martes, 22 de febrero de 2022

2022 DE LETRAS: Soraya Carpio - Instantes.

Título: Instantes.

Autora: Soraya Carpio.

Procedencia: Orizaba, Veracruz, México.

Hoy traemos al blog otro tipo de texto diferente a todo lo que se ha publicado por el momento en esta convocatoria. Se trata de una capsula de reflexión que seguro nos hará darnos cuenta de muchas cosas que tenemos frente a nosotros y no sabemos apreciar.

Además lo hacemos de la mano de otra nueva debutante en Zarracatalla. Desde México nada menos nos llega Soraya Carpio (Orizaba, Veracruz, México) para ayudarnos a cumplir el objetivo de llenar 2022 DE LETRAS. Una de esas personas con las que es fácil de conectar, más allá de la distancia que exista. Su texto se titula "Instantes".

Seguro que volvemos a disfrutar de sus líneas en nuevas oportunidades, y estaremos encantados de que así sea. Gracias, Soraya.

A continuación os dejo aquí su texto para que disfrutéis de su lectura...


 

 ---INSTANTES---

“Todo llega para quien sabe esperar”

 

 

Me encantan esas personas que saben que entre “plantar y cosechar” existe un “regar y esperar”. Porque es vital reconducirse ante la desesperación, no confundirnos cuando nos topamos con la incertidumbre de no saber cuándo llegará todo aquello que deseamos.

Todo llega para quienes sabemos esperar, ser paciente es una virtud, ninguna buena acción, por pequeña que sea, será una pérdida en nuestra vida. Ser buena persona es una de las mayores cualidades que podemos alcanzar en nuestra vida y para las personas que nos rodean.

Son esas personas que te abrazan y recomponen tus partes rotas. Con las que has recorrido la vida. Las que te han enseñado por las buenas. Las que te han mostrado el mundo como un lugar maravilloso en el que vivir. Pero, sobre todo, las buenas personas son por las que cada día coleccionas motivos por los que merece la pena esforzarse y ser feliz.

Las buenas personas no son prepotentes ni paternales, sino que, al contrario, son personas pacientes. Porque la paciencia es la virtud que enmarca la capacidad de dar libertad y margen de error a las personas que tenemos delante.

El arte de la bondad es un bien escaso, pero quizás más común de lo que creemos. No todos somos buenos y malos en nuestra totalidad, pues en nuestro interior damos cabida a todo. Además, esto generalmente depende del cristal desde el que se mire. Sin embargo, hay ocasiones en las que nos tropezamos con personas que no están corrompidas por la sociedad y sus intereses, y que son incapaces de hacer daño a una mosca. Puedes reconocerlas fácilmente, pues desde que las conociste eres mejor persona, te han fortalecido y han enriquecido tu interior.

La bondad auténtica es tener el valor de salir en defensa de lo que está bien, las buenas personas tienen un sentido de la justicia y del bien que es especial, ya que sus palabras siempre son esperanzadoras y, si tienen que elegir, te darán una lección de vida. Son personas íntegras que van más a allá de las obligaciones morales y siempre tienden su mano para ayudar. Hacen lo correcto, aunque nadie esté mirando y eso es lo que las hace valiosas. Ser buena persona es una de las mayores cualidades que podemos alcanzar. En algunas personas es innato y solo unos pocos afortunados tienen la dicha de ser sensibles al sufrimiento ajeno y a la capacidad de ayudar. Lo positivo de esto es que todos podemos ser personas buenas e íntegras.

Es esa sensibilidad especial las que hace a estas personas inolvidables e incomparables. Además, hay veces que la bondad se mezcla con la amabilidad, convirtiendo así a la persona en excepcional.

Siendo buenas personas seremos diferentes, por eso, más que intentar ser diferente, intenta ser bueno, puesto que siendo bueno serás diferente. Lo que cuenta de verdad es el resultado final. Lo que importa no es la intención sino la acción.

La vida de cada persona afecta a miles de seres en el mundo y, lo que hacemos por otra persona, nos afecta directamente a nosotros. Por lo que es importante aprovechar este efecto multiplicador.

La mejor forma de compensar a una buena persona es a través de la gratitud. Estas personas son conscientes de que, de una u otra forma, lo que le das a la vida es lo que la vida te devuelve. Nos duele especialmente que la vida les haga daño, pues en nuestro ideal de mundo justo no concebimos que esto tenga que pasar. Sin embargo, hay una gran parte de buenas personas que lo son precisamente a raíz de estos golpes.

