Hola a todos. Estamos de estreno y tremendamente ilusionados. A partir de hoy los viernes subiremos vuestros textos de temática "sanvalentinera": amor, desamor, reencuentros, rupturas, reconciliaciones, rechazos, engaños, fantasía, pasión, erotismo, etc. Todo lo que puede abarcar el amor. Hoy lo hacemos con una joya que os va a encantar. Su aut@r se revelará el domingo a las 20 horas para seguir con la dinámica emprendida con Nuestra historia. Así que deberéis esperar para felicitarl@.
Todavía podéis enviar vuestras historias a nuestra dirección de correo: zarracatalla@gmail.com. El plazo inicial era el 28 de febrero, pero es meramente orientativo. Solo necesitamos saber antes de esa fecha si hay alguien escribiendo un texto para darle fecha de publicación y poder programar un poquito las subidas.
También podéis enviarnos una portada para la publicación en la que debe aparecer Colección Cupido, Zarracatalla Editorial y Varios autores. Lo demás sois libres de componerla como queráis. El viernes 28 de febrero subiremos las que hayamos decidido y elegiremos una.
En cuanto a la duración del texto también hemos recibido varias preguntas. En principio debéis configurar word con el interlineado sencillo (1), fuente Times New Roman, tamaño 10 y el papel en A5 y entre 20 y 30 páginas (Archivo/ Configurar página/ Papel/ A5). Pero entendemos que cada historia debe tener su duración, ni la alarguéis y la comprimáis demasiado. Si con seis páginas habéis contado lo que queríais es suficiente. Si tenéis problemas para configurar el procesador de texto tampoco pasa nada, escribid la historia como os sintáis mas cómodos que esto es simplemente porque os hagáis una idea de la duración, pero ni mucho menos es un imperativo.
Explicado todo esto os dejo ya con la lectura de esta semana. Espero que la disfrutéis.
Sabor a café
Cuando la vi del brazo
de su padre, caminando lentamente hacia
al altar, con esa música de fondo y observada por tanta gente que vestía sus
mejores galas, me di cuenta, que por fin, lo nuestro se acababa.
No pude evitar ir a
verla, aunque algo dentro de mí, quizá el angelillo que dicen que llevamos en
nuestro hombro derecho, me decía que no fuese. Que iba a dolerme tanto verla
allí… que no podría sacarme esa imagen de mis retinas.
Preferí escuchar a mi
corazón, a mi esperanza, y poder verle la cara. Descifrar la situación y ver si
sus ojos desprendían felicidad, y sin más, me marcharía a refugiarme en el
rincón más oscuro de nuestra habitación.
O por el contrario,
seguía deseándome…
Vivo en el centro de Zaragoza, en una zona donde
igual te encuentras a plena luz del día
un sinfín de tiendas de “mírame y no me toques”, que a plena noche, de
un martes cualquiera, unos cuantos
celebrando que no tienen nada más, que una miserable adicción.
Muy cerca de allí, está
mi cafetería, en la que paso la mayor parte del tiempo. En la que cada mañana a
eso de las once, pasaba ella a tomarse el café de mediodía.
Café con leche,
descafeinado de máquina, con la leche fría y dos azucarillos. Palabras que, con
los días, fueron tomando más importancia para mí.
La verdad es, que yo
nunca pensé en fijarme en una chica como ella. Tenía una melena morena y
estaba algo rellenita. Muy guapa de
cara, y muy expresiva. Vestía siempre de negro y blanco, supongo que sería el
uniforme de la tienda donde trabajase.
No teníamos conversación
más allá, de la de pedir el café, servirlo, cobrarle y desearnos buenos días
con una agradable sonrisa.
Una mañana, vino con la
mirada triste, yo diría que había estado llorando toda la noche. Pidió su café,
echó el azúcar y removió millones de veces,
cómo si el azúcar de esa mañana, no quisiese deshacerse. Tenía la mirada perdida en la nada.
