Título: H.
Autor: Rosaria Tuberosa.Procedencia: Caracas, Venezuela.
A continuación os dejo aquí su texto para que disfrutéis de su lectura...
“H”
Una pelea detonante, la del insulto, la que abrió la herida. No sabía
qué pensar en ese momento, solo recuerdo ver a mi papá encima de mí golpeándome
a puño cerrado cuando caí al piso con las muletas abiertas. Mi mamá no hizo
nada. Parecía que la providencia le estaba haciendo justicia. Su cara era de
absoluta complacencia.
Mis manos devolvieron cada golpe, aún inválido como estaba, mi herida no
dolía tanto como el por qué de los motivos. La incongruencia de nuestras vidas,
el disparate de hogar feliz con rituales de familia perfecta que socavaron mis
nervios al rodar por las escaleras y romperme el tobillo y el talón. Todo mi
cuerpo no puede más y ya me lo está gritando. Mientras, mi voz contenida hace
de mi mirada el fuego que derrite cualquier palabra, consejo, sugerencia,
mandato. Estoy harto de tanta orden. Sé que todo está mal pero es culpa de
ellos. Si, así como lo oyen, soy y me proclamo inocente de todo. De no ser
comprendido desde joven, de no ser escuchado nunca.
Soy un tipo que calla lo que siente, que domina con el silencio
cualquier situación hasta que me desquito con un grito. Mi mamá me apoya a
veces, mi hermano menor me dice que me quiere pero sé que me envidia. Nunca fue
agraciado y la gente se lo hizo saber siempre. ¿Los primeros en encabezar la
lista?, mis padres. Ellos siempre lo hicieron sentir feo.
No sé cuándo empecé a agarrarle el gusto a hacer lo que no se debe, pero
fue mi salvación. Empecé a incurrir en errores para dañar a los demás y verlos desquiciados,
me sacaban carcajadas por dentro, no saben cómo he disfrutado hacer mi
voluntad.
Cuando quise ser alguien normal,
mis padres se opusieron a ello descalificando mis gustos, desmoronando sueños y
mi hermano sacando provecho hacía exactamente lo contrario a mí. Era notable en
todo, pero jamás podría ser tan guapo como yo. Y eso me daba aún más risa.
Volviendo al presente, a lo indebido, a lo que me gusta, debo confesar
que hacer todo lo contrario a escondidas me produce un placer y un sentido de
burla que nadie, ni siquiera yo, puedo evocar con palabras porque perdería su
esencia. Solo sé que hice una vida casta y una vida paralela, donde los excesos
estaban permitidos de la puerta para afuera. Lo disfruté mientras pude.
En todo ese vaivén de emociones se cruzó una mujer, a la que traté de
amar pero ya mis vicios incrustados me gobernaban. La hice sufrir mucho, ahora
que soy más grande lo entiendo. En su momento, sólo pensaba que ella era tan
mala y traicionera como los demás. Ese fue mi gran error.
Esa mujer a la que llamaré H, era una mujer prohibida porque era amiga
de la familia. No pude evitar verla como una víctima más, con ella le haría
daño a mis padres y a mi hermano que la quería con el alma. Así que ejecuté el
plan de ataque. La pobre cayó en mis redes, fui trabajando poco a poco su modo
de ser y me di cuenta que ella y yo teníamos algo en común; nos gustaba lo fino,
la seguridad económica como para no preguntar cuánto costaba nada y a mí,
siempre me ha gustado la comodidad, pero obvie que también era un ser humano
con una sensibilidad extrema.
Comencé poco a poco a ser amable con ella y al descubrir que era
medianamente correspondido, decidí poner en marcha mi capricho, porque aparte
de gustarme mucho, eso molestaría a mis padres y yo tendría una colección más
de historias en el álbum de barajitas de fechorías reprochables. Un gran
trofeo.
En dos platos, la enamoré con detalles, casi a diario me hacía presente
de alguna manera y hasta en el día de las madres le compré una rosa y unos chocolates.
La fui trabajando con paciencia, a veces le veía solo la boca mientras me
hablaba, la miraba de arriba abajo cuando se sentaba con sus piernas cruzadas,
desnudas desde un poco más allá de la rodilla, donde empezaba su falda, a tomar
café con mis padres.
