domingo, 13 de marzo de 2022

2022 DE LETRAS: Marcos Bellerín - La memoria de los sentidos.


Título: La memoria de los sentidos
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Autor: Marcos Bellerín.

Procedencia: Huelva.

Hoy viene a compartir líneas con nosotros Marcos Bellerín (Huelva), en su debut en Zarracatalla, para ayudarnos a llenar este 2022 DE LETRAS, aunque en redes sociales lo conocemos mejor como @sir_calamidad.

Nos trae un texto intenso, y con la destreza que demuestra para describir las sensaciones y emociones que vive su protagonista ha logrado armar un relato impactante y sobrecogedor por momentos. Se titula "La memoria de los sentidos", y a fuerza que es bien cierta. No os desvelo nada más, mejor lo descubrís vosotros mismos...

Una suerte poder sumarle y dispuesto a compartir nuevas aventuras literarias si así lo desea. ¡Será un placer! Gracias, Marcos.

A continuación os dejo aquí su texto para que disfrutéis de su lectura... 


“LA MEMORIA DE LOS SENTIDOS”

 

La maquinaria automática NH36A de un reloj de pulsera estaba a punto de dejar de oscilar sobre el mueble bar del salón de la casa. Prácticamente imperceptible para el oído humano. El dolor de cabeza provocado por la resaca hace que cualquier sonido, por ínfimo que sea, percuta en el cerebro martilleándolo una y otra vez como un pájaro carpintero que se afana en agujerear el tronco de un árbol.  Volvía a ser lunes. El despertador sonó inmisericorde a las seis y media de la mañana. Lucía abrió los ojos y se quedó mirando al techo unos instantes. Unos instantes que se convertirían en minutos. Le harían falta dentro de un rato cuando aparecieran las prisas.

-Volveré a llegar tarde- Se dijo asimisma adormecida cuando habían pasado diez minutos desde que la alarma sonara, levantándose aprisa para tomar una ducha rápida que desprendiera de ella los olores de la noche de jarana, otra de tantas, y degustar los restos de café que quedaban en el recipiente de la cafetera desde el viernes pasado.

La casa estaba desordenada. La cama se quedaba sin hacer. Todavía conservaba el calor provocado por el ajetreo al que dos cuerpos desnudos la habían sometido hacía unas horas. Otro amante, no se acordaba ni del nombre. Qué más da. Son detalles sin importancia cuando se vive quemando todas las cerillas de la caja al mismo tiempo.

Salió de la ducha aturdida por el dolor de cabeza, a la misma vez sintió como una arcada ascendía desde el estómago al esófago. Sintió el sabor amargo de la bilis que vertió al inodoro como casi todas las mañanas. La ansiedad la acompañaba desde los catorce años. Alprazolam y sesiones de psicología habían logrado paliar superficialmente un mal latente del que no conseguía desprenderse. Consiguió vestirse a duras penas, tomó los restos de café y salió de casa como alma que lleva el diablo.

Lucía trabajaba como enfermera de quirófano en un equipo de extracción de órganos al que ese día a primera hora le tocaba intervenir en el hospital central de la ciudad. Habitualmente quedaba con Luis, el cirujano encargado de la jefatura del equipo para plantear cómo iban a llevar a cabo la extracción y dirigirse juntos al centro médico que correspondiera ese día. El equipo no había estado de guardia durante el fin de semana por lo que, Luis, sabía que su compañera acudiría hecha jirones y no se encontraría con ella hasta llegar a quirófano.

Aparcó en las plazas reservadas para los trabajadores del hospital. Era un parking subterráneo que a esas horas de la mañana se encontraba completamente desierto. Comenzó con el ritual habitual de su jornada. Sacó del bolso una pequeña cajita a modo de pastillero y depositó una pequeña píldora de color blanco sobre la lengua. Cuando le costaba concentrarse por la ansiedad, cambiaba el Alprazolam por el éxtasis. Necesitaba estar estimulada y en estado de alarma. Las drogas formaban parte de su vida como de la de tanta gente. Se decía constantemente que, su mal hábito, no ponía en riesgo a nadie. Trabajaba diariamente con cadáveres y con pacientes en estado vegetativo. Si había algún error, nadie sufriría las consecuencias. Intentado sarcásticamente justificar lo injustificable. Ingirió la pastilla dando un sorbo de agua a la botella que siempre llevaba consigo por si se daba la ocasión. Cogió sus pertenencias, cerró el coche y se dirigió a la entrada.

