viernes, 4 de abril de 2014

Colección Cupido. No puedo más.

Vuelven los relatos de Colección Cupido. Muy recomendable e intenso el de hoy. Aporta otra visión del amor totalmente diferente a lo que hemos leído hasta ahora. Nos cuenta la difícil relación entre Germán y Sofía. Así que no os lo perdáis que lo comentamos por facebook. El domingo desvelaremos quién lo ha escrito.



No puedo más


Ese día tenía la maleta preparada y se marcharía de otra forma diferente a la de la última vez…

La vida de Germán estaba llena de altibajos. Había épocas en las que deseaba comerse el mundo a bocados. Otras en las que el estrés del trabajo y su vida familiar lo dejaban sin aliento a lo largo del día. También tenía intervalos frenéticos y lo peor y no por eso menos numerosos, los días apáticos. Sí, esos días en los que no tienes ganas de hacer nada de nada, te abandonas, dejas que pasen las horas y poco más…. Esos días que vas evitando,  intentado llenar el día de actividades y que inevitablemente llegan, en los que tú has decidido hacer otra cosa pero tus planes se ven truncados.
El problema de estos días es que, al no hacer nada, el aburrimiento y el subconsciente te hacen pensar.
A Germán le dio por recordar. Recordar su infancia y su juventud. Pensó que había tenido suerte. Suerte de poder pasar muchos periodos vacacionales en el pueblo de sus abuelos, sobre todo los veranos.
La vida social en el pueblo es más sencilla. Es más fácil hacer amigos y en el caso de que te resulte complicado hacerlos, entonces es donde entra el papel de la abuela,  ya que es tu abuela la que se encarga de buscarlos por ti.
-Germán, hijo…. prepárate para esta tarde que viene a buscarte el Víctor ¿sabes quién te digo? ¡Si hombre!, ¡el nieto del tío posadero!, ¡el que vive cerca de la plaza!...
-Que si yaya, que sí…. Pero, ¿A dónde voy a ir con él, si tiene un año menos que yo? ¡Jo yaya, si nunca he hablado con él! -Pero allí estaba su abuela Gloria para encargarse de que ese verano lo tuviese lo más ocupado posible. Aunque luego al conocer a los muchachos y muchachas del pueblo no te cayeran muy bien, pues no importaba, tu abuela  te imponía con quien debías salir. A veces esto daba buenos resultados y otras no, pero era una forma de romper el hielo y facilitarte el camino y a partir de ahí tú eres el que vas haciendo la elección.

Al recordar su infancia, Germán, inconscientemente se percató de que estaba sonriendo. Una sonrisa fina y discreta que realiza el músculo de tus labios involuntariamente. Una sonrisa que a veces te molesta tener, porque piensas: no es el momento de sonreír. Pues en ese momento deberías de estar triste o enfadado por algún motivo, pero al mismo tiempo, esa sonrisa te hace sentirte bien, tranquilo y momentáneamente feliz, por lo que volvió a sumergirse en sus pensamientos e intentó de nuevo recordar:
-Víctor ¡¡¡¡NOOOO!!!! No entres ahí que la vamos a liar como nos pillen, nos vamos a meter en un gran lío. –Y así recordaba todas las trastadas y travesuras que entre otras cosas había aprendido a hacer en el pueblo.
Su adolescencia no fue menos excitante. Los típicos besos con las chicas, con sus escapaditas a lugares solitarios, fumar a escondidas, el atracón de bebida para coger una borrachera lo antes posible (aunque en su caso nunca o casi nunca llegó a perder la conciencia). En esos días se encontraba atrapado en un confuso mundo de cambio entre la niñez y la adolescencia, del cual se veía más capacitado para salir o desenvolverse con unos litros de alcohol en el cuerpo ayudando a que desapareciera su timidez.
Las vivencias y experiencias que tenía en el pueblo le hacían sentirse más adulto frente a sus compañeros del instituto en la capital, donde pasaba la mayoría del año, sobre todo en invierno. Aunque nunca alardeo de ello ni le hizo ser el gallito del corral pues siempre había sido una persona más bien dominable, manejable y bondadosa en todos los sentidos, nunca rebelde ni desobediente y siempre necesitado de protección pero siempre reservando en su interior algo de personalidad.

Mientras cursaba e intentaba terminar sus estudios universitarios disfruto a tope de su adolescencia, tanto en el pueblo como en la capital y cuando ya estuvo agotado de todo esto, encontró una mujer con la que sentar la cabeza.
Ella tenía las ideas muy claras, aunque fuese más joven que él y le gustó desde el primer momento porque le pareció una persona inteligente y compartían muchos gustos y aficiones, entre ellas la lectura y el cine.

