viernes, 23 de mayo de 2014

Colección Uni2. Un destino inesperado. Capítulo 1: Asumiendo la realidad.

Hoy presentamos "Un destino inesperado", la novela de David Carrasco y Natalia Carcas. Veréis como os engancha. Además está contada de una forma muy peculiar y divertida. Debuta con el primer capítulo titulado "Asumiendo la realidad". En el descubriremos las vivencias de Esteban y su nueva vida como indigente. No os lo perdáis.




CAPITULO 1. Asumiendo la realidad.


Los primeros rayos de luz del día penetraron en mi cara sin piedad. El ojo derecho se me abrió, al ojo izquierdo algo le ocurría que no quería abrirse. Cogí un poco de agua que me quedaba en la botella, me la eche suavemente por el ojo y me hice un pequeño y placido masaje por el párpado. Parece que la cosa funcionaba y se fue abriendo poco a poco. El escozor era muy severo pero vamos… se podía aguantar perfectamente.
Tenía los pies congelados, la nariz ni la sentía. Me quedé unos minutos más en el suelo intentando pensar en algo, pero no tenía fuerzas ni siquiera para pensar. Llevaba cuatro días sin parar de llorar, estaba abatido y destrozado por la situación en la que me encontraba. Era consciente de que tenía una fuerte depresión y que necesitaba ayuda. Me levanté del suelo y plegué la manta de cuadros blancos y marrones. Recogí los cartones y los aparté a un lado, encima de esa manta horrorosa. Abrí el carro de la compra de tela donde guardaba todas mis pertenencias, cogí las cenizas de mi madre, les di un beso y las volví a guardar en el carrito. Era el quinto día sin mi madre. Y desde que tengo las cenizas todas las mañanas las beso.
Mi madre había sido una mujer que dio todo por sacarme adelante, la mejor madre que un hijo puede tener. La vida la trató muy mal, siempre tuvo muy mala suerte en todo. Nunca encontró un trabajo fijo, a veces limpiaba una casa cuando la llamaban y otras veces iba a un bar a hacer alguna cosa en la cocina y a limpiar, como no. Si algo me dejó en la vida fue el gran amor que me demostró en estos veinte años que tengo. Crecí sin padre pero vamos… que a estas alturas de mi vida me da como un poco igual.
Salí del cajero automático con mi carrito de la compra. Estaba en el centro de Zaragoza y hacia un cierzo de flipar en colores. Estábamos a veinticuatro de enero.
Tenía unas ganas de mear alucinantes y más hambre “que el perro un ciego”. Tenía en el bolsillo veinte euros que me quedaban de los cincuenta que dejó mi madre. Sabía que cuando me los gastara no tendría nada que llevarme a la boca. Entré en un bar rápidamente y fui directo al baño. Mee, me lave las manos y la cara. Me mire en el espejo y vi esos ojos azules, grandes e irritados. Mi cabeza parecía que empezaba a carburar algo y a tener algún pensamiento de provecho. Pensé en que iba hacer ahora con mi vida y me derrumbé otra vez. Empecé a llorar como niño de dos años de edad, no tenía a nadie, ni familiares cercanos ni amigos que yo supiera, bueno…
Había una persona que había sido como un padre para mí, el señor Miguel. Es una persona a la que no le cabe el corazón en el pecho de lo bueno que es, ha vivido encima de nosotros toda la vida y siempre tenía una sonrisa para mi madre y para mí. Cuando se me pasó la llorera salí del baño, me pedí un cortadico que me supo a gloria bendita. Tenía la esperanza de que el café engañara a mi estomago y se me pasare al hambre. Estaba hambriento pero no pedí nada más porque tenía que estirar el poco dinero que me quedaba.
Pensé en lo tarambanas que había sido siempre. Nunca había estudiado ni trabajado y eso me iba a pasar una factura de altísimo precio.
Me vino a la cabeza el fatídico día que volví a casa con las cenizas de mi madre. Me estaba esperando el hijo del dueño del piso donde vivíamos. En cuanto me vio me dijo que tenía una hora para desalojarlo y largarme de allí.
