquellas evidencias? De
hecho, no había nada más en aquel lugar que pudiera dar más pistas de lo que le
había pasado a aquella mujer. No había sangre, simplemente estaba el cuerpo
tendido en el frío suelo de asfalto, ni documentación, ni móvil, nada. Esperó a
que el fotógrafo terminara de fotografiar la escena para dar la orden de dar la
vuelta al cuerpo y poder averiguar qué le había ocurrido. Casi se desmaya al
ver aquel horror. Al darle la vuelta al cadaver pudo observar que la mujer iba
vestida con un vestido negro, unos botines marrones y un pañuelo que se había
caído al suelo al girarla y en ese momento vio como una línea morada perforaba
todo el cuello. Dios mío. Javier dedujo que ese lugar no había sido la escena
del crimen ya que debido a la gravedad de la herida del cuello tuvo que haber
derramado mucha sangre y en el suelo no había ni una gota. A pesar de ser obvia
la causa de la muerte, se la llevaron para practicarle la autopsia ya que
esperaba encontrar más pistas. Javier llamó a sus subordinados para ordenarles
que esperen cualquier llamada de alguien preguntando por alguna joven
desaparecida, era cuestión de tiempo que salga en las noticias el asesinato.
De camino a la comisaría estuvo pensando cómo
alguien puede matar a sangre fría a una mujer. Durante toda su vida las mujeres
que le habían rodeado habían sido las más maravillosas: su madre siempre había
sido atenta con el pero sin consentirle demasiado, siempre sonriente, siempre
con un gesto o una palabra de cariño, siempre con algún postre rico que le
llenaba la tripa hasta casi explotar, y después de que naciera su hermana, él
decidió convertirse en su protector y se prometió a sí mismo que nadie haría
daño a aquella niñita. La imagen familiar de la entrada de la comisaría le sacó
de sus recuerdos y volvió a la actualidad, sacudió ligeramente la cabeza para despejarse
un poco, apagó el motor y salió de su cacharro. Estiró las piernas, anduvo
hasta la puerta, respiró hondo y entró. Allí le esperaba una avalancha de gente
preguntando quién era, si la conocían, qué le había ocurrido. Javi no contestó
absolutamente nada y se dirigió con paso firme hacia su despacho. Una vez allí
en la tranquilidad que le brindaban esas cuatro paredes llamó a sus compañeros
para preguntar si había llamado alguien. Marcó el número del primero.
—¿Diga?
—¿Oscar? ¿Ha llamado alguien que nos pueda informar?
—Nada, sólo gente preguntando quién es la chica y
qué le ha ocurrido…
—¿No les habrás dicho nada, no?
—No tranquilo, ya sabes cómo es la gente… Cuentas
algo y lo multiplican por tres. Hay que mantener el silencio hasta que se sepa
algo con certeza.
—Gracias Oscar, más tarde volveré a llamar.
Oscar era uno de los tres policías que trabajaban en
la comisaría, la ciudad era pequeña y el presupuesto no daba para más policías,
sin embargo nunca habían tenido que vivir una situación como aquella. Había un
gran contraste entre su apariencia y su carácter, era un acuerpado joven de
veintisiete años y dos metros de alto, a simple vista podía intimidar a
cualquiera que se le cruzase por el camino, su expresión dura acentuaba esa
opinión. A diferencia de su aspecto, su carácter era una cosa totalmente
distinta, tenía un trato más cercano con la gente, ayudaba en cualquier labor
que se le ofreciera y era el más tranquilo y calmado de los tres, además de ser
un tipo muy inteligente.
Javi colgó y se dispuso a llamar al segundo policía,
un joven francés que quiso cambiar de aires y venir a esta ciudad. Pobrecillo,
era el policía más joven y todos los que había en la comisaría se burlaban de
él, aunque poco a poco se iba labrando un sitio.
—¿Pierre?
—Allô?
—¿Has tenido alguna llamada interesante?
—Oui, una señora acaba de llamar llorando diciendo
que su hija hoy no ha ido a trabajar.
—Bueno, podría ser cualquier joven que se ha
escaqueado del trabajo… De todas formas, ¿le has pedido el número para contactar
con ella?
—Si, le he dicho que la llamaremos de inmediato para
que venga a la comisaría a hablar y que traiga alguna foto de ella.
— Muy bien Pierre, dile que se acerque en dos horas,
antes de la hora de comer. Gracias.