-¿Qué te ocurre hoy? ¿No
lees el horóscopo del periódico?
¿Cómo? ¿A mí que me
importa que esa chica no lea hoy el periódico?, y es más, ¿por qué sé que lee
el horóscopo cada mañana?
-No.
Me contestó bastante
seria.
-Lo siento, no quería
meterme donde no me llaman.
-Oh, no. Perdona. Tengo
un mal día. No quería ser grosera. Quizás lo lea más tarde, Gracias.
Dios mío, ¡qué guapa! me
quedé mirando sus ojos verdes que estaban a punto de rebosar unas lágrimas. Se
ruborizó, no sé si por mi indiscreción o por lo tajante que había sido en su
respuesta.
Cogió la taza, bebió el
café de un trago, dejo el dinero sobre la barra, y se marchó.
Al día siguiente, cuando
pasaban ya de las once y media, me di cuenta que todavía no había venido, y
pensé que igual le había sentado mal mi inoportuno comentario, y habría ido a
cualquier otro bar de la zona. Mientras pensaba esto, me pidieron un par de
cafés, y me puse a prepararlos. Cuando estaba de espaldas, poniendo las
cucharillas en los platos, oí su voz, y me giré para comprobar si era
ella. Esbocé una sonrisa y he de
reconocerlo, me alegré de verla allí.
-¡Hola! ¿Lo de siempre? -¿cómo?
¿Lo de siempre? ¿Desde cuando sabía yo qué era lo de siempre?
-Sí, gracias.
Me empezaron a temblar
las manos, cosa rara en mí, he hice el café como siempre.
No podía evitarlo…
Quería saber más, me apetecía acercarme a ella, y hablar un rato. De lo que
fuese, del tiempo, de trabajo, de cafés, de su maravillosa sonrisa… de lo que
fuese.
-Aquí tienes, tu café.
Con una sonrisa, cogió
el plato y lo acercó más hacia ella.
-¡Ah! Y hoy invita la
casa. –Para eso era mía la cafetería, para invitar a aquella persona que
despertase en mí, esas ganas de verla cada día.
-Gracias, pero no es
necesario.
Desde detrás de la
barra, cogí aire, extendí mi mano y dije:
-Soy María, encantada.
–Si, María, así me llamo.
-Yo Elena. Igualmente.
-¿Trabajas por aquí?
-Sí, claro, de ahí el
uniforme.
-Qué tonta, por
supuesto. –Miles de mariposas revoloteaban por mi estómago, y debían de haber
subido hasta mi cerebro, porqué allí estaba, mirándola sin seguir la
conversación.
Removió el azúcar, dio
dos tragos, leyó el periódico, y…
-Bueno, gracias por la
invitación. Y hasta mañana.
Seguía allí parada, sólo
me salió un tímido adiós.
Cuando desperté al día
siguiente, me tiré de la cama, me duche, y en lugar de hacerme la coleta, me
pasé las planchas, me puse un poco de maquillaje, y me eché mi mejor colonia,
sólo tenía ganas de que amaneciese, y llegase la hora de verla.
Esa mañana, como
siempre, en su rato del descanso, paso a verme, bueno, quiero decir, paso a
desayunar, y ya pude establecer una conversación un poco más normal. Aunque mis
mariposas seguían campando a sus anchas.
-Deberías invitarla a
salir o al cine de una vez, ¿No crees?
-¡Cállate Fran! -Fran es
mi empleado, mi amigo. El único que de momento se ha dado cuenta que vengo a
trabajar de diferente manera.
-Sólo te digo, que no
sabes nada de ella. Apostaría que no sabes ni donde trabaja.
Es cierto, no lo sé. Me
quité el mandil. Cogí mi chaqueta y salí a buen ritmo de la cafetería. Giré a
la izquierda, que es por donde ella siempre iba, y empecé a mirar escaparates,
aunque no me fijaba en ellos, sino a ver si detrás de todas esas cosas
expuestas, encontraba a Elena.
