Tras el inquietante final del capítulo anterior propuesto por Andrea Sánchez, aquí llega la séptima entrega de Nuestra historia. En esta ocasión nuestro autor anónimo lo ha titulado "Vaya panorama". El de hoy también os va a gustar mucho y nos deja con un final mas que sugerente...
¡De repente el corazón de
Ana parecía una montaña rusa!
Él estaba allí... y no
sabía cómo reaccionar... desnuda, indefensa, sin ganas de afrontar aquella
situación.
Aquello parecía su peor
pesadilla. Su cabeza era un torbellino que no sabía cómo responder ante lo que
se le venía encima. Estaba agotada física y emocionalmente, lo último que
deseaba era aclarar la situación de la noche anterior. Le pasaba por la cabeza
la imagen de Pedro, la imagen de Olga, el accidente... era una ZARRACATALLA de
pensamientos. De repente la imagen de Ramón retenida en sus pupilas la hizo
salir de aquella pesadilla y afrontar la dura realidad.
-Ana, yo no puedo seguir ni
un día más sin aclarar la situación… tú sabes que te quiero y siempre te he
querido, no puedo ocultar mis sentimientos. Es verdad que el momento..., el
accidente de Pedro..., no ayudan a esta situación, pero yo la deseo... yo te
deseo a ti...
-¡No sigas! -grito Ana.- No
tengo fuerzas para nada en este momento. Ahora entiendo todo... mis llaves, tú
las habías cogido. No estás en tus cabales. ¡Ahora no es momento! ¡Ahora no es
la situación!, Pedro ha estado a un paso de morir, ¡¡¡¡ y todo o por mi culpa!!!!
-Ssshhh! No sigas pensando eso ni por un momento más.
Ha sido el destino. El accidente, lo nuestro...
-No hay nada... lo nuestro
no puede ser. -Ana rompió a llorar como una niña desconsolada.-
Ramón no sabía qué hacer, y
tras unos segundos de silencio decidió marcharse. Ana no podía dejar de llorar,
aquel apetecible baño relajante se había convertido en un martirio. Decidió
acostarse y dejarse llevar por el tiempo.
Al día siguiente Ana no
quería aparecer por el hospital ni tampoco conectar con nadie que tuviese nada
que ver con Ramón, así que decidió llamar a Sandra, la hermana de Pedro. Sandra
era una niña, tenía 25 años pero siempre tenía una sonrisa despreocupada para
cualquier situación… era muy extrovertida y quizás la haría ordenar sus
pensamientos. En resumen, Ana pensaba que sería una buena terapia tener una
charla con ella y poderse desahogar con alguien ajeno al ambiente del hospital.
Llamó a Sandra y quedó con
ella en una cafetería del centro donde podrían hablar tranquilamente. Sandra
acababa de llegar desde Barcelona donde está realizando su interminable carrera
de veterinaria, y había pasado la Nochevieja con sus amigos. Estos siempre
andaban de fiesta en fiesta y tomaban cualquier momento como el mejor para
organizar una fiesta. A las cuales, claro está, Sandra era la primera en
apuntarse.
Al encontrarse se abrazaron
efusivamente, ya que no se habían visto desde el accidente de Pedro. Sandra le
pregunto por lo ocurrido y se interesó por el estado de Pedro, y quedaron de
acuerdo en pasarse por el hospital a visitarlo en cuanto se pusieran al día.
Mientras tanto en el
hospital, Ramón no podía dejar de pensar en la noche anterior. ¡La había
cagado! Pero ahora ya era tarde… ya no podía volver atrás. Concluyo en sus
cavilaciones que en cuanto viera a Ana hablaría con ella.
Patricia y Rafa, estaban
tomando el café de su pausa. Y comentaban la buena evolución de Pedro tras el
accidente. -Ya le han quitado a Pedro la mayoría de las máquinas y están intentando que inicie la recuperación
mañana mismo. Es un milagro que después de ese accidente se vaya a recuperar
tan pronto, creo que mañana o pasado le pasaremos a planta para que pueda
empezar con todo el proceso de ejercicios y pruebas- aseguró Rafa. Patricia
tuvo que volver a sus tareas de limpieza y marchó.
