viernes, 7 de marzo de 2014

Colección Cupido. Corazón oxidado.

Llega un nuevo relato de la Colección Cupido. En esta ocasión se trata de la historia de Gabriel y Laura. Una preciosa narración cuyo aut@r será revelado el domingo. Os dejo con la lectura. Besetes a tod@s.



Corazón oxidado

Llega un momento en el camino de la vida que ya no puedes más, que tirarías todo por la borda sin importarte nada. En ese momento, en el que te acercas cada vez más a esa luz oscura y fría al final del túnel, sólo en ese momento, te das cuenta que siempre vale la pena seguir adelante. Porque esa luz sólo refleja la noche. Has estado tan ocupado persiguiendo esa luz por el túnel, que no entenderás hasta el final que después de la noche viene el día, repleto de personas y cosas por las que hay que seguir adelante.
¿Sabes qué? Todo el mundo tiene un motivo por el que seguir. Un amor, una meta, una lucha. No todos lo encuentran tan fácil, no, la vida no es fácil. Qué aburrido sería.
Hubo una vez una persona que encontró su motivo un martes cualquiera.



Salía de trabajar y hacía calor, el cuerpo le pesaba hoy más que nunca. Abrió la puerta para salir y en la calle se sentía el fluir de la gente más acelerado, los bares estaban más iluminados, la multitud más arreglada de lo normal: chicas exhibiendo su falda de nueva temporada, chicos recién afeitados, con sus peinados de ligar y oliendo a One million. Claro, hoy es viernes. ¿Debería sentirse como toda esa gente? Nunca se había sentido igual que el resto, ni si quiera un viernes por la noche. La misma rutina de siempre, pensó. Me levanto, me visto, desayuno, salgo a trabajar y vuelvo a casa donde me espera Toby, con esos ojitos verdes llenos de amor, el único amor sincero, decía a sus amistades. Una cena decente, y una película de la lista de pendientes.
El día comienza con esos primeros rayos de luz, que iluminan por completo casas, parques, aceras, cristales de las cafeterías y la cara de aquellos que salen a trabajar o a hacer deporte. Qué maravillosa era aquella época del año en la que amanece temprano y oscurece tarde.
Luego estaba el dueño de Toby. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se quedó dormido? Comienza a recordar en qué parte de la película se quedó… era imposible saberlo. Le dolía el cuello e hizo una nota mental: cambiar ese maldito sofá. De hecho, debería cambiar todo el piso. Todas las paredes de aquel sitio llamado hogar eran blancas, había decidido ahorrar. Con su habitación había hecho lo mismo: una cama grande, sencilla; el armario lo había comprado prefabricado y no tenía muchos adornos. Tenía un gusto minimalista. Después estaba la camita de Toby, llena de colores y dibujitos de gatos durmiendo y jugando, exactamente lo que hacía aquel gato. Tenía dos baños, uno con todo lo necesario, incluyendo una bañera, y otro sólo con baño y lavabo. Para las visitas había acordado. No había hecho ningún cambio en esos lugares. La cocina era normal, aunque había puesto una vitro y una mesita familiar. Era irónico ya que el único que vivía allí con él era su gato.
Su salón era la envidia de todos sus amigos. Estaba conectado con la cocina con una gran barra, parecida a la del bar. La terraza estaba llena de flores que le traía su madre cada sábado y era lo suficientemente grande para, de vez en cuando, hacer reuniones con sus amigos que siempre acababan borrachos rompiendo algún macetero. Luego tenía sus tesoros: esa maravillosa tele de plasma de cincuenta y cuatro pulgadas, HD, home cinema y su portátil rojo. Pasaba todo el tiempo que podía utilizando esas maravillas.