Allí estaba, atendiendo
a una señora, de mediana edad, que iba acompañada de una joven. No lo pensé
mucho, entre en la tienda y esperé mi turno.
Mientras esperaba. Miré
a mis lados, y empecé a pensar que es lo que iba a comprar, o que es lo que le
iba a decir.
Había muchas cosas,
muchos objetos de regalo. Plumas, marcos de foto, figuritas, postales…
-Hola María, ¿Qué te
trae por aquí?
Balbuceando, cogí el
primer objeto que me alcanzó la mano y le dije:
-Venía a comprar uno de
estos. –Mientras, miraba que es lo que había elegido y vi que era una espantosa
figura.
-¿Sólo una?
-Sí, es para regalar.
-Normalmente, estos
regalos, son detalles de eventos, bautizos, bodas, comuniones, y no se suelen
vender sueltos, van en cajas de varias unidades.
- … si, eso…. Quiero…
quiero varias unidades, una caja para ser más exacta.- Me titubeaba la voz, no
sabía ni para qué era, ni que iba a hacer con ellas… pero las quería.
-Eh, esto… María. –Me
rozó tímidamente la mano- ¿Quieres pasarte esta tarde a la hora del cierre? Te
invito a tomar algo, y te puedo ayudar a buscar otro regalo.
No sé si sabía que
estaba pasando. O sí. Sí que lo sabía. Bueno, no estoy segura.
Mi estómago decidió
empezar a dar vueltas. Estaba paralizada mirándole la mano, a la altura de su
pierna y pensando si había sido una casualidad. Levante la cabeza, y mirándola
casi de reojo contesté.
-Sí, me ayudas. Me paso
esta tarde, perfecto.
Caminé hacia atrás hasta
que topé con una estantería llena de cosas. Afortunadamente, no tiré nada. Abrí
la puerta, salí y volví a buscar sus ojos verdes. Aunque enseguida volvió al
catálogo y a atender a la señora.
De camino a la
cafetería, me falto volar. Habíamos quedado, y había sido ella la que me lo ha
pedido a mí. Ya verás cuando se lo cuente a Fran- Pensé
Antes de las ocho de la tarde, ya estaba allí, con mi
pelo recién lavado, unos vaqueros ajustados, y unas botas con algo de tacón. Me
puse una blusa que realzase más mi cuerpo,
un abrigo con cinturón, para que marcase bien mi cintura. Y la esperé en
la puerta. Miré a través del escaparate y la vi allí, a sus cosas sin que ella
supiese que la estaba observando. Se me hicieron eternos los minutos.
Un minuto antes de la
hora, ella levanto la mirada, y me miró. Me echo una sonrisa y se metió en la
trastienda. Al momento se apagaron las luces. Mientras salía rebuscando en el
bolso las llaves para cerrar la puerta, me dijo:
-Hola, ¡qué puntual!
-Hola. Si, tenía muchas
ganas de verte.
No aguataba más. Tenía
que decirle que no había dejado de pensar en el roce de su mano, en su
invitación, en ella…
-¿Te parece bien que
vayamos al paseo? Allí hay muchos bares, y estamos un poco más alejadas de
aquí.
¿Cómo no me iba a
parecer bien? Me parecía estupendo.
Estuvimos hablando de un
montón de cosas, pero todas de carácter muy general. De películas, de libros,
del mal tiempo que estaba haciendo. Pero he de reconocer que ninguna nos
acordamos de hablar del regalo que yo tenía que comprar.
Se hacía tarde, nos
levantamos de la mesa y salimos del bar. Lejos de despedirnos, comenzamos a
andar y seguíamos hablando y riéndonos. No quería que pasase el tiempo. De
pronto le dije que tenía el coche ahí cerca, y era muy tarde. Ella se quedó
parada, se le borró la sonrisa de la cara y me dijo que no, que cogía el
autobús. Cuando insistí más, me dijo que tenía que contarme una cosa. Y sólo
con el cambio de su expresión, noté que algo no iba bien.