Entonces, comenzó a analizar su vida en pareja, su vida sentimental y empezó a pensar en voz alta:
-Aunque teníamos muchas cosas en común, fui yo el que adapte mi vida y mis hábitos a los de ella. Yo salía con sus amigos, cosa que le molestaba que yo hiciese con los míos. No le gustaba ir al pueblo, decía que se sentía observada y criticada, veíamos a mis padres con poca frecuencia… Vamos, abandoné a mi gente casi por completo.
Sofía tenía muchos cambios de humor, sobre todo cuando no estabas pendiente de ella. Aunque ella físicamente era muy independiente, pues por su trabajo tenía bastante vida social fuera de la pareja, no lo era psicológicamente y debía de estar atento para mantenerla contenta en casi todos los momentos para que no se derrumbara, teniendo mil detalles con ella… llevándola a cenar o a celebrar cualquier cosa constantemente...
Pues un día de esos, concretamente un San Valentín, fuimos a celebrarlo cenando en un restaurante, dejando los regalos mutuos para intercambiarlos en los postres.
Abrí mi regalo, pensé, no sé un bolígrafo, una pluma estilográfica, tenía toda la pinta, pero no… ¡era un test de embarazo! ¡Por supuesto positivo!
-¡Estoy embarazada Germán! –me dijo. Y la verdad es que en seguida me hice a la idea, pues entraba dentro de nuestros planes, aunque no tan pronto, pero ya vivíamos juntos hacía un par de años. Así que me hice el entusiasmado para que ella no decayera y ponerla contenta.

Después de un embarazo y parto normal, al tiempo, volvió a hacer balance de su vida y pensó:
-La llegada de mi hija es lo mejor que me ha pasado en la vida hasta el momento. –pensó. -Ha colmado mi vida, la ha llenado de alegría haciéndome sonreír cada día.
Germán, normalmente dedicaba mucho tiempo al cuidado de su hija, ya que Sofía trabajaba a jornada partida y él a turnos, por lo que era más fácil que él se hiciese cargo de ella. La llevaba al colegio, la recogía, la llevaba al parque y pasaba la mayoría del tiempo con ella, cuando su turno de trabajo se lo permitía, lo que les hizo tener mucha dependencia el uno del otro.
Pero tal felicidad no era compartida, pues a Sofía no parecía que esto le hiciera feliz y empezó a tener comportamientos y actitudes raras.
-¿Me quieres Germán?-esta pregunta se la hacía constantemente-¿Ya no te gusto?
-Claro que te quiero Sofía ¡no digas tonterías!-y realmente así era.
Así era, aun con su extraño comportamiento. Él todavía la quería, pero la convivencia era cada vez más insoportable y la paciencia tiene un límite.
Para colmar la situación a ella la despidieron del trabajo, lo que agravó su ansiedad y sentía la necesidad de ocupar el tiempo de alguna forma.

Sofía se acostaba muchas veces a deshoras e incluso a veces tomaba pastillas para dormir, pues sus cambios de estado de ánimo le habían hecho ir a visitar incluso al psicólogo, el cual se las había recetado para que puntualmente se las tomase en grandes estados de ansiedad.

Una tarde, después de bañar a Raquel y acostarla, Germán entró en su habitación y se encontró el bote de las pastillas en el suelo y a Sofía inconsciente. Inmediatamente, llamó a una vecina para que se hiciese cargo de la niña,  cogió el coche y llevó a Sofía a urgencias del hospital.
Afortunadamente con un lavado de estómago todo tuvo solución. El problema es que esto se convirtió en una costumbre y lo hizo varias veces. Tal comportamiento a Germán le creaba una gran ansiedad y miedo: ¿cómo iba a dejar a Raquel con su madre?

Sin embargo, Sofía tenía momentos que parecía ser feliz. Cuando le dedicaba más tiempo a Raquel y se veía ocupada y útil,  se volvía más cariñosa y dedicaba bastante tiempo a jugar con ella. Lo mismo ocurría cuando iban a visitar a sus padres, cuando viajaban por vacaciones o cuando nos reuníamos con sus amigos en alguna celebración. Entonces ella estaba tranquila y serena, habladora y optimista, nadie notaba que pasaba por una depresión. En esos momentos de satisfacción donde Germán engañado por su euforia, veía una familia feliz, le hizo suponer que todo podría cambiar, que era cuestión de mucha paciencia, tiempo y su correspondiente medicación, bien tomada, claro. Pero esto no fue fácil, pues la cosa no cambio.

