viernes, 14 de febrero de 2014

Colección Cupido: Sabor a café

Hola a todos. Estamos de estreno y tremendamente ilusionados. A partir de hoy los viernes subiremos vuestros textos de temática "sanvalentinera": amor, desamor, reencuentros, rupturas, reconciliaciones, rechazos, engaños, fantasía, pasión, erotismo, etc. Todo lo que puede abarcar el amor. Hoy lo hacemos con una joya que os va a encantar. Su aut@r se revelará el domingo a las 20 horas para seguir con la dinámica emprendida con Nuestra historia. Así que deberéis esperar para felicitarl@.
Todavía podéis enviar vuestras historias a nuestra dirección de correo: zarracatalla@gmail.com. El plazo inicial era el 28 de febrero, pero es meramente orientativo. Solo necesitamos saber antes de esa fecha si hay alguien escribiendo un texto para darle fecha de publicación y poder programar un poquito las subidas.
También podéis enviarnos una portada para la publicación en la que debe aparecer Colección Cupido, Zarracatalla Editorial y Varios autores. Lo demás sois libres de componerla como queráis. El viernes 28 de febrero subiremos las que hayamos decidido y elegiremos una.
En cuanto a la duración del texto también hemos recibido varias preguntas. En principio debéis configurar word con el interlineado sencillo (1), fuente Times New Roman, tamaño 10 y el papel en A5 y entre 20 y 30 páginas (Archivo/ Configurar página/ Papel/ A5). Pero entendemos que cada historia debe tener su duración, ni la alarguéis y la comprimáis demasiado. Si con seis páginas habéis contado lo que queríais es suficiente. Si tenéis problemas para configurar el procesador de texto tampoco pasa nada, escribid la historia como os sintáis mas cómodos que esto es simplemente porque os hagáis una idea de la duración, pero ni mucho menos es un imperativo.
Explicado todo esto os dejo ya con la lectura de esta semana. Espero que la disfrutéis.





Sabor a café 

Cuando la vi del brazo de su padre,  caminando lentamente hacia al altar, con esa música de fondo y observada por tanta gente que vestía sus mejores galas, me di cuenta, que por fin, lo nuestro se acababa.
No pude evitar ir a verla, aunque algo dentro de mí, quizá el angelillo que dicen que llevamos en nuestro hombro derecho, me decía que no fuese. Que iba a dolerme tanto verla allí… que no podría sacarme esa imagen de mis retinas.
Preferí escuchar a mi corazón, a mi esperanza, y poder verle la cara. Descifrar la situación y ver si sus ojos desprendían felicidad, y sin más, me marcharía a refugiarme en el rincón más oscuro de nuestra habitación.
O por el contrario, seguía deseándome…

                Vivo en el centro de Zaragoza, en una zona donde igual te encuentras a plena luz del día  un sinfín de tiendas de “mírame y no me toques”, que a plena noche, de un martes cualquiera,  unos cuantos celebrando que no tienen nada más, que una miserable adicción.
Muy cerca de allí, está mi cafetería, en la que paso la mayor parte del tiempo. En la que cada mañana a eso de las once, pasaba ella a tomarse el café de mediodía. 
Café con leche, descafeinado de máquina, con la leche fría y dos azucarillos. Palabras que, con los días, fueron tomando más importancia para mí.
La verdad es, que yo nunca pensé en fijarme en una chica como ella. Tenía una melena morena y estaba  algo rellenita. Muy guapa de cara, y muy expresiva. Vestía siempre de negro y blanco, supongo que sería el uniforme de la tienda donde trabajase.
No teníamos conversación más allá, de la de pedir el café, servirlo, cobrarle y desearnos buenos días con una agradable sonrisa.
Una mañana, vino con la mirada triste, yo diría que había estado llorando toda la noche. Pidió su café, echó el azúcar y removió millones de veces,  cómo si el azúcar de esa mañana, no quisiese deshacerse.  Tenía la mirada perdida en la nada.
-¿Qué te ocurre hoy? ¿No lees el horóscopo del periódico?
¿Cómo? ¿A mí que me importa que esa chica no lea hoy el periódico?, y es más, ¿por qué sé que lee el horóscopo cada mañana?
-No.
Me contestó bastante seria.
-Lo siento, no quería meterme donde no me llaman.
-Oh, no. Perdona. Tengo un mal día. No quería ser grosera. Quizás lo lea más tarde, Gracias.
