lunes, 19 de mayo de 2014

Nuestra historia. Capítulo XX. London calling.

Capítulo veinte. Tras el happy hour de Merche Comín la semana pasada en un capítulo muy comentado en las redes sociales, con el feliz desenlace de todos los males que acechaban a Ana, hoy se nos plantean otras nuevas incógnitas. ¿Cómo explicará Ana los restos de cloroformo en su organismo? ¿Habrá desaparecido Ramón definitivamente? ¿Donde se ha ido? No os perdáis el episodio de hoy porque serán revelados.
Nos leemos. Besetes a tod@s.






XX. London Calling


—Yo… la verdad es que aún no puedo creer lo que ha pasado. Lo mejor será que todo se quede tal y como está, nadie tiene por que enterarse —susurró Ana entre sollozos y en un tono tan bajito que apenas se le escuchaba. Tras su reconciliación con Pedro lo que menos le apetecía era volver a liar la madeja y preocupar a su gente.
Teresa, la jefa de tocología, miraba a su colega con ternura y cierta incredulidad. Ambas se conocían desde los tiempos de la Facultad, cursaron juntas las materias troncales de Medicina y luego cada una eligió una especialidad. Entre ellas existía una conexión especial, Tere había estado junto a Ana en los duros momentos vividos tras el traumático divorcio de sus padres. El azar la eligió a ella para conocer el verdadero gran secreto de la familia de Ana.
—Todo ha sido una estupidez y además las pruebas médicas han salido perfectas, así que no le demos más importancia… —Ana tenía la necesidad de desahogarse y contar lo vivido en las últimas horas, pero de forma inexplicable era mayor la necesidad de proteger a Ramón. Su colega era muy insistente y no se conformaría con una callada por respuesta, como amiga y como profesional indagaría hasta llegar a la verdad.
Teresa dirigió una mirada cómplice al enfermero y a la alumna de prácticas, los dos salieron de la habitación y dejaron solas a las doctoras. Sabía que Ana no se sinceraría con espectadores.
—Anita cariño, tienes que contar lo que ha pasado... Espero que no hayas hecho ninguna tontería —Teresa se había sentado en la cama junto a Ana y su voz sonaba realmente seria y preocupada. Recogió su ondulado pelo color ceniza en una coleta, a la vez que sus enormes y luminosos ojos verdes observaban a Ana.
—Teresa tienes que prometerme que nadie va a enterarse de lo que te voy a contar… —Ana iba a volver a mentir por Ramón, acabada de decidirlo.
—Mira… estaba muy cansada y aturdida. Estas últimas semanas han sido muy duras, tenía que hacer algo para poder relajarme y dormir. Fui al antiguo almacén que se encuentra en el edificio de Consultas Externas y cogí prestada una pequeña botella de cristal opaco con cloroformo. Este tipo de anestésico ya no se utiliza en el Hospital, pensé que nadie lo echaría de menos y que inhalar un poquito no me haría ningún daño —explicó Ana con seguridad y poniendo carita de niña buena arrepentida.
—Ana estás loca, tu sabes mejor que nadie las consecuencias tóxicas que esas sustancias tienen en el organismo… no puedo creer lo que me estas contando. Podría haber afectado a tu corazón y desencadenar una parada cardiorespiratoria. ¡Dios mío! Sabes de sobra que en el hospital hay cámaras de seguridad… —Teresa estaba enfurecida con su amiga  y agitaba sus manos y brazos a la vez que negaba con la cabeza.
Patricia irrumpió en la habitación de forma brusca y nerviosa, estaba terminando de abrocharse los botones del uniforme de trabajo y de uno de sus bolsillos sobresalía un pequeño sobre. Al ver a Teresa en la habitación junto a su amiga se quedo inmóvil y su gesto se tornó preocupado.