Se dirigió lentamente, recobrando el equilibrio, hacia la cocina pensando en lo que iba a desayunar. Quizás leche con cereales, fruta y un zumo de naranja. En cuanto abrió la nevera observó que apenas tenía para medio vaso de leche, la mantequilla se había terminado y no había zumo. En ese momento cayó en la cuenta de que era sábado. Mierda. Hoy vendría su madre a comer y vería que no tiene nada. Se pondrá como una histérica. Rápidamente se bebió lo que había de leche, se puso un chándal y bajó corriendo al Simply de abajo. Con todas esas ofertas compró todo lo necesario para aparentar delante de su madre que su alimentación era correcta, y que no le hacía falta de nada. Preparó la comida, su madre llegó y le regaló una nueva maceta con flores, esta vez moradas, y se marchó encantada habiendo visto a su hijo, su piso impecable y su nevera llena, ah y ese gato que cada día estaba menos juguetón.
Sus amigos como cada sábado quedaron en salir por ahí, y el como siempre, salió con ellos. Ese último año había sido aburrido. Salía de fiesta por costumbre, se emborrachaba y si había suerte echaba un polvo con alguna chica. Llegaba el domingo y todo se derrumbaba aún más. Se ponía a reflexionar  acerca de todo lo que había hecho en su vida. Tenía unos amigos maravillosos, ligaba de vez en cuando, y tenía piso propio gracias a la ayuda de su madre. Había estudiado y ahora tenía un puesto fijo. Lo había hecho todo correctamente, como se debe, decía su madre. Lo que ganaba lo gastaba en lo necesario y lo demás lo metía en su cuenta de ahorros. ¿Para qué? Ni si quiera lo sabía. Aun teniéndolo todo se sentía vacío, le faltaba algo que no sabía cómo rellenarlo. Hacía varios años ayudando a una compañera se ofreció a cuidar a uno de sus gatos, un gato atigrado con unos grandes ojos verdes. En ese momento, ese pequeño ser había rellenado gran parte de su vacío, y hasta ahora lo seguía haciendo.
Lunes. Suena el despertador, comienza un nuevo día y Toby ronronea a su alrededor moviendo la cola y rozando su cabeza con la de él. Cómo le relajaba acariciarle. Ya en su trabajo notó que había habido cambios. Una chica nueva en prácticas dedujo por su torpeza y nerviosismo.
Su vida siguió pasando, y con cada día que pasaba se daba más cuenta que nada tenía sentido. No sabía cómo remediarlo, se veía cada vez más hundido en el barro.
Una mañana se levantó, esta vez el silencio reinaba en la habitación, se preguntó dónde estaría Toby. Y allí lo vio a los pies de la cama con una expresión relajada durmiendo plácidamente. Lo que él no sabía era que esta vez el sueño duraría para siempre. Había sido un buen compañero y había pasado sus últimos momentos junto a su dueño. Los siguientes días la casa estuvo sin vida, sin el. Reinaba una soledad que ni las borracheras podían rellenar.
Un día, decidió poner fin a aquella vida lúgubre que le estaba matando lentamente. Debo cambiar de rumbo, se dijo. Mientras andaba por la calle Alfonso I se fijó que sólo había tiendas de novia, parejas disfrutando del alboroto y belleza de aquella calle, oh! Y esa maravillosa tienda de jamón. Si, esa era la parada. Se compró una flauta y mientras iba a pagar se fijó que una chica le estaba observando desde el otro extremo de la tienda. ¿Por qué le resultaba familiar esa cara?
-¡Hola! Soy la chica nueva de tu trabajo.
Dios mío, ¿había sido tan guapa siempre? Se quedó con cara de haber perdido el norte. Segundos después reaccionó.
-Eh… si hola, que tal. -¿En serio había dicho eso? ¡Qué soso soy!
En realidad, había perdido la práctica. Sólo ligaba cuando iba borracho.
-¿Te apetece algo? Yo me compraría toda la tienda.
-Sí, justo me iba a coger otra flauta de esas. – Dijo ella señalando lo que él tenía en la mano.
- Genial, otra por favor. ¿Te apetece dar una vuelta? – ¿Había dicho eso? ¿Cómo se me ocurre decirle eso? Si ni siquiera nos conoc…
- Claro, estaría genial.
Ya en la calle, hubo unos segundos de silencio incómodo, y él se preguntó si no había sido mala idea proponerle dar una vuelta por Zaragoza.
-Me llamo Laura. – Dijo sonriendo.
-Yo Gabriel. –Dios mío, realmente es maravillosa y tiene la sonrisa más dulce que haya visto. Y sus ojos… Era como hundirte en el abismo cada vez que los mirabas. Ese color caramelo con pequeñas motitas verdes alrededor de las pupilas.