Con el tiempo la niña se daba cuenta de los cambios de estado anímico de su madre. Notaba su ausencia y sobre todo notaba las fuertes discusiones que tenían. Discusiones en las cuales, como vulgarmente se dice, Germán “no entraba al trapo”. Primero por respeto a su estado, pues consideraba que estaba enferma y segundo por su carácter, ya que no era su forma de actuar. Esta apatía o pasotismo hacia sus gritos era lo que la sacaban de quicio.      
-¿Hubiese preferido que me enfrentase a ella?, ¿Hubiese preferido que los dos gritásemos como locos?-volvía a preguntarse-. Pues no sé, probablemente, pero puedo asegurar que yo, nunca perdí los papeles.

A eso de las siete de la tarde, un día tuvieron una de estas discusiones, bueno, tuvieron es mucho decir. Germán recordaba cual fue su comportamiento:
–La verdad que yo no le hice mucho caso, pues ya estaba tan acostumbrado… Esto es como aquel día que amanece con mucha niebla y piensas, ¡bueno ya se irá y podré salir! y cuando ves que día tras día la niebla no se va, ni puedes hacer nada para que desaparezca o quitarla tú mismo, te armas de valor y decides salir y continuar tu vida aunque hoy haya todavía más niebla que ayer. Pues esto es lo que a mí me pasaba, me había acostumbrado a esa niebla, a esas discusiones en las cuales nunca llegábamos a ningún punto de vista en común y con las cuales no conseguíamos ni siquiera poder sentarnos y hablar como gente civilizada. Y así, una y otra vez.

Entonces, Germán recordó al milímetro lo que pasó aquel día.
-¡Ella empezó a gritar como una histérica!
-Germán, estoy harta de esta vida. Yo no puedo seguir así, yo no me esperaba esto. Trata de entender mi punto de vista, esto es importante para mí, por favor escúchame…
-Mi reacción en primer lugar fue la de subir el volumen al televisor, mi actitud no sé si fue correcta o no, pero la hizo enfurecer todavía más y  como seguía con sus reproches, apagué el televisor, me levante y me fui callado hacia la habitación. Ella me siguió:
-Me siento menospreciada por ti, mírate… ni caso me haces…. bla bla bla….
-Llegó un momento que ni siquiera la escuchaba, hasta que noté que había subido el tono todavía más y me pareció escuchar una amenaza. 
–Pues acabaré por denunciarte porque me siento maltratada, porque ya estoy harta de que me ignores y lo haré cuando menos te lo esperes….

-Y tú,  acabas pensando, bueno ya se le pasará. Pero esta vez no fue el caso.
¡Imaginaros la cara que se le quedo cuando a las ocho y media de la tarde aproximadamente llamaron a la puerta de su casa!
-¿Germán Artigas, por favor?
-Sí, soy yo ¿qué pasa?-¡Era la policía y venían a arrestarme!
Lo esposaron y se lo llevaron al calabozo, sin preguntar nada más, sin leerle sus derechos, sin presunción de inocencia. Ya era culpable, ahora le tocaba demostrar si era inocente o no.

En cuanto tuvo ocasión, antes de ser encerrado, consiguió localizar a su abogado, al cual puso al día de su situación lo más rápido posible, evitando los rodeos y yendo al meollo del asunto. Parece que esto lo tranquilizo algo: –No te preocupes Germán, mañana tendrás un juicio rápido e intentaremos hablar con ella para que recapacite y nos explique el porqué de esta acusación –le dijo el abogado.

Antes de entrar al calabozo, un agente le dio una bolsa -¡Quítese usted cualquier objeto que pueda ocasionarle lesiones, incluido el cinturón y los cordones de los zapatos!
-No me lo podía creer, ¡no soy un criminal!... ¡No voy a autolesionarme!... ¡Por favor que alguien me despierte de esta gran pesadilla!-volvía a recordar amargamente.
Otro policía le facilito una manta y una esterilla para dormir…
-¡Dormir! ¿Cómo iba a poder dormir?
Aislado en la celda se puso lo más cómodo posible y le tocó pasar la peor noche de su vida. Estuvo intentando averiguar durante toda la noche ¿qué había hecho? ¿Se merecía esto? ¿A lo mejor había hecho algo que no recordara? ¿A lo mejor se comportó de alguna forma y no se dio cuenta?

