CAPITULO 1. Asumiendo la realidad.
Los primeros rayos de luz del día penetraron en mi
cara sin piedad. El ojo derecho se me abrió, al ojo izquierdo algo le ocurría
que no quería abrirse. Cogí un poco de agua que me quedaba en la botella, me la
eche suavemente por el ojo y me hice un pequeño y placido masaje por el
párpado. Parece que la cosa funcionaba y se fue abriendo poco a poco. El
escozor era muy severo pero vamos… se podía aguantar perfectamente.
Tenía los pies congelados, la nariz ni la sentía. Me
quedé unos minutos más en el suelo intentando pensar en algo, pero no tenía
fuerzas ni siquiera para pensar. Llevaba cuatro días sin parar de llorar,
estaba abatido y destrozado por la situación en la que me encontraba. Era
consciente de que tenía una fuerte depresión y que necesitaba ayuda. Me levanté
del suelo y plegué la manta de cuadros blancos y marrones. Recogí los cartones
y los aparté a un lado, encima de esa manta horrorosa. Abrí el carro de la
compra de tela donde guardaba todas mis pertenencias, cogí las cenizas de mi
madre, les di un beso y las volví a guardar en el carrito. Era el quinto día
sin mi madre. Y desde que tengo las cenizas todas las mañanas las beso.
Mi madre había sido una mujer que dio todo por
sacarme adelante, la mejor madre que un hijo puede tener. La vida la trató muy
mal, siempre tuvo muy mala suerte en todo. Nunca encontró un trabajo fijo, a
veces limpiaba una casa cuando la llamaban y otras veces iba a un bar a hacer
alguna cosa en la cocina y a limpiar, como no. Si algo me dejó en la vida fue
el gran amor que me demostró en estos veinte años que tengo. Crecí sin padre
pero vamos… que a estas alturas de mi vida me da como un poco igual.
Salí del cajero automático con mi carrito de la
compra. Estaba en el centro de Zaragoza y hacia un cierzo de flipar en colores.
Estábamos a veinticuatro de enero.
Tenía unas ganas de mear alucinantes y más hambre
“que el perro un ciego”. Tenía en el bolsillo veinte euros que me quedaban de
los cincuenta que dejó mi madre. Sabía que cuando me los gastara no tendría
nada que llevarme a la boca. Entré en un bar rápidamente y fui directo al baño.
Mee, me lave las manos y la cara. Me mire en el espejo y vi esos ojos azules,
grandes e irritados. Mi cabeza parecía que empezaba a carburar algo y a tener
algún pensamiento de provecho. Pensé en que iba hacer ahora con mi vida y me
derrumbé otra vez. Empecé a llorar como niño de dos años de edad, no tenía a
nadie, ni familiares cercanos ni amigos que yo supiera, bueno…
Había una persona que había sido como un padre para
mí, el señor Miguel. Es una persona a la que no le cabe el corazón en el pecho
de lo bueno que es, ha vivido encima de nosotros toda la vida y siempre tenía
una sonrisa para mi madre y para mí. Cuando se me pasó la llorera salí del
baño, me pedí un cortadico que me supo a gloria bendita. Tenía la esperanza de
que el café engañara a mi estomago y se me pasare al hambre. Estaba hambriento
pero no pedí nada más porque tenía que estirar el poco dinero que me quedaba.
Pensé en lo tarambanas que había sido siempre. Nunca
había estudiado ni trabajado y eso me iba a pasar una factura de altísimo
precio.
Me vino a la cabeza el fatídico día que volví a casa
con las cenizas de mi madre. Me estaba esperando el hijo del dueño del piso
donde vivíamos. En cuanto me vio me dijo que tenía una hora para desalojarlo y
largarme de allí.
Le pedí una explicación de por qué me tenía que ir y
que donde estaba su padre que es el que siempre venia a cobrar el alquiler. No
me dio ningún tipo de explicación, volvió a decirme que tenía una hora para
marcharme del piso o llamaría a la policía. Lo último que quería en ese momento
eran más problemas. Tampoco tenía un contrato de alquiler o ningún tipo de
documento legal.