Aquella tarde anduvieron por el Pilar, bebieron unas cuantas Ámbar bien fresquitas entre risas e historias que se contaban el uno al otro y volvieron a casa. Gabi abrió la puerta de casa y fue directo al baño, vaya, sí que había bebido cerveza. Cuando fue a lavarse las manos se miró en el espejo. -¿En serio había llevado toda la tarde esta sonrisa tonta? Pensó en ella toda la noche y sentía un cosquilleo en el estómago que no lo había sentido antes. ¿Era hambre? ¿Por beber cerveza? Pasó el domingo poniendo películas de zombis pero no las veía porque cada rato se preguntaba qué estaría haciendo Laura, si había pensado en él.
Lunes. Sonó el despertador y hoy tenía ganas de ir a trabajar. ¿Estaba enfermo? ¿Qué narices le estaba pasando? Quería llegar cuanto antes a la oficina y verla a través del cristal trabajando. Era extraño porque nunca se había fijado de otra manera en ella. Se saludaron y el día pasó como de costumbre: aburrido y caluroso. Cuando faltaba menos de media hora para irse se encontró con una nota en el escritorio.
``Llámame. J´´
¿Cuándo lo había puesto? ¿Lo decía en serio?
Aquella misma tarde decidió llamarla e invitarla a cenar. Sorprendentemente aceptó. Preparó lo que mejor sabía hacer: pollo al horno con patatas. Limpió el salón, la cocina y por fin le dio uso a su mesita familiar. Sí, quería que todo fuese perfecto. Mientras ponía velas en la terraza se preguntó si aquello era una cena romántica o sólo una cena de amigos. Sea lo que fuere, ya no le daba tiempo  a quitarlas. Había sonado el timbre. Cuando abrió la puerta se encontró con una chica de bonitos rizos color chocolate que llevaba puesta su mejor sonrisa. Vestía unos vaqueros ajustados con unos botines negros, y… oh si, esos ojitos caramelo brillando de felicidad. La cena, la compañía y la bebida fueron espectaculares. Esa noche se unieron fuertes vínculos entre aquellos dos desconocidos, se enamoraron. Pasaron la noche más apasionada que hayan tenido en toda su vida, estaban locos el uno por el otro.
Sus vidas pasaron como cualquier pareja de enamorados, se veían a menudo, se reían de chistes que sólo entendían ellos, se embriagaban los viernes, en resumen, disfrutaron lo último que quedaba del verano. Sin embargo, un día ella dejó de llamar. ¿Ya no quería estar conmigo? Se dijo. No, tiene que haber pasado algo malo, no puede dejar todo de repente.
Aquella misma tarde fue a casa de Laura y se encontró con una persona distinta, con los ojos rojos de haber estado todo el día llorando, despeinada y con bata.
-¿Cariño qué ha pasado? ¿Estás bien?
-No, pasa por favor. Tengo que decirte algo muy importante y no sé cómo vas a reaccionar. Por favor, no me dejes.
Gabi estaba ahí, sin habla. ¿Qué puede pasar ahora? Nada malo puede estropear eso que tienen ellos. Imposible.
-Estoy embarazada.
Dios mío. Se quedó pasmado, rígido y mudo. Ella le miraba con ojos de súplica. A él se le pasaban mil cosas por la cabeza. Su única reacción fue darle el beso más maravilloso de la historia. En aquel momento, ambos se dieron cuenta que se tendrían para siempre.
Pasados unos meses, ella mostraba orgullosa su tripita de mamá, él, mostraba orgulloso a su hermosa mujer. En medio de una noche fría de invierno Laura se despertó con fuertes dolores y él lo supo de inmediato. Era la hora, iban a ser papás. Ocho dolorosas horas después, tras muchas contracciones que cada vez iban y venían más rápido, tras una epidural, y dolorosos apretones de manos, llegó.
Cuando vio su carita de ángel, tan minúscula y frágil, a Gabriel se le completó todo ese doloroso vacío que un día estuvo a punto de acabar con él. En ese momento empezó a cobrar sentido todo. Ella llegaría a una casa llena de amor sincero, tenía todos esos ahorros que los invertiría en ella, en su pequeño ángel. A partir de ahora sólo tendría días colmados de alegrías. A partir de ahora no sólo sería él, también sería ella. Su preciosa María.
Ella llegó un martes catorce de febrero. Día del amor y la amistad. Un día que Gabriel celebraría que tiene el amor y la amistad de las dos personas más importantes en su vida: Laura y María.



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