Capítulo veinte. Tras el happy hour de Merche Comín la semana pasada en un capítulo muy comentado en las redes sociales, con el feliz desenlace de todos los males que acechaban a Ana, hoy se nos plantean otras nuevas incógnitas. ¿Cómo explicará Ana los restos de cloroformo en su organismo? ¿Habrá desaparecido Ramón definitivamente? ¿Donde se ha ido? No os perdáis el episodio de hoy porque serán revelados.
Nos leemos. Besetes a tod@s.
XX. London
Calling
—Yo… la verdad es que
aún no puedo creer lo que ha pasado. Lo mejor será que todo se quede tal y como
está, nadie tiene por que enterarse —susurró Ana entre sollozos y en un tono
tan bajito que apenas se le escuchaba. Tras su reconciliación con Pedro lo que
menos le apetecía era volver a liar la madeja y preocupar a su gente.
Teresa, la jefa de
tocología, miraba a su colega con ternura y cierta incredulidad. Ambas se
conocían desde los tiempos de la
Facultad , cursaron juntas las materias troncales de Medicina
y luego cada una eligió una especialidad. Entre ellas existía una conexión
especial, Tere había estado junto a Ana en los duros momentos vividos tras el
traumático divorcio de sus padres. El azar la eligió a ella para conocer el
verdadero gran secreto de la familia de Ana.
—Todo ha sido una
estupidez y además las pruebas médicas han salido perfectas, así que no le
demos más importancia… —Ana tenía la necesidad de desahogarse y contar lo
vivido en las últimas horas, pero de forma inexplicable era mayor la necesidad
de proteger a Ramón. Su colega era muy insistente y no se conformaría con una
callada por respuesta, como amiga y como profesional indagaría hasta llegar a
la verdad.
Teresa dirigió una
mirada cómplice al enfermero y a la alumna de prácticas, los dos salieron de la
habitación y dejaron solas a las doctoras. Sabía que Ana no se sinceraría con
espectadores.
—Anita cariño, tienes
que contar lo que ha pasado... Espero que no hayas hecho ninguna tontería
—Teresa se había sentado en la cama junto a Ana y su voz sonaba realmente seria
y preocupada. Recogió su ondulado pelo color ceniza en una coleta, a la vez que
sus enormes y luminosos ojos verdes observaban a Ana.
—Teresa tienes que
prometerme que nadie va a enterarse de lo que te voy a contar… —Ana iba a
volver a mentir por Ramón, acabada de decidirlo.
—Mira… estaba muy
cansada y aturdida. Estas últimas semanas han sido muy duras, tenía que hacer
algo para poder relajarme y dormir. Fui al antiguo almacén que se encuentra en
el edificio de Consultas Externas y cogí prestada una pequeña botella de
cristal opaco con cloroformo. Este tipo de anestésico ya no se utiliza en el
Hospital, pensé que nadie lo echaría de menos y que inhalar un poquito no me
haría ningún daño —explicó Ana con seguridad y poniendo carita de niña buena
arrepentida.
—Ana estás loca, tu
sabes mejor que nadie las consecuencias tóxicas que esas sustancias tienen en
el organismo… no puedo creer lo que me estas contando. Podría haber afectado a
tu corazón y desencadenar una parada cardiorespiratoria. ¡Dios mío! Sabes de
sobra que en el hospital hay cámaras de seguridad… —Teresa estaba enfurecida
con su amiga y agitaba sus manos y
brazos a la vez que negaba con la cabeza.
Patricia irrumpió en la
habitación de forma brusca y nerviosa, estaba terminando de abrocharse los
botones del uniforme de trabajo y de uno de sus bolsillos sobresalía un pequeño
sobre. Al ver a Teresa en la habitación junto a su amiga se quedo inmóvil y su
gesto se tornó preocupado.
—Lo siento doctora,
pensaba que no había nadie en la habitación. Me imagino que todo irá bien,
¿verdad? —tras estas palabras, Patricia se dirigió a Ana.