Amaba cuando llegaba de la calle y lo primero que veía al entrar a la
casa era su sonrisa dándome la bienvenida.
Hasta que me lancé, era una presa perfecta que ya estaba bajo los
efectos narcóticos de mis encantos. ¿Les dije que soy irresistible? Bueno, lo
soy y lo mejor de todo, sé que es mi mejor arma.
Una tarde fui a su casa y le dije “quiero que seas mi novia”. Me tienes
loco y quiero algo serio contigo. Aún recuerdo su cara de sorpresa y halago a
la vez. Por supuesto su respuesta fue un tajante No, que yo era guapo y era
esto y aquello, pero era amiga de mi familia y no podría hacerles eso. Me dolió
al principio, me sentí rechazado, pero no vencido. Yo la quería para mí, ella
era todo lo que yo habría querido ser, independiente, sin gobierno, con
solvencia económica, libre. Se había divorciado hace unos diez años y en ese
momento estaba libre.
Mi plan de conquista tuvo efecto el día que con una excusa tonta la
visité a su casa, ella estaba terminando de tomarse un trago porque había
tenido invitados en su casa. Era tarde noche, la ayudé a recoger todo y cuando
nos sentamos en el sofá le robé un beso. Ese beso fue el inicio de todo, del
bien y del mal. Se abrieron más puertas del cielo y el infierno.
La relación clandestina duró hasta que mi hermano, ya sospechando algo,
se lo dijo a mis padres y todo se fue a la mierda. Mi mamá la insultó, mi papá
no se metió con ella pero se opuso rotundamente a lo nuestro. Éramos prófugos
de la cotidianidad. Hicimos mil y una para vernos. Ella se enamoró de mí.
No sé si les dije que ella era veinte años mayor que yo, ella cuarenta y
yo veinte. Pero nada nos importaba, sólo nosotros amándonos como locos y
tejiendo sueños en arácnidas redes de las que fuimos atrapados. Yo comencé con los celos, asumí el patrón de
conducta de mi papá y quería que ella fuera sumisa. Siempre me dijo que estaba
conmigo porque así lo había decidido, arriesgando y perdiendo la amistad con mi
familia, pero yo me empeciné en verle todas sus humanas debilidades para
torturarla. Aparte de ser mi amante, era mi víctima. Ella después de casi un
año se cansó de mí y me dejó. Mi capricho consumado ya había perdido el
interés, o por lo menos eso pensaba yo.
Después de la ruptura caí en una depresión sin salida, hice mil veces
más lo que no debía hacer, era autodestructivo. Quería vivir al máximo y
olvidarme de todo lo que tuviera que ver con ella. Le vi mil defectos, ya no
tenía virtudes, solo fallas. Me volví
loco, no tenía control de nada, conquisté a una mujer que había sido amiga de ella
también, con la atractiva variante de ser ahora enemigas por un tema de estafa.
Era mi mejor venganza por haberme dejado. Sé que le rompí el corazón y eso me
bastaba. Mantuve una relación amorosa con su enemiga, me sentí nuevamente fuerte
y despreocupado pero a veces, me asaltaba el recuerdo de aquella tormentosa historia
con H.
Mis padres y mi hermano se dan cuenta de mi nuevo capricho y vuelvo a
jugar a las escondidas para hacer mi voluntad y llevar la contraria. Me salí
con la mía por un tiempo. Fui descubierto porque mi nuevo objeto de venganza
también era amiga de la casa. Allí empezó el final de mis días como un niño mimado.
Mi mamá me reclamó, mi hermano parecía Caín esperando asesinarme con su
impoluta vida restregándomela en la cara. Mi papá se ensañó contra mí. En plena
discusión caigo por las escaleras, rompiéndome el tobillo y el talón y debo ser
operado. Al tercer día, el día de la pelea que me llevaron a los golpes,
entendí que debía irme. Había hecho todo mal, pero ellos empezaron primero al
no respetar mis gustos. Desde mi forma de llevar mi cabello hasta lo que debía
estudiar.