Al día siguiente tuvo el llamado “juicio rápido” en el cual, de primeras, el juez dictó orden de alejamiento por supuestos malos tratos y prohibición de cualquier comunicación entre ellos.
–No me resultaba nada trágico el no ver a Sofía pero ¡No ver a mi hija! Me dieron donde más me dolía pues de momento no tenía derecho al régimen de visitas hasta un nuevo juicio. No sabía dónde ir, a quién acudir y antes de hacer las cosas precipitadamente, aunque en primer lugar pensé en mis padres, para no asustarlos y poder  explicarles lo ocurrido con más calma, decidí llamar a un amigo. Esa noche la pasé en su casa y al día siguiente fui a hablar con mis padres. Me tocó oír de labios de mi madre el típico comentario de “te lo dije”.
-¡Hay dios mío! ¡Ya lo sabía yo que no era trigo limpio! ¿Qué va a pasar ahora con la niña? ¡Ni se te ocurra volver con ella que te conozco! ¡Que tú eres muy bueno pero lo que te ha hecho es una gran putada! Es imposible que te haya querido alguna vez…. –Y sigue y sigue.
-Pues tocó tragar, ¿qué iba a hacer por el momento? Pero lo bueno que saqué de esto es que en ningún momento, ni mis amigos ni mi familia dudaron de mi inocencia. Estaba desconcertado, desorientado, confuso. Mi vida era de lo más normal y ¡una puta llamada había cambiado mi vida! ¿Es tan fácil destrozar a la gente? Por lo visto sí.

Pasados dos días le dieron la orden para poder entrar en casa para recoger sus pertenencias. Pero ¡no coger el autobús llamar al timbre y entrar, no! Lo tendría que hacer escoltado por un par de policías.
-Los guardias me informaron por el camino que Sofía estaría allí y que por ley no podría llevarme nada que ella no me permitiera coger. Lo que más me sorprendió fue su actitud, allí estaba, en la puerta de la habitación, llorando como una magdalena y susurraba -¡lo siento, de veras lo siento! 
-Con lo pacífico que yo era, en ese momento me hervía la sangre… Estaba mal humorado, pero no le dirigí la palabra. Cargué un par de mochilas y una bolsa con la ropa y las cosas personales que pude y volví a casa de mis padres.

Germán tuvo que quedar varias veces con su abogado, el cual, lo primero que le aconsejó es que en la siguiente cita judicial alegara la enajenación mental de Sofía, su gran depresión, utilizando los partes médicos de las veces que había tenido que llevarla a urgencias por sobredosis de pastillas.  Por supuesto, él guardaba dichos informes.

Al pasar una semana Germán se moría sin ver a su hija. No podía estar tanto tiempo sin ella, sin saber cómo estaba, pero no podía hacer nada hasta que el juez los reuniera de nuevo y sacarán algo en claro.

Pero no hizo falta, pues una tarde recibió una llamada de teléfono:
-Hola Germán, soy Sofía. ¡Déjame hablar antes de nada! ¡No me cuelgues!
-¿Qué quieres?, sabes que no te puedes comunicar conmigo.
-¡Qué me perdones! ¡No quería hacerlo! ¡Sabes que no estoy bien!
-Ya, pero esto no es una excusa, esto no puede seguir así.
-¡Lo siento de verás! ¡Cómo se me pudo pasar por la cabeza! ¡Fue una reacción impulsiva! ¡Ya he quitado la denuncia! ¡Por favor, vuelve con nosotras!
Pensé: -¿Ehhhhh? ¿Qué me está contando? Pero me mantuve callado al otro lado del teléfono.
-Raquel te echa mucho de menos, pregunta todos los días por su papá. Le he dicho que pronto volverás.
De nuevo había tocado mi punto débil. –Bueno ¿y qué propones? –le dije-. ¡No puedo romper la orden de alejamiento!
-Pero ¿ya he quitado la denuncia? Por favor, ven… ¡te necesitamos!
-Mira Sofía, tengo que pensarlo mucho, en este momento estoy muy dolido. Te volveré a llamar en cuanto acomode mis ideas.