Eran las seis y media de la mañana, no tenía ganas de
levantarme de la cama, pero tenía que ir a trabajar. Me levanté, recogí mi pelo
en una coleta, me lavé la cara y salí de casa.
Abrí la cafetería,
encendí todas las luces, y comencé a rellenar las cámaras. Se abrió la puerta y
antes de que pudiera ver mi cara, con un tono triunfador, comenzó la ronda de
preguntas.
-Fran, no estoy de
humor. Termina de bajar las sillas y trae más paquetes de café, el molinillo
está casi vacío. –Pensé que con eso, sería suficiente para evitar que mi amigo
mantuviese su boca cerrada.
-Venga María, que nos
conocemos, ¿Qué tal anoche?
-Mal, muy mal. Te lo
resumiré para que lo entiendas y dejemos la conversación. Está a punto de
casarse con él. Su novio de toda la vida. El hijo de los mejores amigos de los
padres. Así que no hay nada que hacer.
Fran, que si hubiera
podido hubiera metido la cabeza en el molinillo, no volvió a preguntarme nada.
Eran las
once de la mañana, estaba a punto de llegar. Me puse el abrigo, y deje a mi
amigo al frente de todo. Quería dar una vuelta y que el maravilloso cierzo, me
despejase las ideas.
A las doce, volví a mi
puesto de trabajo, y a los pocos minutos entre café y caña, me dijo en voz muy
baja, que no había venido. Seguí así toda la semana.
Pasaron
casi dos meses, cuando de pronto, una mañana, volví a oír su voz entre todas
las conversaciones del bar.
Me giré, nos miramos y
me dijo:
-Un café con leche,
descafeinado e máquina, con la leche fría y dos azucarillos, por favor.
Mi mundo se vino abajo,
y le pedí a mi amigo, que le sirviese el café.
Observé que tenía los
mismos ojos que el primer día que me fije en ella, tan llenos de lágrimas, como
de tristeza. Me metí a la cocina, y
comencé a llorar.
-Sólo la conozco de unas
horas Fran, pero las mejores horas de mi vida.
Mi amigo me abrazó, me
seco las lágrimas, y me dio una nota. Salió mientras yo leía la nota.
“Me gustaría volver a verte”
Elena
Salí de la cocina, y la vi marcharse. Cuando iba a salir de la
barra, Fran, me cogió del brazo y me dijo que le había dejado su teléfono. Y
que sólo si salía a buscarla en ese mismo momento, me lo diese.
Me apresuré en mandarle
un mensaje. No tenía nada que perder. Quedamos esa misma tarde, a las ocho,
cuando ella salía de trabajar. Nos volvimos a mirar entre las figuritas y los
carteles de ofertas del escaparate, y nuestra mirada lo decía todo.
Cerró la puerta, me dio
dos besos, y comenzamos a andar hasta el mismo bar de aquella noche.
-No he podido olvidar
aquella noche, María. He dejado pasar el tiempo, pero no he logrado olvidarte.
Madre mía… en ese
momento, no sabía qué hacer, ni que pensar. ¿Qué quería decir eso? Para mí eran
buenas noticias, pero ella no lo decía con buena cara.
-He dejado a Jorge. No
podía seguir con él teniendo estas dudas, y menos a 6 meses de la boda.
-¿Por mí? - ¡Qué pregunta, María! Claro que por ti.
-Nos hemos dado un
tiempo.
¿Qué decirle cuando me
está diciendo la mujer más guapa del planeta, que ha dejado a su novio plantado
a seis meses de la boda por mí?
-Me gustas. --¿Qué?
¿Quién ha hablado por mí, ahora? Yo sólo lo estaba pensando.
-Vámonos de aquí.