Dios mío, ¡qué guapa! me quedé mirando sus ojos verdes que estaban a punto de rebosar unas lágrimas. Se ruborizó, no sé si por mi indiscreción o por lo tajante que había sido en su respuesta.
Cogió la taza, bebió el café de un trago, dejo el dinero sobre la barra, y se marchó.
Al día siguiente, cuando pasaban ya de las once y media, me di cuenta que todavía no había venido, y pensé que igual le había sentado mal mi inoportuno comentario, y habría ido a cualquier otro bar de la zona. Mientras pensaba esto, me pidieron un par de cafés, y me puse a prepararlos. Cuando estaba de espaldas, poniendo las cucharillas en los platos, oí su voz, y me giré para comprobar si era ella.  Esbocé una sonrisa y he de reconocerlo, me alegré de verla allí.
-¡Hola! ¿Lo de siempre? -¿cómo? ¿Lo de siempre? ¿Desde cuando sabía yo qué era lo de siempre?
-Sí, gracias.
Me empezaron a temblar las manos, cosa rara en mí, he hice el café como siempre.
No podía evitarlo… Quería saber más, me apetecía acercarme a ella, y hablar un rato. De lo que fuese, del tiempo, de trabajo, de cafés, de su maravillosa sonrisa… de lo que fuese.
-Aquí tienes, tu café.
Con una sonrisa, cogió el plato y lo acercó más hacia ella.
-¡Ah! Y hoy invita la casa. –Para eso era mía la cafetería, para invitar a aquella persona que despertase en mí, esas ganas de verla cada día.
-Gracias, pero no es necesario.
Desde detrás de la barra, cogí aire, extendí mi mano y dije:
-Soy María, encantada. –Si, María, así me llamo.
-Yo Elena. Igualmente.
-¿Trabajas por aquí?
-Sí, claro, de ahí el uniforme.
-Qué tonta, por supuesto. –Miles de mariposas revoloteaban por mi estómago, y debían de haber subido hasta mi cerebro, porqué allí estaba, mirándola sin seguir la conversación.
Removió el azúcar, dio dos tragos, leyó el periódico, y…
-Bueno, gracias por la invitación. Y hasta mañana.
Seguía allí parada, sólo me salió un tímido adiós.
Cuando desperté al día siguiente, me tiré de la cama, me duche, y en lugar de hacerme la coleta, me pasé las planchas, me puse un poco de maquillaje, y me eché mi mejor colonia, sólo tenía ganas de que amaneciese, y llegase la hora de verla.
Esa mañana, como siempre, en su rato del descanso, paso a verme, bueno, quiero decir, paso a desayunar, y ya pude establecer una conversación un poco más normal. Aunque mis mariposas seguían campando a sus anchas.
-Deberías invitarla a salir o al cine de una vez, ¿No crees?
-¡Cállate Fran! -Fran es mi empleado, mi amigo. El único que de momento se ha dado cuenta que vengo a trabajar de diferente manera.
-Sólo te digo, que no sabes nada de ella. Apostaría que no sabes ni donde trabaja.
Es cierto, no lo sé. Me quité el mandil. Cogí mi chaqueta y salí a buen ritmo de la cafetería. Giré a la izquierda, que es por donde ella siempre iba, y empecé a mirar escaparates, aunque no me fijaba en ellos, sino a ver si detrás de todas esas cosas expuestas, encontraba a Elena.
Allí estaba, atendiendo a una señora, de mediana edad, que iba acompañada de una joven. No lo pensé mucho, entre en la tienda y esperé mi turno.
Mientras esperaba. Miré a mis lados, y empecé a pensar que es lo que iba a comprar, o que es lo que le iba a decir.
Había muchas cosas, muchos objetos de regalo. Plumas, marcos de foto, figuritas, postales…
-Hola María, ¿Qué te trae por aquí?
Balbuceando, cogí el primer objeto que me alcanzó la mano y le dije:
-Venía a comprar uno de estos. –Mientras, miraba que es lo que había elegido y vi que era una espantosa figura.
-¿Sólo una?
-Sí, es para regalar.
-Normalmente, estos regalos, son detalles de eventos, bautizos, bodas, comuniones, y no se suelen vender sueltos, van en cajas de varias unidades.
- … si, eso…. Quiero… quiero varias unidades, una caja para ser más exacta.- Me titubeaba la voz, no sabía ni para qué era, ni que iba a hacer con ellas… pero las quería.
