Autora: Soraya Carpio.
Procedencia: Orizaba, Veracruz, México.
Hoy traemos al blog otro tipo de texto diferente a todo lo que se ha publicado por el momento en esta convocatoria. Se trata de una capsula de reflexión que seguro nos hará darnos cuenta de muchas cosas que tenemos frente a nosotros y no sabemos apreciar.
Además lo hacemos de la mano de otra nueva debutante en Zarracatalla. Desde México nada menos nos llega Soraya Carpio (Orizaba, Veracruz, México) para ayudarnos a cumplir el objetivo de llenar 2022 DE LETRAS. Una de esas personas con las que es fácil de conectar, más allá de la distancia que exista. Su texto se titula "Instantes".
Seguro que volvemos a disfrutar de sus líneas en nuevas oportunidades, y estaremos encantados de que así sea. Gracias, Soraya.
A continuación os dejo aquí su texto para que disfrutéis de su lectura...
---INSTANTES---
“Todo llega para quien sabe esperar”
Me
encantan esas personas que saben que entre “plantar y cosechar” existe un
“regar y esperar”. Porque es vital reconducirse ante la desesperación, no
confundirnos cuando nos topamos con la incertidumbre de no saber cuándo llegará
todo aquello que deseamos.
Todo
llega para quienes sabemos esperar, ser paciente es una virtud, ninguna buena
acción, por pequeña que sea, será una pérdida en nuestra vida. Ser buena
persona es una de las mayores cualidades que podemos alcanzar en nuestra vida y
para las personas que nos rodean.
Son
esas personas que te abrazan y recomponen tus partes rotas. Con las que has
recorrido la vida. Las que te han enseñado por las buenas. Las que te han
mostrado el mundo como un lugar maravilloso en el que vivir. Pero, sobre todo,
las buenas personas son por las que cada día coleccionas motivos por los que
merece la pena esforzarse y ser feliz.
Las
buenas personas no son prepotentes ni paternales, sino que, al contrario, son
personas pacientes. Porque la paciencia es la virtud que enmarca la capacidad
de dar libertad y margen de error a las personas que tenemos delante.
El
arte de la bondad es un bien escaso, pero quizás más común de lo que creemos.
No todos somos buenos y malos en nuestra totalidad, pues en nuestro interior
damos cabida a todo. Además, esto generalmente depende del cristal desde el que
se mire. Sin embargo, hay ocasiones en las que nos tropezamos con personas que
no están corrompidas por la sociedad y sus intereses, y que son incapaces de
hacer daño a una mosca. Puedes reconocerlas fácilmente, pues desde que las
conociste eres mejor persona, te han fortalecido y han enriquecido tu interior.
La
bondad auténtica es tener el valor de salir en defensa de lo que está bien, las
buenas personas tienen un sentido de la justicia y del bien que es especial, ya
que sus palabras siempre son esperanzadoras y, si tienen que elegir, te darán
una lección de vida. Son personas íntegras que van más a allá de las
obligaciones morales y siempre tienden su mano para ayudar. Hacen lo correcto,
aunque nadie esté mirando y eso es lo que las hace valiosas. Ser buena persona
es una de las mayores cualidades que podemos alcanzar. En algunas personas es
innato y solo unos pocos afortunados tienen la dicha de ser sensibles al
sufrimiento ajeno y a la capacidad de ayudar. Lo positivo de esto es que todos
podemos ser personas buenas e íntegras.
Es esa
sensibilidad especial las que hace a estas personas inolvidables e
incomparables. Además, hay veces que la bondad se mezcla con la amabilidad,
convirtiendo así a la persona en excepcional.
Siendo
buenas personas seremos diferentes, por eso, más que intentar ser diferente,
intenta ser bueno, puesto que siendo bueno serás diferente. Lo que cuenta de
verdad es el resultado final. Lo que importa no es la intención sino la acción.
La
vida de cada persona afecta a miles de seres en el mundo y, lo que hacemos por
otra persona, nos afecta directamente a nosotros. Por lo que es importante
aprovechar este efecto multiplicador.
La
mejor forma de compensar a una buena persona es a través de la gratitud. Estas personas
son conscientes de que, de una u otra forma, lo que le das a la vida es lo que
la vida te devuelve. Nos duele especialmente que la vida les haga daño, pues en
nuestro ideal de mundo justo no concebimos que esto tenga que pasar. Sin
embargo, hay una gran parte de buenas personas que lo son precisamente a raíz
de estos golpes.
La
gente buena es sabia porque, de forma consciente o inconsciente, entiende de lo
que se trata: lo que hacemos por los demás lo hacemos por nosotros mismos.