Salí del bar, sin saber
a dónde íbamos. ¿Dónde me llevaba? Sin mediar palabra, y a paso muy ligero, la
seguía. Anduvimos un par de calles, y llegamos a un portal. Entramos y subimos a la segunda planta, abrió una de
las puertas del rellano, entramos a casa, y dio dos vueltas de llave. Seguía
sin decirme nada. Me miró un buen rato, yo abrí los ojos con cara de no saber
que estaba pasando, y en ese momento, me agarro la cara y me besó. Me quede inmóvil,
y sin saber reaccionar, cuando se apartó, se llevó las manos a la boca y más
allá de arrepentirse, repitió.
Mientras me quitaba el
abrigo sin separarme de sus labios, íbamos yendo hacia el salón. Allí dejé mi
bolso y las llaves del coche que llevaba en la mano. Cuando me giré ya no
estaba, pero vi al fondo del pasillo la luz tenue de una mesita de noche. Fui
hacia ella, y efectivamente. Estábamos en su habitación, donde pasé la mejor
noche de mi vida.
A la mañana siguiente, me despertó un olor a tostadas
recién hechas, y el ruido del exprimidor. Abracé la almohada y olisqueé su
perfume. Suspiré mientras saboreaba la felicidad.
Me levanté, y allí
estaba, con una bata de hace mil años, toda despeinada y haciéndome el
desayuno. La abracé.
Nos sentamos en la mesa
y seguíamos riéndonos mientras cogíamos fuerzas. Estaba todo buenísimo. Era
perfecto.
Nos arreglamos, nos
besamos, nos pusimos los abrigos y salimos de su piso. Fuimos andando hasta la
puerta de su trabajo, donde me dio un beso en la mejilla y me dijo que luego se
pasaba. ¿Se pasaba? ¿Por dónde? ¡Mierda! Por la cafetería, ¡Fran!
Eché a correr, mientras
sacaba el móvil de mi bolso. Un montón de llamadas pérdidas y mensajes. Cuando
llegue allí, estaba el bar “manga por hombro” mientras seguía preparando tapas,
y demás él solo.
-Lo siento, lo siento,
lo siento…
-¡Calla y ayúdame! Pero
luego me cuentas. –Y se echó a reír.
Recogí todo lo deprisa
que pude, y serví a los clientes que llevaban un rato esperando. Pobre Fran.
Cuando nos juntábamos en
la barra, me intentaba sacar información rápida. Pero no solté prenda hasta que
no tuvimos un rato para contarte lo maravillosa que había sido la noche.
Ya era casi la hora, estaba a punto de venir, y
estaba hasta nerviosa de volver a verla. Su pelo, su forma de remover el café…
no podía pensar en otra cosa.
Abrió la puerta del bar,
y desde la otra punta, le pregunte.
-¿Lo de siempre? – Sí,
esta vez sí. Ahora sí que sabía que era lo de siempre.
-Sí, gracias.
Le lleve el desayuno,
pero también el periódico abierto por la página del horóscopo.
Dejó el dinero en la
barra, y se marchó.
Nos enviamos decenas de
mensajes a lo largo del día. Y volvimos a quedar esa tarde. Esta vez, vino ella
a buscarme, y nos quedamos allí. Le dije a mi amigo, que podía irse antes, que
ya cerraba yo. Y aceptó encantado.
Recogí, cerré el bar,
pero nosotras nos quedamos dentro. Apagamos las luces, y volvimos a besarnos en
la oscuridad.
Así fueron pasando los
días. De escondite en escondite. Mi casa, era ya casi su casa. Tenía cosas
suyas por todos sitios. De hecho, un mes más tarde, ya la llamábamos nuestra habitación. Todo me recordaba a Elena.
Era jueves, y estrenaban
en el cine una película que tenía muchas ganas de ver. Le propuse ir juntas, y
no contestó al mensaje.