—Cielo, venía a decirte
lo guapos que estáis Pedro y tú en la foto —comento mientras guiñaba un ojo—.
Voy con un poco de prisa, empieza mi turno y Matilde me mata si no llego a
tiempo para hacer el relevo. Ya sabes que si necesitas cualquier cosica estaré
por aquí tooooooda la mañana.
Patricia se despedía de
las dos mientras andaba hacia atrás y buscaba con su mano izquierda de forma
torpe el pomo de la puerta. A la vez que atravesaba el umbral de la puerta saco
de su bolsillo el móvil para mirar la hora y al hacerlo un sobre se escapó
hasta caer al suelo.
La puerta se cerró de un
portazo y la corriente de aire deslizó el sobre hasta debajo de la cama de Ana,
metiéndose en una de las zapatillas de pequeñas y sonrientes Hello Kitty que
Sandra había regalado a su cuñada en la cena de Nochebuena.
La noche anterior tras
entregar las flores en recepción, Ramón se había encontrado con Patricia de
forma fortuita. Se acercó a ella y la saludó con un sentido y largo abrazo, la
miró fijamente y no hizo falta palabras para que ella supiera que era una
despedida. De forma muy sutil deslizó un pequeño sobre en el bolsillo de su camisola
y le susurro al oído:
—Guapa, tienes que
entregar este sobre por mí, es muy importante. Gracias por todo, eres un sol.
En la habitación 618, a Teresa le costaba
creer la historia que Ana le había contado. Ana era enfermizamente responsable
en su trabajo, incapaz de saltarse las normas y mucho menos de poner en peligro
la salud de cualquier persona y en este caso era la de su bebe.
El busca de Teresa
realizó tres breves pitidos, señal de que reclamaban su presencia. Se levantó y
cogió su carpeta llena de informes y anotaciones realizadas en las consultas a
sus pacientes.
—Doctora Medrano estoy
muy disgustada y decepcionada, en quince minutos tengo una reunión con el
equipo de dirección del Centro. Desde ya te informo de que no voy a dejar pasar
toda esta historia, ya sabes que sustraer medicamentos para uso externo tiene
sanción y mucho más si estos están prohibidos para el uso terapéutico —reprochó
a Ana mientras salía de la habitación sin esperar respuesta.
Ana estaba metida en un
buen lío, su reputación profesional y su ética personal estaban en tela de
juicio. Se incorporó de la cama para levantarse, necesitaba abrir la ventana y
respirar aire fresco para aclarar sus ideas. Al ir a ponerse las zapatillas en
una de ellas noto que algo dificultaba esa tarea, se agachó lentamente y
descubrió un pequeño sobre cuya destinataria era Olga.
Un fuerte sofoco subió
por su rostro poniendo sus mejillas del color de un pimiento y la preocupación
de sus ojos se torno ira… Los celos se apoderaron de ella y en su cabeza se
preguntó si Pedro no estaría jugando a dos bandas. Volver a imaginar a Pedro y
Olga juntos le revolvía el estómago. No estaba dispuesta a ser segundo plato de
nadie y para ella ese sobre solo podía haberlo perdido Pedro y era prueba
suficiente de que entre ellos seguía habiendo algo.
Sin pensarlo dos veces rompió
el sobre en mil pedazos y los lanzo por la ventana. Seguidamente cogió el móvil
y envío un whatsapp a Pedro.
No doy
terceras oportunidades. Olvídate de nosotros.
Ana lloro en silencio a
la vez que una inmensa amargura se apoderaba de ella. Y si no volvía a ver a
Ramón y si su viaje no tenía retorno… ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?
Ramón estaba atormentado
e inmensamente arrepentido, esta vez había sobrepasado los límites, Ana nunca
le perdonaría haber puesto en riesgo su vida y la del bebé. El sabía lo que
significaba perder a alguien importante y lo especial que es el vínculo entre
una madre y sus hijos. La madre de Ramón falleció tras una larga y cruel enfermedad
cuando él solo tenía seis años. Desde ese terrible viernes todas las noches
Ramón espera su dulce beso en la frente y su “Buenas noches ratoncito”.