-Eh, esto… María. –Me rozó tímidamente la mano- ¿Quieres pasarte esta tarde a la hora del cierre? Te invito a tomar algo, y te puedo ayudar a buscar otro regalo.
No sé si sabía que estaba pasando. O sí. Sí que lo sabía. Bueno, no estoy segura.
Mi estómago decidió empezar a dar vueltas. Estaba paralizada mirándole la mano, a la altura de su pierna y pensando si había sido una casualidad. Levante la cabeza, y mirándola casi de reojo contesté.
-Sí, me ayudas. Me paso esta tarde, perfecto.
Caminé hacia atrás hasta que topé con una estantería llena de cosas. Afortunadamente, no tiré nada. Abrí la puerta, salí y volví a buscar sus ojos verdes. Aunque enseguida volvió al catálogo y a atender a la señora.
De camino a la cafetería, me falto volar. Habíamos quedado, y había sido ella la que me lo ha pedido a mí. Ya verás cuando se lo cuente a Fran- Pensé
                Antes de las ocho de la tarde, ya estaba allí, con mi pelo recién lavado, unos vaqueros ajustados, y unas botas con algo de tacón. Me puse una blusa que realzase más mi cuerpo,  un abrigo con cinturón, para que marcase bien mi cintura. Y la esperé en la puerta. Miré a través del escaparate y la vi allí, a sus cosas sin que ella supiese que la estaba observando. Se me hicieron eternos los minutos.
Un minuto antes de la hora, ella levanto la mirada, y me miró. Me echo una sonrisa y se metió en la trastienda. Al momento se apagaron las luces. Mientras salía rebuscando en el bolso las llaves para cerrar la puerta, me dijo:
-Hola, ¡qué puntual!
-Hola. Si, tenía muchas ganas de verte.
No aguataba más. Tenía que decirle que no había dejado de pensar en el roce de su mano, en su invitación, en ella…
-¿Te parece bien que vayamos al paseo? Allí hay muchos bares, y estamos un poco más alejadas de aquí.
¿Cómo no me iba a parecer bien? Me parecía estupendo.
Estuvimos hablando de un montón de cosas, pero todas de carácter muy general. De películas, de libros, del mal tiempo que estaba haciendo. Pero he de reconocer que ninguna nos acordamos de hablar del regalo que yo tenía que comprar.
Se hacía tarde, nos levantamos de la mesa y salimos del bar. Lejos de despedirnos, comenzamos a andar y seguíamos hablando y riéndonos. No quería que pasase el tiempo. De pronto le dije que tenía el coche ahí cerca, y era muy tarde. Ella se quedó parada, se le borró la sonrisa de la cara y me dijo que no, que cogía el autobús. Cuando insistí más, me dijo que tenía que contarme una cosa. Y sólo con el cambio de su expresión, noté que algo no iba bien.
                Eran las seis y media de la mañana, no tenía ganas de levantarme de la cama, pero tenía que ir a trabajar. Me levanté, recogí mi pelo en una coleta, me lavé la cara y salí de casa.
Abrí la cafetería, encendí todas las luces, y comencé a rellenar las cámaras. Se abrió la puerta y antes de que pudiera ver mi cara, con un tono triunfador, comenzó la ronda de preguntas.
-Fran, no estoy de humor. Termina de bajar las sillas y trae más paquetes de café, el molinillo está casi vacío. –Pensé que con eso, sería suficiente para evitar que mi amigo mantuviese su boca cerrada.
-Venga María, que nos conocemos, ¿Qué tal anoche?
-Mal, muy mal. Te lo resumiré para que lo entiendas y dejemos la conversación. Está a punto de casarse con él. Su novio de toda la vida. El hijo de los mejores amigos de los padres. Así que no hay nada que hacer.
Fran, que si hubiera podido hubiera metido la cabeza en el molinillo, no volvió a preguntarme nada.
Eran las once de la mañana, estaba a punto de llegar. Me puse el abrigo, y deje a mi amigo al frente de todo. Quería dar una vuelta y que el maravilloso cierzo, me despejase las ideas.
A las doce, volví a mi puesto de trabajo, y a los pocos minutos entre café y caña, me dijo en voz muy baja, que no había venido. Seguí así toda la semana.
Pasaron casi dos meses, cuando de pronto, una mañana, volví a oír su voz entre todas las conversaciones del bar.