Pasé por la tienda y vi
que no había nadie. Entre a verla un rato. Cuando sonaron las campanitas de la
puerta, como que entraba alguien. Se oyó su voz diciendo:
-Voyyyyy
Cuando se retiró la
cortina de la trastienda, y salió, le vi
los ojos y la cara hinchados. De haber llorado.
-¿Qué te pasa cari?
-Tenemos que hablar,
María.
-Claro, dime. ¿Qué te
pasa?
-No, aquí no. Mejor
cuando salga de trabajar, paso por el bar.
No sé qué podría
pasarle, era todo maravilloso, nos entendíamos, nos queríamos…
Luego lo entendí.
Cuando cerré el bar,
mientras me ayudaba a recoger todo, me contó lo que le pasaba. Había vuelto a
verle.
Se me escapó de las
manos la escoba, noté como mi corazón se paralizaba, mis ojos se convertían en
un mar de lágrimas y necesitaba estar sola. Me apoyé en una de las mesas, y le
pedí que se marchase. Para ella, esto sólo había sido un juego, pero para mí,
había sido diferente.
Estaba paralizada viendo
cómo se ponía la chaqueta y se colgaba
el bolso. Sacó su melena que se había quedado dentro del abrigo y abrió la
puerta de cristal. Se giró y secándose las lágrimas me dijo:
-María, Te quiero. Pero
no debo tirar tantos años y las ilusiones de nuestras familias, por algo que
nunca van a aceptar de mí.
Cerró la puerta y se
marchó.
Jorge era
una persona que no tenía problemas de dinero, un hijo de papá. Tenía unas
cuantas empresas y viajaba mucho. Además era un chico atractivo, casi rubio,
ojos claros, un cuerpo perfecto y un coche para cada ocasión. Lo tenía todo,
menos a ella.
Mientras nosotras nos amábamos, mientras yo
pensaba que lo nuestro había cogido el rumbo de una relación, él estaba de
viaje de negocios de un país para otro, sin llegar a creerse que Elena, le
había dejado.
Al día siguiente, casi a
la hora del cierre, cuando reaccioné a
lo que había pasado, decidí pasarme a verla. Necesitaba algún tipo de
explicación.
Cuando entré en la
tienda, y las campanillas de la puerta sonaron,
levantó la cabeza y se quedó mirándome. Se levantó de la silla y vino
hacia mí. Me abrazó.
-María necesitaba verte,
pero no sabía que decirte cuando descolgases el teléfono.
Yo estaba muda, sin
saber que decirle. Agarré su cintura y la apreté correspondiendo a su abrazo.
Se apresuró en cerrar la puerta de la tienda. Me cogió de la mano, y nos
metimos en la trastienda. Me volvió a besar. En su mirada notaba el deseo, pero
también sus dudas.
-Necesito que me digas
lo que pasa. No sabía nada de ti desde anoche. –Le dije cogiéndole la cara.-
¿Has vuelto con él?
Los segundos se hicieron
eternos, y después de una pausa, sus brazos se desprendieron de mis hombros, me
dio la espalda y me contestó.
-No es fácil explicarlo,
María. Te deseo. Me gusta estar contigo. Esta mañana cuando ha sonado el
despertador, he visto que no estabas. Pero le he visto a él.
Dios mío, han dormido
juntos.
-¿Has vuelto con él?
–Repetí.
-No es que haya vuelto
con él. Es que nunca le dije que lo nuestro se acababa.
-Me mentiste. –Mi
corazón se arrugó. Dejó de latir.
-Él se iba unas semanas
de viaje, y quería estar segura antes de decírselo.
-¡Pero no se lo vas a
decir! Hoy habéis dormido juntos. Me mentiste.
Salí de la trastienda,
abrí la puerta y antes de marcharme, me agarró por el brazo y me forzó a
volverme.
-Dame tiempo María. No
sé cómo enfrentarme ni a él, ni a mi familia. Esto es nuevo para mí.
-Déjalo Elena, -Le dije
con voz entrecortada- No hay tiempo. Te casas en tres meses y te has enamorado
de una mujer. Jamás tendrás tiempo suficiente para aceptarlo y decírselo.
