lunes, 3 de febrero de 2014

Nuestra historia. Capítulo V: Estoy de vuelta

No os quiero entretener. Os dejo con la lectura de este fantástico capítulo.


V.- Estoy de vuelta­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­_______________________________________________


Ana y Olga, a pesar de desear con toda su alma estar cerca del paciente, salieron de la habitación y dejaron que el médico y su equipo hicieran su trabajo. Sabían perfectamente cómo comportarse en esos casos.
La puerta de la UCI se cerró y Pedro quedó tras ella mientras le hacían los chequeos oportunos.

Las dos amigas se encontraban solas, en silencio. Fue el silencio más largo y tenso que jamás habían experimentado. ¡Llevaban toda la vida juntas! Y ahí estaban…como si fuesen unas completas desconocidas. 
Olga rompió el hielo: -Ana, yo…
-No Olga. No digas nada.-dijo Ana sin levantar la cabeza- Los últimos acontecimientos me han hecho pensar mucho y cuestionarme muchas cosas. Incluso nuestra amistad. No sólo fue culpa tuya pero…¿cómo pudiste? Sabes lo que siento por Pedro, ¡tú siempre has formado parte  de nuestras vidas! De todas formas…-Ana, por primera vez en varios días, miró a Olga a los ojos- ahora mismo, a pesar de la rabia y la impotencia que siento por lo ocurrido, sólo puedo estarte agradecida. No me quiero ni imaginar lo duro que debió ser para tí estar en quirófano mientras Pedro se debatía entre la vida y la muerte. No podía haber nadie mejor a su lado en ese momento. Gracias Olga.
Olga tenía los ojos llenos de lágrimas. Miró fijamente a su amiga y las dos se fundieron en un abrazo.
Justo en ese momento llegó Ramón. Sin verlo, sabían que  estaba allí. Su fragancia siempre le acompañaba. Jamás cambiaba de colonia. Al verlas en esa situación se temió lo peor. No tuvo fuerza para seguir caminando. –Chicas…qué ocurre…¡qué está pasando!
-Pedro ha despertado. –Dijo Ana. –Ahora están los médicos con él y luego debe descansar.
Poco a poco fueron llegando todos al hospital. Los primeros en llegar fueron los padres de Pedro. Su madre se aferró a Ana y no la soltaba mientras le decía: -¡Ay mi niña! ¡Mi Ana! ¡Pedro no se ha ido!
Ana no sabía muy bien cómo reaccionar. La cabeza le daba mil vueltas. Allí estaba Pedro, al otro lado de la puerta, luchando por vivir, ¡luchando por ella! y  al fondo de la sala, hablando con Rafa estaba Ramón. Tan apenas habían cruzado un par de miradas en toda la mañana. Por supuesto, ni una palabra. Finalmente fue Patricia la que decidió que ya era hora de comer y que después tal vez les dejasen ver a Pedro un momento. Todos tenían unas ganas enormes de abrazarle. 

La comida fue menos tensa de lo esperado. Todos estaban aliviados. El estrés vivido en las últimas horas poco a poco se iba disipando. Incluso Rafa se atrevió a bromear para que el ambiente fuera más distendido y lo consiguió. Por fin los amigos sonreían. Bueno, sonreían todos menos uno. Ramón estuvo toda la comida especialmente pensativo y lo que era más raro todavía: callado. Esto, claro está, no pasó desapercibido. Olga comenzó a chincharle, pero ni por esas. Ramón seguía serio. Se excusó diciendo que estos días habían sido muy tensos también para él. Que a pesar de intentar mantener el tipo, se encontraba muy afectado por todo lo ocurrido y que era ahora cuando lo manifestaba. A todos les pareció una respuesta de lo más lógica. Aunque tal vez Ana tuviera sus dudas de que eso fuese completamente cierto.
Salieron del restaurante, un lugar al lado del Rock & Blues, donde la comida casera era la seña de identidad y fueron de nuevo al hospital. Patricia y Rafa los habían dejado un rato antes porque tenían turno de tarde. Quedaron en pasarse a preguntar por Pedro en cuanto tuvieran un rato libre.
Ana caminaba lentamente. –Chicos, id por delante. Necesito que me dé un poco el aire. Ahora subo.
Ramón la miró interrogante, pero ella le devolvió una mirada tranquilizadora.