Me giré, nos miramos y me dijo:
-Un café con leche, descafeinado e máquina, con la leche fría y dos azucarillos, por favor.
Mi mundo se vino abajo, y le pedí a mi amigo, que le sirviese el café.
Observé que tenía los mismos ojos que el primer día que me fije en ella, tan llenos de lágrimas, como de tristeza.  Me metí a la cocina, y comencé a llorar.
-Sólo la conozco de unas horas Fran, pero las mejores horas de mi vida.
Mi amigo me abrazó, me seco las lágrimas, y me dio una nota. Salió mientras yo leía la nota.
“Me gustaría volver a verte”
Elena
Salí de la cocina,  y la vi marcharse. Cuando iba a salir de la barra, Fran, me cogió del brazo y me dijo que le había dejado su teléfono. Y que sólo si salía a buscarla en ese mismo momento, me lo diese.
Me apresuré en mandarle un mensaje. No tenía nada que perder. Quedamos esa misma tarde, a las ocho, cuando ella salía de trabajar. Nos volvimos a mirar entre las figuritas y los carteles de ofertas del escaparate, y nuestra mirada lo decía todo.
Cerró la puerta, me dio dos besos, y comenzamos a andar hasta el mismo bar de aquella noche.
-No he podido olvidar aquella noche, María. He dejado pasar el tiempo, pero no he logrado olvidarte.
Madre mía… en ese momento, no sabía qué hacer, ni que pensar. ¿Qué quería decir eso? Para mí eran buenas noticias, pero ella no lo decía con buena cara.
-He dejado a Jorge. No podía seguir con él teniendo estas dudas, y menos a 6 meses de la boda.
-¿Por mí?  - ¡Qué pregunta, María! Claro que por ti.
-Nos hemos dado un tiempo.
¿Qué decirle cuando me está diciendo la mujer más guapa del planeta, que ha dejado a su novio plantado a seis meses de la boda por mí?
-Me gustas. --¿Qué? ¿Quién ha hablado por mí, ahora? Yo sólo lo estaba pensando.
-Vámonos de aquí.
Salí del bar, sin saber a dónde íbamos. ¿Dónde me llevaba? Sin mediar palabra, y a paso muy ligero, la seguía. Anduvimos un par de calles, y llegamos a un portal. Entramos  y subimos a la segunda planta, abrió una de las puertas del rellano, entramos a casa, y dio dos vueltas de llave. Seguía sin decirme nada. Me miró un buen rato, yo abrí los ojos con cara de no saber que estaba pasando, y en ese momento, me agarro la cara y me besó. Me quede inmóvil, y sin saber reaccionar, cuando se apartó, se llevó las manos a la boca y más allá de arrepentirse, repitió.
Mientras me quitaba el abrigo sin separarme de sus labios, íbamos yendo hacia el salón. Allí dejé mi bolso y las llaves del coche que llevaba en la mano. Cuando me giré ya no estaba, pero vi al fondo del pasillo la luz tenue de una mesita de noche. Fui hacia ella, y efectivamente. Estábamos en su habitación, donde pasé la mejor noche de mi vida.
                A la mañana siguiente, me despertó un olor a tostadas recién hechas, y el ruido del exprimidor. Abracé la almohada y olisqueé su perfume. Suspiré mientras saboreaba la felicidad. 
Me levanté, y allí estaba, con una bata de hace mil años, toda despeinada y haciéndome el desayuno. La abracé.
Nos sentamos en la mesa y seguíamos riéndonos mientras cogíamos fuerzas. Estaba todo buenísimo. Era perfecto.
Nos arreglamos, nos besamos, nos pusimos los abrigos y salimos de su piso. Fuimos andando hasta la puerta de su trabajo, donde me dio un beso en la mejilla y me dijo que luego se pasaba. ¿Se pasaba? ¿Por dónde? ¡Mierda! Por la cafetería, ¡Fran!
Eché a correr, mientras sacaba el móvil de mi bolso. Un montón de llamadas pérdidas y mensajes. Cuando llegue allí, estaba el bar “manga por hombro” mientras seguía preparando tapas, y demás él solo.
-Lo siento, lo siento, lo siento…
-¡Calla y ayúdame! Pero luego me cuentas. –Y se echó a reír.
Recogí todo lo deprisa que pude, y serví a los clientes que llevaban un rato esperando. Pobre Fran.