—Lo siento doctora, pensaba que no había nadie en la habitación. Me imagino que todo irá bien, ¿verdad? —tras estas palabras, Patricia se dirigió a Ana.
—Cielo, venía a decirte lo guapos que estáis Pedro y tú en la foto —comento mientras guiñaba un ojo—. Voy con un poco de prisa, empieza mi turno y Matilde me mata si no llego a tiempo para hacer el relevo. Ya sabes que si necesitas cualquier cosica estaré por aquí tooooooda la mañana.
Patricia se despedía de las dos mientras andaba hacia atrás y buscaba con su mano izquierda de forma torpe el pomo de la puerta. A la vez que atravesaba el umbral de la puerta saco de su bolsillo el móvil para mirar la hora y al hacerlo un sobre se escapó hasta caer al suelo.
La puerta se cerró de un portazo y la corriente de aire deslizó el sobre hasta debajo de la cama de Ana, metiéndose en una de las zapatillas de pequeñas y sonrientes Hello Kitty que Sandra había regalado a su cuñada en la cena de Nochebuena.
La noche anterior tras entregar las flores en recepción, Ramón se había encontrado con Patricia de forma fortuita. Se acercó a ella y la saludó con un sentido y largo abrazo, la miró fijamente y no hizo falta palabras para que ella supiera que era una despedida. De forma muy sutil deslizó un pequeño sobre en el bolsillo de su camisola y le susurro al oído:
—Guapa, tienes que entregar este sobre por mí, es muy importante. Gracias por todo, eres un sol.
En la habitación 618, a Teresa le costaba creer la historia que Ana le había contado. Ana era enfermizamente responsable en su trabajo, incapaz de saltarse las normas y mucho menos de poner en peligro la salud de cualquier persona y en este caso era la de su bebe.
El busca de Teresa realizó tres breves pitidos, señal de que reclamaban su presencia. Se levantó y cogió su carpeta llena de informes y anotaciones realizadas en las consultas a sus pacientes.
—Doctora Medrano estoy muy disgustada y decepcionada, en quince minutos tengo una reunión con el equipo de dirección del Centro. Desde ya te informo de que no voy a dejar pasar toda esta historia, ya sabes que sustraer medicamentos para uso externo tiene sanción y mucho más si estos están prohibidos para el uso terapéutico —reprochó a Ana mientras salía de la habitación sin esperar respuesta.
Ana estaba metida en un buen lío, su reputación profesional y su ética personal estaban en tela de juicio. Se incorporó de la cama para levantarse, necesitaba abrir la ventana y respirar aire fresco para aclarar sus ideas. Al ir a ponerse las zapatillas en una de ellas noto que algo dificultaba esa tarea, se agachó lentamente y descubrió un pequeño sobre cuya destinataria era Olga.
Un fuerte sofoco subió por su rostro poniendo sus mejillas del color de un pimiento y la preocupación de sus ojos se torno ira… Los celos se apoderaron de ella y en su cabeza se preguntó si Pedro no estaría jugando a dos bandas. Volver a imaginar a Pedro y Olga juntos le revolvía el estómago. No estaba dispuesta a ser segundo plato de nadie y para ella ese sobre solo podía haberlo perdido Pedro y era prueba suficiente de que entre ellos seguía habiendo algo.
Sin pensarlo dos veces rompió el sobre en mil pedazos y los lanzo por la ventana. Seguidamente cogió el móvil y envío un whatsapp a Pedro.
No doy terceras oportunidades. Olvídate de nosotros.
Ana lloro en silencio a la vez que una inmensa amargura se apoderaba de ella. Y si no volvía a ver a Ramón y si su viaje no tenía retorno… ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?