Pulsó el botón del ascensor que la llevaba a la cuarta planta donde se había citado con Luis. Aprovechó su ascenso y el gran espejo del habitáculo para sacar del bolso el rímel y un pintalabios para maquillar un aspecto que era lamentable: ojerosa y con los ojos enrojecidos del que solo ha dormido un suspiro. Guardó el maquillaje nuevamente cuando un sonido agudo, similar a un pitido, le anunció que había llegado al piso número cuatro. Salió al pasillo y giró a la derecha continuando por el corredor hasta llegar al segundo quirófano donde su compañero ya la esperaba vestido con su ropa de cirugía.

¡Buenos días, compañera! Cámbiate que comenzamos en diez minutos. Vamos a estar acompañados por otro cirujano del hospital y otra enfermera que nos van a asistir si fuera necesario. Cuando estés preparada encárgate de que el quirófano esté en perfectas condiciones y nuestras herramientas bien ordenadas, por favor.

Buenos días, Luis. Qué envidia comenzar con tanta energía un lunes- Dijo irónicamente, recibiendo toda la información que su jefe de equipo intentaba transmitirle.

Alguno de los dos tiene que llegar con las pilas cargadas, cariño. Contraatacó Luis con una sonrisa picarona en la cara. Avísame cuando esté todo listo.- Se despidió de ella con un guiño de ojos que consiguió hacerla sonreír.

Lucía entró en los vestuarios para el personal femenino. Empezó a vestirse con el uniforme de trabajo y comenzó a notar los primeros efectos del éxtasis en su cerebro. Sus sentidos se agudizaron y su mente entró en alerta… El dolor de cabeza había desaparecido. Se colocó el gorro de plástico y la mascarilla dirigiéndose al quirófano. Estaba impoluto. El equipo de limpieza había realizado un trabajo excelente. La sala era totalmente aséptica. Apenas un mostrador, una mesita portátil con ruedas y una mesa de operaciones en medio de la sala. Todo de acero inoxidable. Un biombo de separación dividía la estancia en dos, dejando a un lado del separador un pequeño espacio con una silla plegable y una fuente de agua para los descansos de los sanitarios en las intervenciones de larga duración. Lucía salió un instante al recibidor que hacía de antesala. Luis ya se encontraba al otro lado de la puerta charlando con el otro cirujano acerca de la intervención, a la vez, la enfermera que iba a asistirla entraba en el Hall.

Luis, todo listo. Podemos comenzar cuando quieras.

Perfecto, Lucía. Ellos son Manuel y Estefanía, el equipo del hospital encargado de asistirnos.- Todos se saludaron cordialmente. Manuel hizo una llamada reclamando que trajeran el cuerpo a quirófano.

- Tenemos que esperar un momento. Necesitamos que el secretario judicial firme el permiso para comenzar con la intervención.- Dijo Manuel, aclarando la situación.

¿El secretario judicial?- Preguntó Lucía interesándose.- ¿De quién se trata?

No tengo ni la más remota idea. Su nombre es Rafael. Al parecer, al pobre desgraciado le dio un infarto cerebral mientras se encontraba paseando por la calle. Después de varios días hospitalizado nadie se ha personado para interesarse. Ni familia, ni amigos. Esta madrugada entró en muerte cerebral y aparece en el banco de donantes de órganos. De ahí nuestra presencia aquí. El corazón y los pulmones se hallan en buen estado, por lo que vamos a realizar un corte en forma de i griega. Sencillo y rápido, extraemos y nos vamos.- Lucía asintió con énfasis al mismo tiempo que Manuel recibía una llamada en su teléfono móvil.

De acuerdo, ya tenemos la autorización. Van a subir al paciente desde la habitación donde se encuentra y podremos empezar. Id poniéndose los guantes de látex.- Esperaron escasos diez minutos cuando dos celadores entraron en la habitación. Uno de ellos empujando una camilla con el cuerpo encima de la misma. El otro, guiando junto a su compañero el equipo de respiración artificial y de monitorización. Una vez en quirófano, lo trasladaron a la mesa de operaciones de acero inoxidable y se despidieron del equipo de extracción. Luis se puso en la cabecera de la mesa y se crujió los dedos. Era su particular manía antes de empezar las operaciones. Destapó el cuerpo de aquel pobre hombre hasta el cuello. Tenía la costumbre de preservar la privacidad de sus donantes, por eso no les destapaba la cara. Él estaba allí para salvar vidas, no para preocuparse por aquel frío recipiente vacío en el que se había convertido aquel cuerpo en estado vegetativo. Se encontraba decúbito supino, mirando hacia arriba, con los brazos extendidos y las palmas de las manos reposando sobre la mesa de operaciones. Al destaparlo, el olor corporal que desprendía llamó la atención de Lucia. Le resultó familiar. Su memoria olfativa se activó y se puso tensa sin saber por qué.