Cuando nos juntábamos en la barra, me intentaba sacar información rápida. Pero no solté prenda hasta que no tuvimos un rato para contarte lo maravillosa que había sido la noche.
                Ya era casi la hora, estaba a punto de venir, y estaba hasta nerviosa de volver a verla. Su pelo, su forma de remover el café… no podía pensar en otra cosa.
Abrió la puerta del bar, y desde la otra punta, le pregunte.
-¿Lo de siempre? – Sí, esta vez sí. Ahora sí que sabía que era lo de siempre.
-Sí, gracias.
Le lleve el desayuno, pero también el periódico abierto por la página del horóscopo.
Dejó el dinero en la barra, y se marchó.
Nos enviamos decenas de mensajes a lo largo del día. Y volvimos a quedar esa tarde. Esta vez, vino ella a buscarme, y nos quedamos allí. Le dije a mi amigo, que podía irse antes, que ya cerraba yo. Y aceptó encantado.
Recogí, cerré el bar, pero nosotras nos quedamos dentro. Apagamos las luces, y volvimos a besarnos en la oscuridad.
Así fueron pasando los días. De escondite en escondite. Mi casa, era ya casi su casa. Tenía cosas suyas por todos sitios. De hecho, un mes más tarde,  ya la llamábamos nuestra habitación.  Todo me recordaba a Elena.
Era jueves, y estrenaban en el cine una película que tenía muchas ganas de ver. Le propuse ir juntas, y no contestó al mensaje.
Pasé por la tienda y vi que no había nadie. Entre a verla un rato. Cuando sonaron las campanitas de la puerta, como que entraba alguien. Se oyó su voz diciendo:
-Voyyyyy
Cuando se retiró la cortina de la trastienda,  y salió, le vi los ojos y la cara hinchados. De haber llorado.
-¿Qué te pasa cari?
-Tenemos que hablar, María.
-Claro, dime. ¿Qué te pasa?
-No, aquí no. Mejor cuando salga de trabajar, paso por el bar.
No sé qué podría pasarle, era todo maravilloso, nos entendíamos, nos queríamos…
Luego lo entendí.
Cuando cerré el bar, mientras me ayudaba a recoger todo, me contó lo que le pasaba. Había vuelto a verle.
Se me escapó de las manos la escoba, noté como mi corazón se paralizaba, mis ojos se convertían en un mar de lágrimas y necesitaba estar sola. Me apoyé en una de las mesas, y le pedí que se marchase. Para ella, esto sólo había sido un juego, pero para mí, había sido diferente.
Estaba paralizada viendo cómo se ponía la chaqueta y  se colgaba el bolso. Sacó su melena que se había quedado dentro del abrigo y abrió la puerta de cristal. Se giró y secándose las lágrimas me dijo:
-María, Te quiero. Pero no debo tirar tantos años y las ilusiones de nuestras familias, por algo que nunca van a aceptar de mí.
Cerró la puerta y se marchó.
Jorge era una persona que no tenía problemas de dinero, un hijo de papá. Tenía unas cuantas empresas y viajaba mucho. Además era un chico atractivo, casi rubio, ojos claros, un cuerpo perfecto y un coche para cada ocasión. Lo tenía todo, menos a ella.
 Mientras nosotras nos amábamos, mientras yo pensaba que lo nuestro había cogido el rumbo de una relación, él estaba de viaje de negocios de un país para otro, sin llegar a creerse que Elena, le había dejado.
Al día siguiente, casi a la hora del cierre,  cuando reaccioné a lo que había pasado, decidí pasarme a verla. Necesitaba algún tipo de explicación.
Cuando entré en la tienda, y las campanillas de la puerta sonaron,  levantó la cabeza y se quedó mirándome. Se levantó de la silla y vino hacia mí. Me abrazó.
-María necesitaba verte, pero no sabía que decirte cuando descolgases el teléfono.
Yo estaba muda, sin saber que decirle. Agarré su cintura y la apreté correspondiendo a su abrazo. Se apresuró en cerrar la puerta de la tienda. Me cogió de la mano, y nos metimos en la trastienda. Me volvió a besar. En su mirada notaba el deseo, pero también sus dudas.
-Necesito que me digas lo que pasa. No sabía nada de ti desde anoche. –Le dije cogiéndole la cara.- ¿Has vuelto con él?