Ramón estaba atormentado e inmensamente arrepentido, esta vez había sobrepasado los límites, Ana nunca le perdonaría haber puesto en riesgo su vida y la del bebé. El sabía lo que significaba perder a alguien importante y lo especial que es el vínculo entre una madre y sus hijos. La madre de Ramón falleció tras una larga y cruel enfermedad cuando él solo tenía seis años. Desde ese terrible viernes todas las noches Ramón espera su dulce beso en la frente y su “Buenas noches ratoncito”.
Esa noche mientras Pedro y Ana pasaban la noche juntos Ramón estuvo a punto de cometer la peor de las locuras. Bebió sentado en una de las mesas del Rock and Blues mientras en su bolsillo esperaba la cantidad suficiente de anestésico como para matar a un elefante. Rafa se unió a su noche tóxica y tomaron una cerveza tras otra durante toda la noche. Se sinceró con Rafa y le contó el motivo de sus repentinas y temporales desapariciones. Entre confidencias y cervezas decidió que iba a pasar al Plan B.
Ramón salió a toda prisa y cogió un taxi en la puerta del hospital, en la radio sonaba London Calling de The Clash, una canción muy apropiada pensó, mientras su corazón sonreía por dentro.
Tenía sentimientos encontrados, se alejaba de la que pensaba que era la mujer de su vida y a la que definitivamente había perdido, pero iba a emprender un camino que tenía pendiente desde hacía tiempo.
—Jefe a la Terminal 1 del Aeropuerto, a la puerta de Salidas Internacionales —dijo Ramón con seguridad.
—¿No trae maleta? —preguntó el taxista.
—No… donde voy tengo todo lo necesario —murmuró con un brillo especial en su mirada.
La fría y húmeda ventanilla aplastaba su frente mientras los edificios se sucedían como un carrete de película. Superficial, mujeriego, sin principios, imágenes personales que oscurecían su verdadera identidad y de las cuales necesitaba desprenderse. Su inseguridad, sus miedos y esa continúa huída de la soledad  le hacía buscar la compañía y la seguridad que le proporcionaban las mujeres. Mujeres que casi nunca le parecían lo bastante buenas, solo quería una mujer dulce y divertida como lo era su madre. Nunca había tenido suerte, y ahora que creía haber encontrado el amor y a la mujer perfecta en Ana todo saltaba por los aires.
Varias gotas comenzaron a golpear la cabeza de Ramón a la vez que sacaba de su monedero el dinero para pagar la carrera. Miró al cielo y observó cómo se entrelazaban una maraña de nubes del color del carbón. Una tormenta eléctrica amenazaba sobre el aeropuerto mientras cientos de viajeros con maletas cargadas de sueños, desengaños, encuentros y desencuentros se movían con torpeza y rapidez.
Ramón, el hombre de mundo, odiaba volar, le ponía nervioso montarse es esos enormes pájaros con alas metálicas. Una y otra vez se preguntaba e intentaba dar explicación a cómo podían mantenerse en el aire… inexplicables enigmas de la vida cotidiana: volar, escuchar la radio y las ondas sonoras, mandar un fax y la personita que desde dentro trascribe el mensaje…
Buscó en su pequeña mochila el billete impreso en un folio con el logo del hospital en el reverso y doblado en cuatro partes no simétricas. Su decisión no había sido muy meditada, le había pillado por sorpresa. Se había descubierto a él mismo dando a la tecla de confirmación de compra del billete con salida a las 11:40 horas.
Ramón se acercó a la pantalla de información de salidas y  comprobó el número de vuelo, la hora de salida y su destino… Londres.

Una vez en el avión Ramón destripó su móvil y sacó la tarjeta, acto seguido entró al baño y la arrojó a la papelera. Daba un importante paso y rompía con todo lo anterior, se alejaba de su vida creada sobre mentiras y relaciones superficiales que no le llenaban. Sus ojos se llenaron de lágrimas y de su cartera sacó una foto. La foto tenía impresa una fecha medio borrada por el paso del tiempo y la imagen mostraba Portobello Road, una colorida calle de Nothing Hill y las escaleras de una casa rosa chicle con una puerta azul añil delante de la cual un joven y feliz Ramón sujetaba en sus brazos a un avispado y rubio bebe, su…

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