-Pues como ya te habrán
contado tus padres, la colisión se produjo con otro vehículo que venía en
sentido contrario, y los bomberos tuvieron que sacar a Pedro del coche porque
quedó atrapado. Al principio temíamos por la movilidad de sus piernas, pero la
suerte y el buen hacer de Olga han conseguido que ahora mismo podamos ser muy
optimistas. Además tu hermano es muy fuerte y cabezota, ya sabes que cuando se
propone algo lo consigue. – Ana ponía al día a su cuñada. Sandra miró a Ana con
esa mirada cómplice que solo las amigas consiguen entender.
-Pero bueno, cuéntame de
que querías hablar Ana, estoy para ayudarte en lo que necesites y tú lo sabes.
-Si Sandra, esto, yo…
-No me lo digas, ¡mi
hermano volvió a emborracharse y discutisteis! –Si bueno, no es exactamente
así. Tu hermano se emborrachó como de costumbre pero ese no es el problema. El
problema es…-Ana rompió a llorar, y sollozando entre mormoteos explicó a Sandra
todo lo ocurrido el día de Año Nuevo. Le contó lo del video, el mensaje de
Whatsapp, la situación tan humillante en su casa cuando despertó a Pedro, la
llamada telefónica, etc.
Sandra no podía dar crédito
a sus oídos. Pero cómo te ha podido engañar ese gañán. Cómo ha podido acostarse
con tu mejor amiga... ¡aggggghh! Solo de pensarlo se me revuelven las tripas.
Será cabrón el muy cerdo. ¿Y tú que le dijiste?
Ana no podía parar de
sollozar. Sabía que le quedaba por contar la peor parte de la historia. Sabía
que había cometido una estupidez al acostarse con Ramón, pero en el fondo
estaba orgullosa por haber devuelto la moneda
a ese “semental”… ¡Será puta! Encima lo llama semental. Como si no
tuviera bastante con habérselo tirado. Las blasfemias y ganas de capolar a
Pedro recorrían la cabeza de Ana como un torbellino. Estaba fuera de sí y no
podía dejar de llorar, a la par que sin darse cuenta estaba descargando toda la
tensión y la rabia acumulada esos días anteriores.
-¿Pero que piensas hacer
ahora Ana?, tendrás que decírselo a mis padres. Esto no puede ir a más…
-Ana volvió a sollozar como
una niña.- Ese es el problema… aún hay más… yo también he sido una estúpida y me
he dejado llevar, las copas, el ambiente, mi soledad, la noche se convirtió en
una nube oscura y maliciosa y también me tiré a Ramón.-
Sandra no podía entender
nada. Todos aquellos sucesos, de repente, recién llegada de Barcelona. Aún no
había visto a su hermano y Ana estaba mormoteando cosas que no entendía sin
poder dejar de llorar. Ella intentaba entender cuáles eran las ideas que
cruzaban por aquella cabeza tan desordenada, quería ordenar toda aquella maraña
para comprender lo que Ana le intentaba explicar.
Vamos a ver Ana, tienes que
calmarte. Así no vamos a ningún lado, no entiendo nada de lo que dices.
Sandra se levantó a coger
unos kleenex del bolso y apretó la cabeza de Ana contra su torso. Intentaba
sofocar aquella explosión de ideas que no entendía de ningún modo. Le extendió
un pañuelo y esperó a que Ana se calmase.
-Yo no quería, fue una cosa
espontánea. Ramón vino a mi casa, después de la operación y de todo aquel caos
el día del accidente. Él solo quería hacerme compañía, cenamos, tomamos una
copa, otra… el ambiente era agradable. Estábamos recordando viejos tiempos y
olvidando un poco todas las horas anteriores. Solo recuerdo que al despertar
Ramón estaba en mi cama. Yo no podía creerlo, como había podido pagarle a Pedro
de la misma forma… como había podido después de aquel terrible accidente.- Un
poco más calmada, Ana intentaba explicar a Sandra todo aquel zarapuezo que se
había montado en su ausencia. Pero Sandra lejos de entender estaba cada vez más
segura de que aquella Nochevieja no había sido una Nochevieja normal. Algo
había desatado todo aquel disparate de acontecimientos. Ella estaba segura de
que Ana no quería a Pedro como antes. Era normal, su hermano estaba hecho un
botarate de mucho cuidado, era el desorden personificado y no era muy atento
con Ana últimamente. Pero tampoco culpaba del todo a su hermano, como es normal
la sangre tira mucho... Ella quería averiguar cuál había sido el desencadenante
de todo aquello.