Le pedí una explicación de por qué me tenía que ir y que donde estaba su padre que es el que siempre venia a cobrar el alquiler. No me dio ningún tipo de explicación, volvió a decirme que tenía una hora para marcharme del piso o llamaría a la policía. Lo último que quería en ese momento eran más problemas. Tampoco tenía un contrato de alquiler o ningún tipo de documento legal.
Cogí la poca ropa que tenía mi madre, alguna pulsera y pendientes de poco valor. También cogí mi ropa, zapatillas etc. Metí todo en bolsas y subí a la puerta del señor Miguel donde deje todas esas bolsas junto a su puerta. En el carrito de compra metí lo que vi yo más necesario para sobrevivir en la calle.
Antes de irme le deje una nota al señor Miguel diciéndole que me habían echado del piso y que todas esas bolsas eran pertenencias mías y de mi madre que en paz descanse, y que pronto nos veríamos.
Me terminé el cortadico, los pies parecía que me estaban entrando en calor y decidí ir a visitar la calle en la que viví tantísimos años. Salí del bar y empecé a caminar hacia allí. A los diez minutos de caminata ya estaba en frente de ese bajo que me vio nacer. Lo único que había cambiado era un cartel que ponía “se vende” y de pronto oí una voz que decía a lo lejos:
-¡Esteban! ¡Esteban! —me di la vuelta sutilmente y se trataba del señor Miguel. Llevaba una barra de pan que dejó caer al suelo. Me di la vuelta y vino como un misil hacia mí y nos dimos un fuerte e intenso abrazo.
Esos instantes que duró el abrazo, fue el único momento en el que me sentí bien en los últimos cinco días. No sabía que un abrazo aunque dure unos segundos, te haga olvidar todas las cosas malas de la vida.
—Pero hijo mío… ¿Dónde has estado? Estaba muy preocupado por ti.
—He estado durmiendo en la calle. Bueno no, en un cajero automático.
—Dios mío de mi vida. Leí la nota que me dejaste. ¿Pero por que te han echado del piso?
—No lo sé. No quiso darme ningún tipo de explicación y cogí todo y me fui sin más.
—Será mal nacido… No se reventará no…
—No me cabe en la cabeza como la gente puede llegar a ser así de miserable.
—¡Ay Esteban! En estos tiempos que vivimos cada día la gente tiene menos escrúpulos y solo miran por sí mismos, sin pensar el daño que causan a otras personas. Y cada día hay más gente así por desgracia.
—Lo sé,  lo sé, señor Miguel.
—Si pudieras quedarte en mi casa… pero ya sabes que en mi casa solo hay una habitación pequeña que es donde duermo yo y en el salón duerme el carnuz de mi hijo, que como ya sabes está mal de la cabeza y no toleraría verte allí.
—No tiene que darme explicaciones de nada. Conozco la situación de sobras, acuérdese que fuimos vecinos durante veinte años.
—Y ya sabes la pensión que cobro, que es muy baja.
—Señor Miguel, que como le he dicho antes, no me tiene que dar explicaciones de nada. Que sé al cien por cien cual es su situación.
En su mirada vi reflejado que el futuro que me esperaba iba a ser negro. Me miraba con una cara de pena espantosa. Con sus manos cogió mi pecho, se lo acercó a él y me volvió a dar otro abrazo de esos que te llenan de ternura y de repente me susurró al oído…
—Ahora mismo subes a mi casa, y te pegas una ducha porque hueles bastante mal.
—No, no, paso de subir a su casa y que me ataque su hijo.
—Tranquilo Esteban, que mi hijo no está en casa ahora y te puedes duchar tranquilamente.
—Vale… Subiré a su casa para ducharme y me iré.
Subimos por las escaleras hacia su casa. El señor Miguel abrió la puerta y yo entre en el baño como un rayo. Tenía unas enormes ganas de quitarme toda la suciedad que tenía acumulada en mi cuerpo, me desnude rápidamente y me metí en la ducha. Era increíble la sensación que me causaban las gotas de agua al impactar sobre mí. Vamos, “que me la estaba gozando”.