—Te llamaré cuando esté aquí, au revoir.
Javier colgó el teléfono y no sabía si alegrarse o
deprimirse. ¿Y si aquella señora sabía la identidad de la víctima? Les
ahorraría el tiempo que les costaría investigar la identidad, pero por otra
parte… tendría que ver cómo una madre se derrumba al confirmar que ha perdido a
su hija. En ese momento le vino a la cabeza la imagen de aquella chica que
tenía toda una vida por delante y que alguien se la había arrebatado. De
pronto, se acordó de la espantosa herida que llevaba en la garganta y lo que tuvo
que haber sufrido antes de morir. Nadie merece morir de esa manera. Durante las dos horas siguientes se pasó
ordenando papeles y pinchándolos en el corcho para organizar todo lo ocurrido y
poder empezar a investigar. Hubo unos golpes firmes en la puerta, era Pierre.
—Javi, la señora nos está esperando.
Alguien que había detrás de la puerta de casa dio
unos golpes muy fuertes y mamá se puso muy nerviosa, se miró en el espejo, se
arregló el pelo y rápidamente me miró a mí, me agarró fuerte de la mano y me
llevó a mi habitación. Me dijo que no hiciera ruido y me dijo que lo lamentaría
si me movía de aquí. Cerró la puerta de golpe y fue a abrir la puerta de casa.
Ella adoptó un tono de voz que para mí hasta hoy había sido de lo más extraño.
Ella sonaba feliz. La voz de aquel hombre era desconocida para mí, pero lo que
sea que dijese hizo que mamá se riera. Qué bonita era la risa de mamá, además
era muy contagiosa. ¿Por qué mamá no se ríe conmigo? Yo siempre me he portado
bien con ella y nunca le he desobedecido. A veces me encantaría acercarme a
ella, pero me da miedo que me rechace como lo hace siempre. ¿Quién es ese
hombre? No se parece a la voz de papá. ¿Qué hago? ¿Abro la puerta aunque sea un
poquito? No, mamá me dijo que esté quietecito y en silencio. Nunca he
desobedecido a mamá, pero es tanta la curiosidad… Bueno, soy experto en andar
silenciosamente, eso haré, eso haré, iré andando en silencio hasta la puerta y
la abriré un poquito con cuidado para ver a quién estaba esperando mamá. Sólo
son cuatro pasos hasta la puerta… Ya está, ¡qué bien lo he hecho! ¡Y mamá no se
ha dado ni cuenta! Se seguían oyendo voces desde el salón y no paraban de
hablar. Abrir la puerta era lo más difícil de todo. Me pondré de puntillas para
alcanzar el pomo de la puerta y girarlo despacito. Ya he alcanzado el pomo y lo
estoy girando con cuidado, así, muy bien, ya está ahora abriré con cuidado…
¡Oh, no! ¡He tropezado con la pelota y me voy a caer! ¡Mamá me va a castigar!
De repente toda la casa se quedó en silencio, y el niño también, aunque la caída
le había dolido bastante. Segundos después se escucharon unas pisadas fuertes
yendo hacia donde estaba el pequeño. Era la primera vez que desobedecía a mamá.
No podía dormir… Había soñado con esa persona, otra
vez. En plena madrugada se vistió y decidió dar una vuelta por las calles
solitarias. Sólo quería paz, intimidad, no quería ver a nadie. Dejó las llaves
del coche en la mesa y cerró la puerta del piso. Se metió en el ascensor y pudo
observar su aspecto apagado y vacío. De repente apareció esa cara, se apoderó
de su cuerpo una rabia que no podía contener, como aquella vez… Salió corriendo
hacia la salida y se reprimió las ganas de gritar. La oscuridad todavía se
seguía apoderando de la ciudad. Miró el reloj, marcaba las 5:00 a.m.
Javier, junto con Pierre se dirigió hacia donde
estaba una mujer de unos cincuenta años, de baja estatura y pelo rizado canoso.
Estaba sentada y mostraba preocupación, las piernas y las manos le temblaban y
de repente se giró hacia los dos, sus ojos se llenaron de lágrimas pero aguantó
para que no se derramase ni una gota.
—Buenos días señora, acompáñeme al despacho para
poder hablar con más tranquilidad.
Ella tan sólo asintió.
—Vero, prepárale una infusión por favor, estaremos
en mi despacho —le ordenó Javier a la secretaria.