-Vamos a ver Ana, ¿y a
Pedro se lo has contado?
-Cómo se lo voy a contar en
su estado. Además, ayer notó que yo olía al perfume de Ramón. Eso me dejó
petrificada cuando entre a verle a la UCI. No supe cómo reaccionar y me marche
apresuradamente. No sé lo que voy a hacer. Necesito serenarme y pensar.
-¿Y qué piensas hacer?
Porque la que habéis liado es pequeña… más que el año nuevo parece que haya
llegado la primavera. ¡Estáis todos más salidos que el pitorro de un botijo! –Sandra
con su sorna habitual, pero intentando quitarle hierro al asunto era
especialista en volver las situaciones a favor de lo que pretendía. Y ahora
mismo lo único que pretendía era ayudar a aquella persona a la que ella quería
desde siempre. Su relación era y había sido siempre muy cordial, y ella sabía
que podía contar con Ana para lo que hiciese falta. Su dinamismo le ayudaba a
moverse como pez en el agua en situaciones adversas y por eso tomó una
decisión.
-Vamos a ver Ana, ¿tú
quieres a Pedro?
-¡Pues claro! Ya lo sabes.
–Vale, ¿y a Ramón?
-Qué cosas dices Sandra.
Ramón es mi amigo, pero nunca lo he visto como otra cosa. Si, es atractivo y
divertido, pero eso no quiere decir que pueda pensar más allá. Además ya sabes
que yo soy muy tradicional, no me imagino la situación de tener que cambiar
toda mi vida de un plumazo.-
Pues entonces está muy
claro, hablas con Ramón y se lo explicas. Le dices que tú quieres a Pedro y que
lo que ocurrió fue un desliz. Que para nada se haga ilusiones de nada más.
–Sí pero anoche estuvo en
mi casa
-¿Ya estamos otra vez?
-Si Sandra, es más
complicado de lo que parece. El me cogió las llaves de mi bolso, y cuando
estaba en la bañera entro sin hacer ruido y se acercó hasta mí. Me dijo que me
quería y que siempre me había querido. Es verdad que Ramón siempre ha sido muy
simpático conmigo, pero yo no pensaba que el estuviese colado por mí. El es muy
apuesto y ligón, pero sin saber cómo despierto en él un instinto animal.
-Pues bueno, eso tiene
solución, si quieres yo hablo con Ramón y se lo explico todo.
–No Sandra, no quiero
mezclarte en esto ni hacerte pasar por esas situaciones. Soy yo la que me he
metido y seré yo quien lo solucione.
Pedro estaba con sus padres
en la visita de la mañana y cuando estos salieron entraron Sandra y Ana. Las
dos cómplices hicieron ver que no pasaba nada. Ana ya mucho más tranquila,
intento aclarar los hechos acaecidos en el accidente. Pero Pedro estaba un poco
cansado y no tenía ganas de hablar de aquello en ese momento. Se le veía
inocentemente feliz al lado de sus dos seres más queridos. Sandra le dio un
pequeño refrotón con la palma de la mano en la cabeza.
–Hay Pedrito, Pedrito… las
que lías en tus ratos libres…
-Pues si Sandra, ya ves que
faena he hecho. Por todo lo alto, como los buenos toreros…- Sandra y Pedro
rieron a carcajadas y a Pedro le entro esa tos que entra cuando te acabas de
estampar contra otro coche y llevas todo el cuerpo magullado.
Pedro miró a su hermana
feliz, y de repente se acordó de todo lo de aquella mañana. No pudo evitar
fruncir el ceño y mostrar un semblante preocupado. Sandra se dio cuenta al
instante y no pudo evitar mediar en aquel ambiente contaminado.