Cogí la poca ropa que tenía mi madre, alguna pulsera
y pendientes de poco valor. También cogí mi ropa, zapatillas etc. Metí todo en
bolsas y subí a la puerta del señor Miguel donde deje todas esas bolsas junto a
su puerta. En el carrito de compra metí lo que vi yo más necesario para
sobrevivir en la calle.
Antes de irme le deje una nota al señor Miguel
diciéndole que me habían echado del piso y que todas esas bolsas eran
pertenencias mías y de mi madre que en paz descanse, y que pronto nos veríamos.
Me terminé el cortadico, los pies parecía que me
estaban entrando en calor y decidí ir a visitar la calle en la que viví
tantísimos años. Salí del bar y empecé a caminar hacia allí. A los diez minutos
de caminata ya estaba en frente de ese bajo que me vio nacer. Lo único que
había cambiado era un cartel que ponía “se vende” y de pronto oí una voz que
decía a lo lejos:
-¡Esteban! ¡Esteban! —me di la vuelta sutilmente y se
trataba del señor Miguel. Llevaba una barra de pan que dejó caer al suelo. Me
di la vuelta y vino como un misil hacia mí y nos dimos un fuerte e intenso
abrazo.
Esos instantes que duró el abrazo, fue el único
momento en el que me sentí bien en los últimos cinco días. No sabía que un
abrazo aunque dure unos segundos, te haga olvidar todas las cosas malas de la
vida.
—Pero hijo mío… ¿Dónde has estado? Estaba muy
preocupado por ti.
—He estado durmiendo en la calle. Bueno no, en un
cajero automático.
—Dios mío de mi vida. Leí la nota que me dejaste.
¿Pero por que te han echado del piso?
—No lo sé. No quiso darme ningún tipo de explicación
y cogí todo y me fui sin más.
—Será mal nacido… No se reventará no…
—No me cabe en la cabeza como la gente puede llegar
a ser así de miserable.
—¡Ay Esteban! En estos tiempos que vivimos cada día
la gente tiene menos escrúpulos y solo miran por sí mismos, sin pensar el daño
que causan a otras personas. Y cada día hay más gente así por desgracia.
—Lo sé, lo sé,
señor Miguel.
—Si pudieras quedarte en mi casa… pero ya sabes que
en mi casa solo hay una habitación pequeña que es donde duermo yo y en el salón
duerme el carnuz de mi hijo, que como ya sabes está mal de la cabeza y no
toleraría verte allí.
—No tiene que darme explicaciones de nada. Conozco
la situación de sobras, acuérdese que fuimos vecinos durante veinte años.
—Y ya sabes la pensión que cobro, que es muy baja.
—Señor Miguel, que como le he dicho antes, no me
tiene que dar explicaciones de nada. Que sé al cien por cien cual es su
situación.
En su mirada vi reflejado que el futuro que me
esperaba iba a ser negro. Me miraba con una cara de pena espantosa. Con sus manos
cogió mi pecho, se lo acercó a él y me volvió a dar otro abrazo de esos que te
llenan de ternura y de repente me susurró al oído…
—Ahora mismo subes a mi casa, y te pegas una ducha
porque hueles bastante mal.
—No, no, paso de subir a su casa y que me ataque su
hijo.
—Tranquilo Esteban, que mi hijo no está en casa
ahora y te puedes duchar tranquilamente.
—Vale… Subiré a su casa para ducharme y me iré.
Subimos por las escaleras hacia su casa. El señor
Miguel abrió la puerta y yo entre en el baño como un rayo. Tenía unas enormes
ganas de quitarme toda la suciedad que tenía acumulada en mi cuerpo, me desnude
rápidamente y me metí en la ducha. Era increíble la sensación que me causaban
las gotas de agua al impactar sobre mí. Vamos, “que me la estaba gozando”.
Salí de la ducha, me afeite los cuatro pelos que
llevaba y al mirarme al espejo vi que mi pelo rubio, era amarillo y no marrón
tirando a negro como lo tenía después de cinco días durmiendo en la calle. Me
puse ropa limpia, salí del baño y fui hacia la cocina donde se escuchaba al
señor Miguel haciendo alguna cosa.