-Quiero seguir viéndote.
-Elena, de verdad.
Déjalo. No voy a seguir con esta farsa. Sólo he sido un juego, una novedad. Tú
tienes tu vida, y yo la mía.
Se oyó un claxon de un
coche, me giré y vi a Jorge que había venido a recogerla. De un golpe seco,
quité mi brazo de su mano. Y comencé a andar sin mirar atrás. Cada paso que
daba, me alejaba más de Elena.
Antes de llegar al bar,
oí como alguien venía corriendo hacia mí. No me importó quién era. Hasta que
escuché mi nombre, en una voz que no había escuchado nunca. Era Jorge.
-¡María! ¡María!
No tuve tiempo de
reaccionar. Era él.
-¡Hola María! Soy Jorge,
el novio de Elena, la chica de la tienda. –Estúpido, ¿te crees que no sé quién
es Elena?-No quería molestarte, sólo quería conocerte. Elena no hace más que
hablarme de ti. Y sentía curiosidad por saber quién eras.
¿De qué va esto?
-Pues ya me conoces.
Encantada.
Comencé a andar, cuando
volví a escuchar a mis espaldas a Jorge.
-Gracias por quedarte
estos días con ella.
De lejos vi cómo se
acercaba Elena hacia nosotros.
-¡Vamos Jorge! –dijo
ella mientras llegaba-
Yo con las manos en los
bolsillos y parada frente a él, observando esta situación, sin saber que pasaba
y cómo reaccionar.
-Bueno lo dicho María,
Encantado de conocerte. Y gracias otra vez por estar estos días con ella. Eres
una buena amiga.
¿Amiga?
Ella se agarró del brazo
de él, y fueron hacia el coche. Me quedé mirando cómo se alejaban.
A la mañana siguiente, casi a las once, volví a
acordarme de ella. No paraba de mirar el trozo de barra dónde se sentaba cada
día a desayunar. La amaba.
-¡María!
Me gritó Fran casi en el
oído. Lo miré mientras empecé a notar que la mano me quemaba.
-¿En qué estás pensando?
Hace rato que la leche que hay en la jarra se ha calentado. -Había rebosado, y me había puesto perdida.
-¿En qué voy a pensar,
Fran? Es casi la hora.
-No puedes estar así.
Vete a casa, descansa y vuelve esta tarde. Te vendrá bien dormir un poco.
No le pude decir que no.
No quería estar allí para verla entrar. Pero tampoco quería perderme el único
rato al día que la veía.
Al llegar a casa, me
puse el pijama y me metí en nuestra habitación.
Desde allí comencé a mirar su lado de la cama, a oler su perfume en la
bufanda que se había dejado. Me derrumbé.
Me costó más dormirme,
que el rato que había dormido. Me levanté, me duche y me recogí el pelo en una
coleta. Me puse el abrigo y baje a la calle.
Eran las siete de la
tarde, y solíamos cerrar sobre las diez. Así que sólo volvía para ayudar a mi
amigo a cerrar y recoger todo. Cuando llegué sólo había una pareja en una mesa.
Estaba todo tranquilo y limpio. Mi amigo esperaba que se hiciera la hora para
cerrar e irse a casa.
-Tienes mejor cara, ¿Has
descansado?
-Sí, algo. Tú, por el
contrario tienes un cara… -Dije sonriendo—
-Venga María. No es para
tanto. Sólo la conoces de un tiempo y tú eres muy fuerte. Seguro que encuentras
a otra. –Me dijo Fran mientras me ofrecía un chupito-
Detrás de ese trago,
llegaron dos más. Y más tarde, cuando cerramos la cafetería, siguieron otros
cuantos. A ratos reíamos, a ratos lloraba y mi amigo me consolaba. Se nos hizo
muy tarde.