Los segundos se hicieron eternos, y después de una pausa, sus brazos se desprendieron de mis hombros, me dio la espalda y me contestó.
-No es fácil explicarlo, María. Te deseo. Me gusta estar contigo. Esta mañana cuando ha sonado el despertador, he visto que no estabas. Pero le he visto a él.
Dios mío, han dormido juntos.
-¿Has vuelto con él? –Repetí.
-No es que haya vuelto con él. Es que nunca le dije que lo nuestro se acababa.
-Me mentiste. –Mi corazón se arrugó. Dejó de latir.
-Él se iba unas semanas de viaje, y quería estar segura antes de decírselo.
-¡Pero no se lo vas a decir! Hoy habéis dormido juntos. Me mentiste.
Salí de la trastienda, abrí la puerta y antes de marcharme, me agarró por el brazo y me forzó a volverme.
-Dame tiempo María. No sé cómo enfrentarme ni a él, ni a mi familia. Esto es nuevo para mí.
-Déjalo Elena, -Le dije con voz entrecortada- No hay tiempo. Te casas en tres meses y te has enamorado de una mujer. Jamás tendrás tiempo suficiente para aceptarlo y decírselo.
-Quiero seguir viéndote.
-Elena, de verdad. Déjalo. No voy a seguir con esta farsa. Sólo he sido un juego, una novedad. Tú tienes tu vida, y yo la mía.
Se oyó un claxon de un coche, me giré y vi a Jorge que había venido a recogerla. De un golpe seco, quité mi brazo de su mano. Y comencé a andar sin mirar atrás. Cada paso que daba, me alejaba más de Elena.
Antes de llegar al bar, oí como alguien venía corriendo hacia mí. No me importó quién era. Hasta que escuché mi nombre, en una voz que no había escuchado nunca. Era Jorge.
-¡María! ¡María!
No tuve tiempo de reaccionar. Era él.
-¡Hola María! Soy Jorge, el novio de Elena, la chica de la tienda. –Estúpido, ¿te crees que no sé quién es Elena?-No quería molestarte, sólo quería conocerte. Elena no hace más que hablarme de ti. Y sentía curiosidad por saber quién eras.
¿De qué va esto?
-Pues ya me conoces. Encantada.
Comencé a andar, cuando volví a escuchar a mis espaldas a Jorge.
-Gracias por quedarte estos días con ella.
De lejos vi cómo se acercaba Elena hacia nosotros.
-¡Vamos Jorge! –dijo ella mientras llegaba-
Yo con las manos en los bolsillos y parada frente a él, observando esta situación, sin saber que pasaba y cómo reaccionar.
-Bueno lo dicho María, Encantado de conocerte. Y gracias otra vez por estar estos días con ella. Eres una buena amiga.
¿Amiga?
Ella se agarró del brazo de él, y fueron hacia el coche. Me quedé mirando cómo se alejaban.
                A la mañana siguiente, casi a las once, volví a acordarme de ella. No paraba de mirar el trozo de barra dónde se sentaba cada día a desayunar. La amaba.
-¡María!
Me gritó Fran casi en el oído. Lo miré mientras empecé a notar que la mano me quemaba.
-¿En qué estás pensando? Hace rato que la leche que hay en la jarra se ha calentado.  -Había rebosado, y me había puesto perdida.
-¿En qué voy a pensar, Fran? Es casi la hora.
-No puedes estar así. Vete a casa, descansa y vuelve esta tarde. Te vendrá bien dormir un poco.
No le pude decir que no. No quería estar allí para verla entrar. Pero tampoco quería perderme el único rato al día que la veía.
Al llegar a casa, me puse el pijama y me metí en nuestra habitación.  Desde allí comencé a mirar su lado de la cama, a oler su perfume en la bufanda que se había dejado. Me derrumbé.
Me costó más dormirme, que el rato que había dormido. Me levanté, me duche y me recogí el pelo en una coleta. Me puse el abrigo y baje a la calle.
Eran las siete de la tarde, y solíamos cerrar sobre las diez. Así que sólo volvía para ayudar a mi amigo a cerrar y recoger todo. Cuando llegué sólo había una pareja en una mesa. Estaba todo tranquilo y limpio. Mi amigo esperaba que se hiciera la hora para cerrar e irse a casa.
-Tienes mejor cara, ¿Has descansado?