Las
personas más bonitas que conozco son las que se han enfrentado a la vida, a su
dureza y a su injusticia. Son las que se han sentido vulnerables y sin
esperanza, las que han sufrido en su piel verdaderos desgarros y problemas.
La
gente bella no es necesariamente la más linda por fuera, pero disfrutan de una
belleza especial. Son personas bonitas las que han sabido perdonar, seguir
hacia adelante y tender una mano, aunque les acompañase la derrota,
descubriendo así la grandeza de su ser, nuestro valor es incalculable. Las
cosas buenas le llegan a aquellos que saben esperar, que conocen el valor de la
paciencia, que tiñen sus frutos de esmero, de esfuerzo y de aguante. Y es que
todo aquello que nos exige templanza erige a nuestro alrededor un halo de
entusiasmo e ilusión.
A
veces las personas o las situaciones de nuestro entorno generan en nosotros un
conflicto que nos fuerza a actuar sin pensar.
¿Es
útil tu impaciencia?
¿Está
justificada?
Responde
a estas dos preguntas de manera totalmente sincera y busca con calma aquellos
patrones de comportamiento que se repitan y que te estén imposibilitando
hacerlo bien, “Independientemente de lo ‘mal’ que se tornen las historias,
siempre estás siendo invitado a bajar tu ritmo, a respirar, a dejar de intentar
resolverlo todo, a salir de tus propias conclusiones, a respirar de nuevo…
Cultivar
el don de la paciencia requiere templanza como cualquier otro aprendizaje. Por
eso hay que practicar la tolerancia en el “darse cuenta”, la capacidad para
leer el libro de nuestra vida, de escribirlo y reescribirlo y de disfrutar de
cada borrón y cada sonrisa nueva
Cuando
menos te lo esperas encuentras la fuerza en tu interior, te levantas, decides
vivir y te pones a ganar. Porque después de la tormenta siempre llega la calma,
no hay excepciones a esta regla. Cuando menos te lo esperas te encuentras a ti
mismo, comienzas a ser quien quieres ser, haces lo que deseas hacer, dejas de
preocuparte por no decepcionar y te encaminas hacia donde realmente quieres ir.
He
aprendido que el mundo te quiere rápido para que llegues a tiempo. Te quiere
veloz para recordar solo el sonido de tus pasos y es por eso que, cuando te
acuerdas de que no vas a ningún lado, aceleras.
Entonces,
de lo que se trata es de comprender que no consiste en ir rápido por la vida,
sino en caminar con calma, en aprender de cada momento, por malo que sea,
porque cada suceso nos tiene que decir algo.
Si
algo sabemos es que vivir es complicado, pero resistir el vaivén de nuestro
barco en alta mar lo es aún más. Sin embargo, lo cierto es que no hay caminos
intransitables, pues si nos tropezamos mil veces, es obligado levantarse mil y
una.
Un
día, de repente, comenzarás a ganar batallas, tarde o temprano todas las piezas
acaban encajando. Hasta entonces, ríete de la confusión, vive el momento y
entiende que todo sucede por algún motivo.
Sé
fuerte, resiste y trabaja por pelear sin miedo porque la dificultad de algo
aumenta en la medida en la que dejas de intentarlo y la vida es lo que ocurre
hoy, no mañana.
Se
suele decir que lo bueno de tocar fondo es que ya no podemos hundirnos más, que
cogemos impulso y que salimos a flote. La clave está en mirar insistentemente
hacia arriba, pisar firme y salir. Siempre podemos hacer pie en la zona que más
cubre de nuestra piscina, aunque no “hagamos cabeza”. Se trata de impulsarse
para salir a flote. Todos sabemos salir, es supervivencia, es instinto.
Como
se dice, en el tocar fondo de la vida, la clave es no mentirse, admitir y
aceptar lo que nos negamos a ver, valorar lo que la tristeza viene a decirnos y
sanar nuestras heridas emocionales.
“Y de
repente pasa, algo se acciona, y en ese momento sabes que las cosas van a
cambiar y han cambiado. Y a partir de ahí nada volverá a ser lo mismo… NUNCA”
Sufrimos
más de la cuenta por lo que no tiene solución. Vivimos deseando la estabilidad
y la permanencia, pero no nos damos cuenta de que nada es fijo, lo construido
se derrumba, lo querido se “desquiere”, lo poseído se pierde… Aceptar que
nuestra vida está en continuo movimiento es la manera de impulsarnos y salir a
flote para ver el sol. Nos hemos roto y nos han quebrado, pero hemos sido
capaces se soldar esas heridas, de perdonar y de perdonarnos.