Me fui de la casa esa misma noche. Dormí en un hotel de mala muerte. Vi
como mucha gente me traicionó y me dejó solo. Menos mi víctima número dos, que
se convirtió en mi aliada, me dio cobijo y cariño y estuve a su lado y ella al
mío. Sabía que no era como la víctima uno, pero ella no estaba nada mal, era
tetona y lúgubre en la cama, absolutamente sexual con ciertos aires de mosquita
muerta. Se había acostado con media ciudad y estaba casada aunque separada, tenía
sexo con su marido eventualmente, pero me profesaba amor y yo lo necesitaba.
Así que lo tomé y me alimenté de él todo lo que pude.
Al estar en la calle pase mucho trabajo, desprecios y humillaciones.
Sentía que iba a morir del dolor de la operación y después de la tristeza. No
podía sacarme a H de la mente, sentía que le debía una disculpa, un “estar en
paz con ella”. La llamé, después de casi un año, me atendió y me escuchó. Me
sentí a ratos como antes, pero el daño estaba hecho y su dolor era muy profundo.
Mientras yo me desfragmentaba, ella curó sus propias heridas, no se apalancó en
nadie más sino en ella. Era más fuerte de lo que la había encontrado.
Hablamos por un tiempo, me prestó apoyo emocional pero ya no era lo
mismo. Ella había sufrido mucho y yo la había herido tanto que, por más que
quisimos, no pudimos reconocernos sino desde la amistad. O eso fue lo que ella
me dijo. Con el tiempo, no supe más de ella
Salí adelante. Me levanté todo lo que pude, le juré distancia a mi
familia, hice de todo para poder tener y ser quien soy ahora. Creo que a ratos
me sentí invencible porque en corto tiempo obtuve lo que quería: dinero y
poder. Compré autos nuevos, bebía del wishkey más caro, tenía a las mujeres que
quería. Mi casa era como yo la había soñado. Lo tenía todo. Vivía en Francia. Viajé
cuántas veces quise por Montblanc y Chamonix a esquiar. No podía estar mejor. A
mis cuarenta años estaba consagrado.
Quise ir a Mónaco, todo era costeable y todo era pagable. Me metí en el
mejor casino, no sabía nada de apuestas pero, cuando no tienes nada que perder,
jugar es solo una distracción. Jugué a la ruleta y aposté y aposté, redoblé. Todos
estaban alrededor mío, desde las cámaras hasta los espías que se confunden con
gente normal. Había ganado un millón de
dólares.
Como no hubo trampa y era demostrable, se hizo todo lo de rigor para
efectuar el pago. Subí sereno a mi habitación y entre recordar a mi H que
estaría bien ahora y seguramente habiéndome olvidado, me di cuenta del grave
error que había cometido con ella. Porque no era otra cosa lo que quería, era a
ella, a mi H a mi lado, en mi Aston Martin de copiloto mirando el paisaje,
mientras en una esquina oscura hacíamos el amor. El capricho juvenil de hace
tantos años me había marcado sin yo saberlo.
Sumergido en una tina fabulosa, había pedido una mujer vulgar como las
que me acostumbré a tener, llegaba en una hora. Salí del agua, cubriéndome con
una bata de seda. Abrí la caja fuerte, saqué la pistola y me di un tiro en la
boca. Vi la sangre correr y salí volando por la ventana. Por fin era libre.
Rosaria Tuberosa
@rt.escritos
Caracas, Venezuela
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Besetes a tod@s.
Nos leemos.
Excelentes personajes. H y su seductor. Valdría la pena conocerlos más...
ResponderEliminarEso es muy posible!
EliminarA veces buscamos sin parar y lo que necesitamos estaba ahí, al alcance de nuestras manos. Gran relato Ro. Enhorabuena
ResponderEliminarGracias Sonia!. Me alegro mucho que te haya gustado!
EliminarMuy bueno!
ResponderEliminarGracias!
ResponderEliminarLa vida es la esclavitud del alma. 👏🏻👏🏻👏🏻
ResponderEliminarPues si. Este personaje cae en la esclavitud de su propia trampa
ResponderEliminarRosaria es una escritora capaz de gestar este y cualquier otro tipo de personajes, capaz de desgranar hasta el fondo sus carencias y sus excesos, y sobre todo,capa de hacernos desear leerla más y más. Gracias Rosaria, tremenda historia!
ResponderEliminarUn gran abrazo 🌹