Javier le señaló con la mano el despacho para que
entrase ella primero, en silencio entró y se sentó y éste hizo lo mismo.
—Bueno señora, está aquí porque uno de mis
compañeros atendió su llamada. ¿Me podría decir su nombre? Empecemos por ahí —Javier
no sabía muy bien por dónde empezar y qué preguntarle primero.
—Carmen… Me… llamo Carmen.
—Muy bien Carmen, me podría contar todo lo que sabe.
—Si… por supuesto. Mi hija salió de casa a las cinco
y media porque tenía que ir a trabajar,
ella es… era camarera —hubo un silencio, Javi la animó a seguir asintiendo—. Ha
pasado todo tan rápido… a las seis y media me llamó su jefe preguntando por qué
no había ido a trabajar. Yo les dije que había salido de casa hace una hora y
me dijeron que me volverían a llamar por si aparecía.
—¿Llamó al móvil de su hija?
—Por supuesto, pero estaba apagado. Pensé que se
habría ido con su novio y me enfadé muchísimo —se le escapó una lágrima.
—Después de llamarla, ¿qué hizo?
—Como pensé que estaba con su novio, empecé a
limpiar la casa ya que eso me distraería del enfado que llevaba encima… Sin
embargo, una hora y media después salió en las noticias que se había encontrado
a una chica muerta al lado de un aparcamiento y algo dentro de mí me dijo que
era ella…
En aquel momento rompió a llorar y se tapó la cara
con las manos, no podía detener más el llanto y Javier no pudo mas que
ofrecerle pañuelos para que se enjugase las lágrimas. Alguien golpeó la puerta
y Javi supuso que era Vero con la infusión, justo a tiempo. Le hizo pasar y se
la entregó a Carmen, ella aun con lágrimas en los ojos tomó unos cuantos sorbos
y volvió a dejar la taza en la mesa, para entonces la secretaria ya se había
marchado.
—Si no le importa, ¿me podría enseñar una foto de
ella? De… su hija.
Carmen, sin mirarle a los ojos sacó la fotografía y
la puso encima de la mesa. Javier esperaba que no fuese su hija pero al ver la
foto se quedó atónito. ¿De verdad era la misma chica que había visto tendida en
el suelo sin vida esta mañana? Era realmente guapa. Se podía apreciar a una
joven sonriendo con unos grandes ojos verdes y rizos saltones alrededor de toda
su cabeza. Le llamó la atención esas pequitas que había sobre su nariz
respingona. La foto de aquella joven le hizo acordarse de su hermana, se
parecían tanto. Impotencia, ese sentimiento de no poder hacer nada más. Se
prometió así mismo que encontraría al culpable que había hecho esta barbaridad.
—Carmen, me temo que sí es su hija. Lo siento mucho.
Encontraré al que ha hecho esto, se lo prometo.
Al decir esto tuvo sentimientos encontrados, se
sentía muy culpable y a la vez furioso, pero también sentía alivio ya que
sabían la identidad de la víctima. Hubo silencio después de confirmarle la
muerte.
—Celia, se… llamaba Celia.
Todo lo que pasó después de la caída del pequeño
ocurrió muy deprisa. Él salió de la casa sin decir una palabra. Ella contempló cómo se marchaba, se enfadó mucho y
fue directa a la habitación donde se encontraba el niño.
¡Mami me ha descubierto! Viene hacia aquí… ¡Ay! Mamá
me ha levantado con fuerza y me ha dado contra la pared… ¿Dónde está papá? Por
favor que venga papá, tengo miedo… mamá está muy enfadada. Mamá me está
agarrando del cuello, no puedo respirar, quiero gritar por si me escucha papá pero
no puedo, me falta el aire.
—No le cuentes nada de esto a tu padre o lo
lamentarás, niño.
Tranquila mami, nunca más te volveré a desobedecer.
Después de que la señora se marchara de la
comisaría, sus compañeros y el fueron a interrogar a las personas cercanas a
Celia: a su jefe, y una vez más a su madre para tener constancia de los
acontecimientos previos a su muerte. Una semana más tarde, Javier recibió la
llamada del forense.
—¿Diga?
—Por favor con Javier López.
—Dos años y sigues sin reconocer mi voz.
—Javi, ya he terminado con la autopsia y tengo los
resultados.
—Bueno, no creo que haya nada nuevo…
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