–Pedro, Ana me lo ha
contado todo. Eres un cabrón, pero ahora no es el momento de tratar ciertos
temas, ¿verdad Ana?-
-¡Ejem…! No… Tienes razón Sandra, es mejor que te
recuperes y ya quedará tiempo de hablar de esto cuando estés mejor.- Pedro, con
una mirada cómplice lanzo a su hermana un GRACIAS
que iluminó toda la sala de cuidados intensivos.
Afuera de la sala, el
ambiente era distendido entre los presentes. Estaban los padres de Pedro.
Antonio escuchaba y disfrutaba del buen ambiente que había entre los amigos de
su hijo. Era capaz de estar en un sitio sin que apenas se notase su presencia,
pero era el primero en estar ahí cuando se le necesitaba. Irene en cambio era
más como su hijo. Torpe en algunas cosas y algo cotilla, pero buena persona.
Ambos estaban orgullosos de sus dos hijos y también de poder contar con aquel
grupo de chavales que quizás o seguramente habrían salvado la vida de Pedro. Al
salir Ana y Sandra, el ambiente se torno en expectación para escuchar lo que
Pedro les había dicho, y la impresión que les había causado. Comentaron los
detalles y Antonio ofreció a todos los presentes un refrigerio en el bar más
próximo.
Ana entraba a trabajar a
las tres de la tarde, aunque su responsable directo le había dicho que se
tomara el tiempo necesario hasta estar en plenas facultades. Pero ella
necesitaba trabajar, deseaba desconectar de aquel tumulto de pensamientos que
la atormentaban. Rafa hizo mucho más llevadero el turno y se encargó de no
dejar a Ana desocupada en ningún momento, cosa que Ana agradeció porque las
horas pasaron volando.
Era por la mañana cuando
Ana subió a la habitación de Pedro a saludar a sus suegros, Antonio e Irene, y
a ver como se encontraba Pedro. Mucho mejor después de haberle realizado todas
las pruebas el día anterior para ver el estado de su columna y sus contusiones.
Ana explico con paciencia a Irene que la lesión de Pedro era menos grave de lo
pensado en un primer momento, y que su hijo podría volver a caminar sin grandes
problemas. Necesitaba un poco de rehabilitación tras curar las dos vértebras
que se había dañado, pero nada que no estuviese al alcance de la ciencia. Una
vez que Ana hubo explicado todo, Antonio muy disimuladamente, ofreció a Ana la posibilidad de quedarse un rato a
solas con Pedro mientras ellos bajaban a la cafetería a tomar un café, y
cariñosamente le ofreció a Irene la puerta para acompañarle. Irene un poco
reacia en un primer momento, entendió que allí no había nada que hacer y que
Ana y Pedro querrían estar a solas.
Ana fue la que empezó la
conversación, que ya traía preparada. Tras cocinarla lentamente en su cabeza
los últimos dos días, desde su encuentro con Sandra, que además de ayudarla a
desahogarse y ordenar sus ideas, le dio ese empujón que necesitamos las
personas para plantarnos ante una situación con decisión. –Pedro… se que lo
tuyo con Olga fue una equivocación, pero tenemos que rehacer nuestra relación.
Yo no puedo estar con esta incertidumbre día sí y día también. Necesito que
hablemos de lo nuestro tranquilamente y poder renovar las ganas con las que
empezamos esta relación. Recuerdo los primeros días, el instituto, mis ganas
por estar contigo a todas horas. Eso es
lo que yo quiero para nosotros.- Pedro
no podía ni mirar a Ana, pero al tiempo sentía una felicidad infinita de que
Ana le pusiese las cosas tan fáciles. No esperaba lo que Ana tenía que decirle
a continuación.
Ana intentó explicar los
mínimos detalles de su historia con Ramón, y además hizo ver a Pedro que había
sido una tontería por su parte y que no volvería a ocurrir, pero Pedro con su
torpeza habitual no encajó muy bien el golpe recibido. Más bien pareció como
que había vuelto al mismo coche para tener el mismo accidente en ese preciso
instante.