Maldito éxtasis.- Pensó, echándole la culpa a la pastilla que hacía escasos cuarenta y cinco minutos había engullido. Entró en contacto con las drogas a muy temprana edad. Ahora, camino de la cuarentena, comenzaba a notar los síntomas adversos de haber consumido durante tanto tiempo. Se encontraba delante de la mesita portátil con todos los utensilios preparados a la espera de que Luis le diera órdenes.- ¿Notas ese olor?- Preguntó a Luis desconcertada.

¿De qué olor me hablas? No noto nada.- Estefanía y Manuel se miraron un poco perplejos.

Serán cosas mías. Estoy un poco cansada, solo es eso.

Vale, concentrémonos.- Le dijo Luis en tono afable, intentando tranquilizarla, pues la notaba nerviosa.- Bisturí, por favor.- El electrocardiograma sonaba de forma rítmica, como un metrónomo. La zona donde iba a realizar el corte ya estaba desinfectada y trazada. Un corte en Y a lo largo de todo el torso. Lucía se apresuró a alcanzarle a su compañero la herramienta que le había solicitado.- Muchas gracias, compañera.- El continuaba intentado que ella se calmara.

¿Pero qué cojones es este olor?- Dijo en voz muy baja, como un suspiro inaudible. Comenzó a preocuparse cuando no consiguió recordar ninguna ocasión en la que los estupefacientes le hubieran provocado aquel síntoma. ¿Cómo era posible que un simple olor pudiera provocarle miedo..? Comenzó a notar temblores. Procuró que los demás no se dieran cuenta.

¿Cómo ves el corte, Lucia?

¿Eh?- La pregunta consiguió sacarla de su ensimismamiento.- Perfecto, Luis. Está perfecto.

Vale. Toma el bisturí… Pásame la sierra quirúrgica, por favor. Voy a proceder a abrir la caja torácica.- Luis era un excelente profesional y, aunque se pasara el día entre la vida y la muerte, siempre procuraba ver su trabajo desde un punto de vista positivo. El repetía constantemente que eran el primer eslabón para lo que llamaba: “El Teatro de las Segundas Oportunidades”. Alguien iba a recibir aquellos órganos. Alguien que los necesitaba. Alguien que iba a tener esa segunda oportunidad. Hablaba de ello con emoción cada vez que tenía ocasión. Se transformaba cuando se ponía el uniforme. El corazón por fin quedó al descubierto.- Coge la sierra y pásame las tijeras, por favor. La concentración era máxima.- Voy a comenzar a canular la aorta y a cortar los vasos sanguíneos.

Genial, Luis.- Dijo Estefanía con admiración desde atrás, observando detenidamente cada paso que daba el médico.

¿Quieres las tijeras largas o las cortas?- Preguntó Lucia para seleccionar el material a emplear mientras otro temblor ascendía desde su pierna hasta la cadera.

Las largas, necesito más profundidad. – Lucía cogió las tijeras y se incorporó como pudo para entregárselas a su compañero. Se encontraba en el lateral de la mesa de operaciones cuando pudo observar que el fallecido tenía por dentro de la muñeca un tatuaje que, debido al paso de los años, había perdido vigor, pero en el que se podía apreciar perfectamente un corazón constreñido por una serpiente que asomaba la cabeza por la parte superior del dibujo con dos ojos color carmesí que observaban desafiantes. En ese momento no solo le temblaron las piernas, también la mano que sostenía las tijeras. Estas cayeron irremediablemente sobre el órgano que iban a extraer. De punta, afiladas, brillantes… Atravesaron por completo la aurícula izquierda causando una profusa hemorragia. ¡Inservible! El electrocardiograma se volvió plano súbitamente.