—Oh, pero si pareces otro —me dijo el señor Miguel
con unos ojos que se le salían de las órbitas.
—Me he quedado nuevo.
—Anda, anda, pues mas nuevo te vas a quedar con el
bocadillo de chorizo de Pamplona que te acabo de hacer. ¡Untadico con tomate!
—Mmmmm, con el hambre que tengo. Muchas muchas
gracias señor Miguel.
—Ya sabes
Esteban que en todo lo que pueda te ayudaré.
Tenía unas ganas tremendas de hincarle el diente a
ese bocadillo, se me hacia la boca agua.
—Bueno señor Miguel me voy a ir ya, muchas gracias
por todo otra vez.
—Espero que vengas pronto a verme
—Si, no se preocupe, que algún día que otro me
dejare caer por aquí.
Noté esa mirada de nuevo, que impactaba sobre mí
fuertemente, era una mirada de pena descomunal.
Nos dimos otro abrazo de esos tan buenos y salí de
su casa con mi carrito. Busqué un sitio para comerme el bocadillo. A los dos
minutos de ir andando vi un banco para sentarme al que le pegaba el sol
tímidamente. Me senté allí y me comí ese bocadillo en menos de tres minutos. Me espatarre en el banco
mientras me pegaba el solecico en la cara.
Tenía una fórmula infalible en mi cuerpo para
dormirme.
La relajación de una ducha después de cinco días, la
tripa llena y el solecico pegándote suavemente por la cara. Me quedé dormido en
aquel banco cerca de la plaza del Pilar. Y tuve un sueño.
Soñé que era un hombre rico. Que me sobraba el
dinero. Que tenia mas casas que dedos tengo en la mano, y que era un “gigoló” que
cada día me acostaba con una mujer diferente. Iba por unas islas paradisíacas
con una moto de agua y detrás llevaba a una chica de esas que cuando las ves te
dejan con la boca abierta. Estaba como un tren. Parábamos en una cala que nos
encontrábamos de camino. Dejaba la moto de agua en la orilla. Nos desnudábamos
y empezábamos a hacer el amor en aquel paisaje idílico que parecía como si
fuéramos los primeros seres vivos que lo pisaban. No me quería despertar, me la
estaba gozando como nunca.
Y de repente un manguerazo de agua a presión me
despertó. Había pasado de estar en aquellas aguas turquesas y transparentes a…
—Perdona chaval, que no te he visto —era un operario
del ayuntamiento que iba limpiando las calles—. Joder es que la manguera esta
tiene mucha presión y se me ha escapado un poco, ya me perdonaras.
El hombre siguió a lo suyo con su trabajo y yo me
quedé allí en ese banco intentando recordar ese sueño increíble. Me levanté y
empecé a caminar dando vueltas sin saber qué hacer. Me había convertido en unos
pocos días en una persona sin techo.
Me dirigí al cajero donde dormía para comprobar si
estaban mis cartones y mi manta. Enseguida llegué hasta allí y vi que estaba
todo.
Se me ocurrió pedir trabajo por los bares de la
zona. Sé que lo tendría complicado porque no tengo experiencia ni de camarero
ni de nada. Solo tengo experiencia en hacer el vago. Entré al menos en diez
bares de la zona y tal y como les preguntaba me decían que nada de nada, ni
siquiera me preguntaban si tenía
experiencia o algo. Estaba ya cansado de que me dieran largas.
Tenía la esperanza de encontrar trabajo o que algo
sucediera en mi vida, por lo menos para no estar en la calle. Me compré un
paquete de pipas y me senté en un bordillo.
La noche empezaba apoderarse del día. Las farolas
empezaban a encenderse y la temperatura bajaba unos cuantos grados. Los pies
los tenía congelados, las orejas rojas y otra vez muchísima hambre.
Estos habían sido mis primeros días como un sin
techo, o como un vagabundo. Esta era mi nueva vida. Hasta el momento el destino
me había traído hasta aquí. Y no sé donde me querrá llevar de aquí en adelante…
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