¡Ana no podía más! ¡Le iba a estallar la cabeza! No hacía nada más que pensar en la noche pasada con Ramón. ¡No recordaba prácticamente nada! Esto la atormentaba más y más. Ahora se ponía en la piel de Pedro. Con lo que a ella le dolió la infidelidad de Pedro y Olga…¡cómo podía haber hecho lo mismo! Y Pedro…¡había estado a punto de morir! Ana sólo tenía ganas de despertar y de que todo hubiese sido un mal sueño. 
Con un andar taciturno, casi sin darse cuenta, llegó al hospital.

Pedro mientras tanto, seguía inmóvil en su cama, algo más cómodo, con menos tubos y pitidos a su alrededor pero sin dejar de pensar desde que había despertado:
-Uf…me duele la cabeza…¿y esto del brazo? Ah, vale, es el gotero. Estoy agotado…¿y mi móvil? ¡Ana me estaba llamando y no he podido contestar!...Me duele todo el cuerpo…¿y el otro coche? Todo está difuso, pero creo que me golpeé con otro coche. Ana…Ana…mi Ana…si Ana no está conmigo, de poco me sirve estar vivo.  ¿Qué demonios estoy pensando?. Ana es mi mundo, cierto, pero la vida me brinda otra oportunidad. Ana…mi vida…

Ramón se quedó en las proximidades de la entrada al hospital acompañando a Olga mientras se terminaba el cigarrillo antes de entrar. Los padres de Pedro ya habían subido a verle. Era justo que fueran los primeros en estar con él. Sus amigos lo harían después.
En el instante en que   Olga y Ramón se disponían a entrar al hall, llegó Ana con la mirada infinita. Ramón le tocó el brazo: -Ana, ¿podemos hablar un momento?
A Olga no le extrañó que los dos amigos se quedaran charlando. Después de todo, por qué le iba a extrañar. Era demasiado intenso lo vivido por todos desde que empezó el año. Lo más normal es que Ramón tuviera que desahogarse con alguien. Todos lo hacían con la dulce Patricia, pero Ramón prefería hacerlo con  otro del grupo.
-Ana, lo de esta noche… -dijo Ramón.
-¡Lo de esta noche no tendría que haber sucedido! ¡Me siento la persona más ruin del mundo! ¿Cómo he podido estar recriminándole a Pedro su comportamiento? Incluso he hecho que se encuentre en esta situación. ¡Casi ha muerto por mi culpa! Y voy yo y pago con la misma moneda. Ahora mismo no puedo hablar de lo de esta noche Ramón. 
-¡Ana! Espera por favor, no subas todavía. No puedes culparte por lo ocurrido. Llamaste tú, pero podíamos haber llamado cualquiera. Pedro no debió mirar el teléfono mientras conducía. No te martirices por ello. ¡Tú no tienes la culpa! Respecto a lo de ayer…solamente déjame decirte que hacía tiempo que lo deseaba. Desde la otra vez que estuvimos juntos…no he conseguido sacarte de mi cabeza. Miro a todas, me entretengo con todas, pero mi pensamiento siempre vuelve a ti. Simplemente quería que lo supieras. Subamos a ver a Pedro.

Se abrió el ascensor y allí estaban todos. Los padres de Pedro ya tenían otro semblante más sereno. Habían podido estar unos minutos con su hijo y parecía que a pesar de quedar un largo y duro camino por delante, todo marchaba bien.
-¡Ya estáis aquí! Ana, hemos pensado que debes ser la siguiente en entrar. Además, Pedro sólo pregunta por ti. –dijo su suegra.
Ana abrió lentamente la puerta. Le temblaban las rodillas como cuando lo veía por los pasillos del instituto y sólo se dedicaban un tímido saludo. ¡Cuánto habían vivido juntos desde entonces! 
Se acercó a la cama, le tomó la mano y lo besó en la mejilla.
-¡Ana! 
-Ssshhh…tranquilo Pedro. No te alteres. Ya estoy aquí. Debes estar lo más relajado posible.
-Tengo tantas cosas que decirte Ana… (Ana pensaba que ella sí que tenía que contar, pero cómo, cuándo).
-Calma…ahora descansa. Ya tendremos tiempo de hablar.
- ¿Quién más ha venido? ¿Está Ramón? ¿Por qué no ha entrado esta mañana con Olga y contigo?
-¿Esta mañana? No Pedro, Ramón ha llegado después de haberte visto por la mañana.
-¿En serio? Juraría que había estado. He notado el olor de esa colonia tan peculiar que lleva cuando habéis entrado vosotras.
Ana palideció. Recordó entonces que si Pedro tenía un sentido desarrollado, ese era el olfato. 
Era ella. Era Ana la que olía a Ramón.


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