¡Joder, Lucía! ¿Qué coño te pasa?- Dijo enfurecidamente Luis ante la perpleja mirada de Manuel y Estefanía que no podían creer lo que acababa de ocurrir mientras intentaban entre ambos contener la fuga de sangre. En ese momento ella no escuchaba nada. Al ver aquel tatuaje comenzó a sentir un calor insoportable en la garganta. Un calor que la asfixiaba y apenas la dejaba respirar. Se paró a observar detenidamente aquel cuerpo. Su constitución, la forma de los pezones, los lunares que se distribuían por todo el torso… Por un momento pareció que le hablaba. Aún con la cara tapada bajo la sábana que la cubría. Que le gemía al oído. Le pareció sentir su respiración en la nuca. Dos lágrimas asomaron en sus ojos verdes y casi se derramaron sobre aquella mesita donde depositaba los útiles. Estaba en estado de shock. El resto del equipo le hablaba, pero ella no estaba allí. Estaba años atrás. Muchos años atrás.

Ven aquí.- Luis la tomo del brazo y la apartó de la mesa hasta llevarla detrás del biombo que separaba la estancia en dos. La sentó en la silla plegable y se puso en cuclillas delante de ella tomándola de la cara y mirándola fijamente a las pupilas. La sangre lo manchaba todo.- Otra vez estás colocada. ¡Maldición!- Por un momento, volvió en sí.

No me toques con esas manos, por favor.

¡¿Qué coño estás diciendo?!

Que no me toques después de haber trabajado sobre ese cuerpo.

Lucía, soy yo. Tu compañero.- Tomó con cariño una de las manos que le sujetaban la cara manchándose de un tono rojizo la mejilla.

Lo sé, Luis… Necesito salir de aquí. Y si, estoy colocada. Pon en el informe que me drogué. Que se me cayeron las tijeras sobre el corazón y que ha quedado inutilizable.

¡Joder..! No, no voy a hacer eso. Tengo confianza con Manuel y Estefanía. Ella se quedará asistiéndome durante el resto de la intervención. A Manuel le diré que has tenido un mal día y reflejaremos en el informe que el corazón estaba dañado. Luego limpiaremos todo y mandaremos incinerar lo que no nos sirva. Tu sal de aquí y tómate algo abajo, en el recibidor. Yo iré después y hablaremos sobre lo que ha pasado.- Lucía se levantó de la silla y le dedicó a su compañero una mirada de agradecimiento. Se desprendió de los guantes, cruzó el quirófano mirando de soslayo aquel asqueroso cuerpo sobre la mesa de inoxidable. Volvió a bajar la mirada en dirección al suelo y salió del quirófano procurando no pisar los pequeños charcos de sangre que se habían formado.

Entró en el vestuario entre lágrimas a la misma vez que otra arcada le volvía a subir desde lo más profundo de su estómago. Vomitó irremediablemente. El efecto del éxtasis era apenas un recuerdo, a la misma vez que el dolor de cabeza volvía a aparecer. Consiguió cambiarse en el vestidor a duras penas, se lavó la cara con ahínco y bajó hasta el recibidor. Se dirigió a la puerta de entrada y salió al exterior. El porche estaba flanqueado por una hilera de columnas que daban a unas escaleras que bajaban hasta la calle. En el porche había una máquina expendedora y otra de café. Introdujo cincuenta céntimos en la segunda y extrajo un solo doble con el máximo de azúcar. Hacía frío. Era Enero y el invierno golpeaba con fuerza desde por la mañana. Se sentó en uno de los escalones del pórtico mirando al enorme parking para usuarios del hospital que a esas horas ya registraba un mayor trasiego de gente entrando y saliendo del mismo. Encogida en el escalón, con el café entre las manos procurando calentarse, su mirada se volvió a perder. Se perdió en el pasado...