Es
importante que nos permitamos el colapso, tocar fondo nos da excesivo miedo. La
clave está en no dejar el barco a la deriva, en no amoldarnos ni dejarnos
llevar, lo realmente valioso es lo que cuesta, es en lo que ponemos el corazón…
Derribar los muros más inmensos abre ante nosotros un nuevo horizonte y permite
que nos pongamos otras gafas para contemplar la vida y seguir subiendo en
silencio peldaños tan costosos como los anteriores que, además, dejarán un
abismo ante nosotros. Entonces, cuando escuchemos el eco desesperado del vacío,
oiremos que nuestra vida nos susurra que resistamos porque seremos felices,
pero primero nos toca ser fuertes.
La
paciencia no es precisamente uno de los cultivos que más cuide esta sociedad.
Sin embargo, ser impacientes nos trae sufrimiento e insatisfacciones, ya que no
nos permite disfrutar porque estamos siempre pensando en el futuro y, cuando
este llega, rara vez es suficiente porque seguimos pensando en el siguiente
futuro.
La
paciencia es una actitud necesaria para vivir en el aquí y ahora, disfrutando
del momento presente, viviéndolo, sintiéndolo y siendo conscientes del mismo.
Para ello, es necesario potenciar las actitudes que nos centran en cada momento
que vivimos. “El tiempo es oro”, es un lema que nos indica que no hay tiempo
que perder. Parece que hemos sido programados para hacer y hacer, sin
permitirnos parar, porque perdemos tiempo, y quizás dinero. Esto nos hace vivir
a ritmo frenético, sobrepasando los límites de la salud.
Esta
dinámica se está convirtiendo en algo que nos está destruyendo, ya que no
podemos acelerar el ritmo de la vida y sus tiempos. Aunque queramos ir más
deprisa, todo tiene su ritmo y, por ello, viviremos frustrados y sufriendo por
lo que aún no hemos conseguido, en vez de disfrutar de lo que sí está a nuestro
alcance. No sabemos esperar, nos han enseñado a correr, a vivir con estrés y con
los plazos de fechas límites en nuestros talones. Por eso, no tenemos tiempo
para esperar a meditar una decisión, ni un resultado, queremos que todo sea
rápido, aunque eso signifique perder una gran oportunidad para nuestra vida o
equivocarnos.
Hemos
convertido nuestra sociedad en el mundo del “Ya”. No podemos esperar a mañana,
ni a llegar a casa, ni a ver a una persona… Todo nos va indicando que tenemos
que resolverlo ahora y acabamos haciendo cosas “Ya”, de forma poco premeditada,
como una manera de liberarnos de la ansiedad.
Hablamos
o enviamos mensajes cuando caminamos, conducimos o incluso cuando estamos
tomando un café con alguien porque no nos han enseñado a esperar y la
tecnología nos facilita que sea “Ya”.
En
todo momento estamos comunicados, localizados, sin tiempos en los que
simplemente no estamos para el mundo y sí para nosotros. Creemos que podemos
adelantarnos al mañana y lo que ocurre es que perdemos el presente. Piensa que
en algún momento nos
inundará
el sentimiento de no haber vivido para nosotros, porque quizás lo hemos hecho
para “otros”, para el “sistema” o la “empresa”.
Además,
viviremos las consecuencias físicas y mentales de no saber esperar. Aparecerán
la enfermedad y los conflictos personales e interpersonales, ya que no todo es
como queremos y los demás, no podrán facilitarnos siempre las cosas “Ya”.
Podemos
vivir desde la PACIENCIA, sabiendo esperar a que las cosas ocurran de forma
natural, sin forzarlas, sin presiones, y en muchas ocasiones sin buscarlas.
Cada día va a amanecer, para ello no tenemos nada que hacer, salvo disfrutar de
ese MOMENTO y, mientras esperamos que ocurra, disfrutaremos del resto de cosas
que ya encargamos y de las que nos hemos olvidado rápido en post del siguiente
deseo.
Para
cultivar la paciencia, es necesario bajar el ritmo, centrarnos en el presente y
vivirlo conscientemente.
La
paciencia nos permite vivir la vida desde la actividad paciente. Nos ponemos en
marcha, seguimos avanzando y acompañamos la vida, ajustándonos al momento y al
ritmo de la misma. Se trata de no pretender que sea de otra manera, sino de
saber esperar y mantener la calma, para que las cosas ocurran cuando tengan que
ocurrir.
Ser
paciente, dejar fluir libremente….
¡Siempre
sale el sol!
Vive,
Ama y Respira…
#ViveAmaRespira&cjsora
Soraya Carpio.
Orizaba, Veracruz, México.
30/01/2020
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Besetes a tod@s.
Nos leemos.
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