lunes, 10 de febrero de 2014

Nuestra historia. Capítulo VI: El cuerpo del delito

Lunes de nuevo. Sé que cada vez somos más. Se que esto sigue creciendo y creciendo. Somos una zarracatalla de gente ansiosa de descubrir como continúa Nuestra historia. Así que aquí os dejo con la sexta entrega de la saga. Un muy buen capítulo en el que conoceremos a un nuevo y entrañable personaje que se une al Universo Zarracatalla y que contará con un final.... esto es demasiado chavales, como se está poniendo la cosa. Un besete y a disfrutar. Luego lo comentamos en nuestro perfil de facebook.



VI.- EL CUERPO DEL DELITO

Ana, fruto de un combinado mental explosivo, a base de ingredientes pesados de digerir, tales que, el lamento del pasado que le arrastra a un miedo al futuro, se bloquea en ese instante y no ve otra salida que la puerta de la habitación de Pedro. Situación que no pasa desapercibida para Pedro, quién, al ver a Ana desconectada de la situación se arranca a llamarla, como si tuviera ésta que aterrizar de un breve viaje a las nubes.

-¡Ana! ¡Cielo! ¡Hooooooooola! ¿Estás ahí? 
Ana seguía perpleja, con la mirada perdida hacia el frente, sin otro punto de atención que la puerta de la habitación. Pedro vuelve a alzar la voz pero esta vez unos tonos por encima de su tono habitual.

-¡Anaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Qué piensas? ¿Estás bien? No entiendo nada cielo…Estábamos conversando y me estabas ayudando a recordar quiénes me habían venido a visitar y creo que lo último que me estabas intentando explicar es que al parecer mi don olfativo ha despertado del accidente un tanto despistado porque no he reconocido el perfume de Ramón y “¡zassss!” te has quedado callada cariño. Sé que lo has pasado muy mal y puede que estés colapsada por todo lo ocurrido pero hemos de plantearnos esto como un borrón y cuenta nueva.

Ana al margen de la reflexión ingenua de Pedro sólo aterriza de su breve viaje a las nubes y de los reproches mentales que atormentan sus pensamientos, para ladear su cara levemente y apretar la mano de Pedro para decirle:-Pedro me tengo que ir, descansa.

Pedro ajeno a la verdadera situación que aturde a los pensamientos de Ana, no le da mayor importancia: “Siii, claro que si Pedrito, eres un machote. Y claro que con Ana todo volverá a ser lo que era. Y que lo que acaba de ocurrir es algo normal estando todo tan  reciente. No hay más que dejar pasar el tiempo para que las aguas vuelvan a su cauce”. Sin embargo ese pensamiento es tan objetivo como él mismo se cree o más bien es una idea subjetiva, proveniente de un varón práctico, un tanto inmaduro y confiado en que el perdón de Ana, sólo será cuestión de un tiempecito de “pico y pala” trabajando la reconquista… 