La gente buena es sabia porque, de forma consciente o inconsciente, entiende de lo que se trata: lo que hacemos por los demás lo hacemos por nosotros mismos.

Las personas más bonitas que conozco son las que se han enfrentado a la vida, a su dureza y a su injusticia. Son las que se han sentido vulnerables y sin esperanza, las que han sufrido en su piel verdaderos desgarros y problemas.

La gente bella no es necesariamente la más linda por fuera, pero disfrutan de una belleza especial. Son personas bonitas las que han sabido perdonar, seguir hacia adelante y tender una mano, aunque les acompañase la derrota, descubriendo así la grandeza de su ser, nuestro valor es incalculable. Las cosas buenas le llegan a aquellos que saben esperar, que conocen el valor de la paciencia, que tiñen sus frutos de esmero, de esfuerzo y de aguante. Y es que todo aquello que nos exige templanza erige a nuestro alrededor un halo de entusiasmo e ilusión.

A veces las personas o las situaciones de nuestro entorno generan en nosotros un conflicto que nos fuerza a actuar sin pensar.

¿Es útil tu impaciencia?

¿Está justificada?

Responde a estas dos preguntas de manera totalmente sincera y busca con calma aquellos patrones de comportamiento que se repitan y que te estén imposibilitando hacerlo bien, “Independientemente de lo ‘mal’ que se tornen las historias, siempre estás siendo invitado a bajar tu ritmo, a respirar, a dejar de intentar resolverlo todo, a salir de tus propias conclusiones, a respirar de nuevo…

Cultivar el don de la paciencia requiere templanza como cualquier otro aprendizaje. Por eso hay que practicar la tolerancia en el “darse cuenta”, la capacidad para leer el libro de nuestra vida, de escribirlo y reescribirlo y de disfrutar de cada borrón y cada sonrisa nueva

Cuando menos te lo esperas encuentras la fuerza en tu interior, te levantas, decides vivir y te pones a ganar. Porque después de la tormenta siempre llega la calma, no hay excepciones a esta regla. Cuando menos te lo esperas te encuentras a ti mismo, comienzas a ser quien quieres ser, haces lo que deseas hacer, dejas de preocuparte por no decepcionar y te encaminas hacia donde realmente quieres ir.

He aprendido que el mundo te quiere rápido para que llegues a tiempo. Te quiere veloz para recordar solo el sonido de tus pasos y es por eso que, cuando te acuerdas de que no vas a ningún lado, aceleras.

Entonces, de lo que se trata es de comprender que no consiste en ir rápido por la vida, sino en caminar con calma, en aprender de cada momento, por malo que sea, porque cada suceso nos tiene que decir algo.

Si algo sabemos es que vivir es complicado, pero resistir el vaivén de nuestro barco en alta mar lo es aún más. Sin embargo, lo cierto es que no hay caminos intransitables, pues si nos tropezamos mil veces, es obligado levantarse mil y una.

Un día, de repente, comenzarás a ganar batallas, tarde o temprano todas las piezas acaban encajando. Hasta entonces, ríete de la confusión, vive el momento y entiende que todo sucede por algún motivo.

Sé fuerte, resiste y trabaja por pelear sin miedo porque la dificultad de algo aumenta en la medida en la que dejas de intentarlo y la vida es lo que ocurre hoy, no mañana.

Se suele decir que lo bueno de tocar fondo es que ya no podemos hundirnos más, que cogemos impulso y que salimos a flote. La clave está en mirar insistentemente hacia arriba, pisar firme y salir. Siempre podemos hacer pie en la zona que más cubre de nuestra piscina, aunque no “hagamos cabeza”. Se trata de impulsarse para salir a flote. Todos sabemos salir, es supervivencia, es instinto.

Como se dice, en el tocar fondo de la vida, la clave es no mentirse, admitir y aceptar lo que nos negamos a ver, valorar lo que la tristeza viene a decirnos y sanar nuestras heridas emocionales.

“Y de repente pasa, algo se acciona, y en ese momento sabes que las cosas van a cambiar y han cambiado. Y a partir de ahí nada volverá a ser lo mismo… NUNCA”

Sufrimos más de la cuenta por lo que no tiene solución. Vivimos deseando la estabilidad y la permanencia, pero no nos damos cuenta de que nada es fijo, lo construido se derrumba, lo querido se “desquiere”, lo poseído se pierde… Aceptar que nuestra vida está en continuo movimiento es la manera de impulsarnos y salir a flote para ver el sol. Nos hemos roto y nos han quebrado, pero hemos sido capaces se soldar esas heridas, de perdonar y de perdonarnos.

