XVIII. Mientras en la otra habitación (II)
Ya era media tarde. Sandra
se fue con otra cara, con alegría, pero
entre pasillo y pasillo de camino a la habitación de Ana, los pensamientos
regresaban a su cabeza.
—Hola, ¿como estas?
—Bien Sandra, no me han
dicho nada nuevo, pero estoy más tranquila. ¿Tú sabes algo de Pedro? —a Sandra
no se le daba mal mentir, de hecho, llevaba mucho tiempo guardando secretos,
pero había llegado todo a un límite tan extremo que estaba rodeada de mentiras,
y ésta decidió contarla…
—Ana, le he prometido a
Pedro que no te lo contaría, pero quería verte a las ocho para darte una
sorpresa. Te ha preparado una cena romántica para decirte que todo va bien, le
han dado buenas noticias y va a empezar la rehabilitación muy pronto.
—Pero Sandra, eso son
muy buenas noticias, ¿por qué me lo dices con esa cara? Parece que te de pena.
—No es eso, yo estoy muy
contenta, por fin alguna alegría… Pero mi hermano está tan ilusionado con que
vas a ir, que no sé cómo le vamos a volver a engañar. Me ha pedido que le lleve
hasta la camisa esa vieja que le regalaste, qué por cierto, no sé porque no la
tira ya.
A Ana le salió una sonrisa…
—Sandra, esa camisa le encanta, se la regale hace unos años y le tiene un
cariño especial.
—Que si Ana, yo se la
voy a traer pero… ¡Tu no vas a poder ir!
¿Qué vamos a hacer con esto? Mi hermano pronto empezará a notar que algo
raro pasa y no podemos estar mintiéndole mucho tiempo más…. Sandra se agobiaba
por momentos.
—Lo sé Sandra. No sé,
algo nos inventaremos en el último momento. No nos queda otra. Tú, mientras se
hacen las ocho, vete a casa a por la camisa para que se quede tranquilo, no
quiero que se preocupe.
Las horas de la tarde
pasaban para todo el mundo excepto para Sandra. No podía parar de pensar en Ana
y en Pedro, la camisa, la cena, las flores, velas: “¿velas?”. Repetía…: “es que
mi hermano esta ilusionadísimo, ¡si no lo he visto tan romántico nunca!”. Al
llegar a casa, cogió la camisa y los pantalones y regreso al hospital.
—Toc toc. Pedro, ¿se
puede?
—Si, si, pasa claro.
—Toma, ya te traigo las
cosas, ¿era esto verdad?
—Perfecto Sandra. Madre
mía que hermana más lista…. ¿a quien te parecerás? —rieron los dos. La
felicidad de Pedro era contagiosa.
—Pedro, ¿has vuelto a
hablar con Ana a ver si puede venir seguro?
—Estas un poco pesada
con que no va a venir. No he hablado con ella. He estado de un lado para otro
hablando con enfermeras y cocineras para que me trajesen cositas para la
habitación, ¿Y sabes qué? Las enfermeras que me ha dicho el doctor han pasado
ya a verme. Me han explicado que empiezo en una semana, y me han sentado en una
silla de ruedas. Me ha costado poder sentarme porque todavía sigo un poco
dolorido, pero me he dado una vuelta por el pasillo y me ha sentado de
maravilla. ¡Se me han ido todos los dolores! Me han enseñado como usarla y han
dicho que cuando me apetezca cogerla, que les avise. Así poco a poco iré
cogiendo un poco de fuerza en los brazos.
—¡Que bien Pedro, me
alegro! Bueno, yo te dejo todo aquí, te ayudo a vestirte si quieres, aunque
sinceramente, creo que cambiándote solo la camisa estarías bien. ¿No hacen
falta los pantalones, no?
—Bueno vale, ayúdame con
la camisa y ya te dejo tranquila. Ahora van a subirme la cena, que van a dar
las ocho, y una enfermera me ha conseguido flores y velas. Dile a los papás que
están fuera, que se bajen tranquilos a cenar. O mejor, que se vayan cuando
quieran que estoy bien.
—Vale, ahora se lo digo.
Yo también bajaré a picar algo y si puedo me los llevo para casa ya.
Sandra aprovecho el
momento para regresar con Ana. Las dos pensaban sin parar la escusa perfecta, era
difícil, no sabían que inventarse para que nada levantase sospechas... Los
minutos pasaban y pronto llegarían las ocho.
A la habitación de Pedro
ya llegaba la enfermera con la cena.
—Pedro, buenas noches,
te traigo la cena, lo que me pediste, algo sencillo, espero que os guste.