Fran, que no vivía en el centro, y tenía que coger el
coche para ir a casa, iba igual de perjudicado que yo. Y le ofrecí quedarse en
casa. Él, soltero de nacimiento. Aceptó encantado.
-¡Tendrás que dormir en
el sofá! No hay más que una cama y es la mía. –Le dije mientras intentaba
atinar en la cerradura.
Mientras él estaba en el
baño, preparé dos jarras bien llenas de hielo, y saqué una botella de ron. Puse
la televisión y dejé el canal de la teletienda, tampoco había mucha opción a
esas horas.
Bebimos un par de tazas
cada uno, cuando empecé a verle más atractivo de la cuenta. Era hora de irnos a
dormir. Saqué una manta del armario, para que no pasase frío. Cuando volví ya
estaba dormido. Menos mal.
Me fui a mi habitación,
y sin quitarme ni la ropa me eche encima de las sábanas donde Elena y yo,
habíamos pasado las noches. ¡Cuánto la quería! Y como la echaba de menos.
Oía el despertador a lo
lejos. Pero quería seguir entre sus brazos, besándonos y rozándonos sinfín. De
repente la voz de Fran dándome los buenos días,
hizo darme cuenta que sólo estaba soñando.
Pasaron los días, las
semanas. Y yo, seguía pensando en ella. Cada mañana, cuando se acercaban las
once y pasaban las once y media, y seguía sin venir, la notaba un poco más
lejos. ¿La estaba olvidando?
En ese mismo instante,
cuando el reloj llegaba casi a las doce. Noté une escalofrío. Cerré mis ojos y
pedí al cielo, que cuando me diese la vuelta no fuera ella. Ya casi no me dolía
cuando alguien me pedía dos azucarillos o la leche fría.
-¡Hola! -Titubeé
mientras la miraba.
-¡Hola! ¿Me pones lo de
siempre?
Estaba a unos días de su
boda. Tres exactamente. Y había venido a verme. ¿Porque?
-Te preguntarás porqué
vengo después de tanto tiempo. –Levanté mis cejas y se entendió perfectamente
que la respuesta era afirmativa- Me apetecía un café y volver a verte.
-Muy bien.
¿Descafeinado, verdad?
-Sí, como siempre.
Preparé el café mientras
me enfadaba, eché la leche fría mientras se me pasaba el enfado, y se lo puse
en la barra mientras se despertaba en mí
lo poco que había dejado de sentir.
-Gracias. –Me dijo mientras
dejaba dos euros en la barra.
-No hace falta. Invita
la casa. –Llevé hacia su mano la moneda y rocé tímidamente sus dedos.
-María, ¿Volveré a
verte?
No contesté. Me di la
vuelta y me metí a la cocina, no quería que me viese llorar. Cuando salí, ya no
estaba. Miré a Fran y moviendo la cabeza de un lado para otro me dijo que no.
Se había ido y esta vez no había dejado ninguna nota.
Era hoy. Eran las malditas once y media de la mañana.
¿Porque me había vestido e iba camino de esa iglesia?
Cuando la vi del brazo
de su padre, caminando lentamente hacia
al altar, con esa música de fondo y observada por tanta gente que vestía sus
mejores galas, me di cuenta, que por fin, lo nuestro se acababa.
Cuando pasó por mi lado,
su mirada se cruzó con la mía. Fueron eternas las cosas que nos dijimos. Me
levanté, salí de la iglesia y eché a correr hacia el bar que estaba enfrente.
Pedí un ron con hielo. Y
me senté en la esquina de la barra del bar mirando los hielos. Cogí el vaso, le
di un par de vueltas y bebí un poco. A mi lado se sentó alguien. No me importó
lo más mínimo. Dejé el vaso y seguí mirando cómo se mezclaba el ron. Cuando de
pronto la persona que tenía a mi lado, levantó la mano al camarero y pidió.
-Un café con leche.
Descafeinado de máquina. Con la leche fría y dos azucarillos.
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