-Sí, algo. Tú, por el contrario tienes un cara… -Dije sonriendo—
-Venga María. No es para tanto. Sólo la conoces de un tiempo y tú eres muy fuerte. Seguro que encuentras a otra. –Me dijo Fran mientras me ofrecía un chupito-
Detrás de ese trago, llegaron dos más. Y más tarde, cuando cerramos la cafetería, siguieron otros cuantos. A ratos reíamos, a ratos lloraba y mi amigo me consolaba. Se nos hizo muy tarde.
                Fran, que no vivía en el centro, y tenía que coger el coche para ir a casa, iba igual de perjudicado que yo. Y le ofrecí quedarse en casa. Él, soltero de nacimiento. Aceptó encantado.
-¡Tendrás que dormir en el sofá! No hay más que una cama y es la mía. –Le dije mientras intentaba atinar en la cerradura.
Mientras él estaba en el baño, preparé dos jarras bien llenas de hielo, y saqué una botella de ron. Puse la televisión y dejé el canal de la teletienda, tampoco había mucha opción a esas horas.
Bebimos un par de tazas cada uno, cuando empecé a verle más atractivo de la cuenta. Era hora de irnos a dormir. Saqué una manta del armario, para que no pasase frío. Cuando volví ya estaba dormido. Menos mal.
Me fui a mi habitación, y sin quitarme ni la ropa me eche encima de las sábanas donde Elena y yo, habíamos pasado las noches. ¡Cuánto la quería! Y como la echaba de menos.
Oía el despertador a lo lejos. Pero quería seguir entre sus brazos, besándonos y rozándonos sinfín. De repente la voz de Fran dándome los buenos días,  hizo darme cuenta que sólo estaba soñando.
Pasaron los días, las semanas. Y yo, seguía pensando en ella. Cada mañana, cuando se acercaban las once y pasaban las once y media, y seguía sin venir, la notaba un poco más lejos. ¿La estaba olvidando?
En ese mismo instante, cuando el reloj llegaba casi a las doce. Noté une escalofrío. Cerré mis ojos y pedí al cielo, que cuando me diese la vuelta no fuera ella. Ya casi no me dolía cuando alguien me pedía dos azucarillos o la leche fría.
-¡Hola! -Titubeé mientras la miraba.
-¡Hola! ¿Me pones lo de siempre?
Estaba a unos días de su boda. Tres exactamente. Y había venido a verme. ¿Porque?
-Te preguntarás porqué vengo después de tanto tiempo. –Levanté mis cejas y se entendió perfectamente que la respuesta era afirmativa- Me apetecía un café y volver a verte.
-Muy bien. ¿Descafeinado, verdad?
-Sí, como siempre.
Preparé el café mientras me enfadaba, eché la leche fría mientras se me pasaba el enfado, y se lo puse en la barra  mientras se despertaba en mí lo poco que había dejado de sentir.
-Gracias. –Me dijo mientras dejaba dos euros en la barra.
-No hace falta. Invita la casa. –Llevé hacia su mano la moneda y rocé tímidamente sus dedos.
-María, ¿Volveré a verte?
No contesté. Me di la vuelta y me metí a la cocina, no quería que me viese llorar. Cuando salí, ya no estaba. Miré a Fran y moviendo la cabeza de un lado para otro me dijo que no. Se había ido y esta vez no había dejado ninguna nota.
                Era hoy. Eran las malditas once y media de la mañana. ¿Porque me había vestido e iba camino de esa iglesia?
Cuando la vi del brazo de su padre,  caminando lentamente hacia al altar, con esa música de fondo y observada por tanta gente que vestía sus mejores galas, me di cuenta, que por fin, lo nuestro se acababa.
Cuando pasó por mi lado, su mirada se cruzó con la mía. Fueron eternas las cosas que nos dijimos. Me levanté, salí de la iglesia y eché a correr hacia el bar que estaba enfrente.
Pedí un ron con hielo. Y me senté en la esquina de la barra del bar mirando los hielos. Cogí el vaso, le di un par de vueltas y bebí un poco. A mi lado se sentó alguien. No me importó lo más mínimo. Dejé el vaso y seguí mirando cómo se mezclaba el ron. Cuando de pronto la persona que tenía a mi lado, levantó la mano al camarero y pidió.
-Un café con leche. Descafeinado de máquina. Con la leche fría y dos azucarillos.

Levanté mi cabeza, la miré y allí, delante de la clientela del bar, nos dimos el beso más dulce de la historia. 

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