Autora: María Dubón.
Procedencia: Zaragoza
Hoy tenemos la gran suerte de tener entre nosotros a María Dubón (Zaragoza) con su relato "Amor eterno". Es un lujazo poder seguir contando con ella en otra nueva aventura literaria y que forme parte de Zarracatalla, en esta ocasión para llenar de letras el 2022. Gracias María, siempre.
A continuación os dejo aquí su texto para que disfrutéis de su lectura...
“AMOR
ETERNO”
La vida es rara. Los sueños son aún más raros. El
arte es un sueño raro que falsea la vida y la hace más soportable. O no.
Porque, tarde o temprano, la vida coloca al arte en su sitio y de paso aniquila
al artista. A veces nos queda su memoria, eso que llamamos posteridad. La
posteridad consiste en que el artista muerto se convierte en centro de atención
y su obra recibe elogios y descalificaciones, suscita controversias que se
dirimen a través del tiempo y que contribuyen a alimentar una fama. Ocurre que,
en ocasiones, los personajes ideados por el artista, los personajes de ficción,
adquieren vida propia, véase el caso de don Quijote. Sucede también que al
artista le sobrevive su leyenda, como a Byron.
Yo soy joven, guapo, elegante, adicto a Garcilaso,
al café, al tequila y a las mujeres. Olvidaba decir que escribo, soy poeta.
Pero no voy a hablar de literatura, sino de amor, de ese sueño para dos en el
que uno sueña y el otro se deja soñar, todo un arte.
Conocí a Eva en una tertulia literaria, ella quería
ser poeta y admiraba mi obra, pretendía escribir como yo. Era una mujer de
apariencia delicada y mirada acuosa y dulce; tenía aspecto de musa, de una de
esas musas etéreas que inspiraban a los románticos. Iniciamos una relación, amorosa
por su parte, meramente sexual por la mía. Mi afán por seducir siempre me ha
impedido amar.
Eva se sentía fascinada por mí, por el poeta y el
hombre que es capaz de transformar las emociones en palabras. A mí su
incondicional apoyo y su entrega me servían para superar un bache creativo. Desde
que mi primera antología fuera acogida por la crítica como una brillante obra
de sensibilidad y pasión, no había escrito una línea. Me asustaba el temor de
haberme quedado seco, sin ideas ni sentimientos que expresar, y olvidaba mi
incapacidad compartiendo botellas y camas. Así se forjan las leyendas. Más allá
del bien y del mal. Caiga quien caiga.
Eva insistió en venir a vivir conmigo, en ayudarme
a escribir, estaba convencida de que tenía talento y que en un ambiente
ordenado y armonioso volvería a crear. Su cuerpo me proporcionaba calor y su
abnegación reforzó mi ego por un tiempo. Escribía con voracidad: basura. Podía
pasar tres días sin comer ni dormir, solo bebiendo y escribiendo. Luego,
sobrio, releía mis escritos y los rasgaba con ira, con horror. Los cheques que
pagaban mis derechos de autor menguaban y mi fugaz momento de gloria pasó,
relegándome al olvido. Estaba acabado.
Necesitaba sentir para escribir una obra maestra y
sentí con unas y con otras; el alcohol y la frustración hicieron el resto.
Tocaba fondo. Eva seguía empeñada en salvarme, en convertirme en un gran poeta,
renunció a sus aspiraciones literarias y se quedó embarazada, también tuvo que
ponerse a trabajar. Prefería ignorar lo que imaginaba, lo peor era aquello que,
pudiéndolo imaginar, no se atrevía a saber. Yo no soporto los compromisos ni
las ataduras, no deseaba aquel hijo, solo buscaba ser alguien en los círculos
literarios, alcanzar la inmortalidad, lo demás me importaba bien poco.
Los grandes amores deben ser breves, y mi relación
con Eva duró un año y siete meses, no sé si es poco o demasiado. Murió al dar a
luz a nuestro hijo, mientras yo estaba borracho y con otra en el cuarto de un
hotelucho. Una vez muerta Eva, empecé a amarla de verdad, con un amor tardío y
fuera de tiempo, y también empecé a escribir inexplicablemente prendido del
recuerdo de un afecto que no había correspondido. Escribí sin tequila ni
descanso, dolorosamente sereno, y conseguí atrapar en un poema la esencia
esquiva del amor. ¿Mereció la pena el precio? Mi arte dependía del criterio y
la cotización que le diera un editor. El mercado tenía la palabra y, por una
vez, a mí me daba igual.
Una losa en el cementerio nos cobija a los tres,
gracias a un marido burlado que acertó dos tiros, no he tardado en reunirme con
Eva y con nuestro hijo, el que no llegó a vivir. Los críticos han alabado más
mi muerte que mi existencia y mi obra nutre las enciclopedias, las bibliotecas,
las librerías y acabará flotando a la deriva en Internet. Eva y yo compartimos
un póstumo esplendor. El poeta, su musa y el amor que inspiró los más bellos
versos. Un trío perfecto. Qué ironía. Parejas de enamorados vienen a depositar
flores sobre nuestra tumba. Afectados rapsodas recitan mis poemas. Represento
al amor eterno y, ya se sabe, la muerte es una garantía de amor eterno. ¿Y el
arte? Supongo que el arte es una forma de amar, un frágil nexo que nos une a la efímera
eternidad.
María Dubón.
Zaragoza.
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