Esa noche mientras Pedro
y Ana pasaban la noche juntos Ramón estuvo a punto de cometer la peor de las
locuras. Bebió sentado en una de las mesas del Rock and Blues mientras en su
bolsillo esperaba la cantidad suficiente de anestésico como para matar a un
elefante. Rafa se unió a su noche tóxica y tomaron una cerveza tras otra
durante toda la noche. Se sinceró con Rafa y le contó el motivo de sus
repentinas y temporales desapariciones. Entre confidencias y cervezas decidió
que iba a pasar al Plan B.
Ramón salió a toda prisa
y cogió un taxi en la puerta del hospital, en la radio sonaba London Calling de The Clash, una canción
muy apropiada pensó, mientras su corazón sonreía por dentro.
Tenía sentimientos
encontrados, se alejaba de la que pensaba que era la mujer de su vida y a la
que definitivamente había perdido, pero iba a emprender un camino que tenía pendiente
desde hacía tiempo.
—Jefe a la Terminal 1 del
Aeropuerto, a la puerta de Salidas Internacionales —dijo Ramón con seguridad.
—¿No trae maleta?
—preguntó el taxista.
—No… donde voy tengo
todo lo necesario —murmuró con un brillo especial en su mirada.
La fría y húmeda
ventanilla aplastaba su frente mientras los edificios se sucedían como un
carrete de película. Superficial, mujeriego, sin principios, imágenes
personales que oscurecían su verdadera identidad y de las cuales necesitaba
desprenderse. Su inseguridad, sus miedos y esa continúa huída de la
soledad le hacía buscar la compañía y la
seguridad que le proporcionaban las mujeres. Mujeres que casi nunca le parecían
lo bastante buenas, solo quería una mujer dulce y divertida como lo era su
madre. Nunca había tenido suerte, y ahora que creía haber encontrado el amor y
a la mujer perfecta en Ana todo saltaba por los aires.
Varias gotas comenzaron
a golpear la cabeza de Ramón a la vez que sacaba de su monedero el dinero para
pagar la carrera. Miró al cielo y observó cómo se entrelazaban una maraña de
nubes del color del carbón. Una tormenta eléctrica amenazaba sobre el
aeropuerto mientras cientos de viajeros con maletas cargadas de sueños,
desengaños, encuentros y desencuentros se movían con torpeza y rapidez.
Ramón, el hombre de
mundo, odiaba volar, le ponía nervioso montarse es esos enormes pájaros con
alas metálicas. Una y otra vez se preguntaba e intentaba dar explicación a cómo
podían mantenerse en el aire… inexplicables enigmas de la vida cotidiana:
volar, escuchar la radio y las ondas sonoras, mandar un fax y la personita que
desde dentro trascribe el mensaje…
Buscó en su pequeña
mochila el billete impreso en un folio con el logo del hospital en el reverso y
doblado en cuatro partes no simétricas. Su decisión no había sido muy meditada,
le había pillado por sorpresa. Se había descubierto a él mismo dando a la tecla
de confirmación de compra del billete con salida a las 11:40 horas.
Ramón se acercó a la
pantalla de información de salidas y
comprobó el número de vuelo, la hora de salida y su destino… Londres.
Una vez en el avión
Ramón destripó su móvil y sacó la tarjeta, acto seguido entró al baño y la
arrojó a la papelera. Daba un importante paso y rompía con todo lo anterior, se
alejaba de su vida creada sobre mentiras y relaciones superficiales que no le
llenaban. Sus ojos se llenaron de lágrimas y de su cartera sacó una foto. La
foto tenía impresa una fecha medio borrada por el paso del tiempo y la imagen
mostraba Portobello Road, una colorida calle de Nothing Hill y las escaleras de
una casa rosa chicle con una puerta azul añil delante de la cual un joven y
feliz Ramón sujetaba en sus brazos a un avispado y rubio bebe, su…
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