Ana camina por los pasillos del hospital rezando no encontrarse con Ramón, con la mirada puesta al frente sin otro pensamiento que el de abrir su taquilla, coger su bolso y largarse a su casa. Soñaba con tumbarse en el sofá, taparse con una manta, fumarse un cigarro (solo fuma en estados de puro nerviosismo) y llamar a su madre por teléfono.
Durante el camino no dejaban de invadirle recuerdos, anécdotas y en definitiva momentos buenos, malos y regulares de su relación con Pedro, la infidelidad de él y de paso la suya, e intentaba poner en orden sus ideas para poder contarle todo lo acontecido a su madre (más bien amiga consejera de Ana).
Por fin llega a su portal y mete la mano sin mirar en el bolso, algo característico en mujeres que llevan maletas por bolsos, para coger sus llaves de casa. Ana sigue rebuscando por todos los bolsillos de su “maxi” bolso y… “las llaves no están”.- Argggg pero qué narices he hecho yo con mis llaves, esto es lo que me faltaba para acabar el día, pues claro que no, que solo me pasa porque no estoy en lo que debo de estar.- Marmoteaba Ana quién se respondía a sí misma. 
Ana permanece inmovil en su portal intentando recapitular todos los movimientos desde que recogió sus cosas de la taquilla hasta que llegó a casa, y es que, pese a que no pasa por un buen momento, es una mujer bastante metódica y organizada.- A ver Ana piensa, piensa, piensa “¡joderrrr!”, que tú no pierdes las llaves tan fácilmente. He abierto mi taquilla y sí, ahí estaba mi bolso, me lo he colgado al hombro y no lo he abierto ni una sola vez hasta este preciso momento. Y no, las llaves no están… Pues nada, no va a quedarme otra alternativa que por suerte llamar a mi vecina de enfrente y pedirle el juego de llaves que le di cuando me mudé a este apartamento, y es que si algo soy es previsora…- Ana seguía hablando en alto mientras pulsaba el timbre de la señora María, una mujer viuda que vivía sola en compañía de sus macetas, sus periquitos y sus hijos y nietos durante las comidas domingueras. 

“Din-don, din-don” 

