lunes, 12 de mayo de 2014

Nuestra historia. Capítulo XIX. Flores para un adiós.

Capítulo veinte de la saga. ¿Cómo reaccionará Pedro al ver tras la puerta a Ana? Dejamos estos interrogantes abiertos y otros varios para que disfrutéis de este episodio que tampoco os dejará indiferentes.
Nos leemos. Besetes a tod@s.



XIX.     Flores para un adiós.


—Ana… ¿Ana? —tartamudeó con los ojos muy abiertos.
—¡Pedro! ¿Qué haces aquí? —gritó Ana desde su cama.
—La pregunta es… ¿Qué haces tú aquí? ¿Y por qué te manda flores Ramón? ¿Qué está pasando? ¡No me engañes más, por favor!
Matilde, viendo que sobraba en la habitación, le dijo a Pedro que le esperaba fuera y que en dos minutos entraba a por él.
Pedro hizo girar las ruedas de la silla y avanzó hasta la cama. Estaba decepcionado, y a la vez triste por ver a Ana allí.
—¡Qué guapo estás, Pedro! —le dijo cogiéndole de la mano—. No te asustes. Estamos bien —dijo Ana poniendo la mano de su novio sobre su tripa—. Y respondiendo a tu pregunta, no sé de quién son las flores, no vienen con tarjeta.
—Son de Ramón, he visto como las dejaba en recepción y decía que las subieran a la 618 —a Pedro se le arrasaron los ojos—. No me mientas. Dime la verdad, por favor… ¿Ese bebé es nuestro?
—¡Pues claro, tonto! Claro que es nuestro. Pero hay muchas situaciones que no te he contado, para no preocuparte. Es hora de decírtelas para que entiendas todo, y no vuelvas a dudar.
Pedro, con la mano todavía en la tripa de Ana, la miró a los ojos y se acomodó en su silla dispuesto a escuchar.
Un corto toque en la puerta de la habitación avisó que Matilde entraba dispuesto a devolverlo a la fría realidad del hospital.
—Pedro, corazón. Estoy en pleno pase de cenas, nos tenemos que marchar. No tengo más tiempo —dijo Matilde con cara de pena.
—Volveré yo solo. No te preocupes. Avisa que he venido a ver a Ana, y que vuelvo enseguida. Necesito hablar con mi novia unos minutos. Será un momento. Prometido.
Matilde, no muy convencida de que fuese a volver a su habitación,  le dijo que en un rato volvería a por él. Los dejó solos.
—Ana, cuéntamelo todo, por favor —suplicó Pedro.
—No te hemos dicho nada antes para no preocuparte, pero estamos bien, y sólo nos quedan los resultados de los análisis. De verdad, cariño, no te preocupes por esto más.
—¿Entonces, de que tengo que preocuparme? ¿Qué es eso que no  me has contado y querías decirme? —volvió a suplicarle a su novia.
—A ver, no sé cómo empezar… —Ana empezó a acomodarse en la cama, y mientras intentaba ganar tiempo para darle las explicaciones a Pedro, sonó su móvil.
“Ana, te quiero demasiado para seguir haciéndote daño. Me voy. Si sigo teniéndote cerca no voy a poder controlarme. Prometo irme lejos. Aunque si algún día me perdonas, y entiendes por qué hice todo esto, te seguiré esperando. Perdóname. Adiós”
Era Ramón. ¿Se despedía de ella con un mensaje y unas flores? Quizás sabía que había llegado demasiado lejos, y que iba a denunciarle, pensó Ana: “¿Le cuento la verdad a Pedro? O ya no es tan necesario. ¿Y si es otra mentira? No. Todo esto ha terminado. Se ha ido… seguro”. Tomó aire, miró a Pedro, y se dio cuenta que no era necesario más dolor.
—Pedro, ya sabes que Ramón y yo…
—Sí Ana. Lo sé. Tu misma me lo contaste.
—Pues eso. Yo pensé que había sido esa noche, y que ninguno de los dos sentíamos nada. Había sido un polvo, y punto —se sinceró Ana.
—¿Y es que hay sentimientos? —reprochó Pedro.
—Por mi parte ninguno. Pero Ramón lleva una temporada muy pesado. Pero no te preocupes. Ya no hay de que temer. Ramón se ha ido. No lo vamos a ver más. Esto es un punto y final en esta historia. Y tú y yo… comenzaremos nuestra propia historia de verdad —volvió a coger la mano de Pedro y la apretó mientras a Ana le caía una lágrima.
—¿Qué se ha ido? ¡Lo acabo de ver! Estaba abajo hace cinco minutos —dijo Pedro sin terminar de creerse lo que le había contado.
—No sé dónde, ni cuándo. Pero se ha ido. Créeme. A partir de ahora, sólo estamos tú y yo.
Pedro sí que creyó esas palabras. Las sintió en lo más hondo de su corazón. Bajo los pies al suelo, apoyó sus manos en la silla y una fuerza incontrolable le ayudo a tomar impulso y levantase. Cayó en la cama de Ana, pero no le importó lo más mínimo. Se abrazaron y sonrieron poniendo fin a sus dudas.