Salí de la ducha, me afeite los cuatro pelos que llevaba y al mirarme al espejo vi que mi pelo rubio, era amarillo y no marrón tirando a negro como lo tenía después de cinco días durmiendo en la calle. Me puse ropa limpia, salí del baño y fui hacia la cocina donde se escuchaba al señor Miguel haciendo alguna cosa.
—Oh, pero si pareces otro —me dijo el señor Miguel con unos ojos que se le salían de las órbitas.
—Me he quedado nuevo.
—Anda, anda, pues mas nuevo te vas a quedar con el bocadillo de chorizo de Pamplona que te acabo de hacer. ¡Untadico con tomate!
—Mmmmm, con el hambre que tengo. Muchas muchas gracias señor Miguel.
—Ya sabes  Esteban que en todo lo que pueda te ayudaré.
Tenía unas ganas tremendas de hincarle el diente a ese bocadillo, se me  hacia la boca agua.
—Bueno señor Miguel me voy a ir ya, muchas gracias por todo otra vez.
—Espero que vengas pronto a verme
—Si, no se preocupe, que algún día que otro me dejare caer por aquí.
Noté esa mirada de nuevo, que impactaba sobre mí fuertemente, era una mirada de pena descomunal.
Nos dimos otro abrazo de esos tan buenos y salí de su casa con mi carrito. Busqué un sitio para comerme el bocadillo. A los dos minutos de ir andando vi un banco para sentarme al que le pegaba el sol tímidamente. Me senté allí y me comí ese bocadillo en menos  de tres minutos. Me espatarre en el banco mientras me pegaba el solecico en la cara.
Tenía una fórmula infalible en mi cuerpo para dormirme.
La relajación de una ducha después de cinco días, la tripa llena y el solecico pegándote suavemente por la cara. Me quedé dormido en aquel banco cerca de la plaza del Pilar. Y tuve un sueño.
Soñé que era un hombre rico. Que me sobraba el dinero. Que tenia mas casas que dedos tengo en la mano, y que era un “gigoló” que cada día me acostaba con una mujer diferente. Iba por unas islas paradisíacas con una moto de agua y detrás llevaba a una chica de esas que cuando las ves te dejan con la boca abierta. Estaba como un tren. Parábamos en una cala que nos encontrábamos de camino. Dejaba la moto de agua en la orilla. Nos desnudábamos y empezábamos a hacer el amor en aquel paisaje idílico que parecía como si fuéramos los primeros seres vivos que lo pisaban. No me quería despertar, me la estaba gozando como nunca.
Y de repente un manguerazo de agua a presión me despertó. Había pasado de estar en aquellas aguas turquesas y transparentes a…
—Perdona chaval, que no te he visto —era un operario del ayuntamiento que iba limpiando las calles—. Joder es que la manguera esta tiene mucha presión y se me ha escapado un poco, ya me perdonaras.
El hombre siguió a lo suyo con su trabajo y yo me quedé allí en ese banco intentando recordar ese sueño increíble. Me levanté y empecé a caminar dando vueltas sin saber qué hacer. Me había convertido en unos pocos días en una persona sin techo.
Me dirigí al cajero donde dormía para comprobar si estaban mis cartones y mi manta. Enseguida llegué hasta allí y vi que estaba todo.
Se me ocurrió pedir trabajo por los bares de la zona. Sé que lo tendría complicado porque no tengo experiencia ni de camarero ni de nada. Solo tengo experiencia en hacer el vago. Entré al menos en diez bares de la zona y tal y como les preguntaba me decían que nada de nada, ni siquiera me preguntaban  si tenía experiencia o algo. Estaba ya cansado de que me dieran largas.
Tenía la esperanza de encontrar trabajo o que algo sucediera en mi vida, por lo menos para no estar en la calle. Me compré un paquete de pipas y me senté en un bordillo.
La noche empezaba apoderarse del día. Las farolas empezaban a encenderse y la temperatura bajaba unos cuantos grados. Los pies los tenía congelados, las orejas rojas y otra vez muchísima hambre.

Estos habían sido mis primeros días como un sin techo, o como un vagabundo. Esta era mi nueva vida. Hasta el momento el destino me había traído hasta aquí. Y no sé donde me querrá llevar de aquí en adelante…              

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