- ¿Quién es?- pronunció a través del portero automático Doña María, con un acento maño bien arraigado, y es que nació en un “pueblico” de la Ribera Alta del Ebro.
-Señora María soy Ana, “la vecina”, ábrame por favor, no llevo llaves.
-“Hijica”, empuja la puerta que te abro.
La Señora María tan alegre y hospitalaria como de costumbre, espera a Ana bajo el marco de su puerta con una sonrisa tan tierna que por un momento Ana al abrir el ascensor y verla allí se olvida del momento por el que pasa.
-Señora María, siento mucho molestarla a estas horas, pero no me ha quedado otra opción que llamarla.
-Cariño no tienes que disculparte, los jóvenes de hoy en día lleváis una vida muy estresante y estas cosas es normal que pasen. Anda pasa que tengo unas sopas de ajo y una merluza en salsa muy rica que te templarán el cuerpo y de paso me haces compañía un ratico corazón.- La Señora María era muy larga y notó en Ana cierto decaimiento y un rostro desmejorado que le hacía pensar que ésta no atravesaba un buen momento.
-No de verdad, se lo agradezco en el alma, pero necesito descansar, no tengo ganas ni de cenar. Voy a meterme en la cama y mañana será otro día.–Ana ya ni se acordaba de la llamada que tenía pendiente a su madre, con la pérdida de las llaves al parecer ya no le quedaban fuerzas ni de llamar por teléfono.
-Ana, “hijica”, algo tienes que cenar y como sé que si te dejo marchar a tu casa no lo vas a hacer, te pido por favor que no me hagas el feo. Anda pasa hazme el favor…
-Bueno me ha convencido, muchísimas gracias Señora María, es usted una persona muy buena. Tengo que decirle que a pesar de pasar poco tiempo en el vecindario por mi trabajo, mis guardias, mis urgencias…en fin, mi vida en conjunto, sé que tengo una vecina inmejorable y que es, como si tuviera viviendo enfrente a la abuela que no tengo.
-Bueno hija, una ya ha vivido todo lo que tenía que vivir y ahora solo me queda ayudar en lo que puedo a los que me rodean, que vivís desenfrenados y una no tiene otro que hacer que el de ayudar. Bastante tenéis los jóvenes con la que está cayendo…Yo no querría volver a nacer en estos tiempos.
Ana siempre esbozaba una sonrisa, cuando oía hablar a Doña María y es que todo lo que su viejita vecina decía estaba envuelto de una gran sabiduría, sabiduría llamada “experiencia de la vida”. 
- ¿Está rico? 
-Mummmmm no me ve que no articulo ni palabra jajaja, está buenísimo. ¡Ay María! No hay nada mejor que la comida de puchero a manos de una cocinera bien curtida como usted.
- Jajaja ya sabes que tienes tu plato en esta casa cuando tú quieras, y yo agradecida de que me hagas un rato compañía, de verdad que sí.
La Señora María, sabía que Ana no estaba bien, que algo ocultaba, algo que la decaía, algo que le hacía pensar. Pero ella no era la típica persona mayor que intentaba cotillear la vida de los demás por aburrimiento y por ello no quería lanzarle preguntas intimidatorias para lograr saber que le que ocurría. Si algo tenía la Señora María es que era muy prudente. Así que simplemente le lanzó unas sabias palabras.
- Anita hija mía, vida solamente hay una, o por lo menos solo conocemos una. Así que ponle una sonrisa a los problemas porque al único problema al que no se le puede poner sonrisa es a la muerte. Todo tiene solución y si no la hay, pues se cambia de rumbo y se mira hacia adelante. Aprovecha la vida, que es muy bonita y no te estanques en lo malo. Rodéate de lo bueno y de los buenos.
Ana escuchaba con gran atención a María, sabía que tenía razón en lo que le decía. Y sabía de sobras que la Señora María había notado en ella que no pasaba por su mejor momento y es que la cara es el espejo del alma.
- Tiene toda la razón pero Señora María me resulta tan difícil llevarlo a la práctica. Sé que usted no me dice estas palabras porque sí. Se que usted ha notado que no me encuentro muy bien, que digamos. Ahora mismo tengo la cabeza saturada y no me encuentro en condiciones de explicarle, aunque sé que de usted iba a recibir los mejores consejos. Necesito meditar, necesito tiempo. Sí tiempo, esa es la palabra. Tiempo que me haga ver las cosas desde un punto de vista más objetivo, sin rencor y sin remordimientos. Le prometo que le contaré Señora María, pero es eso, necesito tiempo.
-Hija no tienes que prometerme nada. Tú ya sabes dónde estoy y que tienes a esta viejecita siempre que la necesites.
- ¡Ay Señora María! Se lo agradezco tanto…Muchas gracias por esta comida y este rato, ha logrado sacarme una sonrisa. Ahora sí que sí, me paso a mi casa a darme una duchita, ponerme el pijama y descansar, lo necesito con todas mis fuerzas. 
-Sí cielo, toma tus llaves. Ahora me quedo tranquila de que hayas metido sustancia al cuerpo.- Y con un beso en la frente la Señora María despidió a Ana.
Ana, por fin, estaba en casa, después de un día, más que ajetreado, o por lo menos lleno de emociones. Ana dejó el bolso y su abrigo, como de costumbre, en el perchero del recibidor y mientras avanzaba por el pasillo aprovechaba para quitarse la ropa y arrojarla al suelo. Ya en el baño, dejó correr el agua sobre la bañera y aprovechó para desprenderse de la braguita y el sujetador, espolvorear unas sales minerales sobre la bañera, encender unas velas aromáticas y crear la situación perfecta para relajarse, sumergida en el agua y disfrutando de unas caladas a un pitillo. Ana lo estaba consiguiendo, estaba llegando al éxtasis, un orgasmo de relax, mente en blanco, desnuda, agua borboteando y piel envuelta en espuma. 
Ana con los ojos cerrados ajena a cualquier ruido que no fuese el burbujeo del agua, no se percataba de que alguien había entrado sigilosamente en su apartamento. Alguien que la estaba observando. Alguien que la conocía muy bien. Alguien que le había quitado las llaves de su taquilla y que iba sin otra intención que la de mantener la conversación que tenían pendiente desde aquella tórrida noche…Sin embargo, él estaba olvidándose del motivo por el que estaba en casa de Ana, por segundos, y su temperatura al contemplar aquella escena estaba haciéndole imaginar…y volver a pecar, Ana para él era el cuerpo del delito.
Ana de repente nota un ligero calor, calor que desprende alguien que respira rozando el lóbulo de su oreja produciéndole un cosquilleo que recorrió todo su cuerpo. 
Ana abrió los ojos como si de un sueño se tratase y ahí esta. Es él. Ramón.

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