Ana intentó por todos los medios
que Pedro entrase en razones, pero su cabezonería no dejaba pensar a su parte
racional. Era un cernícalo en toda regla, y en ese momento estaba expresándolo
por todo lo alto. Ana empezó a molestarse porque no entendiera la situación, y
porque no la perdonara como ella había hecho con él. Pero a su vez empezó a
asaltarla una duda. ¿Qué hubiera ocurrido si Pedro no hubiera tenido el
accidente? ¿Habría sido ella capaz de perdonarlo a él? Decidió que era mejor
dejar pasar un tiempo y esperar a que Pedro lo asumiese. Y se despidió de Pedro
con un seco –espero que puedas entender que todos nos equivocamos, pero si
queremos luchar por lo nuestro debemos hacerlo juntos-
Ana no podía dejar de
pensar en la cabezonería de Pedro. Por eso no dejaba de llorar, no sabía cómo
hacerlo entrar en razón, no tenía claro que este accediera a lo que habían
hablado.
Por su parte Pedro, estaba
enfadado con Ana y no dejaba de darle vueltas a la cara de Ramón, si lo hubiese
tenido cerca lo habría zarandeado.
Olga entraba de guardia esa
tarde, así que decidió pasarse a por la habitación de Pedro para hacerle una
visita y ver como estaba. Cuando llegó al hospital fue hasta el vestuario y
allí estaba Ana, llorando como nunca había visto llorar a nadie.
-¿Qué te pasa Ana? ¿Por qué
estas llorando, ha pasado algo con Pedro? ¿Se encuentra bien ?... Olga
pensaba que Pedro había empeorado, o peor, que algo se hubiese complicado y…
Ana empezó a hablar.
–Pedro y yo hemos tenido
una discusión.- dijo entre sollozos. A
Olga le dio un bote el corazón, y fue de felicidad. Había pensado lo peor, y
esta noticia le abrió una ventana de aire fresco.
– ¿Pero porqué habéis
discutido?
-Yo no quiero hablar esto
contigo, tú eres la culpable de que Pedro esté en esta situación. Tú eres la
culpable de que nosotros tengamos que discutir…-Ana estaba fuera de sí, no
sabía ni lo que había dicho. Estaba
confusa y enfadada, no tenía nada claro.
Olga decidió dejar aquella
sala y no seguir discutiendo con Ana. No estaba con ánimo de empezar su turno
de trabajo acalorada debido a aquella discusión. No entendía porque Ana la
culpaba solo a ella de aquella situación. Pedro también había tenido algo que
ver… ¿acaso el no había contribuido a su romance? Y era la segunda vez que
hablaba con Ana del tema y no había acercamiento de ningún tipo, cada vez la entendía
menos. Comprendía que Ana llevaba unos días de infarto, los diferentes sucesos
que se habían desencadenado habían sido un tornado en la vida de Ana. Pero eso
no le daba una carta blanca para jugar con sus sentimientos. Ella se podía
haber equivocado, pero no toda la culpa había sido suya.
De repente Olga esbozó una
sonrisa, se estaba acordando de Pedro la noche de Autos. La había hecho
sentirse una completa mujer, y le había
dado momentos de placer como nadie antes lo había hecho. Olga se ruborizó al
notar una humedad en sus muslos, que le hizo flojear las piernas y detenerse un
momento a respirar profundamente.
Olga abrió la puerta de su
habitación y allí estaba Pedro, acostado sobre su cama, con la sabana por
encima de la cintura y su torso desnudo. Olga volvió a notar esa flojera en las
piernas, esos recuerdos volvieron a su mente. La persiana de la habitación
estaba a media altura, y una luz tenue entraba por ella. Olga se acababa de
cruzar con los padres de Pedro que se marchaban a comer. De repente una
perversa idea recorrió su cabeza. Intentó borrarla de su cabeza –Estás loca,
eso no puede ser. Estás en tu puesto de trabajo.- pero las hormonas hacían muy
bien su trabajo, y el recuerdo de la grosería de Ana acabó de aclarar la
situación. Olga se acercó a Pedro, su cara era un encanto, Pedro no era muy
apuesto pero tenía unos rasgos cuando estaba enfadado que a Olga la hacía
sentir intrigada, era una cara que a ella le parecía divertida y encantadora.
-Hola Pedro, ¿qué tal estás
hoy?... Pedro se alegró de ver a Olga, era una diosa, esos labios carnosos, ese
físico imponente la hacía una mujer muy atractiva.
Vaya panorama…
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