Lucia apenas tenía catorce años cuando su madre falleció de cáncer de mama. Su padre las abandonó a ambas cuando ella apenas había abierto los ojos. Victoria, su madre, comenzó una relación al cabo de los años con un tipejo de mala estampa que, desde muy pronto, había empezado a acosarla. Al principio eran actitudes sin importancia. A Victoria nunca le pareció que su pareja quisiera abusar de su hija, ella siempre lo definió como un hombre cariñoso. Puede ser que a su madre, la falta de un soporte emocional como una familia le hubiera causado durante toda su vida una dependencia emocional para con sus parejas que hacía que ésta tratara de explicar cualquier acción de Rafael, que es como se llamaba aquel desalmado, de la forma más absurda posible. Al final Lucía acabó no sabiendo a quién odiaba más. Si a su madre, que lo consentía y justificaba, o al maldito Rafael, que con apenas doce años había empezado a tocarle los genitales sin ningún tipo de pudor. Lo peor vendría dos años más tarde, cuando Victoria enfermó y murió porque el cáncer ya era irreversible. Aquel jodido animal no guardó ni un día de luto. A ella no le quedaba más remedio que convivir con él. No tenía más familia que la que acababa de partir hacia el otro mundo y se había quedado completamente  huérfana, abandonada por completo a la compañía de un monstruo. Aquel día llegaron a casa y cenaron. Ella no levantó la cabeza del plato en ningún momento sabiendo que él la observaba desde el otro lado de la mesa queriéndola devorar con la mirada. Lucía solo podía mirar aquellos ojos de color carmesí de la serpiente rodeando al corazón con su cuerpo que Rafael tenía tatuados en la muñeca derecha, mientras este jugaba a golpear la mesa con el extremo de un cuchillo para ponerla nerviosa. Ella terminó de cenar y se fue a la cama sin apartar la mirada del suelo. A media noche la luz del pasillo se encendió... Estaba despierta. Rafael entró en la habitación completamente desnudo y la puso boca abajo en la cama. Le dijo que iban a jugar a algo que le iba a encantar y que para ello tenía que atarle las manos y las piernas a los extremos de la cama. Y así hizo. La desvistió y comenzó a violarla. Esa misma noche. Hacía apenas unas horas acababan de incinerar a su madre. Lucía perdió la cuenta de cuántas veces la violó siendo una niña, de cuántas veces había visto los ojos carmesí de la serpiente estando ella boca abajo en la cama. Primero, cuando la mano estaba apoyada contra el cabecero haciendo de resistencia al vaivén de un cuerpo sobre el otro. Después, podía sentir como aquellos ojos le quemaban el cuello cuando él la estrangulada desde atrás. Aquellos abusos no solo habían roto su inocencia, también le provocaban dolor, y así fue como se hizo drogadicta por necesidad. Consiguió, a través de una amiga, unas pastillas derivadas del opio y comenzó consumir... Y a dejar de sentir. Vivir estando muerto es algo difícil de sobrellevar cuando no te queda más opción que seguir vivo. Las drogas, contradictoriamente, la habían ayudado. Acabó conociendo cada resquicio del cuerpo de su torturador. Su olor se quedó impregnado en su cerebro como una garrapata se adosa a un huésped para alimentarse de él. De primeras no era un olor desagradable pero, al relacionarlo con toda su maldad, acabó convirtiéndose en el peor de los hedores. A los dieciséis años consiguió escapar de casa, hizo amistad con un grupo de chicas que llegaban a la ciudad para comenzar sus estudios y pudo sentir por primera vez en mucho tiempo lo que era un hogar junto a ellas. Encontró un trabajo en unos almacenes al otro lado de la ciudad y pudo comenzar a labrarse un futuro. Con el paso del tiempo su cerebro bloqueó todo aquello. En su cabeza se formó un muro infranqueable que solo se quebraba cuando la ansiedad aparecía.

Por un momento volvió en sí y le dió un sorbo al café. Había recobrado parte de la tranquilidad que hacía tiempo que no tenía. Aquel monstruo estaba muerto. Dirigió nuevamente la mirada al parking. Daba al Este. El sol ya alumbraba un palmo por encima del horizonte y comenzaba a calentar la tierra. Pensó por un momento en el instante en que las tijeras cayeron con las puntas hacia abajo desgarrando la aurícula... Lucía había tratado con varios pacientes beneficiarios de un trasplante. Siempre que conocía a alguno una gran satisfacción la embargaba por dentro. Era paradójico como la muerte de una persona podía llenar de felicidad la vida de otra y la de su familia. Este caso era distinto...

- ¿Se me cayeron las tijeras o yo misma hice que se desprendieran cuando vi el tatuaje?- Se quedó pensando sentada en las escaleras tomándose el café. Intentando llegar a la conclusión de si aquello había sido un accidente, o había sido su particular venganza para que aquel oscuro corazón no latiera nunca más. Ni en aquel cuerpo, ni en ningún otro.

 

Marcos Bellerín.

@sir_calamidad

Huelva.



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Besetes a tod@s.

Nos leemos.

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