Es importante que nos permitamos el colapso, tocar fondo nos da excesivo miedo. La clave está en no dejar el barco a la deriva, en no amoldarnos ni dejarnos llevar, lo realmente valioso es lo que cuesta, es en lo que ponemos el corazón… Derribar los muros más inmensos abre ante nosotros un nuevo horizonte y permite que nos pongamos otras gafas para contemplar la vida y seguir subiendo en silencio peldaños tan costosos como los anteriores que, además, dejarán un abismo ante nosotros. Entonces, cuando escuchemos el eco desesperado del vacío, oiremos que nuestra vida nos susurra que resistamos porque seremos felices, pero primero nos toca ser fuertes.

La paciencia no es precisamente uno de los cultivos que más cuide esta sociedad. Sin embargo, ser impacientes nos trae sufrimiento e insatisfacciones, ya que no nos permite disfrutar porque estamos siempre pensando en el futuro y, cuando este llega, rara vez es suficiente porque seguimos pensando en el siguiente futuro.

La paciencia es una actitud necesaria para vivir en el aquí y ahora, disfrutando del momento presente, viviéndolo, sintiéndolo y siendo conscientes del mismo. Para ello, es necesario potenciar las actitudes que nos centran en cada momento que vivimos. “El tiempo es oro”, es un lema que nos indica que no hay tiempo que perder. Parece que hemos sido programados para hacer y hacer, sin permitirnos parar, porque perdemos tiempo, y quizás dinero. Esto nos hace vivir a ritmo frenético, sobrepasando los límites de la salud.

Esta dinámica se está convirtiendo en algo que nos está destruyendo, ya que no podemos acelerar el ritmo de la vida y sus tiempos. Aunque queramos ir más deprisa, todo tiene su ritmo y, por ello, viviremos frustrados y sufriendo por lo que aún no hemos conseguido, en vez de disfrutar de lo que sí está a nuestro alcance. No sabemos esperar, nos han enseñado a correr, a vivir con estrés y con los plazos de fechas límites en nuestros talones. Por eso, no tenemos tiempo para esperar a meditar una decisión, ni un resultado, queremos que todo sea rápido, aunque eso signifique perder una gran oportunidad para nuestra vida o equivocarnos.

Hemos convertido nuestra sociedad en el mundo del “Ya”. No podemos esperar a mañana, ni a llegar a casa, ni a ver a una persona… Todo nos va indicando que tenemos que resolverlo ahora y acabamos haciendo cosas “Ya”, de forma poco premeditada, como una manera de liberarnos de la ansiedad.

Hablamos o enviamos mensajes cuando caminamos, conducimos o incluso cuando estamos tomando un café con alguien porque no nos han enseñado a esperar y la tecnología nos facilita que sea “Ya”.

En todo momento estamos comunicados, localizados, sin tiempos en los que simplemente no estamos para el mundo y sí para nosotros. Creemos que podemos adelantarnos al mañana y lo que ocurre es que perdemos el presente. Piensa que en algún momento nos

inundará el sentimiento de no haber vivido para nosotros, porque quizás lo hemos hecho para “otros”, para el “sistema” o la “empresa”.

Además, viviremos las consecuencias físicas y mentales de no saber esperar. Aparecerán la enfermedad y los conflictos personales e interpersonales, ya que no todo es como queremos y los demás, no podrán facilitarnos siempre las cosas “Ya”.

Podemos vivir desde la PACIENCIA, sabiendo esperar a que las cosas ocurran de forma natural, sin forzarlas, sin presiones, y en muchas ocasiones sin buscarlas. Cada día va a amanecer, para ello no tenemos nada que hacer, salvo disfrutar de ese MOMENTO y, mientras esperamos que ocurra, disfrutaremos del resto de cosas que ya encargamos y de las que nos hemos olvidado rápido en post del siguiente deseo.

Para cultivar la paciencia, es necesario bajar el ritmo, centrarnos en el presente y vivirlo conscientemente.

La paciencia nos permite vivir la vida desde la actividad paciente. Nos ponemos en marcha, seguimos avanzando y acompañamos la vida, ajustándonos al momento y al ritmo de la misma. Se trata de no pretender que sea de otra manera, sino de saber esperar y mantener la calma, para que las cosas ocurran cuando tengan que ocurrir.

Ser paciente, dejar fluir libremente….

¡Siempre sale el sol!

Vive, Ama y Respira…

 

#ViveAmaRespira&cjsora

Soraya Carpio.

Orizaba, Veracruz, México.

30/01/2020



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Besetes a tod@s.

Nos leemos.

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