—Gracias Matilde, seguro
que esta todo riquísimo. Por cierto, ¿sabes donde esta Azucena? Es que me ha
dicho que me traería unas flores y unas velas pero no ha venido.
—Pues no tengo ni idea
Pedro, hace rato que no la veo.
—¿Me puedes hacer un
favor entonces? ¿Me puedes acercar una silla de ruedas? Me daré una vuelta por
los pasillos a ver si la veo mientras se hacen las ocho, quedan unos minutos
todavía, y sé que el toque de las flores y las velas le encantarán a Ana.
La enfermera lo
incorporó y con mucha ayuda y cuidado lo sentó en la silla.
—Si quieres te ayudo,
voy contigo y así no tienes que hacer esfuerzos.
—Gracias Matilde, vamos
entonces.
Los dos salieron de la
habitación, Pedro ya preparado con su camisa roja de cuadros y los pantalones de pijama
verdes, y detrás Matilde con su característica sonrisa. Buscaron por toda la
planta pero sin suerte alguna, Azucena no aparecía. Pedro se estaba empezando a poner nervioso
porque su plan no marchaba como quería. Continuaron unos minutos mas,
preguntaron a todo el personal del hospital, pero nadie sabía nada.
—Matilde, las velas
pueden esperar, pero las flores las necesito sí o sí. Vamos a la tienda de la
entrada, seguro que hay flores o bombones para darle a Ana. Vamos rápido por
favor, que van a dar las ocho y cuando llegue no voy a estar en la habitación.
Acelerados por los
pasillos en busca de flores, por fin llegaron a la entrada del hospital,
giraron la última esquina y de repente… Pedro freno en seco la silla con sus
manos. Se quedo impactado, mirando boquiabierto. El corazón se le aceleraba por
momentos, no lo podía creer. “¿Por qué estaba allí? ¿Y porque llevaba flores en
la mano? ¿Ramón? ¿Por quién esta preguntando en recepción? Deja las flores allí
¿Por qué? ¿Y ahora se va? ¿Para quién son esas flores?”. Pensaba sin parar a
una velocidad de vértigo. Pedro iba analizando todos los movimientos. En ese
mismo momento todo el vello se le puso de punta. Sin dejar pasar un segundo más…
—Matilde, por favor, ves
a recepción y pregunta para quién son las flores —Matilde vió la cara de Pedro,
desencajada, le notaba como se le aceleraba el corazón, la respiración, oía el
aliento entrar y salir por su boca. Se asusto un poco, así que no se lo pensó y
se acerco a preguntar.
—Buenas tardes María,
necesito que me hagas un pequeño favor. ¿Podrías decirme quién era el chico que
ha dejado las flores aquí y para quien son?
—Matilde, sabes que no
debería…
—María, te lo pido como
compañera tuya desde hace mas de doce años.
—Bueno, está bien. Aunque
tampoco te puedo decir mucho realmente. Solo me ha dicho que las suban a la
habitación 618.
—Gracias María, si
quieres las puedo subir yo…
—Bueno, está bien, así
no voy a la salida de mi turno. Uno por otro.
Matilde cogió el ramo de
flores y regresó.
—Pedro, no pone nada y
tampoco me ha dicho quien era el chico. Solo que son para la habitación 618. Es
el hospital materno, me he ofrecido para llevarlas, así que compras lo que
quieras, te dejo en tu habitación y me voy a entregarlas.
Pedro no podía tener
peor color, el pecho le subía y bajaba, la respiración se le seguía acelerando
todavía más, su estomago era una montaña rusa, su cabeza un remolino de
pensamientos que se le cruzaban y todos apuntaban a lo mismo. Casi tartamudeando
y sin fuerza, contesto… —No Matilde, te acompaño hasta esa habitación y así
paseo, necesito un paseo.
Matilde lo veía nervioso
pero no pensó mas allá que lo único que le pasaba es que estaba ansioso por su
cita.
Los dos comenzaron el
camino y cruzaron hasta el hospital materno. Pedro solo tenía la mirada fija en
el frente, casi no pestañeaba, la respiración se le iba acelerando todavía más,
el latir del corazón se podía escuchar en los pasillos. Los pensamientos le
llevaban a lo mismo… maternidad, Ana, flores, Ramón…. Iban llegando… habitación
615, habitación 616, habitación 617, habitación 618...
—Es aquí Pedro, espérame
un segundo.
Pedro no contestó,
seguía inmóvil detrás de la puerta. Matilde llamó y entro. Pedro seguía en el
pasillo. Esperó unos segundos, cogió aire y puso las manos sobre las varillas
de metal. Avanzó unos centímetros, dejo resbalar la mano sobre el pomo y abrió
la puerta…
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