En un segundo, la vida de Germán volvió a complicarse, era el momento de tomar una gran decisión. Por su cabeza pasaron todos los consejos que le habían dado. Mayoritariamente los de no volver con ella en caso de que se lo rogara, pero el consejo que más mella había hecho en su cabeza era, cuando abandonó los juzgados, lo que le dijo uno de los policías al devolverle sus pertenencias en la famosa bolsa.
-Si me permites, un consejo te voy a dar. No llevo mucho tiempo en esta sección trabajando, pero por la poca experiencia te diré que si alguna vez vuelves con tú mujer, ten seguro que volveré a tu casa a buscarte.
–Me dejó de piedra. ¿Era esto tan común? ¿Se podía poner tan fácilmente una denuncia falsa sin consecuencias? ¿Tantos hombres volvían al hogar tras ser denunciados?
Así que estuvo dos o tres días pensando intensamente. Pensando en lo que opinarían los demás, en los pros y los contras y se dio cuenta, que el dolor y el rencor que sentía hacía Sofía hace tres días,  cada vez era menor,  porque había una cosa con la que la gente no contaba, ¡él necesitaba ver a su hija! Necesitaba verla y llamó de nuevo a su abogado para decirle que ella había retirado la denuncia. El abogado le informó de que aunque la hubiese retirado todavía estaba activa la orden de alejamiento, así que le aconsejó  que no quebrantara la ley. Al contrario del resto de la gente, familiares y amigos, el le aconsejó que volviese con ella si no quería perder la custodia de su hija, así que “hizo de tripas corazón” y llamó a Sofía.

-Hice caso omiso a la indicación del abogado y quedé con Sofía. Verdaderamente nuestros primeros encuentros fueron apacibles y hablamos mucho, tranquila y serenamente. Ella juraba y perjuraba que me quería, que la perdonara, que nunca iba a volver a hacerlo. Así que, fingí que la perdonaba y volví a mi casa.
–En mi casa estaba todo lo que yo necesitaba, todas mis cosas, todas mis pertenencias y además lo más querido, Raquel. No tenía otro lugar que pudiese considerar mi hogar.
–Lo poco que conviví con ella fue una convivencia normal. Sofía tomaba su medicación según prescripción médica y parecía otra persona. Nunca me ha importado mucho lo que la gente pensará, ya tenía suficiente con mis propios pensamientos. Tenía muchos momentos de arrepentimiento y todos los días pensaba en mi situación, sobre todo cuando me acostaba al lado de ella en la cama. A veces, tenía miedo y me decía a mí mismo: -no puedo hacer nada,  “me tiene cogido por los huevos”.
¿Realmente era feliz? En algunos momentos sí, pero podía serlo mucho más.

–Ahora ya estaba dentro y desde aquí era más fácil ir tejiendo mis nuevos planes. Intenté volver a mis antiguas amistades y cuando ella se iba a pasar el fin de semana con sus padres, volvía de vez en cuando al pueblo de mis abuelos. La gente del pueblo es fantástica, ya pueden pasar los años sin tener contacto con ellos que  siempre te consideran su amigo, ¡nunca me dieron de lado!

–Por eso, hoy es el día de salir definitivamente de esta casa. De esta casa que ya no siento como mía ni mi hogar.
En el pueblo Germán conoció a Begoña, su actual pareja. Nada que ver con Sofía, ni el mismo carácter, ni los cambios tan bruscos de humor, vamos otro cantar. Una persona que le hizo darse cuenta de lo que es el amor.
–En la relación que yo tenía con Sofía yo no estaba enamorado, estaba acomodado. Mi único amor era mi hija.

Su abogado consiguió que ni siquiera llegaran a cursarle un expediente de antecedentes penales ya que la denuncia fue retirada rápidamente y debido a que su expediente estaba limpio y a la alegación de los problemas mentales de Sofía, a lo largo de unos años, de unos años muy duros de convivencia, consiguió la custodia compartida de su hija.

–Con el tiempo Sofía incumplió su régimen de visitas y tras una nueva revisión de la custodia el juez me concedió la custodia integra de Raquel acreditando que yo era el principal cuidador y el progenitor idóneo para ejercer la custodia.

–Ahora vivimos en el pueblo, en casa de los abuelos que ya fallecieron y aunque todavía no convivo con Begoña (ni prisas tengo), soy plenamente feliz y sonrió al pensar que mi hija probablemente viva la infancia y la adolescencia que yo tuve.

–Después de ser denunciado falsamente por violencia de género o violencia machista o como quieran suavizarlo, siempre he pensado que es muy fácil usar la palabra “maltrato” la cual trae tras de sí muchas consecuencias.
-Pero ¿existe alguna consecuencia para la persona que pone la denuncia falsa?
-Pues creo que no, salvo que la ley haya cambiado actualmente. Tampoco me intereso mucho por estos casos, ni guardo rencor hacia Sofía, de la cual hace mucho tiempo que no se nada. Seguro que está viviendo su propio cuento de hadas en su mágico mundo.








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