—Te quiero, mi vida —dijo Pedro—. Te quiero a no poder más —y mirándose a menos de un palmo, se besaron, olvidando todo lo demás.
Pasaron los minutos y seguían abrazados, tumbados el uno al lado del otro. Mirándose, y haciendo planes. Discutían incluso por el nombre del bebe, si era niña, tenía que llamarse Pilar, decía Pedro.
Volvió a abrirse la puerta después de otro ligero toque. Había vuelto Matilde.
—¡Pedro! ¿Qué haces ahí? Pero, ¿cómo lo has conseguido? —le decía a Pedro una alucinada Matilde—. “Aiba de ahí” que al final me la lías. He conseguido que no se diera cuenta nadie de tu planta, y ahora te encuentro aquí de estas maneras.
Los tres reían como tres chiquillos haciendo una travesura. Mati, que así la llamaban, ayudó a Pedro a volver a la silla, para apresuradamente regresar a su habitación. Mientras daba la vuelta a la silla para salir, Mati le dijo a Pedro
—Además te quedas sin cenar, que he tenido que recoger tu bandeja antes de volver.
Empujando a Pedro para salir de allí medio forcejeando como un carcelero arrastrando a un presidiario a su celda, justo cuando pasaban por el marco de la puerta Pedro se agarró a él, haciendo frenar la silla, y antes de que Matilde se estampara contra ella le pidió un último favor.
—Anda Matiiii, ¡haznos una foto! ¡Por favor! ¡Qué me he puesto la camisa de la suerte!
—¡Pero una bien rápida! Qué al final, me la liais… —le contestó la pobre Matilde, hartica ya de tantos favores.
Todos se reían, pero se hicieron esa foto. La primera foto de familia.
—Envíamela ahora mismo, Ana. En cuanto llegue a la habitación pienso colgarla en el Facebook, para que todos nos vean y dar por fin ¡la gran noticia!
Se despidieron con otro beso volador, y empezó la gran carrera por los pasillos de camino a los ascensores.
Cuando Pedro definitivamente se había acomodado en su cama, cogió su móvil y lo conecto a la corriente. Esta noche pensaba estar hablando con su novia largo y tendido. Tenía un símbolo de whatsapp en la parte superior derecha, muestra de haber recibido un mensaje. Seguro que ya le había mandado la foto.
Cuando abrió los mensajes tenía un montón de conversaciones por leer. Una de ellas, de Ramón. Se quedó un rato parado. Sin saber muy bien si abrirla o no. Pero la abrió.
“Cuídala muy bien. Es una mujer estupenda. El tipo de mujer que yo jamás podré tener a mi lado. Me voy, Pedro. Ya me he despedido de todos. Y no podía dejar de decírtelo a ti. A pesar de todo, siempre hemos sido amigos. Un abrazo”
Con los ojos como platos, Pedro confirmó que era cierto lo que Ana le había contado. Así que sin más vueltas de rosca Pedro le contestó.
“Adiós”
Salió de la conversación, y comenzó a leer las siguientes. Ahí estaba la de Ana, con la foto. Hablaron hasta casi las dos de la madrugada, como dos adolescentes. Hasta que Ana dejo de contestar ya que se había quedado dormida.
A la mañana siguiente, bien temprano, pasaron por la habitación 618 con los resultados de los análisis. Fue la doctora, acompañada por un enfermero, y una chica de prácticas.
—Buenos días Ana, ¿qué tal la noche? Ya sabemos que fue un poco movidita, media plantilla nos ha contado que estuviste bien acompañada —bromearon entre todos.
—Bien, bien. Mejor de lo que esperaba. Aunque nerviosa por los resultados de hoy —le contesto Ana.
—Pues, no te preocupes. Porque excepto porque sigue saliendo algún índice de cloroformo, que por cierto aun no nos has explicado, todo lo demás está perfecto. Cómo pensábamos, el bebe y tú, estáis estupendos.
Ana rompió a llorar. Todas esas emociones que estaban viviendo últimamente se estaban encauzando, y poco a poco, todo volvía a la normalidad. Emocionada todavía, cogió su móvil para decírselo a Pedro. Pero la doctora, se acercó, y con cara mucho más seria, le dijo
-Ana, esta todo correcto, pero de verdad, tienes que contarnos porqué sale en el análisis lo del cloroformo. No podemos pasarlo por alto. Venga, confía en nosotros. Cuéntanos.

Ana, soltó el móvil. No podía pensar. Comenzó a titubear, y dijo…

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